miércoles, 20 de marzo de 2013

90-109 cant


CANTO XII
A la par, como bueyes en la yunta, con el alma cargada caminaba, mientras lo consintió mi pedagogo.
Mas cuando dijo: «Déjale y avanza; que es menester que con alas y remos empuje su navío cada
uno», enderecé, cual para andar conviene el cuerpo todo, mas los pensamientos se me quedaron
sencillos y humildes.
Me puse a andar, y seguía con gusto los pasos del maestro, y ambos dos de ligereza hacíamos
alarde; y él dijo: «vuelve al suelo la mirada, pues para caminar seguro es bueno ver el lugar donde
las plantas pones».
Como, para dejar memoria de ellos, sobre las tumbas en tierra excavadas está escrito quién era
cuando vivo, y de nuevo se llora muchas veces por el aguijoneo del recuerdo, que tan sólo espolea a
los piadosos; con mayor semejanza, pues tal era el artificio, lleno de figuras vi aquel camino que en
el monte avanza.
Veía a aquél que noble fue creado más que criatura alguna, de los cielos.
como un rayo caer, por una parte.
Veía a Briareo, que yacía en otra, de celeste flecha herido, por su hielo mortal grave a la tierra.
Veía a Marte, a Palas y a Timbreo, aún armados en tomo de su padre, mirando a los Gigantes
desmembrados.
Veía al pie, a Nemrot, de la gran obra ya casi enloquecido, contemplando los que en Senar con él
fueron soberbios.
¡Oh Niobe, con qué dolientes ojos te veía grabada en el sendero, entre tus muertos siete y siete
hijos! ¡Oh Saúl, cómo con la propia espada en Gelboé ya muerto aparecías, que no sentiste lluvia ni
rocío! Oh loca Aracne, así pude mirarte ya medio araña, triste entre los restos de la obra que por tu
mal hiciste.
Oh Roboán, no parece que asuste aquí tu efigie; mas lleno de espanto le lleva un carro, sin que le
eche nadie.
Mostraba aún el duro pavimento como Alcmeón a su madre hizo caro aquel adorno tan
desventurado.
Mostraba cómo se lanzaron sobre Senaquerib sus hijos en el templo, y cómo, muerto, allí lo
abandonaron.
Mostraba el crudo ejemplo y la ruina que hizo Tamiris cuando dijo a Ciro: «tuviste sed de sangre y
te doy sangre».
Mostraba cómo huyeron derrotados, tras morir Holofernes, los asirios, y también de su muerte los
despojos.
Veía a Troya en ruinas y en cenizas; ¡oh Ilión, cuán abatida y despreciable mostrábate el relieve
que veíal ¿Qué pincel o buril allí trazara las sombras y los rasgos, que admirarse harían a cualquier
sutil ingenio? Muertos tal muertos, vivos como vivos: no vio mejor que yo quien vio de veras, cuanto
pisaba, al ir mirando el suelo.
¡Ah, caminad soberbios y altaneros, hijos de Eva, y no inclinéis el rostro para poder mirar el mal
camino! Mas al monte la vuelta habíamos dado, y su camino el sol más recorrido de lo que mi alma
absorta calculaba, cuando el que atento siempre caminaba delante, dijo: «Alza la cabeza, ya no hay
más tiempo para ir tan absorto.
Mira un ángel allí que se apresura por venir a nosotros; ve que vuelve la esclava sexta del diario
oficio.
De reverencia adorna rostro y porte, para que guste arriba conducirnos; piensa que ya este día
nunca vuelve. » Acostumbrado estaba a sus mandatos de no perder el tiempo, así que en esa
materia no me hablaba oscuramente.
El bello ser, de blanco, se acercaba, con el rostro cual suele aparecer tremolando la estrella
matutina.
Abrió los brazos, y después las alas; dijo: «Venid, cercanos los peldaños están y ya se sube
fácilmente.
Muy pocos a esta invitación alcanzan: oh humanos que nacisteis a altos vuelos, ¿cómo un poco de
viento os echa a tierra?» A la roca cortada nos condujo; allí batió las alas por mi frente, y prometió ya
la marcha segura.
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Como al subir al monte, a la derecha, en donde está la iglesia que domina la bien guiada sobre el
Rubaconte, del subir se interrumpe la fatiga por escalones que se construyeron cuando sumario y
pesas eran ciertos; tal se suaviza aquella ladera que cae a plomo del otro repecho; mas rozando la
piedra a un lado y otro.
Al dirigirnos por ese camino Beati pauperes spiritu, de un modo inefable cantaban unas voces.
Ah qué distintos eran estos pasos de aquellos del infierno: aquí con cantos se entra y allí con
feroces lamentos.
Por los santos peldaños ya subíarnos y bastante más leve me encontraba, de lo que en la llanura
parecía.
Por lo que yo: «Maestro ¿qué pesada carga me han levantado, que ninguna fatiga casi tengo
caminando?» Él respondió: «Cuando las P que quedan aún en tu rostro a punto de borrarse, estén,
como una de ellas, apagadas, tan vencidos los pies de tus deseos estarán, que no sólo sin fatiga,
sino con gozo arriba han de llevarte. » Entonces hice como los que llevan en la cabeza un algo que
no saben, y sospechan por gestos de los otros; y por lo cual se ayudan con la mano, que busca y
halla y cumple así el oficio que no pudiera hacerlo con la vista; extendiendo los dedos de la diestra,
sólo encontré seis letras, que en mi frente el de la llave habíame grabado: y viendo esto sonrió mi
guía.
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CANTO XIII
Llegarnos al final de la escalera, donde por vez segunda se recoge el monte, que subiendo purifica.
Allí del núsmo modo una cornisa, igual que la primera, lo rodea; sólo que el giro se completa antes.
No había sombras ni señales de ellas: liso el camino y lisa la muralla, del lívido color de los
roquedos.
«Si, para preguntar, gente esperarnos --me decía el poeta-- mucho temo que se retrase nuestra
decisión. » Luego en el sol clavó los ojos fijos; de su diestra hizo centro al movimiento, y se volvió
después hacia la izquierda.
«Oh dulce luz en quien confiado entro por el nuevo camino, llévanos -decía- cual requiere este
paraje.
Tú calientas el mundo, y sobre él luces: si otra razón lo contrario no manda, serán siempre tus rayos
nuestro guía. » Cuanto por una milla aquí se cuenta, tanto en aquella parte caminamos al poco, pues
las ganas acuciaban; y sentimos volar hacia nosotros espíritus sin verlos, que invitaban cortésmente
a la mesa del amor.
La voz primera que pasó volando “Vinum non habent” dijo claramente, y tras nosotros lo iba
repitiendo.
Y aún antes de perderse por completo al alejarse, otra: «Soy Orestes» pasó gritando igual sin
detenerse.
Yo dije: «Oh padre ¿qué voces son éstas?» Y escuché al preguntarlo una tercera diciendo: «Amad a
quien el mal os hizo. » Y el buen maestro «Azota esta cornisa la culpa de la envidia, mas dirige la
caridad las cuerdas del flagelo.
Su freno quiere ser la voz contraria: y podrás escucharla, según creo, antes que el paso del perdón
alcances.
Mas con fijeza mira, y verás gente que está sentada enfrente de nosotros, apoyada a lo largo de la
roca. » Abrí entonces los ojos más que antes; miré delante y sombras vi con mantos del color de la
piedra no distintos.
