domingo, 17 de marzo de 2013

10-21


La Divina Comedia Dante Alighieri
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CANTO V
Así bajé del círculo primero al segundo que menos lugar ciñe, y tanto más dolor, que al llanto mueve.
Allí el horrible Minos rechinaba.
A la entrada examina los pecados; juzga y ordena según se relíe.
Digo que cuando un alma mal nacida llega delante, todo lo confiesa; y aquel conocedor de los
pecados ve el lugar del infierno que merece: tantas veces se ciñe con la cola, cuantos grados él
quiere que sea echada.
Siempre delante de él se encuentran muchos; van esperando cada uno su juicio, hablan y escuchan,
después las arrojan.
«Oh tú que vienes al doloso albergue -me dijo Minos en cuanto me vio, dejando el acto de tan alto
oficio-; mira cómo entras y de quién te fías: no te engañe la anchura de la entrada. » Y mi guta:
«¿Por qué le gritas tanto? No le entorpezcas su fatal camino; así se quiso allí donde se puede lo que
se quiere, y más no me preguntes. » Ahora comienzan las dolientes notas a hacérseme sentir; y
llego entonces allí donde un gran llanto me golpea.
Llegué a un lugar de todas luces mudo, que mugía cual mar en la tormenta, si los vientos contrarios
le combaten.
La borrasca infernal, que nunca cesa, en su rapiña lleva a los espíritus; volviendo y golpeando les
acosa.
Cuando llegan delante de la ruina, allí los gritos, el llanto, el lamento; allí blasfeman del poder divino.
Comprendí que a tal clase de martirio los lujuriosos eran condenados, que la razón someten al
deseo.
Y cual los estorninos forman de alas en invierno bandada larga y prieta, así aquel viento a los malos
espiritus: arriba, abajo, acá y allí les lleva; y ninguna esperanza les conforta, no de descanso, mas de
menor pena.
Y cual las grullas cantando sus lays largas hileras hacen en el aire, así las vi venir lanzando ayes, a
las sombras llevadas por el viento.
Y yo dije: «Maestro, quién son esas gentes que el aire negro así castiga?» «La primera de la que las
noticias quieres saber --me dijo aquel entonces- fue emperatriz sobre muchos idiomas.
Se inclinó tanto al vicio de lujuria, que la lascivia licitó en sus leyes, para ocultar el asco al que era
dada: Semíramis es ella, de quien dicen que sucediera a Nino y fue su esposa: mandó en la tierra
que el sultán gobierna.
Se mató aquella otra, enamorada, traicionando el recuerdo de Siqueo; la que sigue es Cleopatra
lujuriosa.
A Elena ve, por la que tanta víctima el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles que por Amor al cabo
combatiera; ve a Paris, a Tristán. » Y a más de mil sombras me señaló, y me nombró, a dedo, que
Amor de nuestra vida les privara.
Y después de escuchar a mi maestro nombrar a antiguas damas y caudillos, les tuve pena, y casi
me desmayo.
Yo comencé: «Poeta, muy gustoso hablaría a esos dos que vienen juntos y parecen al viento tan
ligeros. » Y él a mí: «Los verás cuando ya estén más cerca de nosotros; si les ruegas en nombre de
su amor, ellos vendrán. » Tan pronto como el viento allí los trajo alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con nosotros. » Tal palomas llamadas del deseo, al dulce nido con el ala
alzada, van por el viento del querer llevadas, ambos dejaron el grupo de Dido y en el aire malsano
se acercaron, tan fuerte fue mi grito afectuoso: «Oh criatura graciosa y compasiva que nos visitas por
el aire perso a nosotras que el mundo ensangrentamos; si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación, ya que te apiada nuestro mal perverso.
De lo que oír o lo que hablar os guste, nosotros oiremos y hablaremos mientras que el viento, como
ahora, calle.
La tierra en que nací está situada en la Marina donde el Po desciende y con sus afluentes se reúne.
Amor, que al noble corazón se agarra, a éste prendió de la bella persona que me quitaron; aún me
ofende el modo.
