miércoles, 20 de marzo de 2013
32-43 cant
CANTO XVI
Ya estaba donde el resonar se oía del agua que caía al otro círculo, como el que hace la abeja en la
colmena; cuando tres sombras juntas se salieron, corriendo, de una turba que pasaba bajo la lluvia
de la áspera pena.
Hacia nosotros gritando venían:.
«Detente quien parece por el traje ser uno de la patria depravada. » ¡Ah, cuántas llagas vi en
aquellos miembros, viejas y nuevas, de la llama ardidas! me siento aún dolorido al recordarlo.
A sus gritos mi guía se detuvo; volvió el rostro hacia mí, y me dijo: « Espera, pues hay que ser
cortés con esta gente.
Y si no fuese por el crudo fuego que este sitio asaetea, te diría que te apresures tú mejor que ellos.
» Ellos, al detenernos, reemprendieron su antiguo verso; y cuando ya llegaron, hacen un corro de sí
aquellos tres, cual desnudos y untados campeones, acechando a su presa y su ventaja, antes de
que se enzarcen entre ellos; y con la cara vuelta, cada uno me miraba de modo que al contrario iba
el cuello del pie continuamente.
«Si el horror de este suelo movedizo vuelve nuestras plegarias despreciables -uno empezó- y la faz
negra y quemada, nuestra fama a tu ánimo suplique que nos digas quién eres, que los vivos pies tan
seguro en el infierno arrastras.
Éste, de quien me ves pisar las huellas, aunque desnudo y sin pellejo vaya, fue de un grado mayor
de lo que piensas, pues nieto fue de la bella Gualdrada; se llamó Guido Guerra, y en su vida mucho
obró con su espada y con su juicio.
El otro, que tras mí la arena pisa, es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz en el mundo debiera
agradecerse; y yo, que en el suplicio voy con ellos, Jacopo Rusticucci; y fiera esposa más que otra
cosa alguna me condena. » Si hubiera estado a cubierto del fuego, me hubiera ido detrás de ellos al
punto, y no creo que al guía le importase; mas me hubiera abrasado, y de ese modo venció el miedo
al deseo que tenía, pues de abrazarles yo me hallaba ansioso.
Luego empecé: «No desprecio, mas pena en mi interior me causa vuestro estado, y es tanta que no
puedo desprenderla, desde el momento en que mi guía dijo palabras, por las cuales yo pensaba que,
como sois, se acercaba tal gente.
De vuestra tierra soy, y desde siempre vuestras obras y nombres tan honrados, con afecto he
escuchado y retenido.
Dejo la hiel y voy al dulce fruto que mi guía veraz me ha prometido, pero antes tengo que llegar al
centro. » «Muy largamente el alma te conduzcan todavía - me dijo aquél- tus miembros, y
resplandezca luego tu memoria, di si el valor y cortesía aún se hallan en nuestra patria tal como
solían, o si del todo han sido ya expulsados; que Giuglielmo Borsiere, el cual se duele desde hace
poco en nuestro mismo grupo, con sus palabras mucho nos aflige. » «Las nuevas gentes, las
ganancias súbitas, orgullo y desmesura han generado, en ti, Florencia, y de ello te lamentas. » Así
grité levantando la cara; y los tres, que esto oyeron por respuesta, se miraron como ante las
verdades.
«Si en otras ocasiones no te cuesta satisfacer a otros -me dijeron-, dichoso tú que dices lo que
quieres.
Pero si sales de este mundo ciego y vuelves a mirar los bellos astros, cuando decir “estuve allí” te
plazca, háblale de nosotros a la gente. » Rompieron luego el círculo y, huyendo, alas sus raudas
piernas parecían.
Un amén no podría haberse dicho antes de que ellos se hubiesen perdido; por lo que el guía quiso
que partiésemos.
Yo iba detrás, y no avanzamos mucho cuando el agua sonaba tan de cerca, que apenas se
escuchaban las palabras.