Y al haber avanzado un poco más, oí gritar: «María, por nosotros ruega» y «Miguel» y «Pedro» y
«Santos todos».
No creo que ahora existe por la tierra hombre tan duro, a quien no le moviese a compasión lo que
después yo vi; pues cuando estuve tan cercano de ellos que sus gestos veía claramente, grave dolor
me vino por los ojos.
De cilicio cubiertos parecían y uno aguantaba con la espalda al otro, y el muro a todas ellas
aguantaba.
Así los ciegos faltos de sustento, piden limosna en días de indulgencia, y la cabeza inclina uno sobre
otro, por despertar piedad más prontamente, no sólo por el son de las palabras, mas por la vista que
no menos pide.
Y como el sol no llega hasta los ciegos, lo mismo aquí a las sombras de las que hablo no quería
llegar la luz del cielo; pues un alambre a todos les cosía y horadaba los párpados, del modo que al
gavilán que nunca se está quieto.
Al andar, parecía que ultrajaba a aquellos que sin venne yo veía; por lo cual me volví al sabio
maestro.
Él sabía que, aun mudo, deseaba hablarle; y no esperando mi pregunta, él me dijo: «Habla breve y
claramente. » Virgilio caminaba por la parte de la cornisa en que caer se puede, pues ninguna
baranda la rodea; por la otra parte estaban las devotas sombras, que por su horrible cosedura
lloraban y mojaban sus mejillas.
Me volví a ellas y: «Oh, gentes confiadas -yo comencé-- de ver la luz suprema que vuestro desear
sólo procura, así pronto la gracia os vuelva limpia vuestra conciencia, tal que claramente por ella baje
de la mente el río, decidme, pues será grato y amable, si hay un alma latina entre vosotros, que
acaso útil le sea el conocerla. » «Oh hermano todos somos ciudadanos de una Ciudad auténtica; tú
dices que viviese en Italia peregrina. » Esto creí escuchar como respuesta un poco más allá de
donde estaba, por lo que procuré seguir oyendo.
Entre otras vi a una sombra que en su aspecto esperaba; y si alguno dice “¿Cómo?”, alzaba la
barbilla como un ciego.
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«Alma que por subir te estás domando, si eres - le dije ~ me respondiste, haz que conozca tu
nombre o tu patria. » «Yo fui Sienesa -repuso-- y con estos otros enmiendo aquí la mala vida,
pidiendo a Aquél que nos conceda el verle.
No fui sabia, aunque Sapia me llamaron, y fui con las desgracias de los otros aún más feliz que con
las dichas mías.
Y para que no creas que te miento, oye si fui, como te digo, loca, ya descendiendo el arco de mis
años.
Mis paisanos estaban junto a Colle cerca del campo de sus enemigos, y yo pedía a Dios lo que El
quería.
Vencidos y obligados a los pasos amargos de la fuga, al yo saberlo, gocé de una alegría
incomparable, tanto que arriba alcé atrevido el rostro gritando a Dio s: «De ahora no te temo» como
hace el mirlo con poca bonanza.
La paz quise con Dios ya en el extremo de mi vivir; y por la penitencia no estaría cumplida ya mi
deuda, si no me hubiese Piero Pettinaio recordado en sus santas oraciones, quien se apiadó de mí
caritativo.
¿Tú quién eres, que nuestra condición vas preguntando, con los ojos libres, como yo creo, y
respirando hablas?» «Los ojos ---dije acaso aquí me cierren, mas poco tiempo, pues escasamente
he pecado de haber tenido envidia.
Mucho es mayor el miedo que suspende mi alma del tormento de allí abajo, que ya parece pesarme
esa carga. » Y ella me dijo: «¿Quién te ha conducido entre nosotros, que volver esperas?» Y yo:
«Este que está aquí sin decir nada.
Vivo estoy; por lo cual puedes pedirrne, espíritu elegido, si es preciso que allí mueva por ti mis pies
mortales. » «Tan rara cosa de escuchar es ésta, que es signo --dije,- de que Dios te ama;.
con tus plegarias puedes ayudarme.
Y te suplico, por lo que más quieras, que si pisas la tierra de Toscana, que a mis parientes mi fama
devuelvas.
Están entre los necios que ahora esperan en Talamón, y allí más esperanzas perderán que en la
busca de la Dia na.
Pero más perderán los almirantes.
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CANTO XIV
«¿Quién es éste que sube nuestro monte antes de que la muerte alas le diera, y abre los ojos y los
cierra a gusto?» «No sé quién es, mas sé que no está sólo; interrógale tú que estás más cerca, y
recíbelo bien, para que hable. » Así dos, apoyado uno en el otro, conversaban de mí a mano
derecha; luego los rostros, para hablar alzaron.
Y dijo uno: «Oh alma que ligada al cuerpo todavía, al cielo marchas, por caridad consuélanos y
dinos quién eres y de dónde, pues nos causas con tu gracia tan grande maravilla, cuanto pide una
cosa inusitada. » Y yo: «Se extiende en medio de Toscana un riachuelo que nace en Falterona, y no
le sacian cien millas de curso.
junto a él este cuerpo me fue dado; decir quién soy sería hablar en balde, pues mi nombre es aún
poco conocido. » «Si he penetrado bien lo que me has dicho con mi intelecto - me repuso entonces
el que dijo primero- hablas del Arno. » Y el otro le repuso: «¿Por qué esconde éste cuál es el nombre
de aquel río, cual hace el hombre con cosas horribles?» y la sombra de aquello preguntada así le
replicó: «No sé, mas justo es que perezca de tal valle el nombre; porque desde su cuna, en que el
macizo del que es trunco el Peloro, tan preñado está, que en pocos sitios le superan, hasta el lugar
aquel donde devuelve lo que el sol ha secado en la marina, de donde toman su caudal los ríos, es la
virt ud enemiga de todos y la huyen cual la bicha, o por desgracia del sitio, o por mal uso que los
mueve: tanto han cambiado su naturaleza los habitantes del mísero valle, cual si hechizados por
Circe estuvieran.
Entre cerdos, más dignos de bellotas que de ningún otro alimento humano, su pobre curso primero
endereza.
Chuchos encuentra luego, en la bajada, pero tienen más rabia que fiereza, y desdeñosa de ellos
tuerce el morro.
Va descendiendo; y cuanto más se acrece, halla que lobos se hicieron los perros, esa maldita y
desgraciada fosa.
Bajando luego en más profundos cauces, halla vulpejas llenas de artimañas, que no temen las
trampas que las cacen.
No callaré por más que éste me oiga; y será al otro útil, si recuerda lo que un veraz espíritu me ha
dicho.
Yo veo a tu sobrino que se vuelve cazador de los lobos en la orilla del fiero río, y los espanta a
todos.
Vende su carne todavía viva; luego los mata como antigua fiera; la vida a muchos, y él la honra se
quita.
Sangriento sale de la triste selva;.
y en tal modo la deja, que en mil años no tomará a su estado floreciente. » Como al anuncio de
penosos males se turba el rostro del que está escuchando de cualquier parte que venga el peligro,
así yo vi turbar y entristecerse a la otra alma, que vuelta estaba oyendo, cuando hubo comprendido
las palabras.