Amor, que a todo amado a amar le obliga, prendió por éste en mí pasión tan fuerte que, como ves,
aún no me abandona.
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El Amor nos condujo a morir juntos, y a aquel que nos mató Caína espera. » Estas palabras ellos
nos dijeron.
Cuando escuché a las almas doloridas bajé el rostro y tan bajo lo tenía, que el poeta me dijo al fin:
«tQué piensas?» Al responderle comencé: «Qué pena, cuánto dulce pensar, cuánto deseo, a éstos
condujo a paso tan dañoso. » Después me volví a ellos y les dije, y comencé: «Francesca, tus
pesares llorar me hacen triste y compasivo; dime, en la edad de los dulces suspiros ¿cómo o por qué
el Amor os concedió.
que conocieses tan turbios deseos?» Y repuso: «Ningún dolor más grande que el de acordarse del
tiempo dichoso en la desgracia; y tu guía lo sabe.
Mas si saber la primera raíz de nuestro amor deseas de tal modo, hablaré como aquel que llora y
habla: Leíamos un día por deleite, cómo hería el amor a Lanzarote; solos los dos y sin recelo
alguno.
Muchas veces los ojos suspendieron la lectura, y el rostro emblanquecía, pero tan sólo nos venció
un pasaje.
Al leer que la risa deseada era besada por tan gran amante, éste, que de mí nunca ha de apartarse,
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo; no seguimos leyendo ya ese día. » Y mientras un espiritu así
hablaba, lloraba el otro, tal que de piedad desfallecí como si me muriese; y caí como un cuerpo
muerto cae.
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CANTO VI
Cuando cobré el sentido que perdí antes por la piedad de los cuñados, que todo en la tristeza me
sumieron, nuevas condenas, nuevos condenados veía en cualquier sitio en que anduviera y me
volviese y a donde mirase.
Era el tercer recinto, el de la lluvia eterna, maldecida, fría y densa: de regla y calidad no cambia
nunca.
Grueso granizo, y agua sucia y nieve descienden por el a ire tenebroso; hiede la tierra cuando esto
recibe.
Cerbero, fiera monstruosa y cruel, caninamente ladra con tres fauces sobre la gente que aquí es
sumergida.
Rojos los ojos, la barba unta y negra, y ancho su vientre, y uñosas sus manos: clava a las almas,
desgarra y desuella.
Los hace aullar la lluvia como a perros, de un lado hacen al otro su refugio, los míseros profanos se
revuelven.
Al advertirnos Cerbero, el gusano, la boca abrió y nos mostró los colmillos, no había un miembro
que tuviese quieto.
Extendiendo las palmas de las manos, cogió tierra mi guía y a puñadas la tiró dentro del bramante
tubo.
Cual hace el perro que ladrando rabia, y mordiendo comida se apacigua, que ya sólo se afana en
devorarla, de igual manera las bocas impuras del demonio Cerbero, que así atruena las almas, que
quisieran verse sordas.
Íbamos sobre sombras que atería la densa lluvia, poniendo las plantas en sus fantasmas que
parecen cuerpos.
En el suelo yacían todas ellas, salvo una que se alzó a sentarse al punto que pudo vernos pasar por
delante.
«Oh tú que a estos infiernos te han traído -me dijo- reconóceme si puedes: tú fuiste, antes que yo
deshecho, hecho. » «La angustia que tú sientes - yo le dije - tal vez te haya sacado de mi mente, y
así creo que no te he visto nunca.
Dime quién eres pues que en tan penoso lugar te han puesto, y a tan grandes males, que si hay
más grandes no serán tan tristes. » Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta.
de envidia está que ya rebosa el saco, en sí me tuvo en la vida serena.
Los ciudadanos Ciacco me llamasteis; por la dañosa culpa de la gula, como estás viendo, en la
lluvia me arrastro.
Mas yo, alma triste, no me encuentro sola, que éstas se hallan en pena semejante por semejante
culpa», y más no dijo.