Como aquel río sigue su carrera primero desde el Veso hacia el levante, a la vertiente izquierda de
Apenino, que Acquaqueta se llama abajo, antes de que en un hondo lecho se desplome, y en Forlí
ya ese nombre no conserva, resuena allí sobre San Benedetto, de la roca cayendo en la cascada en
donde mil debieran recibirle; así en lo hondo de un despeñadero, oímos resonar el agua roja, que el
oído ofendía al poco tiempo.
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Yo llevaba una cuerda a la cintura con la que alguna vez hube pensado cazar la onza de la piel
pintada.
Luego de haberme toda desceñido, como mi guía lo había mandado, se la entregué recogida en un
rollo.
Entonces se volvió hacia la derecha y, alejándose un trecho de la orilla, la arrojó al fondo de la
escarpadura.
«Alguna novedad ha de venirnos -pensaba para mí- del nuevo signo, que el maestro así busca con
los ojos. » iCuán cautos deberían ser los hombres junto a aquellos que no sólo las obras, mas por
dentro el pensar también conocen! «Pronto -dijo- verás sobradamente lo que espero, y en lo que
estás pensando: pronto conviene que tú lo descubras. » La verdad que parece una mentira debe el
hombre callarse mientras pueda, porque sin tener culpa se avergüence: pero callar no puedo; y por
las notas, lector, de esta Comedia, yo te juro, así no estén de larga gracia llenas, que vi por aquel
oire oscuro y denso venir nadando arriba una figura, que asustaría el alma más valiente, tal como
vuelve aquel que va al fondo a desprender el ancla que se agarra a escollos y otras cosas que el mar
cela, que el cuerpo extiende y los pies se recoge.
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CANTO XVII
«Mira la bestia con la cola aguda, que pasa montes, rompe muros y armas; mira aquella que apesta
todo el mundo. » Así mi guía comenzó a decirme; y le ordenó que se acercase al borde donde
acababa el camino de piedra.
Y aquella sucia imagen del engaño se acercó, y sacó el busto y la cabeza, mas a la orilla no trajo la
cola.
Su cara era la cara de un buen hombre, tan benigno tenía lo de afuera, y de serpiente todo lo
restante.
Garras peludas tiene en las axilas; y en la espalda y el pecho y ambos flancos pintados tiene ruedas
y lazadas.
Con más color debajo y superpuesto no hacen tapices tártaros ni turcos, ni fue tal tela hilada por
Aracne.
Como a veces hay lanchas en la orilla, que parte están en agua y parte en seco; o allá entre los
glotones alemanes el castor se dispone a hacer su caza, se hallaba así la fiera detestable al horde
pétreo, que la arena ciñe.
Al aire toda su cola movía, cerrando arriba la horca venenosa, que a guisa de escorpión la punta
armaba.
El guía dijo: «Es preciso torcer nuestro camino un poco, junto a aquella malvada bestia que está allí
tendida. » Y descendimos al lado derecho, caminando diez pasos por su borde, para evitar las llamas
y la arena.
Y cuando ya estuvimos a su lado, sobre la arena vi, un poco más lejos, gente sentada al borde del
abismo.
Aquí el maestro: «Porque toda entera de este recinto la experiencia lleves -me dijo-, ve y contempla
su castigo.
Allí sé breve en tus razonamientos: mientras que vuelvas hablaré con ésta, que sus fuertes espaldas
nos otorgue. » Así pues por el borde de la cima de aquel séptimo circulo yo solo anduve, hasta llegar
a los penados.
Ojos afuera estallaba su pena, de aquí y de allí con la mano evitaban tan pronto el fuego como el
suelo ardiente: como los perros hacen en verano, con el hocico, con el pie, mordidos de pulgas o de
moscas o de tábanos.
Y después de mirar el rostro a algunos, a los que el fuego doloroso azota, a nadie conocí; pero me
acuerdo que en el cuello tenía una bolsa con un cierto color y ciertos signos, que parecían complacer
su vista.
Y como yo anduviéralos mirando, algo azulado vi en una amarilla, que de un león tenía cara y porte.
Luego, siguiendo de mi vista el curso, otra advertí como la roja sangre, y una oca blanca más que la
manteca.