A una al oírla y a la otra al mirarla, me dieron ganas de saber sus nombres, e híceles suplicante mi
pregunta; por lo que el alma que me habló primero volvió a decir: «Que condescienda quieres y haga
por ti lo que por mí tú no haces.
Mas porque quiere Dios que en ti se muestre tanto su gracia, no seré tacaño; y así sabrás que fui
Guido del Duca.
Tan quemada de envidia fue mi sangre.
que si dichoso hubiese visto a alguno, cubierto de livor me hubieras visto.
De mi simiente recojo tal grano; ¡Oh humano corazón, ¿por qué te vuelcas en bienes que no
admiten compañía? Este es Rinieri, prez y mayor honra de la casa de Cálboli, y ninguno de sus
virtudes es el heredero.
Y no sólo su sangre se ha privado, entre el monte y el Po y el mar y el Reno, del bien pedido a la
verdad y al gozo; pues están estos límites tan llenos de plantas venenosas, que muy tarde, aun
labrando, serían arrancadas.
¿Dónde están Lizio, y Arrigo Mainardi, Pier Traversaro y Guido de Carpigna? ¡Bastardos os
hicisteis, romañoles! ¿Cuando renacerá un Fabbro en Bolonia? ¿cuando en Faenza un Bernardín de
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Fosco, rama gentil aun de simiente humilde? No te asombres, toscano, si es que lloro cuando
recuerdo, con Guido da Prata, a Ugolin d’Azzo que vivió en Romagna, Federico Tignoso y sus
amigos, a los de Traversara y Anartagi (sin descendientes unos y los otros), a damas y a galanes,
las hazañas, los afanes de amor y cortesía, donde ya tan malvadas son las gentes.
¿Por qué no te esfumaste, oh Brettinoro, cuando se hubo marchado tu familia, y mucha gente por
no ser perversa? Bien hizo Bagnacaval, ya sin hijos; e hizo mal Castrocaro, y peor Conio, que tales
condes en prohijar se empeña.
Bien harán los Pagan, cuando al fin pierdan su demonio; si bien ya nunca puro ha de quedar de
aquellos el recuerdo.
Oh Ugolino dei Fantolín, seguro está tu nombre y no se espera a nadie que, corrompido,
oscurecerlo pueda.
Y ahora vete, toscano, que deseo más que hablarte, llorar; así la mente nuestra conversación me ha
obnubilado. » Sabíamos que aquellas caras almas nos oían andar, y así, callando, hacían confiarnos
del camino.
Nada más avanzar, ya los dos solos, igual que un rayo que en el aire hiende, se oyó una voz venir
en contra nuestra: «Que me mate el primero que me encuentre»; y huyó como hace un trueno que se
escapa, si la nube de súbito se parte.
Apenas tregua tuvo nuestro oído, y otra escuchamos con tan grande estrépito, que pareció un tronar
que al rayo sigue.
«Yo soy Aglauro, que tornóse en piedra», y por juntarme entonces al poeta, un paso di hacia atrás, y
no adelante.
Quieto ya el aire estaba en todas partes; y me dijo: «Aquel debe ser el freno que contenga en sus
límites al hombre.
Pero mordéis el cebo, y el anzuelo del antiguo adversario, y os atrapa; y poco vale el freno y el
reclamo.
El cielo os llama y gira en torno vuestro, mostrando sus bellezas inmortales, y poneis en la tierra la
mirada; y así os castiga quien todo conoce. »
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CANTO XV
Cuanto hay entre el final de la hora tercia y el principio de día en esa esfera, que al igual que un
chiquillo juega siempre tanto ya parecía que hacia el véspero aún le faltaba al sol de su camino: allí
la tarde, aquí era medianoche.
En plena cara heríannos los rayos, pues giramos el monte de tal forma, que al ocaso derechos
caminábamos, cuando sentí en mi frente pesadumbre de un resplandor mucho mayor que el de
antes, y me asombró tan extraño suceso; por lo que alcé las manos por encima de las cejas,
haciéndome visera que del exceso de luz nos protege.
Como cuando del agua o del espejo el rayo salta a la parte contraria, ascendiendo de un modo
parecido al que ha bajado, y es tan diferente del caer de la piedra en igual caso, como experiencia y
arte lo demuestran; así creí que la luz reflejada.
por delante de mí me golpease; y en apartarse fue rauda mi vista.
«¿Quién es, de quien no puedo, dulce padre, la vista resguardar, por más que hago, y parece venir
hacia nosotros?» «Si celestial familia aún te deslumbra -respondió-- no te asombres: mensajero es
que viene a invitar a que subamos.
Dentro de poco el mirar estas cosas no será grave, mas será gozoso cuanto natura dispuso que
sientas. » Cuando cerca del ángel estuvimos «Entrad aquí - nos dijo dulcemente- donde hay una
escalera menos dura. » Subíamos, dejando el sitio aquel y cantar “Beati misericordes” escuchamos,
y “Goza tú que vences” Mi maestro y yo solos caminábamos hacia la altura; y yo al andar pensaba
sacar de su palabra algún provecho; y a él me dirigí y le pregunté: «¿Qué ha querido decir el de
Romaña.
con bienes que no admiten compañía?» Y él contestó: «De su mayor defecto conoce el daño, así
que no te admires si es reprendido por que más no llore.
Porque si vuestro anhelo se dirige a lo que compartido disminuye, hace la envidia que suspire el
fuelle.
Mas si el amor de la esfera suprema los deseos volviera hacia lo alto, tal temor no tendría vuestro
pecho; pues, cuanto más allí se dice "nues tro", tanto del bien disfruta cada uno, y más amor aún
arde en ese claustro. » «Estoy de estar contento más ayuno -dije- que si no hubiera preguntado, y
aún más dudas me asaltan en la mente.
¿Cómo puede algún bien, distribuido en muchos poseedores, aún más ricos hacer de él, que si
pocos lo tuvieran?» Y aquel me contestó: «Como no pones la mente más que en cosas terrenales,
sacas tinieblas de luz verdadera.
Ese bien inefable e infinito que arriba está, al amor tal se apresura corno a un lúcido cuerpo viene el
rayo.
Tanto se da cuanto encuentra de ardor; y al aumentarse así la caridad, sobre ella crece la eterna
virtud.
Y así cuanta más gente ama allá arriba, hay allí más amor, y más se ama, y unos y otros son como
los espejos.
Y si lo que te digo no te sacia, verás a Beatriz que plenamente este o cualquier deseo ha de quitarte.
Procura pues que pronto se te extingan, como han sido ya dos, las cinco heridas que cicatrizan al
estar contrito. » Cuando decir quería: «Me aplacaste», me vi llegado al círculo de arriba, y me hizo
callar la vista ansiosa.
Allí me pareció en una visión estática de súbito estar puesto, y ver muchas personas en un templo;
y una mujer decía en los umbrales, con dulce gesto maternal: «Oh hijo, ¿por qué has obrado esto con
nosotros? Tu padre y yo angustiados estuvimos buscándote. » Y como ella se callara, se me borró lo
que veía antes.