Yo le repuse: «Ciacco, tu tormento tanto me pesa que a llorar me invita, pero dime, si sabes, qué
han de hacerse de la ciudad partida los vecinos, si alguno es justo; y dime la razón por la que tanta
guerra la ha asolado. » Y él a mí: «Tras de largas disensiones ha de haber sangre, y el bando
salvaje echará al otro con grandes ofensas; después será preciso que éste caiga y el otro ascienda,
luego de tres soles, con la fuerza de Aquel que tanto alaban.
Alta tendrá largo tiempo la frente, teniendo al otro bajo grandes pesos, por más que de esto se
avergüence y llore.
Hay dos justos, mas nadie les escucha; son avaricia, soberbia y envidia las tres antorchas que
arden en los pechos. » Puso aquí fin al lagrimoso dicho.
Y yo le dije: «Aún quiero que me informes, y que me hagas merced de más palabras; Farinatta y
Tegghiaio, tan honrados, Jacobo Rusticucci, Arrigo y Mosca, y los otros que en bien obrar pensaron,
dime en qué sitio están y hazme saber, pues me aprieta el deseo, si el infierno los amarga, o el cielo
los endulza. » Y aquél: « Están entre las negras almas; culpas varias al fondo los arrojan;.
los podrás ver si sigues más abajo.
Pero cuando hayas vuelto al dulce mundo, te pido que a otras mentes me recuerdes; más no te digo
y más no te respondo. » Entonces desvió los ojos fijos, me miró un poco, y agachó la cara; y a la par
que los otros cayó ciego.
Y el guía dijo: «Ya no se levanta hasta que suene la angélica trompa, y venga la enemiga autoridad.
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Cada cual volverá a su triste tumba, retomarán su carne y su apariencia, y oirán aquello que atruena
por siempre. » Así pasamos por la sucia mezcla de sombras y de lluvia a paso lento, tratando sobre
la vida futura.
Y yo dije: «Maestro, estos tormentos crecerán luego de la gran sentencia, serán menores o tan
dolorosos?» Y él contestó: «Recurre a lo que sabes: pues cuanto más perfecta es una cosa más
siente el bien, y el dolor de igual modo, Y por más que esta gente maldecida la verdadera perfección
no encuentre, entonces, más que ahora, esperan serlo. » En redondo seguimos nuestra ruta,
hablando de otras cosas que no cuento; y al llegar a aquel sitio en que se baja encontramos a Pluto:
el enemigo.
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CANTO VII
«¡Papé Satán, Papé Satán aleppe!» dijo Pluto con voz enronquecida; y aquel sabio gentil que todo
sabe, me quiso confortar: «No te detenga el miedo, que por mucho que pudiese no impedirá que
bajes esta roca. » Luego volvióse a aquel hocico hinchado, y dijo: «Cállate maldito lobo, consúmete tú
mismo con tu rabia.
No sin razón por el infierno vamos: se quiso en lo alto allá donde Miguel tomó venganza del soberbio
estupro. » Cual las velas hinchadas por el viento revueltas caen cuando se rompe el mástil, tal cayó
a tierra la fiera cruel.
Así bajamos por la cuarta fosa, entrando más en el doliente valle que traga todo el mal del universo.
¡Ah justicia de Dios!, ¿quién amontona nuevas penas y males cuales vi, y por qué nuestra culpa así
nos triza? Como la ola que sobre Caribdis, se destroza con la otra que se encuentra, así viene a
chocarse aquí la gente.
Vi aquí más gente que en las otras partes, y desde un lado al otro, con chillidos, haciendo rodar
pesos con el pecho.
Entre ellos se golpean; y después cada uno volvíase hacia atrás, gritando «¿Por qué agarras?, ¿por
qué tiras?» Así giraban por el foso tétrico de cada lado a la parte contraria, siempre gritando el verso
vergonzoso.
Al llegar luego todos se volvían para otra justa, a la mitad del círculo, y yo, que estaba casi
conmovido, dije: «Maestro, quiero que me expliques quienes son éstos, y si fueron clérigos todos los
tonsurados de la izquierda. » Y él a mí.
