miércoles, 20 de marzo de 2013
151-170
CANTO X
Con el Amor que eternamente mana del uno al otro, contemplando al Hijo la Potencia primera e
inefable cuanto en espacio o mente se concibe con tanto orden creó, que estar no puede sin gustar
de ello aquel que vuelve a verlo.
Alza, lector, hacia las altas ruedas con la mía tu vista, hacia aquel sitio.
donde dos movimientos se entrecruzan; y allí comienza a disfrutar del Arte de aquel maestro que
tanto lo ama en sí, que nunca de él quita la vista.
Mira cómo de allí se aparta el círculo oblicuo que conduce los planetas, satisfaciendo al mundo que
los llama.
Pues no siendo inclinado su camino, vano sería el influir del cielo y casi muerta aquí cualquier
potencia; y si más o si menos se alejara girando, de la perpendicular, se rompería el orden de los
mundos.
Quédate ahora, lector, sobre tu banco, meditando en aquello que sugiero, si quieres disfrutar y no
cansarte.
Te lo he mostrado: come tú ahora de ello; que a ella reclama todos mis cuidados esa materia de
que soy escriba.
De la naturaleza el gran ministro, que la virtud del cielo imp rime al mundo y es la medida, con su
luz, del tiempo, a aquella parte arriba mencionada junto, giraba por las espirales que le traen cada
día más temprano; y yo estaba con él; mas del subir no me di cuenta, como aquel que nota, tras la
idea, de dónde le ha venido.
Era Beatriz aquella que guiaba de un bien a otro mejor, tan raudamente que el tiempo no medía sus
acciones.
¡Cuán luminosa debería ser por sí, la que en el sol donde yo entraba no por color, por luz era visible!
Aunque costumbre, ingenio y arte invoque no diría lo nunca imaginado; mas puede ser creído y
desear verlo.
Y si son bajas nuestras fantasías a tanta altura, no hay por qué extrañarse; que más que el Sol no
hay ojos que haya n visto.
Tal se mostraba la cuarta familia del Alto Padre, que siempre la sacia, mostrando cómo espira y
cómo engendra.
Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias al angélico sol, puesto que a éste sensible te ha traído a
gusto suyo. » Nunca hubo un corazón tan entregado a devoción y a someterse a Dios prestamente
con toda gratitud, como yo al escuchar esas palabras; y tanto todo en él mi amor se puso, que a
Beatriz, eclipsó en el olvido.
No se enfadó; mas se rió en tal forma, que el esplendor de sus risueños ojos mi mente unida dividió
en más cosas.
Muchos fulgores vivos y triunfantes vi en torno nuestro como una corona, en voz más dulce que en
rostro lucientes: ceñida así la hija de Latona vemos a veces, cuando el aire es denso, y retiene los
restos de su halo.
En la corte celeste que he dejado, bellas y ricas se hallan muchas joyas que no pueden sacarse de
aquel reino; y de éstas era el canto de las luces; quien no tiende sus plumas a lo alto, como de un
mudo espera las noticias.
Luego, cantando así, los rojos soles a nuestro alrededor tres vueltas dieron, cual astros cerca de los
polos fijos, pareciendo mujeres que no rompen su danza, más calladas se detienen para escuchar la
nueva melodía; y escuché dentro de una de ellas: «Cuando el rayo de la gracia, en que se enciende
un verdadero amor que amando aumenta, tanto ilumina en ti multiplicado, que por esa escalera te
conduce que nadie baja sin subir de nuevo; quien te negase el vino de su bota para tu sed, más libre
no sería que el agua de correr hacia los mares.
Quieres saber qué flores engalanan esta guirnalda con que se embellece la hermosa dama que al
cielo te empuja.
Yo fui cordero del rebaño santo que conduce Domingo por la senda que hace avanzar a quien no
se extravía.
Este que a mi derecha está más cerca fue mi hermano y maestro, él es Alberto de Colonia, y yo soy
Tomás de Aquino.
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Y si quieres saber de los demás sigue con tu mirada mis palabras dando la vuelta en este santo
círculo.
Sale aquel resplandor de la sonrisa de Graziano, que al uno y otro fuero dio su ayuda, ganando el
paraíso.
Quien cerca de él adorna nuestro coro fue el Pedro que al igual que aquella viuda, su tesoro ofreció
a la Santa Iglesia.
La quinta luz, de todas la más bella, respira tanto amor, que todo el mundo saber aquí desea sus
noticias; dentro está la alta mente, en la que tanto saber latió, que si lo cierto es cierto, a tanto ver no
surgió aún un segundo.
Ve la luz de aquel cirio, junto a ella que aun en carne mortal por dentro supo la angélica natura y
sus oficios.
En la luz pequeñita está riendo.
el abogado de tiempos cristianos cuyos latines a Agustín sirvieron.
Ahora si el ojo de la mente llevas de luz en luz tras de mis alabanzas, ya de la octava te encuentras
sediento.
Viendo todos los bienes dentro goza el alma santa que el mundo falaz de manifiesto pone a quien le
escucha: el cuerpo del que fue arrojada yace allá abajo en Cieldauro; y a esta calma vino desde el
martirio y el destierro ve más allá las llamas del espíritu de Isidoro, de Beda y de Ricardo, que en su
contemplación fue más que un hombre.
Esa de la cual pasa a mí tu vista, es la luz de un espíritu que tarde meditando, pensaba que moría:
esa es la luz eterna de Sigiero que, enseñando en el barrio de la Paja, silogismo verdades
envidiadas. » En fin, lo mismo que un reloj que llama cuando la esposa del Señor despierta a que
cante maitines a su amado, que una pieza a la otra empuja y urge, tintineando con tan dulces notas,
que el alma bien dispuesta de amor llenan; así vi yo la rueda gloriosa moverse, voz a voz dando
respuesta tan suave y templada, que tan sólo se escucha donde el gozo se eterniza.
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CANTO XI
¡Oh cuán vano el afán de los mortales, qué mezquinos son esos silogismos que las alas te arrastran
por el suelo! Tras de los aforismos o los Iura iban unos, o tras del sacerdocio o del mandar por
fuerza o por sofismas.
tras negocios civiles o robando, o envueltos en el gozo de la carne se fatigaban, o en la vida ociosa,
cuando, de todas estas cosas libre, con Beatriz por el cielo caminaba de forma tan gloriosa recibido.
Después que cada uno volvió al punto del círculo en el que antes se encontraba, se detuvo, cual
vela en candelero.