Y uno que de una cerda azul preñada señalado tenía el blanco saco, dijo: «¿Qué andas haciendo
en esta fosa? Vete de aquí; y puesto que estás vivo, sabe que mi vecino Vitaliano aquí se sentará a
mi lado izquierdo; de Padua soy entre estos florentinos: y las orejas me atruenan sin tasa gritando:
“¡Venga el noble caballero que llenará la bolsa con tres chivos!”» Aquí torció la boca y se sacaba la
lengua, como el buey que el belfo lame.
Y yo, temiendo importunar tardando a quien de no tardar me había advertido, atrás dejé las almas
lastimadas.
A mi guía encontré, que ya subido sobre la grupa de la fiera estaba, y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.
Ahora bajamos por tal escalera: sube delante, quiero estar en medio, porque su cola no vaya a
dañarte. » Como está aquel que tiene los temblores de la cuartana, con las uñas pálidas, y tiembla
entero viendo ya el relente, me puse yo escuchando sus palabras; pero me avergoncé con su
advertencia, que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.
Encima me senté de la espaldaza: quise decir, mas la voz no me vino como creí: «No dejes de
abrazarme. » Mas aquel que otras veces me ayudara en otras dudas, luego que monté, me sujetó y
sostuvo con sus brazos.
Y le dijo: «Gerión, muévete ahora: las vueltas largas, y el bajar sea lento: piensa en qué nueva carga
estás llevando. » Como la navecilla deja el puerto detrás, detrás, así ésta se alejaba; y luego que ya
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a gusto se sentía, en donde el pecho, ponía la cola, y tiesa, co mo anguila, la agitaba, y con los
brazos recogía el aíire.
No creo que más grande fuese el miedo cuando Faetón abandonó las riendas, por lo que el cielo
ardió, como aún parece; ni cuando la cintura el pobre Ícaro sin alas se notó, ya derretidas, gritando el
padre: «¡Mal camino llevas!»; que el mío fue, cuando noté que estaba rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la fiera; ella nadando va lenta, muy lenta; gira y desciende, pero yo no
noto sino el viento en el rostro y por debajo.
Oía a mi derecha la cascada que hacía por encima un ruido horrible, y abajo miro y la cabeza
asomo.
Entonces temí aún más el precipicio, pues fuego pude ver y escuchar llantos; por lo que me encogí
temblando entero.
Y vi después, que aún no lo había visto, al bajar y girar los grandes males, que se acercaban de
diversos lados.
Como el halcón que asaz tiempo ha volado, y que sin ver ni señuelo ni pájaro hace decir al
halconero: «¡Ah, baja!», lento desciende tras su grácil vuelo, en cien vueltas, y a lo lejos se pone de
su maestro, airado y desdeñoso, de tal modo Gerión se posó al fondo, al mismo pie de la cortada
roca, y descargadas nuestras dos personas, se disparó como de cuerda tensa.
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CANTO XVIII
Hay un lugar llamado Malasbolsas en el infierno, pétreo y ferrugiento, igual que el muro que le ciñe
entorno.
Justo en el medio del campo maligno se abre un pozo bastante largo y hondo, del cual a tiempo
contaré las partes.
Es redondo el espacio que se forma entre el pozo y el pie del duro abismo, y en diez valles su fondo
se divide.
Como donde, por guarda de los muros, más y más fosos ciñen los castillos, el sitio en donde estoy
tiene el aspecto; tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes a la orilla contraria hay puentecillos, así del borde de la roca,
escollos conducen, dividiendo foso y márgenes, hasta el pozo que les corta y les une.
En este sitio, ya de las espaldas de Gerión nos bajamos; y el poeta tomó a la izquierda, y yo me fui
tras él.
A la derecha vi nuevos pesares, nuevos castigos y verdugos nuevos, que la bolsa primera
abarrotaban.
Allí estaban desnudos los malvados; una mitad iba dando la espalda, otra de frente, con pasos más
grandes; tal como en Roma la gran muchedumbre, del año jubilar, alli en el puente precisa de cruzar
en doble vía, que por un lado todos van de cara hacia el castillo y a San Pedro marchan; y de otro
lado marchan hacia el monte.