«Fueron todos tan escasos de la razón en la vida primera, que ningún gasto hicieron con mesura.
Bastante claro ládranlo sus voces, al llegar a los dos puntos del círculo donde culpa contraria los
separa.
Clérigos fueron los que en la cabeza no tienen pelo, papas, cardenales, que están bajo el poder de
la avaricia. » Y yo: «Maestro, entre tales sujetos debiera yo conocer bien a algunos, que inmundos
fueron de tan grandes males. » Y él repuso: «Es en vano lo que piensas: la vida torpe que los ha
ensuciado, a cualquier conocer los hace oscuros.
Se han de chocar los dos eternamente; éstos han de surgir de sus sepulcros con el puño cerrado, y
éstos, mondos; mal dar y mal tener, el bello mundo les ha quitado y puesto en esta lucha: no empleo
mas palabras en contarlo.
Hijo, ya puedes ver el corto aliento, de los bienes fiados a Fortuna, por los que así se enzarzan los
humanos; que todo el oro que hay bajo la luna, y existió ya, a ninguna de estas almas fatigadas
podría dar reposo. » «Maestro --dije yo-, dime ¿quién es esta Fortuna a la que te refieres que el bien
del mundo tiene entre sus garras?» Y él me repuso: «Oh locas criaturas, qué grande es la ignorancia
que os ofende; quiero que tú mis palabras incorpores.
Aquel cuyo saber trasciendo todo, los cielos hizo y les dio quien los mueve tal que unas partes a
otras se ilulninan, distribuyendo igualmente la luz; de igual modo en las glorias mundanales dispuso
una ministra que cambiase los bienes vanos cada cierto tiempo de gente en gente y de una a la otra
sangre, aunque el seso del hombre no Lo entienda; por Lo que imperan unos y otros caen, siguiendo
los dictámenes de aquella que está oculta en la yerba tal serpiente.
Vuestro saber no puede conocerla; y en su reino provee, juzga y dispone cual las otras deidades en
el suyo.
No tienen tregua nunca sus mudanzas, necesidad la obliga a ser ligera; y aún hay algunos que el
triunfo consiguen.
Esta es aquella a la que ultrajan tanto, aquellos que debieran alabarla, y sin razón la vejan y
maldicen.
Mas ella en su alegría nada escucha; feliz con las primeras criaturas mueve su esfera y alegre se
goza.
Ahora bajemos a mayor castigo; caen las estrellas que salían cuando eché a andar, y han prohibido
entretenerse. » Del círculo pasamos a otra orilla sobre una fuente que hierve y rebosa por un canal
que en ella da comienzo.
Aquel agua era negra más que persa; y, siguiendo sus ondas tan oscuras, por extraño camino
descendimos.
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Hasta un pantano va, llamado Estigia, este arroyuelo triste, cuando baja al pie de la maligna cuesta
gris.
Y yo, que por mirar estaba atento, gente enfangada vi en aquel pantano toda desnuda, con airado
rostro.
No sólo con las manos se pegaban, mas con los pies, el pecho y la cabeza, trozo a trozo arrancando
con los dientes.
Y el buen maestro: «Hijo, mira ahora las almas de esos que venció la cólera, y también quiero que
por cierto te ngas que bajo el agua hay gente que suspira, y al agua hacen hervir la superficie, como
dice tu vista a donde mire.
Desde el limo exclamaban: «Triste hicimos el aire dulce que del sol se alegra, llevando dentro
acidïoso humo: tristes estamos en el negro cieno. » Se atraviesa este himno en su gaznate, y
enteras no les salen las palabras.
Así dimos la vuelta al sucio pozo, entre la escarpa seca y lo de enmedio; mirando a quien del fango
se atraganta: y al fin llegamos al pie de una torre.
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CANTO VIII
Digo, para seguir, que mucho antes de llegar hasta el pie de la alta torre, se encaminó a su cima
nuestra vista, porque vimos allí dos lucecitas, y otra que tan de lejos daba señas, que apenas
nuestros ojos la veían.