Y yo escuché dentro de esa lumbrera que antes me había hablado, sonriendo, palabras que le
daban aún más lustre: «Igual que yo con sus rayos me enciendo, así, mirando en esa luz eterna,
adivino el porqué de lo que piensas.
Tú dudas y deseas que te aclare con un lenguaje claro y manifiesto, para entender aquello que te
digo, donde antes dije: «Por donde se avanza», o donde dije: «No nació un segundo»; y es
necesario distinguir en esto.
La Providencia que gobierna el mundo de modo que derrota a cualquier mente creada, antes que
llegue a ver el fondo, para que caminase a su deleite la esposa de quien quiso desposarla con su
bendita sangre a grandes voces, sintiéndose más fiel y más segura, dos príncipes mandó para
ayudarla, y en una cosa y otra la guiasen.
Todo en fuego seráfico uno ardía; por su saber el otro fue en la tierra de querúbica luz un
resplandor.
De uno hablaré, si bien de ambos se habla alabando a cualquiera de los dos, puesto que a un
mismo fin se encaminaron.
Entre Tupino y el agua que baja de la cima escogida por Ubaldo, fértil ladera pende de alto monte,
que el frío y el calor manda a Perugia por la Puerta del Sol; y detrás lloran Nocera y Gualdo su
pesado yugo.
Por donde esta ladera disminuye su pendiente, nacióle un sol al mundo, como hace a veces éste
sobre el Ganges.
Y así pues quien a aquel lugar nombrara que no le llama Asís, pues esto es poco, sino Oriente, si
quiere ser exacto.
No se hallaba del orto muy distante, cuando a la tierra por su gran virtud logró hacer que sintiese
algún consuelo; que por tal dama, aún jovencito, en guerra con su padre incurrió, a la cual las
puertas del gozo, cual a muerte, no abre nadie; y ante toda su corte espiritual et coram patrem a ella
quiso unirse; luego la amó más fuerte cada día.
Ésta, privada del primer marido, mil cien años y más vivió olvidada sin que nadie, hasta aquél, la
convidase; no valió oír que al lado de Amiclates segura la encontró, al oír sus voces, aquel que fue el
terror del mundo entero; ni le valió haber sido tan constante y firme, que al quedar María abajo, ella
sobre la cruz lloró con Cristo.
Pero para no hablarte tan oscuro, Francisco y la Pobreza estos amantes has de saber que son de
los que te hablo.
Su concordia y sus rostros tan felices, amor y maravilla y gestos dulces, inspiraban muy santos
pensamientos; tanto que aquel Bernardo venerable se descalzó, y detrás de tanta paz corrió, y
corriendo tardo se creía.
¡Oh secreta riqueza! ¡Oh bien fecundo! Egidio se descalza, el buen Silvestre, tras del esposo, así a
la esposa place De allí se fue aquel padre, aquel maestro con su mujer y su demás familia que el
humilde cordón ya se ceñía.
No le inclinó la frente la vergüenza de ser hijo de Pietro Bernardo ne, ni porque pareciera
despreciable; mas dignamente su dura intención a Inocencio le abrió, y de aquél obtuvo el permiso
primero de su orden.
Después creciendo ya los pobrecillos detrás de aquél, cuya admirable vida mejor gloriando al cielo
se cantara, de segunda corona el Santo Espíritu ciñó, por mediación de Honorio, aquel Honorio II
aprobó definitivamente la Orden en santo deseo de este archimandrita.
Y después que, sediento de martirio, en la presencia del Sultán soberbia predicó a Cristo y quienes
le siguieron, y encontrando a esas gentes demasiado reacias, para no estar inactivo, volvióse al fruto
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del huerto de Italia, en el áspero monte entre Arno y Tiber de Cristo recibió el último sello, que sus
miembros llevaron por dos años.
Cuando el que a tanto bien le destinara quiso hacerle subir al galardón que él mereció por hacerse
pequeño, a sus hermanos, como justa herencia, recomendó su dama más querida, y les mandó que
fielmente la amasen; y de su seno el ánima preclara.
quiso salir y volver a su reino, y para el cuerpo otra caja no quiso.
Ahora piensa en quien fuese aquel colega digno con él de mantener la barca de Pedro en alta mar
derechamente; y este segundo fue nuestro patriarca; por lo cual, quien le sigue, como él manda,
sabe que carga buenas mercancías.
Mas su rebaño, de nuevas viandas se encuentra tan ansioso, que es difícil que por pastos errados
no se pierda; y cuanto sus ovejas más se apartan y más lejos de aquél vagabundean, más tornan al
redil faltas de leche.
Aún hay algunos que temen el daño y a su pastor se estrechan; mas tan pocas que a sus capas les
basta poca tela.
Ahora, si te han bastado mis palabras y si me has escuchado atentamente, si recuerdas aquello que
te he dicho, en parte habrás tus ganas satisfecho al ver por qué la planta se marchita, y verás por
qué causa yo te dije "Que hace avanzar a quien no se extravía".
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CANTO XII
Tan pronto como la última palabra la bienaventurada llama dijo, a girar comenzó la santa rueda; y
aún su vuelta no había completado, cuando otra rueda giró en su redor, uniendo canto a canto y giro
a giro; canto que tanto vence a nuestras musas y sirenas en esas dulces trompas, como la luz
primera a sus reflejos.
Como se ven tras la nube ligera dos arcos paralelos y de un mismo color, cuando a su sierva envía
Juno, que aquel de fuera nace del de dentro, al modo del hablar de aquella hermosa que agostó
Amor cual sol a los vapores, haciendo que la gente esté segura, por el pacto que Dios hizo a Noé,
que al mundo nunca más anegaría: así de aquellas rosas sempiternas las dos guirnaldas cerca de
nosotros giraba, respondiendo una a la otra.
Cuando la danza y otro gran festejo del cántico y del mutuo centelleo, luz con luz jubilosa y
reposada, a un mismo tiempo y voluntad cesaron, como los ojos se abren y se cierran juntamente al
placer que les conmueve; del corazón de una de aquellas luces se alzó una voz, que como aguja al
polo me hizo volverme al sitio en que se hallaba; y comenzó: «El amor que me hace bella me obliga
a que del otro jefe trate por quien del mío aquí tan bien se ha hablado.
Justo es que, donde esté el uno, esté el otro: y así pues como a una combatieron, así luzca su
gloria juntamente.
La milicia de Cristo, que tan caro costó rearmar, detrás de sus banderas marchaba escasa, lenta y
recelosa, cuando el Emperador que siempre reina ayudó a su legión en el peligro, por gracia sólo,
no por merecerlo.