Después me vino otra, con el agua que en sus mejillas el dolor destila, que un gran despecho hacia
otros nos provoca diciendo: «Si eres sir de la ciudad, por cuyo nombre dioses contendieron, y donde
toda ciencia resplandece, véngate de esos brazos atrevidos que a mi hija abrazaron, Pisistrato. » Y
el Señor, que benigno parecía, le respondía con templado rostro: «¿Qué haremos a quien males nos
desea, si a aquellos que nos aman condenarnos?» Luego vi gente ardiendo en fuego de ira, a
pedradas matando a un jovencito, gritando: «Martiriza, martiriza», y al joven inclinarse, por la muerte
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que le apesadumbraba, hacia la tierra, mas sus ojos alzaba siempre al cielo, pidiendo al alto Sir, en
guerra tanta, que perdonase a sus perseguidores, con ese aspecto que a piedad nos mueve.
Cuando volvió mi alma hacia las cosas que son, fuera de ella, verdaderas, supe que mis errores no
eran falsos.
Mi guía entonces, que me contemplaba como a aquel que del sueño se despierta, dijo: «¿Qué tienes
que te tambaleas, y has caminado más de media legua con los ojos cerrados, dando tumbos, a guisa
de quien turban sueño o vino?» «Oh dulce padre mío, si me escuchas te contaré -le dije lo que he
visto, cuando las piernas me fueron tan flojas. » Y él dijo: «Si cien máscaras tuvieses sobre el rostro,
cerrados no tendría tus pensamientos, aun los más pequeños.
Es lo que viste para que no excuses al agua de la paz abrir el pecho, que de la eterna fuente se
derrama.
No pregunté “qué tienes”, como hiciera quien mira, sin ver nada, con los ojos, cuando desanimado el
cuerpo yace; mas pregunté para animar tus pasos tal conviene avivar al perezoso, que tardo emplea
al despertar su tiempo. » Por el ocaso andábamos, mirando hasta donde alcanzaba nuestra vista
contra la luz radiante y vespertina.
Y vimos poco a poco una humareda venir hacia nosotros, cual la noche; ni un sitio había para
resguardarnos: el aire puro nos quitó y la vista.
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CANTO XVI
Negror de infierno y de noche privada de estrella alguna, bajo un pobre cielo, hasta el sumo de nubes
tenebroso, tan denso velo no tendió en mi rostro como aquel humo que nos envolvió, y nunca
sentí tan áspero pelo.
No podía siquiera abrir los ojos por lo que, sabia y fiel, la escolta mía vino hacia mí ofreciéndome su
hombro.
Como el ciego que va tras de su guía para que no se pierda ni tropiece en obstáculo alguno, o tal
vez muera, andaba por el aire amargo y sucio, escuchando a Virgilio aconsejarme: «Ten cuidado y
de mí no te separes».
Oía voces como que implorasen la paz y la clemencia del Cordero de Dios que borra todos los
pecados.
Agnus Deí, era, pues, como empezaban todos a un tiempo y en el mismo modo, y en completa
concordia parecían.
«Maestro, lo que oigo ¿son espíritus?» le dije.
Y él a mí: «Bien lo pensaste;.
de la iracundia van soltando el nudo. » «¿Quién eres tú que cortas nuestro humo, y de nosotros
hablas como si aún midieses el tiempo por calendas?» Esto por una voz fue preguntado;
«Contéstale --me dijo mi maestro- y si hay subida por aquí pregunta. » «Oh, criatura - le dije que te
limpias para volver hermosa a quien te hizo, maravillas oirás si me acompañas. » «Cuanto me es
permitido he de seguirte; y si vernos el humo no nos deja, nos mantendrá cercanos el oírnos. »
Entonces comencé: «Con este rostro que destruye la muerte, voy arriba, y he llegado hasta aquí
desde el infierno.
Y si Dios en su gracia me ha tomado, tanto que quiere que su corte vea de modo inusitado en estos
tiempos, no me ocultes quién fuiste antes de muerto; dímelo, y dime si el camino es éste; y tus
palabras sean nuestra escolta. » «Yo fui lombardo y Marco me llamaban; del mundo supe, y amé esa
virtud a la que nadie tiende ya su arco.
Para subir camina siempre recto» Me respondió y dijo luego: «Te pido que por mí implores cuando
estés arriba. » «Por mi fe -yo le dije - te prometo que haré lo que me pides; mas me estalla dentro
una duda, y tengo que aclararla.
Era antes simple y ahora se ha hecho doble con tus palabras, que me dan certeza de lo otro, con la
cual las relaciono.
El mundo por completo está desierto de cualquiera virtud, como tú dices, y de maldad cubierto y
agravado; mas la razón te pido que me digas, tal que la vea y que la enserle a otros; que a la tierra o
al cielo lo atribuyen. » Un gran suspiro que acabó en un ¡ay! lanzó primero; y luego dijo: «Herrnano,
el mundo es ciego, y tú de él has venido.
Cualquier causa achacáis los que estáis vivos al cielo, igual que si moviese todas las cosas él
obligatoriamente.
Destruido sería así en vosotros el libre arbitrio, y no sería justo dar la alegría al bien, y al mal dar
luto.
El cielo inicia vuestros movimientos; no digo todos, mas aunque lo diga, una luz para el bien o el
mal os dieron, Y libre voluntad; que si se cansa en el primer combate contra el cielo, luego lo vence
si bien se sustenta.
A mayor fuerza y a mejor natura libres estáis sujetos; y ella cría vuestra mente, en que el cielo nada
puede.
Y por esto, si el mundo os descamina, la causa que buscáis está en vosotros: y verdaderamente he
de explicártelo: De la mano de Aquél que la acaricia, aun antes de existir, cual la muchacha que
llorando y riendo juguetea, sale sencilla el alma y nada sabe, salvo que, obra de un go zoso artista,
gustosa vuelve a aquello que la alegra.
Primero saborea el bien pequeño; aquí se engaña y corre detrás de él, si no tuerce su amor freno ni
guía.
Y es necesario el freno de las leyes; y es necesario un rey, que al menos vea de la ciudad auténtica
la torre.
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Hay leyes, pero ¿quién las administra? Nadie, pues su pastor acaso rumie, mas no tiene partida la
pezuña; y la gente, que sabe que su guía sólo tiende a aquel bien del que ella come, pace de aquel,
y no busca otra cosa.
Bien puedes ver que la mala conducta es la razón que al mundo ha condenado, y no vuestra natura
corrompida.
Solía Roma, que hizo bueno el mundo, tener dos soles que una y otra senda, la humana y la divina,
les mostraban.
Uno a otro apagó; y está la espada junto al báculo; y una y otro unidos forzosamente, marchan mal
las cosas; porque juntos no temen uno al otro: Si no me crees, recuerda las espigas, pues distingue
las hierbas la simiente.
En la tierra que riegan Po y Adige, valor y cortesía se encontraban, antes de entrar en liza Federico.
Ahora puede cruzar sin miedo alguno cualquiera que dejase, por vergüenza, de acercarse a los
buenos o de hablarlos.
Tres viejos hay aún con quien reprende a la nueva la antigua edad, y tardo Dios les parece en que
con él les llame: Corrado de Palazzo, el buen Gherardo, y Guido de Castel, mejor llamado el
sencillo lombardo, a la francesa.
Puedes decir que la Iglesia de Roma, por confundir en ella dos poderes ella y su carga en el fango
se ensucian. » «Oh Marco mío –dije- bien hablaste; y ahora discierno por qué de la herencia los hijos
de Leví privados fueron.
Más qué Gherardo es ése que, por sabio, dices, quedó de aquella raza extinta corno reproche del
siglo salvaje?» «Me engañan tus palabras o me tientan, -me respondió- pues, hablando toscano, del
buen Gherardo nunca hayas oído.