Y yo le dije al mar de todo seso: «Esto ¿qué significa? y ¿qué responde el otro foco, y quién es
quien lo hace?» Y él respondió: «Por estas ondas sucias ya podrás divisar lo que se espera, si no lo
oculta el humo del pantano. » Cuerda no lanzó nunca una saeta que tan ligera fuese por el aire,
como yo vi una nave pequeñita por el agua venir hacia nosotros, al gobierno de un solo galeote,
gritando: «Al fin llegaste, alma alevosa. » «Flegias, Flegias, en vano estás gritando díjole mi señor
en este punto-; tan sólo nos tendrás cruzando el lodo. » Cual es aquel que gran engaño escucha que
le hayan hecho, y luego se contiene, así hizo Flegias consumido en ira.
Subió mi guía entonces a la barca, y luego me hizo entrar detrás de él; y sólo entonces pareció
cargada.
Cuando estuvimos ambos en el leño, hendiendo se marchó la antigua proa el agua más que suele
con los otros.
Mientras que el muerto cauce recorríamos uno, lleno de fango vino y dijo: «¿Quién eres tú que
vienes a destiempo?» Y le dije: « Si vengo, no me quedo; pero ¿quién eres tú que estás tan sucio?»
Dijo: «Ya ves que soy uno que llora. » Yo le dije: «Con lutos y con llanto, puedes quedarte, espíritu
maldito, pues aunque estés tan sucio te conozco. » Entonces tendió al leño las dos manos; mas el
maestro lo evitó prudente, diciendo: «Vete con los otros perros. » Al cuello luego los brazos me echó,
besóme el rostro y dijo: «!Oh desdeñoso, bendita la que estuvo de ti encinta! Aquel fue un orgulloso
para el mundo; y no hay bondad que su memoria honre: por ello está su sombra aquí furiosa.
Cuantos por reyes tiénense allá arriba, aquí estarán cual puercos en el cieno, dejando de ellos un
desprecio horrible. »` Y yo: «Maestro, mucho desearía el verle zambullirse en este caldo, antes que
de este lago nos marchemos. » Y él me repuso: «Aún antes que la orilla de ti se deje ver, serás
saciado: de tal deseo conviene que goces. » Al poco vi la gran carnicería que de él hacían las
fangosas gentes;.
a Dios por ello alabo y doy las gracias.
«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban, y el florentino espiritu altanero contra sí mismo volvía los
dientes.
Lo dejamos allí, y de él más no cuento.
Mas el oído golpeóme un llanto, y miré atentamente hacia adelante.
Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo, se acerca la ciudad llamada Dite, de graves habitantes y
mesnadas. » Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas en el valle distingo claramente, rojas cual si salido
de una fragua hubieran. » Y él me dijo: «El fuego eterno que dentro arde, rojas nos las muestra,
como estás viendo en este bajo infierno. » Así llegamos a los hondos fosos que ciñen esa tierra sin
consuelo; de hierro aquellos muros parecían.
No sin dar antes un rodeo grande, llegamos a una parte en que el barquero «Salid -gritó con fuerzaaquí
es la entrada. » Yo vi a más de un millar sobre la puerta de llovidos del cielo, que con rabia
decían: «¿Quién es este que sin muerte va por el reino de la gente muerta?» Y mi sabio maestro
hizo una seña de quererles hablar secretamente.
Contuvieron un poco el gran desprecio y dijeron: « Ve n solo y que se marche quien tan osado entró
por este reino; que vuelva solo por la loca senda; pruebe, si sabe, pues que tú te quedas, que le
enseñaste tan oscura zona. » Piensa, lector, el miedo que me entró al escuchar palabras tan mald
itas, que pensé que ya nunca volvería.
«Guía querido, tú que más de siete veces me has confortado y hecho libre de los grandes peligros
que he encontrado, no me dejies - le dije- así perdido; y si seguir mas lejos nos impiden, juntos
volvamos hacia atrás los pasos. » Y aquel señor que allí me condujera «No temas -dijo- porque
nuestro paso nadie puede parar: tal nos lo otorga.
Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco conforta y alimenta de esperanza, que no te dejaré en el bajo
mundo. » Así se fue, y allí me abandonó el dulce padre, y yo me quedé en duda pues en mi mente el
no y el sí luchaban.
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No pude oír qué fue lo que les dijo: mas no habló mucho tiempo con aquéllos, pues hacia adentro
todos se marcharon.
Cerráronle las puertas los demonios en la cara a mi guía, y quedó afuera, y se vino hacia mí con
pasos lentos.
Gacha la vista y privado su rostro de osadía ninguna, y suspiraba: « ¡Quién las dolientes casa me ha
cerrado!» Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite, no te asustes, pues venceré la prueba, por mucho
que se empeñen en prohibirlo.
No es nada nueva esta insolencia suya, que ante menos secreta puerta usaron, que hasta el
momento se halla sin cerrojos.
Sobre ella contemplaste el triste escrito: y ya baja el camino desde aquélla, pasando por los cercos
sin escolta, quien la ciudad al fin nos hará franca.
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CANTO IX
El color que sacó a mi cara el miedo cuando vi que mi guía se tornaba, lo quitó de la suya con
presteza.
Atento se paró como escuchando, pues no podía atravesar la vista el aire negro y la neblina densa.
«Deberemos vencer en esta lucha -comenzó él- si no.
Es la promesa.
¡Cuánto tarda en llegar quien esperamos. » Y me di cuenta de que me ocultaba lo del principio con
lo que siguió, pues palabras distintas fueron éstas; pero no menos miedo me causaron, porque
pensaba que su frase trunca tal vez peor sentido contuviese.
« ¿En este fondo de la triste hoya bajó algún otro, desde el purgatorio donde es pena la falta de
esperanza?» Esta pregunta le hice y: «Raramente -él respondió- sucede que otro alguno haga el
camino por el que yo ando.
Verdad es que otra vez estuve aquí, por la cruel Eritone conjurado, que a sus cuerpos las almas
reclamaba.
De mí recién desnuda era mi sombrío, cuando ella me hizo entrar tras de aquel muro, a traer un
alma del pozo de Judas.
Aquel es el más bajo, el más sombrío, y el lugar de los cielos más lejano; bien sé el camino, puedes
ir sin miedo.
Este pantano que gran peste exhala en torno ciñe la ciudad doliente, donde entrar no podemos ya
sin ira. » Dijo algo más, pero no lo recuerdo, porque mi vista se había fijado en la alta torre de cima
ardorosa, donde al punto de pronto aparecieron tres sanguinosas furias infernales.
que cuerpo y porte de mujer tenían, se ceñían con serpientes verdes; su pelo eran culebras y
cerastas con que peinaban sus horribles sienes: Y él que bien conocía a las esclavas de la reina del
llanto sempiterno Las Feroces Erinias -dijo- mira: Meguera es esa del izquierdo lado, esa que llora al
derecho es Aleto; Tesfone está en medio. » Y más no dijo.
Con las uñas el pecho se rasgaban, y se azotaban, gritando tan alto, que me estreché al poeta,
temeroso.
«Ah, que venga Medusa a hacerle piedra -las tres decían mientras me miraban- malo fue el no
vengarnos de Teseo. » «Date la vuelta y cierra bien los ojos; si viniera Gorgona y la mirases nunca
podrías regresar arriba. » Asf dijo el Maestro, y en persona me volvió, sin fiarse de mis manos, que
con las suyas aún no me tapase.
Vosotros que tenéis la mente sana, observad la doctrina que se esconde bajo el velo de versos
enigmáticos.
Mas ya venía por las turbias olas el estruendo de un son de espanto lleno, por lo que retemblaron
ambas márgenes; hecho de forma semejante a un viento que, impetuoso a causa de contrar ios
ardores, hiere el bosque y, sin descanso, las ramas troncha, abate y lejos lleva; delante polvoroso va
soberbio, y hace escapar a fieras y a pastores.