Y, ya se ha dicho, socorrió a su esposa con dos caudillos, a cuyas palabras y obras reunióse el
pueblo descarriado.
Allí donde se alza y donde abre Céfiro dulce los follajes nuevos, de los que luego Europa se reviste,
no lejos del batir del oleaje tras el cual, por su larga caminata, el sol se oculta a todos ciertos días,
está la afortunada Caleruega bajo la protección del gran escudo del león subyugado que subyuga:
allí nació el amante infatigable de la cristiana fe, el atleta santo fiero al contrario y bueno con los
suyos; y en cuanto fue creada, fue repleta tanto su mente de activa virtud que, aún en la madre, la
hizo profetisa.
Al celebrarse ya en la santa fuente los esponsales entre él y la Fe, la mutua salvación dándose en
dote, la mujer que por él dio asentimiento, vio en un sueño ese fruto prodigioso que saldría de aquél
y su progenie; y porque fuese cual era, aun de nombre, un espíritu vino a señalarlo del posesivo de
quien era entero.
Fue llamado Domingo; y hablo de él como del labrador que eligió Cristo para que le ayudase con su
huerto.
Bien se mostró de Cristo mensajero; pues el primer amor del que dio prueba fue al consejo primero
que dio Cristo.
Muchas veces despierto y en silencio lo encontró su nodriza echado en tierra cual diciendo: «He
venido para esto. » ¡Oh en verdad padre suyo venturoso! ¡Oh madre suya Juana verdadera, si se
interpreta tal como se dice! No por el mundo, por el cual se afanan hoy detrás del Ostiense y de
Tadeo, mas por amor del maná sin mentira, en poco tiempo gran doctor se hizo;.
por vigilar la viña, que marchita pronto, si el viñador es perezoso.
Y a la sede que fue más bienhechora antes de los humildes, no por ella, por aquel que la ocupa y la
mancilla, no dispensas de dos o tres por seis, no el primer cargo que libre quedara, no decimas,
quae sunt pauperum Dei, sino pidió contra la gente errada licencia de luchar por la semilla donde
estas veinticuatro plantas brotan.
Después, con voluntad y con doctrina, emprendió su apostólica tarea cual torrente que baja de alta
cumbre; y en el retoño herético su fuerza golpeó, con más saña en aquel sitio donde la resistencia
era más dura.
De él se hicieron después diversos ríos donde el huerto católico se riega, y más vivos se
encuentran sus arbustos.
Si fue tal una rueda de la biga con que se defendió la Santa Iglesia y su guerra civil venció en el
campo.
bien debería serte manifiesta la excelencia de la otra, que Tomás antes de venir yo te alabó tanto.
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Mas la órbita trazada por la parte superior de su rueda, está olvidada; y ahora es vinagre lo que era
antes vino.
Su familia que recta caminaba tras de sus huellas, ha cambiado tanto, que el de delante al de detrás
empuja; y pronto podrá verse la cosecha de tan mal fruto, cuando la cizaña lamente que le cierren el
granero Bien sé que quien leyese hoja por hoja nuestro Ebro, un pasaje aún hallaría.
donde leyese: "Soy el que fui siempre.
" Pero no de Casal ni de Acquasparta, de donde tales vienen a la regla, que uno la huye y otro la
endurece.
Yo soy el alma de Buenaventura de Bagnoregio, que en los altos cargos los errados afanes puse
aparte.
Aquí están Agustín e Iluminado, los primeros descalzos pobrecillos con el cordón amigos del Señor.
Está con ellos Hugo de San Víctor, y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano, que con sus doce libros
resplandece; el profeta Natán, y el arzobispo Crisóstomo y Anselmo, y el Donato que puso mano en
el arte primera.
Está Rabano aquí, y luce a mi lado el abad de Calabria Joaq uín dotado del espíritu profético.
A celebrar a paladín tan grande me movió la inflamada cortesía de fray Tomás y su agudo discurso;
y conmigo movió a quien me acompaña. »
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CANTO XIII
Imagine quien quiera comprender lo que yo vi -y que la imagen retenga mientras lo digo, como firme
roca- quince estrellas que en zonas diferentes el cielo encienden con tanta viveza que cualquier
densidad del aire vencen; imagine aquel carro a quien el seno basta de nuestro cielo noche y día y al
dar vuelta el timón no se nos marcha; imagine la boca de aquel cuerno que al extremo del eje se
origina, al que da vueltas la primera esfera, haciéndose dos signos en el cielo, como hiciera la hija del
rey Minos sintiendo el frío hielo de la muerte; y uno poner sus rayos en el otro, y dar vueltas los dos
de tal manera que uno fuera detrás y otro delante; y tendrá casi sombra de la cierta constelación y de
la doble danza que giraba en el punto en que me hallaba: pues tan distante está de nuestros usos,
cuanto está del fluir del río Chiana del cielo más veloz el movimiento.
Allí cantaron no a Pean ni a Baco, a tres personas de naturaleza divina, y una de ellas con la
Humana.
Las vueltas y el cantar se terminaron; y atentas nos miraron esas luces, alegres de pasar a otro
cuidado.
Rompió el silencio de concordes númenes luego la luz que la admirable vida del pobrecillo del Señor
narrara, dijo: «Cuando trillada está una paja, cuando su grano ha sido ya guardado, a trillar otra un
dulce amor me invita.
Crees que en el pecho del que la costilla se sacó para hacer la hermosa boca y un paladar al
mundo tan costoso, y en aquel que, pasado por la lanza antes y luego tanto satisfizo, que venció la
balanza de la culpa, cuanto al género humano se permite tener de luz, del todo fue infundido por el
Poder que hiciera a uno y a otro; por eso miras a lo que antes dije, cuando conté que no tuvo
segundo quien en la quinta luz está escondido.
Abre los ojos a lo que respondo, y verás lo que crees y lo que digo como el centro y el círculo en lo
cierto.
Lo que no muere y lo que morirá no es más que un resplandor de aquella idea que hace nacer,
amando, nuestro Sir; que aquella viva luz que se desprende del astro del que no se desaúna, ni del
amor que tres hace con ellos, por su bondad su iluminar transmite, como un espejo, a nueve
subcriaturas, conservándose en uno eternamente.
De aquí desciende a la última potencia bajando de acto en acto, hasta tal punto, que no hace más
que contingencias breves; y entiendo que son estas contingencias las cosas engendradas, que
produce con simiente o sin ella el cielo móvil.