De aquí, de allí, sobre la oscura roca, vi demonios cornudos con flagelos, que azotaban cruelmente
sus espaldas.
¡Ay, cómo hacían levantar las piernas a los primeros golpes!, pues ninguno el segundo esperaba ni
el tercero.
Mientras andaba, en uno mi mirada vino a caer; y al punto yo me dije: «De haberle visto ya no estoy
ayuno. » Y así paré mi paso para verlo: y mi guía conmigo se detuvo, y consintió en que atrás
retrocediera.
Y el condenado creía ocultarse bajando el rostro; mas sirvió de poco, pues yo le dije: «Oh tú que el
rostro agachas, si los rasgos que llevas no son falsos, Venedico eres tú Caccianemico; mas ¿qué te
trae a salsas tan picantes?» Y repuso: «Lo digo de mal grado; pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo antiguo.
Fui yo mismo quien a Ghisolabella indujo a hacer el gusto del marqués, como relaten la sucia
noticia.
Y boloñés no lloró aquí tan sólo, mas tan repleto está este sitio de ellos, que ahora tantas lenguas
no se escuchan que digan "Sipa" entre Savena y Reno; y si fe o testimonio de esto quieres, trae a tu
mente nuestro seno avaro. » Hablando así le golpeó un demonio con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se vendan. » Yo me reuní al momento con mi escolta; luego,
con pocos pasos, alcanzamos un escollo saliente de la escarpa.
Con mucha ligereza lo subimos y, vueltos a derecha por su dorso, de aquel círculo eterno nos
marchamos.
Cuando estuvimos ya donde se ahueca debajo, por dar paso a los penados, el guía dijo: « Espera, y
haz que pongan la vista en ti esos otros malnacidos, a los que aún no les viste el semblante, porque
en nuestro sentido caminaban. » Desde el puente mirábamos el grupo que al otro lado hacia
nosotros iba, y que de igual manera azota el látigo.
Y sin yo preguntarle el buen Maestro «Mira aquel que tan grande se aproxima, que no le causa
lágrimas el daño.
¡Qué soberano aspecto aún conserva! Es Jasón, que por ánimo y astucia dejó privada del carnero a
Cólquida.
Éste pasó por la isla de Lemmos, luego que osadas hembras despiadadas muerte dieran a todos
sus varones: con tretas y palabras halagüeñas a Isifile engañó, la muchachita que antes había a
todas engañado.
Allí la dejó encinta, abandonada; tal culpa le condena a tal martirio; también se hace venganza de
Medea.
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Con él están los que en tal modo engañan: y del valle primero esto te baste conocer, y de los que en
él castiga. » Nos hallábamos ya donde el sendero.
con el margen segundo se entrecruza, que a otro arco le sirve como apoyo.
Aquí escuchamos gentes que ocupaban la otra bolsa y soplaban por el morro, pegándose a sí
mismas con las manos.
Las orillas estaban engrumadas por el vapor que abajo se hace espeso, y ofendía a la vista y al
olfato.
Tan oscuro es el fondo, que no deja ver nada si no subes hasta el dorso del arco, en que la roca es
más saliente.
Allí subimos; y de allá, en el foso vi gente zambullida en el estiércol, cual de humanas letrinas
recogido.
Y mientras yo miraba hacia allá abajo, vi una cabeza tan de mierda llena, que no sabía si era laico o
fraile.
Él me gritó: « ¿Por qué te satisface mirarme más a mí que a otros tan sucios?» Le dije yo: « Porque,
si bien recuerdo, con los cabellos secos ya te he visto, y eres Alesio Interminei de Lucca: por eso
más que a todos te miraba. » Y él dijo, golpeándose la chola: «Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi lengua. » Luego de esto, mi guía: «Haz que penetre -dijo- tu vista un
poco más delante, tal que tus ojos vean bien el rostro de aquella sucia y desgreñada esclava, que
allí se rasca con uñas mierdosas, y ahora se tumba y ahora en pie se pone: es Thais, la prostituta,
que repuso a su amante, al decirle "¿Tengo prendas bastantes para ti?": “aún más, excelsas”.