Por ningún otro nombre le conozco, si de Gaya, su hija, no lo saco.
Quedad con Dios, pues más no os acompaño Ved el albor, que irradia por el humo ya clareando;
debo retirarme (allí está el ángel) antes que me vea. » De este modo se fue y no quiso oírme.
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CANTO XVII
Acuérdate, lector, si es que en los Alpes te sorprendió la niebla, y no veías sino como los topos por la
piel, cómo, cuando los húmedos y espesos vapores se dispersan ya, la esfera del sol por ellos entra
débilme nte; y tu imaginación será ligera en alcanzar a ver cómo de nuevo contemplé el sol, que
estaba ya en su ocaso.
Mis pasos a los fieles del maestro emparejando, fuera de tal nube salí a los rayos muertos ya en lo
bajo.
Oh fantasía que le sacas tantas veces de sí, que el hombre nada advierte, aunque suenen en torno
mil trompetas, ¿si no son los sentidos, quién te mueve? Una luz que en cielo se conforma, por sí o
por el Querer que aquí la empuja.
De la impiedad de aquella que se hizo el ave que en cantar más nos deleita, a mi imaginación vino
la huella; y entonces tanto se encerró mi mente en si misma, que nada le llegaba del exterior que
recibir pudiese.
Luego llovió en mi fantasía uno crucificado, fiero y desdeñoso en su apariencia, y así se moría;
alrededor estaba el gran Asuero, Ester su esposa, Mardoqueo el justo, tan íntegro en sus obras y
palabras.
Y como se rompiera aquella imagen por ella misma, igual que una burbuja a la que falta el agua que
la hizo, surgió de mi visión una muchacha llorando, y dijo: «Oh reina, ¿por qué airada te quisiste
matar? Ahora estás muerta por no querer perder a tu Lavinia; ¡Y me has perdido! soy la que lamento
antes, madre, los tuyos, que otros males. » Como se rompe el sueño de repente cuando hiere en los
ojos la luz nueva, que aún antes de morir roto se agita; así mi imaginar cayó por tierra en cuanto que
una luz hirió en mis ojos, mucho mayor de la que se acostumbra.
Yo me volví para mirar qué fuese, cuando una voz me dijo: «Aquí se sube», que me apartó de otro
cualquier intento; y tan prestas las ganas se me hicieron para mirar quién era el que me hablaba, que
no cejara hasta no contemplarlo.
Mas como al sol que ciega nuestra vista y por sobrado vela su figura, me faltaban así mis facultades.
«Es un divino espíritu que muestra el camino de arriba sin pedirlo, y él a sí mismo con su luz
esconde.
Nos hace igual que un hombre hace consigo; que quien se hace rogar, viendo un deseo, su negativa
con maldad prepara.
A tal invitación el paso unamos; procuremos subir antes que venga la noche y hasta el alba no se
pueda. » Así dijo mi guía, y yo con él nos dirigimos hacia la escalera; y cuando estuve en el primer
peldaño, sentí cerca de mí que un ala el rostro me abanicaba y escuché: «Beati pacifici, que están
sin mala ira. » Estaban ya tan altos los postreros rayos de los que va detrás la noche, que en torno
aparecían las estrellas.
«¡Oh, por qué me abandonas, valor mío!» -decía para mí, porque sentía la fuerza de las piernas
flaqueartne.
Ya donde más no subía llegamos la escalera, y allí nos detuvimos, como la nave que ha llegado al
puerto.
Puse atención un poco, por si oía alguna cosa en este nuevo círculo; luego al maestro me volví y le
dije: «Mi dulce padre, dime, ¿qué pecado se purga en este círculo? Si quedos están los pies, no lo
estén las palabras. » Y él me dijo: «El amor del bien, escaso de sus deberes, aquí se repara; aquí se
arregla el remo perezoso.
Y para que lo entiendas aún más claro, vuelve hacia mí la mente, y sacarás algún buen fruto de
nuestra dernora. » Ni el Creador ni la criatura, nunca sin amor estuvieron -él me dijo- o natural o de
ánimo; ya sabes.
El natural no se equivoca nunca, mas puede el otro equivocar su objeto, porque el vigor o poco o
mucho sea.
Mientras que se dirige al bien primero, y en el segundo él mismo se controla, no puede ser razón de
mal deleite; mas cuando al mal se tuerce, o con cuidado más o menos al bien de lo que debe, contra
el Autor se vuelven sus acciones.
Entenderás por ello que el amor es semilla de todas las virtudes y de todos los actos condenables.
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Ahora bien, como nunca de la dicha de su sujeto amor la vista aparta, del propio odio las cosas
están libres; y como dividido no se entiende, ni por sí mismo, a nadie del Principio, odiar a aquel
ninguno puede hacerlo.
Resta, si bien divido, que se ama el mal del prójimo; y que dicho amor de vuestro fango nace en tres
maneras: Quién, suprimido su vecino, aguarda elevarse, y por esto sólo quiere que derriben a aquel
de su grandeza; quién que el poder, la gracia, honor y fama teme perder porque otro le supere, y se
entristece y quiere lo contrario; y hay quien por las injurias se enfurece, de la venganza se hace
deseoso, y necesita urdir el mal ajeno.
Este triforme amor aquí debajo se llora; y ahora quiero que conozcas, el que corre hacia el bien
corruptamente.
Todos confusamente un bien seguimos donde se aquiete el ánimo, y lo ansiamos; y por lograrlo
combatimos todos.
Si lento es ese amor en dirigirse o en conquistar a Aquel, esta cornisa, tras justo arrepentirse, le
atormenta.
Hay otro bien que hace infeliz al hombre; no es la felicidad, la buena esencia, que es el fruto y raíz
de todo bien.
El amor que a este bien se ha abandonado, sobre nosotros se purga en tres círculos; mas cómo
tripartito se organiza, para que tú lo encuentres, me lo callo.
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CANTO XVIII
Había terminado sus razones mi alto doctor, mirando atentamente si en mis ojos mostraba mi
contento; y yo, a quien nueva sed atormentaba, callaba, mas por dentro me decía: «mi preguntar
acaso le molesta».
Mas el padre veraz, que se dio cuenta del medroso deseo que ocultaba sin hablar, me alentó a que
preguntase.
Y yo: «Maestro, mi visión se aviva tanto en tu luz, que ya distingo claro lo que tu ciencia abarca o me
describe: Y así te pido, caro y dulce padre, me expliques ese Amor al que reduces cualquiera bien
obrar o su contrario. » «Dirige -dijo- a mí las claras luces del intelecto, y el error verás de los ciegos
que en guía se convierten.
El alma, que a amar presta fue creada, se mueve a cualquier cosa que le place, tan pronto del
placer es puesta en acto.
La percepción, de seres verdaderos saca la imagen que despliega dentro, e impulsa al alma a que
se vuelva a ésta; y si, vuelta hacia ella, se doblega, Amor se llama ese doblegarniento, que por gozar
de nuevo entra en vosotros.
Y, como el fuego a lo alto se dirige, porque su forma a subir fue creada donde más se conserva en
su materia, presa el alma se entrega así al deseo, impulso espiritual, y no reposa hasta que goza de
la cosa amada.