No es siempre igual la cera y quien la imprime; y por ello allá abajo más o menos se traslucen los
signos ideales.
Por lo que ocurre que de un mismo árbol, salgan frutos mejores o peores; y nacéis con distinta
inteligencia.
si perfecta la cera se encontrase, e igual el cielo en su virtud suprema, la luz del sello toda brillaría;
mas la natura siempre es imperfecta, obrando de igual modo que el artista que sabe el arte mas su
mano tiembla.
Y si el ardiente amor la clara vista del supremo poder dispone y sella, toda la perfección aquí se
adquiere.
Tal fue creada ya la tierra digna de toda perfección animalesca; y la Virgen preñada de este modo;
de tal forma yo apruebo lo que opinas, pues la humana natura nunca fue.
ni será como en esas dos personas.
Ahora si no siguiese mis razones, "¿pues cómo aquél no tuvo par alguno?" me dirían entonces tus
palabras.
Mas porque veas claro lo confuso, piensa quién era y la razón que tuvo, al pedir cuando "pide" le
dijeron.
No te he hablado de forma que aún ignores que rey fue, y que pidió sabiduría a fin de ser un rey
capacitado; no por saber el número en que fuesen arriba los motores, si necesse con contingentes
hacen un necesse; no si est dare primum motum esse, o si de un semicírculo se hacen triángulos
que un recto no tuviesen.
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Y así, si lo que dije y esto adviertes, es real prudencia aquel saber sin par donde la flecha de mi
hablar clavaba; y si al "surgió" la vista clara tiendes, la verás sólo a reyes referida, que muchos hay,
y pocos son los buenos.
Con esta distinción oye mis dichos; y así casan con eso que supones de nuestro Gozo y del padre
primero.
Plomo a tus pies te sea este consejo, para que andes despacio, como el hombre cansado, al sí y al
no de lo que ignoras: pues es de los idiotas el más torpe, el que sin distinguir niega o a firma en el
uno o el otro de los casos; puesto que encuentra que ocurre a menudo que sea falsa la opinión
ligera, y la pasión ofusca el intelecto.
Más que en vano se aparta de la orilla, porque no vuelve como se ha marchado, el que sin redes la
verdad buscase.
Y de esto son al mundo claras muestras Parménides, Meliso, Briso, y muchos, que caminaban sin
saber adónde; Y Arrio y Sabelio y todos esos necios, que deforman, igual que las espadas, la recta
imagen de las Escrituras.
No se aventure el hombre demasiado en juzgar, como aquel que aprecia el trigo sembrado antes de
que haya madurado; que las zarzas he visto en el invierno cuán ásperas, cuán rígidas mostrarse; y
engalanarse luego con las rosas; y vi derecha ya y veloz la nave correr el mar en todo su camino, y
perecer cuando llegaba a puerto.
No crean seor Martino y Doña Berta, viendo robar a uno y dar a otro, verlos igual en el juicio divino;
que uno puede caer y otro subir. »
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CANTO XIV
Del centro al borde, y desde el borde al centro se mueve el agua en un redondo vaso, según se le
golpea dentro o fuera: de igual manera sucedió en mi mente esto que digo, al callarse de pronto el
alma gloriosa de Tomás, por la gran semejanza que nacía de sus palabras con las de Beatriz, a
quien hablar, después de aquél, le plugo: «Le es necesario a éste, y no lo dice, ni con la voz ni aun
con el pensamiento, indagar la raíz de otra certeza.
Decidle si la luz con que se adorna vuestra sustancia, durará en vosotros igual que ahora se halla,
eternamente; y si es así, decidle cómo, luego.
de que seáis de nuevo hechos visibles, podréis estar sin que la vista os dañe. » Cual, por más
grande júbilo empujados, a veces los que danzan en la rueda alzan la voz con gestos de alegría, de
igual manera, a aquel devoto ruego las santas ruedas mostraron más gozo en sus giros y notas
admirables.
Quien se lamenta de que aquí se muera para vivir arriba, es que no ha visto el refrigerio de la eterna
lluvia.
Que al uno y dos y tres que siempre vive y reina siempre en tres y en dos y en uno, nunca abarcado
y abarcando todo, tres veces le cantaba cada una de esas almas con una melodía, justo precio de
mérito cualquiera.
Y escuché dentro de la luz más santa del menor círculo una voz modesta, quizá cual la del Ángel a
María, responder: «Cuanto más dure la dicha del paraíso, tanto nuestro amor ha de esplender en
tomo a estos vestidos.
De nuestro ardor la claridad procede; por la visión ardemos, y esa es tanta, cuanta gracia a su
mérito se otorga.
Cuando la carne gloriosa y santa vuelva a vestirnos, estando completas nuestras personas, aún
serán más gratas; pues se acrecentará lo que nos dona de luz gratuitamente el bien supremo, y es
una luz que verlo nos permite; por lo que la visión más se acrecienta, crece el ardor que en ella se ha
encendido, y crece el rayo que procede de éste.
Pero como el carbón que da una llama, y sobrepasa a aquella por su brillo, de forma que es visible
su apariencia; así este resplandor que nos circunda vencerá la apariencia de la carne que aún está
recubierta por la tierra; y no podrá cegarnos luz tan grande: porque ha de resistir nuestro organismo
a todo aquello que cause deleite. » Tan acordes y prontos parecieron diciendo «Amén» el uno y otro
coro, cual si sus cuerpos muertos añoraran: y no sólo por ellos, por sus madres, por sus padres y
seres más queridos, y que fuesen también eternas llamas.
De claridad pareja entorno entonces, nació un fulgor encima del que estaba, igual que un horizonte
se ilumina.
Y como a la caída de la noche nuevos fulgores surgen en el cielo, ciertos e inciertos ante nuestra
vista, me pareció que en círculo dispuestas unas nuevas sustancias contemplaba por fuera de las
dos circunferencias.
¡Oh resplandor veraz del Santo Espíritu! ¡qué incandescente apareció de pronto a mis ojos que no lo
soportaron! Mas Beatriz tan sonriente y bella se me mostró, que entre aquellas visiones que no
recuerdo tengo que dejarla.
Recobraron mis ojos la potencia de levantarse; y nos vi trasladados solos mi dama y yo a gloria más
alta.
Bien advertí que estaba más arriba, por el ígneo esplendor de aquella estrella, mucho más rojo de lo
acostumbrado.
De todo corazón, con la palabra común, hícele a Dios un holocausto, como a la nueva gracia
convenía.