Me destapó los ojos: «Lleva el nervio de la vista por esa espuma antigua, hacia allí donde el humo
es más acerbo. » Como las ranas ante la enemiga bicha, en el agua se sumergen todas, hasta que
todas se juntan en tierra, más de un millar de almas destruidas vi que huían ante uno, que a su paso
cruzaba Estigia con los pies enjutos.
Del rostro se apartaba el aire espeso de vez en cuando con la mano izquierda; y sólo esa molestia le
cansaba.
Bien noté que del cielo era enviado, y me volví al maestro que hizo un signo de que estuviera quieto
y me inclinase.
¡Cuán lleno de desdén me parecía! Llegó a la puerta, y con una varita la abrió sin encontrar
impedimento.
«¡Oh, arrojados del cielo, despreciados! -gritóles él desde el umbral horrible-.
¿Cómo es que aún conserváis esta arrogancia? ¿Y por que os resistis a aquel deseo cuyo fin nunca
pueda detenerse, y que más veces acreció el castigo? ¿De qué sirve al destino dar de coces?
Vuestro Cerbero, si bien recordáis, aún hocico y mentón lleva pelados. » Luego tomó el camino
cenagoso, sin decirnos palabra, mas con cara de a quien otro cuidado apremia y muerde, y no el de
aquellos que tiene delante.
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A la ciudad los pasos dirigimos, seguros ya tras sus palabras santas.
Dentro, sin guerra alguna, penetramos; y yo, que de mirar estaba ansioso todas las cosas que el
castillo encierra, al estar dentro miro en torno mío; y veo en todas partes un gran campo, lleno de
pena y reo de tormentos.
Como en Arlés donde se estanca el Ródano, o como el Pola cerca del Carnaro, que Italia cierra y
sus límites baña, todo el sitio ondulado hacen las tumbas, de igual manera allí por todas partes, salvo
que de manera aún más amarga, pues llamaradas hay entre las fosas; y tanto ardían que en ninguna
fragua, el hierro necesita tanto fuego.
Sus lápidas estaban removidas, y salían de allí tales lamentos, que parecían de almas condenadas.
Y yo: « Maestro, qué gentes son esas que, sepultadas dentro de esas tumbas, se hacen oír con
dolientes suspiros?» Y dijo: «Están aquí los heresiarcas, sus secuaces, de toda secta, y llenas están
las tumbas más de lo que piensas.
El igual con su igual está enterrado, y los túmulos arden más o menos. » Y luego de volverse a la
derecha, cruzamos entre fosas y altos muros.
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CANTO X
Siguió entonces por una oculta senda entre aquella muralla y los martirios mi Maestro, y yo fui tras de
sus pasos.
«Oh virtud suma, que en los infernales circulos me conduces a tu gusto, háblame y satisface mis
deseos: a la gente que yace en los supulcros ¿la podré ver?, pues ya están levantadas todas las
losas, y nadie vigila. » Y él repuso: «Cerrados serán todos cuando aquí vuelvan desde Josafat con
los cuerpos que allá arriba dejaron.
Su cementerio en esta parte tienen.
con Epicuro todos sus secuaces que el alma, dicen, con el cuerpo muere.
Pero aquella pregunta que me hiciste pronto será aquí mismo satisfecha, y también el deseo que me
callas. » Y yo: «Buen guía, no te oculta nada mi corazón, si no es por hablar poco; y tú me tienes a
ello predispuesto. » «Oh toscano que en la ciudad del fuego caminas vivo, hablando tan humilde, te
plazca detenerte en este sitio, porque tu acento demuestra que eres natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto dañoso. » Este son escapó súbitamente desde una de las arcas; y
temiendo, me arrimé un poco más a mi maestro.
Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué haces? mira allí a Farinatta que se ha alzado; le verás de cintura
para arriba. » Fijado en él había ya mi vista; y aquél se erguía con el pecho y frente cual si al infierno
mismo despreciase.