Y sea aquí saciada nuestra vista. »
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CANTO XIX.
¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces que las cosas de Dios, que de los buenos esposas deben
ser, como rapaces por el oro y la plata adulteráis! sonar debe la trompa por vosotros, puesto que
estáis en la tercera bolsa.
Ya estábamos en la siguiente tumba, subidos en la parte del escollo que cae justo en el medio de
aquel foso.
¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras en el cielo, en la tierra y el mal mundo, cuán justamente tu
virtud repartes! Yo vi, por las orillas y en el fondo, llena la piedra livida de hoyos, todos redondos y de
igual tamaño.
No los vi menos amplios ni mayores que esos que hay en mi bello San Juan, y son el sitio para los
bautismos; uno de los que no hace aún mucho tiempo yo rompí porque en él uno se ahogaba: sea
esto seña que a todos convenza.
A todos les salían por la boca de un pecador los pies, y de las piernas hasta el muslo, y el resto
estaba dentro.
Ambas plantas a todos les ardían; y tan fuerte agitaban las coyundas, que habrían destrozado soga
y cuerdas.
Cual suele el llamear en cosas grasas moverse por la extrema superficie, así era allí del talón a la
punta.
«Quién es, maestro, aquel que se enfurece pataleando más que sus consortes -dije- y a quien más
roja llama quema?» Y él me dijo: «Si quieres que te lleve allí por la pendiente que desciende, él te
hablará de sí y de sus pecados. » Y yo: «Lo que tú quieras será bueno, eres tú mi señor y no me
aparto de tu querer: y lo que callo sabes. » Caminábamos pues el cuarto margen: volvimos y
bajamos a la izquierda al fondo estrecho y agujereado.
Entonces el maestro de su lado no me apartó, hasta vernos junto al hoyo de aquel que se dolía con
las zancas.
«Oh tú que tienes lo de arriba abajo, alma triste clavada cual madero, -le dije yo-, contéstame si
puedes. » Yo estaba como el fraile que confiesa al pérfido asesino, que, ya hincado, por retrasar su
muerte le reclama.
Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?, ¿ya estás aquí plantado, Bonifacio? En pocos años me
mintió lo escrito.
¿Ya te cansaste de aquellas riquezas por las que hacer engaño no temiste, y atormentar después a
tu Señora?» Me quedé como aquellos que se encuentran, por no entender lo que alguien les
responde, confundidos, y contestar no saben.
Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto: “No soy aquel, no soy aquel que piensas.
”» Yo respondí como me fue indicado.
Torció los pies entonces el espíritu, luego gimiendo y con voces llorosas, me dijo: «¿Entonces, para
qué me buscas? si te interesa tanto el conocerme, que has recorrido así toda la roca, sabe que fui
investido del gran manto, y en verdad fui retoño de la Osa, y tan ansioso de engordar oseznos, que
allí el caudal, aquí yo, me he embolsado.
Y bajo mi cabeza están los otros.
que a mí, por simonía, precedieron, y que lo estrecho de la piedra aplasta.
Allí habré yo de hundirme también cuando venga aquel que creía que tú fueses, al hacerte la súbita
pregunta.
Pero mis pies se abrasan ya más tiempo y más estoy yo puesto boca abajo, del que estarán
plantados sus pies rojos, pues vendrá luego de él, aún más manchado, desde el poniente, un pastor
sin entrañas, tal que conviene que a los dos recubra.
Nuevo Jasón será, como nos muestra MACABEOS, y como a aquel fue blando su rey, así ha de
hacer quien Francia rige. » No sé si fui yo loco en demasía, pues que le respondí con tales versos:
«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso Nuestro Señor antes de que a San Pedro le pusiese las llaves a
su cargo? Únicamente dijo: “Ven conmigo”; ni Pedro ni los otros de Matías oro ni plata, cuando
sortearon el puesto que perdió el alma traidora.
Quédate ahí, que estás bien castigado, y guarda las riquezas mal cogidas, que atrevido te hicieron
contra Carlos.