Y apagado en mi pecho aún no se hallaba del sacrificio el fuego, cuando supe que era mi ofrenda
fausta y recibida; que con tan grande brillo y tanto fuego un resplandor salía de sus rayos que dije:
«¡Oh Helios, cómo los adornas!» Cual con mayores y menores luces blanquea la Galaxia entre los
polos del mundo, y a los sabios pone en duda; así formados hacían los rayos en el profundo Marte
el santo signo que del círculo forman los cuadrantes.
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Aquí vence al ingenio la memoria; que aquella Cruz resplandecía a Cristo, y no encuentro un
ejemplo digno de ello; mas quien toma su cruz y a Cristo sigue, podrá excusarme de eso que no
cuento viendo en aquel albor radiar a Cristo.
De un lado al otro y desde arriba a abajo se movían las luces y brillaban aún más al encontrarse y
separarse: así aquí vemos, rectos o torcidos, lentos o raudos renovar su aspecto los corpusculos,
cortos y más largos, moviéndose en el rayo que atraviesa la sombra a veces que, por protegerse,
dispone el hombre con ingenio y arte.
Y cual arpa y laúd, con tantas cuerdas afinadas, resuenan dulcemente aun para quien las notas no
distingue, tal de las luzes que allí aparecieron a aquella cruz un canto se adhería, que arrebatóme,
aun no entendiendo el himno.
Bien me di cuenta que era de altas loas, pues llegaba hasta mi «Resurgi» y «Vinci» como a aquel
que no entiende, pero escucha.
Y me sentía tan enamorado, que hasta ese entonces no hubo cosa alguna que me atrapase en tan
dulces cadenas.
Tal vez son muy atrevidas mis palabras, al posponer el gozo de los ojos, que si los miro, cesan mis
deseos; mas el que sepa que los cielos vivos más altos más acrecen la belleza, y que yo aún no me
había vuelto a aquéllos, podrá excusarme de lo que me acuso por excusarme, y saber que no
miento: que aquí el santo placer no está excluido, pues más sincero se hace mientra sube.
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CANTO XV
La buena voluntad donde se licúa siempre el amor que inspira lo que es recto, como en la inicua la
pasión insana, silencio impuso a aquella dulce lira, aquietando las cuerdas que la diestra del cielo
pulsa y luego las acalla.
¿Cómo estarán a justas preces sordas esas sustancias que, por darme aliento para que hablase, a
una se callaron? Bien está que sin término se duela quien, por amor de cosas que no duran, de ese
amor se despoja eternamente.
Cual por los cielos puros y tranquilos de cuando en cuando cruza un raudo fuego, y atrae la vista
que está distraída, y es como un astro que de sitio mude, sino que en el lugar donde se enciende no
se pierde ninguno, y dura poco: tal desde el brazo que a diestra se extiende hasta el pie de la cruz,
corrió una estrella de la constelación que allí relumbra; no se apartó la gema de su cinta, mas pasó
por la línea radial.
cual fuego por detrás del alabastro.
Fue tan piadosa la sombra de Anquises, si a la más alta musa damos fe, reconociendo a su hijo en
el Elíseo.
«O sanguis meus, o superinfusa gratia Dei, sicut tibi cui bis unquam celi ianüa reclusa?» Dijo esa
luz llamando mi atención; luego volví la vista a mi señora, y una y otra dejáronme asombrado; pues
ardía en sus ojos tal sonrisa, que pensé que los míos tocarían el fondo de n-ú gloria y paraíso.
Luego gozoso en vista y en palabras, el espíritu dijo aún otras cosas que no las entendí, de tan
profundas; Y no es que por su gusto lo escondiera, mas por necesidad, pues su concepto al ingenio
mortal se superpone.
Y cuando el arco del afecto ardiente se calmó, y se abajaron sus palabras a la diana de nuestro
intelecto, la cosa que escuché primeramente «¡Bendito seas -fue tú, el uno y trino, que tan cortés has
sido con mi estirpe!» Y siguió: «Un grato y lejano deseo, tomado de leer el gran volumen del cual el
blanco y negro no se mudan, has satisfecho, hijo, en esa luz desde la cual te hablo, gracias a ésa
que alas te dio para tan alto vuelo.
Tú crees que a mí llegó tu pensamiento de aquel que es el primero, como sale del uno, al conocerlo,
el seis y el cinco; y por ello quién soy, y por qué causa más alegre me ves, no me preguntas, que
algunos otros de este alegre grupo.
Crees bien; pues los menores y mayores de esta vida se miran al espejo que muestra el
pensamiento antes que pienses; mas por que el sacro amor en que yo veo con perpetua vista, y que
me llena de un dulce desear, mejor se calme, ¡segura ya tu voz, alegre y firme suene tu voluntad,
suene tu anhelo, al que ya decretada es mi respuesta!» Me volví hacia Beatriz, que antes que
hablara me escuchó, y sonrió con un semblante que hizo crecer las alas del deseo.
Dije después: «El juicio y el afecto, pues que gozáis de la unidad primera, en vosotros operan de
igual modo, porque el sol que os prendió y en el que ardisteis, en su calor y luz es tan igual, que otro
símil sería inoportuno.
Mas querer y razón, en los mortales, por causas de vosotros conocidas, tienen las alas de diversas
plumas; y yo, que soy mortal, me siento en esta desigualdad, y por ello agradezco sólo de corazón
esta acogida.
Te imploro con fervor, vivo topacio, precioso engaste de esta joya pura, que me quede saciado de tu
nombre. » «¡Oh fronda mía, que eras mi delicia aguardándote, yo fui tu raíz!»: comenzó de este
modo a responderme.
Luego me dijo: «Aquel de quien se toma tu apellido, y cien años ha girado y más el monte en la
primera cornisa, fue mi hijo, y fue tu bisabuelo: y es conveniente que tú con tus obras a su larga
fatiga des alivio.
Florencia dentro de su antiguo muro, donde ella toca aún a tercia y nona, en paz estaba, sobria y
pudorosa.
No tenía coronas ni pulseras, ni faldas recamadas, ni cintillos que gustara ver más que a las
personas.
Aún no le daba miedo si nacía la hija al padre, pues la edad y dote ni una ni otra excedían la
medida.
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No había casas faltas de familia; aún no había enseñado Sardanápalo lo que se puede hacer en
una alcoba.
Aún no estaba vencido Montemalo por vuestro Uccelatoio, que cayendo lo vencerá al igual que en
la subida.