Y las valientes manos de mi guía me empujaron a él entre las tumbas, diciendo: «Sé medido en tus
palabras. » Como al pie de su tumba yo estuviese, me miró un poco, y como con desdén, me
preguntó: «¿Quién fueron tus mayores?» Yo, que de obedecer estaba ansioso, no lo oculté, sino que
se lo dije, y él levantó las cejas levemente.
«Con fiereza me fueron adversarios a mí y a mi partido y mis mayores, y así dos veces tuve que
expulsarles. » « Si les echaste -dije- regresaron de todas partes, una y otra vez;.
mas los vuestros tal arte no aprendieron. » Surgió entonces al borde de su foso otra sombra, a su
lado, hasta la barba: creo que estaba puesta de rodillas.
Miró a mi alrededor, cual si propósito tuviese de encontrar conmigo a otro, y cuando fue apagada su
sospecha, llorando dijo: «Si por esta ciega cárcel vas tú por nobleza de ingenio, ¿y mi hijo?, ¿por qué
no está contigo?» Y yo dije: «No vengo por mí mismo, el que allá aguarda por aquí me lleva a quien
Guido, tal vez, fue indiferente. » Sus palabras y el modo de su pena su nombre ya me habian
revelado; por eso fue tan clara mi respuesta.
Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya no vive? ¿La dulce luz
no hiere ya sus ojos?» Y al advertir que una cierta demora antes de responderle yo mostraba, cayó
de espaldas sin volver a alzarse.
Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego yo me detuve, no alteró su rostro, ni movió el cuello, ni
inclinó su cuerpo.
Y así, continuando lo de antes, «Que aquel arte -me dijo- mal supieran, eso, más que este lecho, me
tortura.
Pero antes que cincuenta veces arda la faz de la señora que aquí reina, tú has de saber lo que tal
arte pesa.
Y así regreses a ese dulce mundo, dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío contra los míos en todas
sus leyes?» Y yo dije: «El estrago y la matanza que teñirse de rojo al Arbia hizo, obliga a tal decreto
en nuestros templos. » Me respondió moviendo la cabeza: «No estuve solo álli, ni ciertamente sin
razón me movi con esos otros: mas estuve yo solo, cuando todos en destruir Florencia consentían,
defendiéndola a rostro descubierto. » «Ah, que repose vuestra descendencia -yo le rogué-, este nudo
desatadme que ha enmarañado aquí mi pensamiento.
Parece que sabéis, por lo que escucho, lo que nos trae el tiempo de antemano, mas usáis de otro
modo en lo de ahora. » «Vemos, como quien tiene mala luz, las cosas -dijo- que se encuentran lejos,
gracias a lo que esplende el Sumo Guía.
Cuando están cerca, o son, vano es del todo nuestro intelecto; y si otros no nos cuentan, nada
sabemos del estado humano.
Y comprender podrás que muerto quede nuestro conocimiento en aquel punto que se cierre la
puerta del futuro. » Arrepentido entonces de mi falta, dije: «Diréis ahora a aquel yacente que su hijo
La Divina Comedia Dante Alighieri
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aún se encuentra con los vivos; y si antes mudo estuve en la respuesta, hazle saber que fue porque
pensaba ya en esa duda que me habéis resuelto. » Y ya me reclamaba mi maestro; y yo rogué al
espíritu que rápido me refiriese quién con él estaba.
Díjome: «Aquí con más de mil me encuentro; dentro se halla el segundo Federico, y el Cardenal, y
de los otros callo. » Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo poeta volví el paso, repensando esas
palabras que creí enemigas.
Él echó a andar y luego, caminando, me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?» Y yo le satisfice la
pregunta.
« Conserva en la memoria lo que oíste contrario a ti - me aconsejó aquel sabio- y atiende ahora -y
levantó su dedo-: cuando delante estés del dulce rayo de aquella cuyos ojos lo ven todo de ella
sabrás de tu vida el viaje.
Luego volvió los pies a mano izquierda: dejando el muro, fuimos hacia el centro por un sendero que
conduce a un valle, cuyo hedor hasta allí desagradaba.

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