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Y si no fuera porque me lo veda el respeto a las llaves soberanas que fueron tuyas en la alegre vida,
usaría palabras aún más duras; porque vuestra avaricia daña al mundo, hundiendo al bueno y
ensalzando al malo.
Pastores, os citó el evangelista, cuando aquella que asienta sobre el agua él vio prostituida con los
reyes: aquella que nació con siete testas, y tuvo autoridad con sus diez cuernos, mientras que su
virtud plació al marido.
Os habéis hecho un Dios de oro y de plata: y qué os separa ya de los idólatras, sino que a ciento
honráis y ellos a uno? Constantino, ¡de cuánto mal fue madre, no que te convirtieses, mas la dote
que por ti enriqueció al primer patriarca!» Y mientras yo cantaba tales notas, mordido por la ira o la
conciencia, con fuerza las dos piernas sacudía.
Yo creo que a mi guía le gustaba, pues con rostro contento había escuchado mis palabras
sinceramente dichas.
Entonces me cogió con los dos brazos; y luego de subirme hasta su pecho, volvió a ascender la
senda que bajamos.
No se cansó llevándome agarrado, hasta ponerme en la cima del puente que del cuarto hasta el
quinto margen cruza.
Con suavidad aquí dejó la carga, suave, en el escollo áspero y pino que a las cabras sería mala
trocha.
Desde ese sitio descubrí otro valle.
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CANTO XX
De nueva pena he de escribir los versos y dar materia al vigésimo canto de la primer canción, que es
de los reos.
Estaba yo dispuesto totalmente a mirar en el fondo descubierto, que me bañaba de angustioso
llanto; por el redondo valle vi a unas gentes venir, calladas y llorando, al paso con que en el mundo
van las procesiones.
Cuando bajé mi vista aún más a ellas, vi que estaban torcidas por completo desde el mentón al
principio del pecho; porque vuelto a la espalda estaba el rostro, y tenían que andar hacia detrás, pues
no podían ver hacia delante.
Por la fuerza tal vez de perlesía alguno habrá en tal forma retorcido, mas no lo vi, ni creo esto que
pase.
Si Dios te deja, lector, coger fruto de tu lectura, piensa por ti mismo si podría tener el rostro seco,
cuando vi ya de cerca nuestra imagen tan torcida, que el llanto de los ojos les bañaba las nalgas por
la raja.
Lloraba yo, apoyado en una roca del duro escollo, tal que dijo el guía: «¿Es que eres tú de aquellos
insensatos?, vive aquí la piedad cuando está muerta: ¿Quién es más criminal de lo que es ése que
al designio divino se adelanta? Alza tu rostro y mira a quien la tierra a la vista de Tebas se tragó; y
de allí le gritaban: “Dónde caes Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?” Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra.
Mira cómo hizo pecho de su espalda: pues mucho quiso ver hacia adelante, mira hacia atrás y
marcha reculando.
Mira a Tiresias, que mudó de aspecto al hacerse mujer siendo varón cambiándose los miembros
uno a uno; y después, golpear debía antes las unidas serpientes, con la vara, que sus viriles plumas
recobrase.
Aronte es quien al vientre se le acerca, que en los montes de Luni, que cultiva el carrarés que vive
allí debajo, tuvo entre blancos mármoles la cueva.
como mansión; donde al mirar los astros y el mar, nada la vista le impedía.
Y aquella que las tetas se recubre, que tú no ves, con trenzas desatadas, y todo el cuerpo cubre con
su pelo, fue Manto, que corrió por muchas tierras; y luego se afincó donde naci, por lo que un poco
quiero que me escuches: Después de que su padre hubiera muerto, y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo.
En el norte de Italia se halla un lago, al pie del Alpe que ciñe Alemania sobre el Tirol, que Benago se
llama.
Por mil fuentes, y aún más, el Apenino ente Garda y Camónica se baña, por el agua estancada en
dicho lago.
En su medio hay un sitio, en que el trentino pastor y el de Verona, y el de Brescia, si ese camino
hiciese, bendijera.
Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte, frontera a bergamescos y brescianos, en la ribera que
en el sur le cerca.
En ese sitio se desborda todo lo que el Benago contener no puede, y entre verdes praderas se hace
un río.
Tan pronto como el agua aprisa corre, no ya Benago, mas Mencio se llama hasta Governo, donde
cae al Po.
Tras no mucho correr, encuentra un valle, en el cual se dilata y empantana; y en el estio se vuelve
insalubre.
Pasando por allí la virgen fiera, vio tierra en la mitad de aquel pantano, sin cultivo y desnuda de
habitantes.
Allí, para escapar de los humanos, con sus siervas quedóse a hacer sus artes, y vivió, y dejó allí su
vano cuerpo.
Los hombres luego que vivían cerca, se acogieron al sitio, que era fuerte, pues el pantano aquel lo
rodeaba.
Fundaron la ciudad sobre sus huesos; y por quien escogió primero el sitio, Mantua, sin otro augurio,
la llamaron.
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Sus moradores fueron abundantes, antes que la torpeza de Casoldi, de Pinamonte engaño
recibiese.
Esto te advierto por si acaso oyeras que se fundó de otro modo mi patria, que a la verdad mentira
alguna oculte. » Y yo: «Maestro, tus razonamientos me son tan ciertos y tan bien los creo, que
apagados carbones son los otros.
Mas dime, de la gente que camina, si ves alguna digna de noticia, pues sólo en eso mi mente se
ocupa. » Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro la barba ofrece por la espalda oscura, fue,
cuando Grecia falta de varones tanto, que había apenas en las cunas augur, y con Calcante dio la
orden de cortar en Aulide las amarras.
Se llamaba Euripilo, y así canta algún pasaje de mi gran tragedia: tú bien lo sabes pues la sabes
toda.
Aquel otro en los flancos tan escaso, Miguel Escoto fue, quien en verdad de los mágicos fraudes
supo el juego.
Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente, que haber tomado el cuero y el bramante ahora querría, mas
tarde se acuerda; Y a las tristes que el huso abandonaron, las agujas y ruecas, por ser magas y
hechiceras con hierbas y figuras.
Mas ahora ven, que llega ya al confín de los dos hemisferios, y a las ondas bajo Sevilla, Caín con las
zarzas, y la luna ayer noche estaba llena: bien lo recordarás, que no fue estorbo alguna vez en esa
selva oscura. » Así me hablaba, y mientras caminábamos.
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CANTO XXI
Así de puente en puente, conversando de lo que mi Comedia no se ocupa, subimos, y al llegar hasta
la cima nos paramos a ver la otra hondonada de Malasbolsas y otros llantos vanos; y la vi
tenebrosamente oscura.
Como en los arsenales de Venecia bulle pez pegajosa en el invierno al reparar sus leños averiados,
que navegar no pueden; y a la vez quién hace un nuevo leño, y quién embrea los costados a aquel
que hizo más rutas; quién remacha la popa y quién la proa; hacen otros los remos y otros cuerdas;
quién repara mesanas y trinquetas; asi, sin fuego, por divinas artes, bullía abajo una espesa resina,
que la orilla impregnaba en todos lados.
La veía, mas no veía en ella más que burbujas que el hervor alzaba, todas hincharse y explotarse
luego.
Mientras allá miraba fijamente, el poeta, diciendo: «¡Atento, atento!» a él me atrajo del sitio en que
yo estaba.
Me volvi entonces como aquel que tarda en ver aquello de que huir conviene, y a quien de pronto le
acobarda el miedo, y, por mirar, no demora la marcha;.
y un diablo negro vi tras de nosotros, que por la roca corriendo venía.
¡Ah, qué fiera tenía su apariencia, y parecían cuán amenazantes sus pies ligeros, sus abiertas alas!
En su hombro, que era anguloso y soberbio, cargaba un pecador por ambas ancas, agarrando los
pies por los tendones.