Vi andar ceñido a Belincione Berti con piel de oso, y volver del espejo a su mujer sin la cara pintada;
y vi a los Nerli alegres y a los Vechio de vestir simples pieles, y a la rueca atendiendo y al huso sus
esposas.
¡Oh afortunadas! estaban seguras del sepulcro, y ninguna aún se encontraba abandonada por
Francia en el lecho.
Una cuidaba atenta de la cuna, y, por consuelo, usaba el idioma que divierte a los padres y a las
madres; otra, tirando a la rueca del pelo, charloteaba con sus familiares de Fiésole, de Roma, o los
troyanos.
Entonces por milagro se tendrían una Cianghella, un Lapo Saltarello, como ahora Cornelia o
Cincinato.
A un tan hermoso, a un tan apacible vivir de ciudadano, a una tan fiel ciudadanía, y a un tan dulce
albergue, me dio María, a gritos invocada; y en el antiguo bautisterio vuestro fui cristiano a la par que
Cacciaguida.
Moronto fue mi hermano y Eliseo; desde el valle del Po vino mi esposa, de la cual se origina tu
apellido.
Luego seguí al emperador Conrado; y él me armó caballero en su milicia, tan de su agrado fueron
mis hazañas.
Marché tras él contra la iniquidad de aquella secta cuyo pueblo usurpa, por culpa del pastor, vuestra
justicia.
Allí fui yo por esas torpes gentes, ya desligado del mundo falaz, cuyo amor muchas almas envilece;
y vine hasta esta paz desde el martirio.
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CANTO XVI
Oh pequeña nobleza de la sangre, que de ti se gloríen aquí abajo las gentes donde es débil nuestro
afecto, nunca habrá de admirarme: porque donde el apetito nuestro no se tuerce, digo en el cielo, yo
me glorié.
Eres un manto que pronto se acorta: tal que, si no se agranda día a día, el tiempo va en redor con
las tijeras.
Con el «vos» que primero sufrió Roma, y que sus descendientes no conservan, comenzaron de
nuevo mis palabras; por lo cual Beatriz, que estaba aparte la que tosió, al reírse parecía, al primer
fallo escrito de Ginebra.
Yo le dije: «Vos sois el padre mío; vos infundís aliento a mis palabras; vos me eleváis, y soy más
que yo mismo.
Por tantos cauces llena la alegría mi mente, y de sí misma se recrea pues soportarlo puede sin
fatiga.
Habladme pues, mi caro antecesor, de los mayores vuestros y los años que dejaron su huella en
vuestra infancia; decidme cómo era en aquel tiempo el redil de san Juan, y quiénes eran los dignos
de los puestos elevados. » Como se aviva cuando el viento sopla el carbón encendido, así vi a
aquella luz brillar con mi hablar respetuoso; y haciéndose más bella ante mis ojos, así con voz más
dulce y más suave, mas no con este lenguaje moderno, me dijo: «Desde el día en que fue dicho
"Ave", hasta el parto en que mi santa madre, se vio libre de mí, que la gravaba, a su León quinientas
y cincuenta y treinta veces este fuego vino a inflamarse otra vez bajo sus plantas.
Mis mayores y yo nacimos donde primero encuentra el último distrito quien corre en vuestros
juegcos anuales.
De mis mayores basta escucha-- esto: quiénes fueran y cuál su procedencia, más conviene callar
que declararlo.
Todos los que podían aquel tiempo entre el Bautista y Marte llevar armas, eran el quinto de los que
hay ahora.
Mas la ciudadanía, ahora mezclada de Campi, de Certaldo y de Fegghine, pura se hallaba hasta en
los artesanos.
¡Oh cuánto mejor fuera ser vecino de esas gentes que digo, y a Galluzzo y a Trespiano tener como
confines, que tener dentro y aguantar la peste de ese ruin de Aguglión, y del de Signa, de tan aguda
vista para el fraude! Si la gente que al mundo más corrompe no hubiera sido madrastra del César,
mas cual benigna madre para el hijo, quien es ya florentino y cambia y merca, a Simifonte habría
regresado, donde pidiendo su abuelo vivía; de los Conti sería aún Montemurlo; los Cerchi habitarían
en Acona, los Buondelmonti acaso en Valdigrieve.
Siempre la confusión de las personas principio fue del mal de las ciudades, cual del vuestro el comer
más de la cuenta; y más deprisa cae si ciega el toro que el cordero; y mejor que cinco espadas y
más corta una sola muchas veces.
Si piensas cómo Luni y Orbisaglia han desaparecido, y cómo van Sinagaglia y Chiusi tras de
aquéllas, oír cómo se pierden las estirpes no te parecerá nuevo ni fuerte, ya que también se acaban
las ciudades.
Tienen su muerte todas vuestras cosas, como vosotros; mas se oculta alguna que dura mucho, y
son cortas las vidas.
Y cual girando el ciclo de la luna las playas sin cesar cubre y descubre, así hace la Fortuna con
Florencia: por lo cual lo que diga de los grandes florentinos no debe sorprenderte, que ya su fama en
el tiempo se esconde.
Yo vi a los Ughi y a los Catellini, Filippi, Creci, Orrnanni y Alberichi, ya en decadencia, ilustres
ciudadanos; y vi tan grandes como los antiguos, con el de la Sanella, a aquel del Arca, y a Soldanieri
y Ardinghi y Bostichi.
junto a la puerta, que se carga ahora de nueva felonía tan pesada que hará que vuestra barca se
hunda pronto, los Ravignani estban, de los cuales descendió el conde Guido, y los que el nombre del
alto Bellinción después to maron.
Los de la Pressa sabía ya cómo gobernar, y tenía Galigaio ya en su casa dorados pomo y funda.
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Era ya grande la columna oscura, Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci, Galli y a quien las pesas
avergüenzan.
La cepa que dio vida a los Calfucci era ya grande, y ya fueron llamados los Sizzi y Arrigucci a las
curules.
¡Cuán altos vi a los que ahora están deshechos por su soberbia! y las bolas de oro con sus gestas
Florencia florecían.
Así hacían los padres de esos que, cuando queda vacante vuestra iglesia, engordan acudiendo al
consistorio.
Esa insolente estirpe que se endraga tras los que huyen, y a quien muestra el diente o la bolsa, se
amansa cual cordero, iba ascendiendo, mas de humilde origen; y a Ubertino Donati no placía que
luego el suegro con ella le uniese.
Ya hasta el mercado había el Caponsacco de Fiésole venido, y ciudadanos eran ya buenos Guida e
Infangato.