Ahora comprenderás cuánto está oculta esta verdad a la gente que dice que todo amor sea loable
cosa; porque acaso parece su materia que es siempre buena, mas no todo sello es bueno aunque la
cera sea buena. » «Con tus palabras y mi ingenio atento -le respondí- ya sé qué es el amor, pero
esto de otras dudas me ha llenado; pues si el amor se ofrece desde fuera, y el alma no procede de
otro modo, no es mérito si va torcida o recta.
» «Cuanto ve la razón puedo decirte -dijo-; si quieres más, aguarda entonces a Beatriz, pues que de
fe es materia.
Cualquiera fortna sustancial, que aparte de la materia está, y está a ella unida, una específica virtud
contiene, la cual no es perceptible sino obrando, ni se demuestra más que por efectos, cual la vida
en las plantas por sus frondas Mas de dónde nos vengan las primeras nociones a la mente, lo
ignorarnos, y del primer apetecer las causas, que en vosotros están, como en la abeja el arte de
hacer miel; y este deseo no merece desprecio ni alabanza.
Mas porque a éste aún otros se añaden, innata os es la virtud que aconseja, y el umbral guarda del
consentimiento.
Este es pues el principio del que parte en vosotros el mérito, según que buen o mal amor tome o
desdeñe.
Los que al fondo llegaron razonando, se dieron cuenta de esta libertad; y al mundo le dejaron sus
morales.
Aun suponiendo que obligadamente surja el amor que dentro se os encienda, la potestad tenéis de
refrenarlo.
A esta noble virtud Beatriz la llama libre albedrío, y procurar debieras recordarlo por si ella te habla
de esto. » La luna, casi a media noche tarda, más raras las estrellas nos hacía, como un caldero
ardiendo por completo; corriendo por el cielo los caminos que el sol inflama cuando los de Roma lo
ven caer entre Corsos y Sardos.
Y la sombra gentil, por quien a Piétola más que a la propia Mantua se celebra me había liberado de
mi peso; y yo, que la razón abierta y llana tenía ya después de mis preguntas, divagaba cual hombre
adormilado; mas fue esta soñolencia interrumpida súbitamente por gentes que a espaldas nuestras,
hacia nosotros caminaban.
Como el Ismeno y el Asopo vieron furia y turbas de noche en sus orillas, cuando a Baco imploraban
los tebanos, así por aquel círculo avanzaban, por lo que pude ver, quienes venían del buen querer y
justo amor llevados.
Enseguida llegaron, pues corriendo aquella magna turba se movía, y dos gritaban llorando delante:
«Corrió María apresurada al monte; y para sojuzgar Lérida César, tocó en Marsella y luego corrió a
España. » «Raudo, raudo, que el tiempo no se pierda por poco amor - gritaban los demás-;.
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que el arte de obrar bien torne la gracia. » «Oh gente a quien fervor agudo ahora compensa
neglilgencia o dilaciones que por tibieza en bien obrar pusisteis, éste que vive, y cierto no os engaño,
en cuanto luzca el sol quiere ir arriba; decidnos pues dónde hay una abertura. » Estas palabras
díjolas mi guía; y uno de estos espíritus: «Seguidnos detrás --nos dijo-- y hallaréis el paso.
De movernos estamos tan ansiosos que parar no podemos; tú perdona si la justicia te es
descortesía.
Yo fui abad de San Zeno de Verona bajo el imperio del buen Barbarroja, del cual doliente aún Milán
se acuerda.
Y hay alguno con un pie ya en la fosa, que pronto llorará aquel monasterio, y triste se hallará de
haber mandado; porque a su hijo, mal del cuerpo entero, y peor de la mente, y malnacido, ha puesto
en vez de su pastor legal. » Ignoro si calló o si más nos dijo, tan lejos se encontraba de nosotros;
esto escuché y me agrada el recordarlo.
Y aquel que en todo trance me ayudaba dijo: «Vuélvete aquí y mira esos dos que vienen dando
muerdos a la acidia. » Detrás todos decían: «Antes muerto estuvo el pueblo a quien el mar se
abriera, de que el Jordán su descendencia viese.
Y aquellos que la suerte no sufrieron del vástago de Anquises hasta el fin, a una vida sin gloria se
ofrecieron. » Luego cuando esas sombras tan lejanas estaban, que ya verse no podían, se me
introdujo un nuevo pensanmiento, del que nacieron otros y diversos; y tanto de uno en otro divagaba,
que por divagación cerré los ojos, y en sueño convertí mi pensamiento.
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CANTO XIX
Cuando el calor diurno no consigue hacer ya tibio el frío de la luna, por la tierra vencido y por
Saturno, -que es cuando los geomantes la Fortuna Mayor ven en oriente antes del alba, surgir por
vía oscura poco tiempo- me llegó en sueños una tartamuda, bizca en los ojos, y en los pies torcida,
descolorida y con las manos mancas.
Yo la miraba; y como el sol conforta los fríos miembros que la noche oprime, así mi vista le volvía
suelta la lengua, y bien derecha la ponía al poco, y su semblante desmayado, como quiere el amor,
coloreaba.
Después de haberse en el hablar soltado, a cantar comenzó, tal que con pena habría de ella
apartado mi mente.
«Yo soy -cantaba- la dulce sirena, que en la mar enloquece a los marinos; tan grande es el placer
que da el oírme.
Yo aparté a Ulises de su incierta ruta con mi cantar; y quien se me habitúa, raramente me deja: ¡Así
lo atraigo!» Aún no se había cerrado su boca, cuando yo vi una dama santa y presta al lado de mí
para confundirla.
«Oh, Virgilio, Virgilio, ¿quién es ésta?» -fieramente decía,---; y él llegaba en la honesta fijándose tan
sólo.
Cogió a la otra, y le abrió por delante, rasgándole el traje, y mostrándole el vientre; me despertó el
hedor que desprendía.
Miré, y el buen maestro: «¡Al menos tres voces te he dado! ---dijo-, ven, levanta; hallaremos la
entrada para que entres. » Me levanté, y estaban ya colmados de pleno día el monte y sus recintos;
con sol nuevo a la espalda caminábamos.
Siguiéndole, llevaba la cabeza tal quien de pensanúentos va cargado, que hace de sí un medio arco
de puente; Cuando escuché «Venid, aquí se cruza» dicho de un modo suave y benigno, que no se
escucha en esta mortal marca.
Con alas, que de cisne parecían, arriba nos condujo quien hablaba entre dos caras del duro macizo.
Movió luego las plumas dando aire, Qui lugent afirmando ser dichosos, pues tendrán dueña el alma
del consuelo.
«¿Qué tienes que a la tierra sólo miras?» mi guía comenzó a decirme, apenas sobrepasados fuimos
por el ángel.
Y yo: «Me hace marchar con tantas dudas esa nueva visión, que a ella me inclina, y no puedo
apartar del pensamiento. » «Has visto --dijo- aquella antigua bruja por quien se llora encima de
nosotros; y cómo de ella el hombre se libera.
Bástete así, y camina más aprisa; vuelve la vista al reclamo que mueve el rey eterno con las
grandes ruedas. » Cual primero el halcón sus patas mira, y luego vuelve al grito, y se apresura por
afán de la presa que le llama, así hice yo; y así, cuanto se parte la roca por dar paso a aquel que
sube, anduve hasta llegar donde se cruza.