«¡Oh Malasgarras --dijo desde el puente-, os mando a un regidor de Santa Zita! Ponedlo abajo, que
voy a por otro a esa tierra que tiene un buen surtido: salvo Bonturo todos son venales; del “ita” allí
hacen “no” por el dinero. » Abajo lo tiró, y por el escollo se volvió, y nunca fue un mastín soltado
persiguiendo a un ladrón con tanta prisa.
Aquél se hundió, y se salía de nuevo; mas los demonios que albergaba el puente gritaron: «¡No está
aquí la Santa Faz, y no se nada aquí como en el Serquio! así que, si no quieres nuestros garfios, no
te aparezcas sobre la resina. » Con más de cien arpones le pinchaban, dicen: «Cubierto bailar aquí
debes, tal que, si puedes, a escondidas hurtes. » No de otro modo al pinche el cocinero hace meter
la carne en la caldera, con los tridentes, para que no flote.
Y el buen Maestro: «Para que no sepan que estás agua - me dijo- ve a esconderte tras una roca que
sirva de abrigo; y por ninguna ofensa que me hagan, debes temer, que bien conozco esto, y otras
veces me he visto en tales líos. » Después pasó del puente a la otra parte; y cuando ya alcanzó la
sexta fosa;.
le fue preciso un ánimo templado.
Con la ferocidad y con la saña que los perros atacan al mendigo, que de pronto se para y limosnea,
del puentecillo aquéllos se arrojaron, y en contra de él volvieron los arpones; mas él gritó: «¡Que
ninguno se atreva! Antes de que me pinchen los tridentes, que se adelante alguno para oírme,
pensad bien si debéis arponearme. » «¡Que vaya Malacola!» -se gritaron; y uno salió de entre los
otros quietos, y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?» «Es que crees, Malacola, que me habrías
visto venir -le dijo mi maestro- seguro ya de todas vuestras armas, sin el querer divino y diestro
hado? Déjame andar, que en el cielo se quiere que el camino salvaje enseñe a otros. » Su orgullo
entonces fue tan abatido que el tridente dejó caer al suelo, y a los otros les dijo: «No tocarlo. » Y el
guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras tras las rocas del puente agazapado, puedes venir conmigo
ya seguro. » Por lo que yo avancé hasta él deprisa; y los diablos se echaron adelante, tal que temí
que el pacto no guardaran; así yo vi temer a los infantes yéndose, tras rendirse, de Caprona, al
verse ya entre tantos enemigos.
Yo me arrimé con toda mi persona a mi guía, y los ojos no apartaba de sus caras que no eran nada
buenas.
Inclinaban los garfios: «¿Que le pinche -decíanse- queréis, en el trasero?» Y respondían: «Sí,
pínchale fuerte. » Pero el demonio aquel que había hablado con mi guía, volvióse raudamente, y dijo:
«Para, para, Arrancapelos. » Luego nos dijo: « Más andar por este escollo no se puede, pues que
yace todo despedazado el arco sexto; y si queréis seguir más adelante podéis andar aquí, por esta
escarpa: hay otro escollo cerca, que es la ruta.
Ayer, cinco horas más que en esta hora, mil y doscientos y sesenta y seis años hizo, que aquí se
hundió el camino.
Hacia allá mando a alguno de los míos para ver si se escapa alguno de esos; id con ellos, que no
han de molestaros.
¡Adelante Aligacho, Patasfrías, -él comenzó a decir- y tú, Malchucho; y Barbatiesa guíe la decena.
Vayan detrás Salido y Ponzoñoso, jabalí Colmilludo, Arañaperros, el Tartaja y el loco del Berrugas.
Mirad en torno de la pez hirviente; éstos a salvo lleguen al escollo que todo entero va sobre la fosa.
» «¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo! -dije- vayamos solos sin escolta, si sabes ir, pues no
la necesito.
Si eres tan avisado como sueles, ¿no ves cómo sus dientes les rechinan, y su entrecejo males
amenaza?» Y él me dijo: «No quiero que te asustes; déjalos que rechinen a su gusto, pues hacen
eso por los condenados. » Dieron la vuelta por la orilla izquierda, mas primero la lengua se mordieron
hacia su jefe, a manera de seña, y él hizo una trompeta de su culo.
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