Diré una cosa cierta e increíble: daba la entrada al recinto una puerta que de los Pera su nombre
tomaba.
Los que hoy ostentan esa bella insignia del gran barón con cuya prez y nombre la fiesta de Tomás
se reconforta, de él recibieron mando y privilegio; aunque se ponga hoy junto a la plebe.
quien la rodea con franja de oro.
Ya estaban Gualterotti e Importuni; y aún estaría el Burgo más tranquilo, ayuno de estas nuevas
vecindades.
La casa en que naciera vuestro llanto, por el justo rencor que os ha matado, y puso fin a vuestra
alegre vida, era honrada, con todos sus secuaces: ¡Oh Buondelmonti, mal de aquellas bodas huiste,
y el consuelo nos quitaste! Alegres muchos tristes estarían, si al Ema Dios te hubiese concedido,
cuando llegaste allí por vez primera.
Mas convenía que en la piedra rota que el puente guarda, hiciera un sacrificio Florencia al
terminarse ya su paz.
Con estas gentes, y otras con aquéllas, vi yo a Florencia con tan gran sosiego, que no había motivos
para el llanto.
Con esas gentes yo vi glorioso y justo al pueblo, tanto que su lirio nunca al revés pusieron en el
asta, ni fue hecho rojo por las disensiones. »
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CANTO XVII
Como acudió a Climene, a consultarle de aquello que escuchara en contra suya, quien remiso hace
al padre aún con el hijo; tal me encontraba, y tal lo comprendían Beatriz y aquella luz santa que
antes por causa mía se cambió de sitio.
Por lo cual mi señora «Expulsa el fuego de tu deseo -dijo- y que éste salga por tu imagen interna
bien sellado: no para acrecentar lo que sabemos al decirlo: mas para acostumbrarte a que hables de
tu sed, y otros te ayuden».
«Cara planta que te alzas de tal modo que, cual saben los hombres que no caben dos ángulos
obtusos en un triángulo, igual sabes las cosas contingentes antes de que sucedan, viendo el punto
en quien todos los tiempos son present es; mientras que junto a Virgilio subía por la montaña que
cura las almas, o por el reino difunto bajando, dichas me fueron respecto al futuro palabras graves, y
aunque yo me sienta a los golpes de azar como el tetrágono; mi deseo estaría satisfecho sabiendo la
fortuna que me aguarda: pues la flecha prevista daña menos. » Así le dije a aquella misma luz que
antes me había hablado; y como quiso Beatriz, fue mi deseo confesado.
No con enigmas, donde se enviscaba la gente loca, antes de que muriera el Cordero que quita los
pecados, mas con palabras claras y preciso latín, me respondió el amor paterno, manifiesto y oculto
en su sonrisa: «Los hechos contingentes, que no salen de los cuadernos de vuestra materia, en la
mirada eterna se dibujan; Mas esto no los hace necesarios, igual que la mirada que refleja el barco al
que se lleva la corriente.
De allí, lo mismo que viene al oído el dulce son del órgano, me viene hasta mi vista el tiempo que te
aguarda.
Como se marchó Hipólito de Atenas por la malvada y pérfida madrastra, así tendrás que salir de
Florencia.
Esto se quiere y esto ya se busca, y pronto lo han de ver los que esto piensan donde se vende a
Cristo cada día.
Se atribuirá la culpa a los vencidos, como se suele hacer; mas el castigo testimonio será de la
verdad.
Tú dejarás cualquier cosa que quieras más fuertemente; y.
esto es esa flecha que antes dispara el arco del exilio.
Probarás cuán amargamente sabe el pan ajeno y cuán duro es subir y bajar las ajenas escaleras.
Y lo que más te pesará en los hombros, será la ruin y necia compañía con la que has de caer en
ese valle; que ingrata, impía y loca contra ti ha de volverse; mas al poco tiempo ella, no tú, tendrá las
sienes rojas.
De su bestialidad dará la prueba su proceder; y grato habrá de serte haber hecho un partido de ti
mismo.
El refugio primero que te albergue será la cortesía del Lombardo que en la escalera tiene el ave
santa; que te dará tan benigna acogida, que de hacer y pedir, entre vosotros, antes irá el que entre
otros el postrero.
Con él verás a aquel que fue signado, tanto, al nacer, por esta fuerte estrella, que hará notables
todas sus acciones.
En él nadie repara todavía por su temprana edad, pues nueve años sólo esta rueda gira en torno
suya; mas antes que el Gascón engañe a Enrique, de su virtud veremos los fulgores, despreciando
la playa y las fatigas.
Y sus magnificencias tan famosas serán entonces, que sus enemigos.
no podrán evitar el referirlas.
Pon la esperanza en él y en sus mercedes; por él será cambiada mucha gente, mudando condición
rico y mendigo; y llevarás escrito sin decirlo en tu memoria de él»; y dijo cosas que no creyese aun
quien las escuchara.
Dijo después: «La explicación es esto de lo que te fue dicho; ve las trampas que se esconden detrás
de pocos años.
Mas no quiero que envidies a tu gente, pues sabrás que tu vida se enfutura más allá que el castigo
de su infamia. » Cuando al callar mostró que concluido ya había el alma santa el entramado de la
tela en que yo puse la urdimbre, yo comencé lo mismo que el que anhela, en la duda, el consejo de
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personas que ven y quieren rectamente y aman: «Bien veo padre mío, cómo aguija contra mí el el
tiempo, para darme un golpe tal, que es más grave a quien más se descuida; de previsión por ello
debo armarme, y si el lugar más amado me quitan, yo no pierda los otros por mis versos.
Por el amargo mundo sempiterno, y por el monte desde cuya altura me elevaron los ojos de mi
dama, y en el cielo después, de fuego en fuego, aprendí muchas cosas, que un agriado sabor daría a
muchos si las cuento; mas si amo la verdad tímidamente, temo perder mi fama entre esos hombres
que a nuestro tiempo han de llamar antiguo. » La luz donde reía mi tesoro, que allí encontré,
centelleó primero, como al rayo de sol un áureo espejo; después me replicó: «Sólo a una mente, por
la propia vergüenza o por la ajena turbada, será brusco lo que digas.
No obstante, aparta toda la mentira y pon de manifiesto lo que has visto; y deja que se rasquen los
sarnosos.
Porque si con tu voz causas molestia al probarte, alimento nutritivo dejará luego cuando lo digieran.
Este clamor tuyo hará como el viento, que las más altas cumbres más golpea; y esto no poco honor
ha de traerte.