Cuando en el quinto círculo hube entrado, vi por aquel a gentes que lloraban, tumbados en la tierra
boca abajo.
Adhaesit pavimento anima mea' oí decir con tan altos suspiros, que apenas se entendían las
palabras.
«Oh elegidos de Dios, cuyos sufrires justicia y esperanza hacen más blandos, hacia la alta subida
dirigirnos. » «Si venís de yacer aquí librados, y queréis pronto hallar vuestro camino, llevad siempre
por fuera la derecha. » Así rogó el poeta, y contestado fue así poco delante de nosotros; y yo
descubrí en el hablar a un escondido; y a los de mi sefíor volví los ojos: él asintió con ceño
placentero, a aquello que mi vista le pedía.
Luego que pude hacer lo que gustaba, me puse sobre aquella criatura, cuyas palabras mi atención
movieron, «Alma ---diciendo-- en cuyo llanto eso que no puede volver a Dios madura, deja un poco
por mí el mayor cuidado.
¿Quién fuisteis, y por qué vuelta la espalda tenéis arriba.
P ¿Quieres que te pida algo de allí de donde vengo vivo?» Y él me dijo: «El porqué nuestras
espaldas vuelve el cielo hacia sí, sabrás; mas antes scías quod ego fui succesor Petri Entre Siestri y
Chiavani va corriendo un río hermoso, y en su nombre tiene el título mi estirpe más preciado.
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Cómo pesa el gran manto a quien lo guarda del fango, provee un mes y poco más; plumas parecen
todas otras cargas.
Mi conversión tardía fue, ¡Ay de mí!; pero cuando elegido fui romano pastor, vi que la vida era
mentira.
Vi que allí el corazón no se aquietaba, ni subir más podía en esa vida; por lo cual me encendí de
amor por ésta.
Hasta aquel punto, mísera, apartada de Dios estuvo mi alma avariciosa; y, como ves, aquí estoy
castigado.
Lo que hace la avaricia, se declara en la purga del alma convertida; no hay en el monte más amarga
pena.
Y como nuestros ojos no pusimos en alto, fijos sólo en lo terreno, la justicia en la tierra aquí los
clava.
Y como la avaricia a cualquier bien apagó nuestro amor, y nuestras obras se perdieron, nos tiene la
Justicia de pies y manos presos y amarrados: y cuanto le complazca al justo Sir inmóviles, tumbados
estaremos».
Me había arrodillado y quise hablarle; mas cuanto comencé, y él se dio cuenta, de mi respeto, sólo
al escucharle, «¿Por qué te inclinas ---dijo- de ese modo?» y le dije: «Por vuestra dignidad estar de
pie me impide mi conciencia. » «¡Endereza las piernas y levanta, hermano! -respondió--, no te
equivoques: de un poder mismo todos somos siervos.
Y si aquel santo evangélico texto que dice necque nubent, entendiste, comprenderás por qué hablo
de este modo Ahora vete, no quiero que te pares más, pues turbas mi llanto con tu estancia, con el
cual se madura lo que has dicho.
Tan sólo una sobrina, Alagia, tengo, buena de suyo, si es que nuestra casa no la haya hecho a su
ejemplo malvada; y ésta tan sólo de allí me ha quedado. »
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CANTO XX
Contra un mejor querer otro no lucha; y contra mi placer, por complacerle, saqué del agua la esponja
aún sedienta.
Eché a andar y mi guía echó a andar por los lugares libres, siguiendo la roca, cual pegados de un
muro a las almenas; pues la gente que vierte gota a gota por los ojos el mal que el mundo llena, al
borde se acercaba demasiado.
¡Maldita seas tú, oh antigua loba, que más que el resto de las bestias matas, a causa de tus
hambres desmedidas! ¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira puede cambiar las leyes de aquí
abajo!, ¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir? A paso lento y corto caminábamos, atento yo a las
sombras, que sentía llorar piadosamente y lamentarse y por ventura oí.
«¡Dulce María!» clamar así en el llanto ante nosotros, como hace una mujer que esté pariendo; y
que seguía- «Fuiste tú tan pobre cuanto se puede ver por el cobijo donte tu santa carga depusiste. »
Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio, antes virtud quisiste en la pobreza, que gran riqueza poseer
vicioso. » Estas palabras tanto me placían, que avancé un poco más por conocer a aquel que
parecía proferirlas.
Aquel hablaba aún del generoso trato de Nicolás con las doncellas.
para guardar su juventud honesta.
«Oh espíritu que tanto bien proclamas, dime quién fuiste --dije y por qué sólo repites estas dignas
alabanzas.
No quedarán tus palabras sin premio, si vuelvo a completar la corta senda, de aquella vida que al
término vuela. » Y aquél: «Te lo diré, no porque espere consuelo en ello, sino porque tanta gracia en
ti luce aun antes de estar muerto.
Yo fui raíz de aquella mala planta que la tierra cristiana ha ensombrecido, tal que buen fruto rara
vez se coge.
Mas si Duay y Gante, Lila y Brujas pudieran, su venganza encontrarían; yo la suplico a aquel que
todo juzga.
Hugo Capeto fui llamado abajo; de mí nacieron Felipes y Luises por quien Francia regida fue de
nuevo.
De un carnicero de París fui hijo: al extinguirse ya los viejos reyes, salvo el que en paños grises
envolvieron, me encontré entre las manos con las riendas del gobierno, y con tanto poderío
adquirido, y con tantos partidarios, que a la corona viuda promovida fue la cabeza de mi hijo, el cual
hizo nacer los consagrados huesos.
Mientras que la gran dote de Provenza no quitó la vergüenza de mi estirpe, valía poco, pero mal no
hacía.
Allí empezó con fuerza y con mentira su rapiña; mas luego, por enmienda, Ponthieu tomó, Gascuña
y Normandía.
Carlos a Italia vino y, por enmienda, víctima hizo a Corradino; y luego a Tomás, por enmienda,
empujó al cielo.
Un tiempo veo, no muy lejos de ese, en que saldrá de Francia aún otro Carlos, para que sepan más
de él y los suyos.
Sale sin armas, con la lanza sólo con la que judas contendió, y la clava en Florencia, y el vientre le
desgarra.
Tierras no, mas pecados y deshonra, para él adquirirá, tanto más graves, cuanto más leve el daño le
parezca.
A otro, que sale preso de una nave, a su hija vender regateando veo cual los corsarios las esclavas.
¡Oh avaricia! ¿qué más hacer puedes, si de mi sangre así te has adueñado, que no se cuida de su
propia carne? Por remediar lo hecho y lo futuro, veo en Anagi entrar la flor de lis, y en su vicario
hacer cautivo a Cristo.
Le veo nuevamente escarnecido; hiel y vinagre renovar le veo, y entre vivos ladrones darle muerte.
Veo al nuevo Pilatos tan cruel, que no le sacia esto, y sin decreto lleva las velas avaras al Templo.
¿Cuándo podré alegrarme, Señor mío, mirando la venganza que, escondida, hace dulce el secreto
de tu ira? Lo que decía de la única esposa del Espíritu Santo, y que te hizo volverte a mí para que te
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explicara, la letanía es de nuestras preces mientras el día dura; y cuando marcha es un contrario son
el que entonarnos.
A Pigmalión recordarnos entonces, a quien traidor, ladrón y parricida hizo su desmedido afán de
oro; y del avaro Midas la miseria, que siguió a su pedir desmesurado, que será bueno reírla por
siempre; al loco Acán después nos referimos, cómo robó el botín, tal que la ira de Josué parece que
aún le muerda.
A Safira acusamos y al marido; de Eliodoro las coces alabamos; y gira en todo el monte por su
infamia.
Polinestor que mató a Polidoro; y para terminar se grita: "Craso di, ¿cómo sabe el oro, pues lo
sabes?" Así habla en alto el uno, en bajo el otro; según la fuerza que nos espolea a andar a paso
lento o más ligero: Mas proclamando la virtud diurna no era el único; sólo que aquí cerca la voz no
levantaba ningún otro. » Nos habíamos ya ido de su lado, procurando avanzar en el camino lo que
nuestros recursos permitían, cuando escuché, como si algo se hundiera, temblar el monte, y me
asaltó tal frío como le asalta a aquel que va a la muerte.
De cierto no tembló tan fuerte Delos, antes de que Latona hiciera el nido, para alumbrar del cielo los
dos ojos.
Luego un clamor se oyó por todas partes tal, que el maestro se volvió hacia mí «Mientras te guíe --
dijo- no te asustes. » Gloria in excelsis todos deo decían, por lo que escuché, de cerca, y pude
comprender lo que gritaban.
Suspendidos e inmóviles estábamos, igual que los pastores al oírlo, hasta que terminó el temblor y
el canto.
Luego seguimos nuestra santa ruta, viendo yacer las sombras por la tierra, vueltas de nuevo al llanto
acostumbrado.
Con tanta guerra nunca la ignorancia de conocer me hizo deseoso, si es que no se equivoca mi
memoria, cuanta creí tener, pensando, entonces; ni a preguntar osaba por la prisa, ni comprendía
nada por mí mismo: y marchaba asustado y pensativo.
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CANTO XXI
Esa sed natural que no se aplaca sino con aquel agua que la joven samaritana pidió como gracia, me
apenaba, y punzábarne la prisa por la difícil senda tras mi guía doliéndome con la justa venganza.
Y he aquí que, como escribe Lucas que a dos en el camino vino Cristo, salido de la boca del
sepulcro, apareció una sombra detrás de nosotros, al pie mirando la turba yacente; y antes de
percatamos de él, nos dijo: «Oh hermanos míos, Dios os de la paz».
Nos volvimos de súbito, y Virgilio le devolvió el saludo que se debe.
Dijo después: «En la corte beata, en paz te ponga aquel veraz concilio, que en el exilio eterno me
relega. » «¡Cómo! -nos dijo, caminando aprisa- : ¿si sombras sois que aquí Dios no destina, quién os
ha hecho subir por su escalera?» Y mi doctor: «Si miras las señales que éste lleva, y que un ángel
ha marcado verás que puede irse con los buenos.
Mas como la que hila día y noche no le había acabado aún la husada que Cloto impone y a todos
apresta, su alma, que es hermana de las nuestras, subiendo no podía venir sola, porque no puede
ver como nosotros.
Y me sacaron de la gran garganta infernal, para guiarle, y guiarele hasta donde mi escuela pueda
hacerlo.
Mas, si lo sabes, dime, ¿por qué tales sacudidas dio el monte, y por qué a una parecieron gritar
hasta su base.
?» Así dio, preguntando, en todo el blanco de mi deseo, y con las esperanzas aquella sed sentí más
satisfecha.
Y aquel dijo: «No hay cosa que sin orden pase en la santidad de la montaña, o que suceda fuera de
costumbre.
De toda alteración esto está libre: uno que el cielo dio y que en él recibe puede ser la razón, y no
otra causa.
Porque la lluvia, el granizo, la nieve, el rocío y la escarcha más arriba no caen de la escalera de tres
gradas; nubes espesas no hay ni enrarecidas, ni rayos, ni la hija de Taumente, que abajo cambia a
menudo de sitio; no sigue el viento seco más arriba que la más alta de las escaleras, donde se sienta
el vicario de Pedro.
Acaso tiemble abajo, poco o mucho, mas por mucho que el viento allá se esconda, no sé cómo, aquí
arriba nunca tiembla.
Tiembla cuando algún alma ya limpiada se siente, y se levanta o se encamina para subir; y tal grito
la sigue.
Da prueba ese deseo de estar limpia, que, libre ya para mudar de sitio, toma al alma y la empuja con
deseo.
Antes lo quiso, y lo impidió el talento pues contra ese deseo, la Justicia, como fue en el pecar, pone
al castigo.
Y yo que en estas penas he yacido más de quinientos años, sólo ahora anhelo libremente un mejor
solio: por eso el terremoto y los piadosos espíritus oisteis, alabando a aquel Señor, que pronto los
reclame. » Así nos dijo; y tal como disfruta más del beber quien tiene sed más grande, no podría
explicar mi gran contento.
Y el sabio guía: «Ya comprendo ahora la red que os prende y cómo deslazarla, y por qué hay
regocijos y temblores.
Ahora quién fuiste plázcate contarme, y por qué tantos siglos has yacido aquí, muéstramelo con tus
palabras. » «En la edad que el buen Tito, con la ayuda del sumo rey, vengó los agujeros de aquella
sangre por Judas vendida, con el nombre que más dura y más honra vivía yo» -repuso aquel
espíritu- ya bastante famoso, mas sin fe.
Tan grande fue lo dulce de mi canto, que, tolosano, a Roma me trajeron, y merecí con mirto honrar
mis sienes.
Por Estacio aún la gente me conoce: canté de Tebas y del gran Aquiles; mas quedó en el camino la
segunda.
Semilla de mi ardor fueron las ascuas, que me quemaron, de la llama santa en que han sido
encendidos más de miles; de la Eneida te hablo, la cual madre me fue, y me fue nodriza en la
poesía: sin ella no valdría ni un adarme.
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Y por haber vivido cuando allí.
vivió Virgilio, un sol consentiría más del debido aún antes de marcharme. » Se volvió a mí Virgilio a
estas palabras con rostro que, callando, dijo: «Calla»; mas la virtud no puede cuanto quiere, que risa
y llanto siguen tan de cerca la pasión que genera a cada uno, que al querer menos sigue en los
sinceros.
Así que sonreí como al secreto; y se calló la sombra, y me miró los ojos que revelan más el alma; y:
«así tanto trabajo en bien acabe -dijo- ¿por qué hace un rato tu semblante me ha mostrado un
relámpago de risa?» Ahora estaba cogido por dos partes una me hace callar, la otra me pide que
hable; y yo suspiro y me comprende mi maestro, y «No tengas ningún miedo de hablar --me dice-;
háblale y revela lo que con tanto afán ha preguntado» Por lo que yo: «Quizás te maravilles de por
qué me reí, oh antiguo espíritu, pero aún quedarás más admirado.
Este que arriba guía mi mirada, es el mismo Virgilio, en quien las fuerzas tomaste de cantar dioses y
héroes.
Si de otra causa pareció mi risa, olvídala por falsa, y sólo vino de las palabras que le prodigaste. »
Para abrazar los pies ya se inclinaba a mi doctor, más él le dijo: «Hermano, no lo hagas, porque
somos los dos sombras. » Y él alzando: «Ahora puedes comprender la cantidad de amor en que me
enciendes, cuando olvido que somos cosas vanas, y trato como sólidas las sombras.

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