Por ello se han mostrado a ti en los cielos, en el monte y el valle doloroso sólo las almas de notoria
fama, pues fe no guarda el ánimo que escucha ni observa los ejemplos que escondidas o incógnitas
tuvieran las raíces, ni razones que no son evidentes. »
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CANTO XVIII
Se recreaba ya en sus reflexiones aquel beato espejo, y yo en las mías, temperando lo amargo con lo
dulce; y la mujer que a Dios me conducía dijo: «Cambia de idea; porque estoy cerca de aquel que lo
injusto repara. » Yo entonces me volví al son amoroso de mi consuelo; y no he de referiros el mucho
amor que vi en sus santos ojos: no sólo es que no fíe en mis palabras, sino que la memoria no repite,
sin una gracia, lo que la supera.
Sólo puedo decir de aquel instante, que, volviendo a mirarla, estuvo libre mi afecto de cualquier otro
deseo, mientras el gozo eterno, que directo irradiaba en Beatriz, desde sus ojos con su segundo
aspecto me alegraba.
Vencido con la luz de su sonrisa, ella me dijo: «Vuélvete y escucha; no está en mis ojos sólo el
Paraíso. » Como se ve en la tierra algunas veces el afecto en la vista, si es tan grande, que por él
todo el alma es poseída, así en el flamear del fulgor santo al que yo me volví, supe el deseo que
tenía aún de hablarme un poco más, y él comenzó: «En este quinto grado del árbol de la cima, que
da fruta siempre y que nunca pierde su follaje, hay almas santas, que en la tierra, antes que vinieran
al cielo, tan famosas fueron que harían rica a cualquier musa.
Contempla pues los brazos de la cruz: los que te nombraré aparecerán como el rayo veloz hace en
la nube. » Por la cruz vi un fulgor que se movía al nombre de Josué, nada más dicho; no sé si fue
primero el ver que el nombre.
Y al nombre de aquel grande Macabeo vi que otro se movía dando vueltas, y era cuerda del trompo
la alegría.
Así con Carlo Magno y con Oriando siguió dos luces mi mirar atento como a su halcón volando sigue
el ojo.
Después vi a Rinoardo y a Guillermo y al duque Godofredo con la vista por esa cruz, y a Roberto
Guiscardo.
Yendo a mezclarse luego con los otros, me mostró el alma que me había hablado qué clase de
cantor era en el cielo.
Me volví entonces hacia la derecha para ver si Beatriz, o por su gesto.
o sus palabras, mi deber mostraba.
Y contemplé sus luces tan serenas, tan gozosas, que a los demás vencía su semblante y al último
que tuvo.
Y como por sentir mayor deleite obrando bien, el hombre día a día se da cuenta que aumenta su
virtud, así yo me di cuenta que girando junto al cielo mi círculo crecía, viendo aún más luminoso
aquel milagro.
Y como se transmuta en poco rato en blanca la mujer, cuando su rostro de la vergüenza el peso se
descarga, tal fue en mis ojos, cuando me volví, por su blancura la templada estrella sexta, que en
ella habíame acogido.
Yo vi en aquella jovial antorcha el destellar del amor que allí estaba signando el alfabeto ante
nosotros.
Y cual aves que se alzan de la orilla, casi alabando ya el haber comido, hacen bandadas largas o
redondas, así en las luces las santas criaturas al revolotear iban cantando, haciéndose una D, una I,
una L.
Al compás de su canto se movían; y al formar luego uno de aquellos signos, callaban deteniéndose
un momento.
¡Oh pegasea diosa, que a los sabios los haces gloriosos y longevos, y ellos contigo a reinos y a
ciudades, ilústreme tu ayuda, y haz que muestre tal como aparecieron sus figuras: y en breves
versos tu poder demuestra! Se me mostraron cinco veces siete unas vocales y otras consonantes; y
en cuanto se formaban las leía.
«DILIGITE IUSTITIAM», verbo y nombre fueron los que primero se formaron; «QUI IUDICATIS
TERRAM», las postreras.
Luego en la eme del vocablo quinto ordenadas quedaron; y tal plata bañada en oro Júpiter lucía.
Y vi otras luces que a la parte alta bajaban de la eme, y se quedaban cantando, creo, el bien que las
traía.
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Luego, como al chocar de los tizones ardientes, surgen chispas a millares, donde los necios suelen
ver augurios, pareció que de allí surgían miles de luces que subían, mucho o poco, tal como el sol
que las prendió dispuso; y en su lugar ya quietas cada una, vi de un águila el cuello y la cabeza
representada en el fulgor distinto.
Quien pinta allí no tiene quien le guíe, sino que guía, y de aquél se origina la virtud que a los nidos
da su forma.
Las otras beatitudes, que dichosas de enliliarse en la ema parecieron, moviéndose siguieron la
figura.
¡Oh dulce estrella, cuáles, cuántas gemas me demostraron que nuestra justicia es efecto del cielo
que tú enjoyas! Y yo pido a la mente en que comienza tu virtud y tu obrar, que vuelva a ver de dónde
sale el humo que te nubla; tal que se encolerice nuevamente del comprar y el vender dentro del
templo murado con milagros y martirios.
¡O milicia de cielo que ahora miro, ruega por los que se hallan en la tierra detrás del mal ejemplo
desviados! Antes se hacía con armas la guerra; y ahora se hace quitando a unos y a otros el pan que
a nadie niega el santo Padre.
Pero tú que borrando sólo escribes, piensa que aún viven Pedro y Pablo, muertos por la viña que
ahora tú devastas.
Puedes decir: «Tan fijo está mi amor en quien quiso vivir en el desierto y fue martirizado por un
baile, que al Pescador y a Pablo desconozco. »
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CANTO XIX
Apareció ante mí la bella imagen con las alas abiertas, que formaban las almas agrupadas en su
dicha; un rubí parecía cada una donde un rayo de sol ardiera tanto, que en mis ojos pudiera
reflejarse.
Y lo que debo de tratar ahora ni referido nunca fue, ni escrito, ni concebido por la fantasía; pues vi y
también oí que hablaba el pico, y que la voz decía «mío» y «yo» y debía decir «nuestro» y
«nosotros».
Y comenzó: «Por ser justo y piadoso estoy aquí exaltado a aquella gloria que vencer no se deja del
deseo; y dejé tan completa mi memoria en la tierra, que abajo los malvados aun sin seguir su
ejemplo, la veneran. » Como un solo calor de muchas brasas, de entre muchos amores, de igual
modo, salía un solo son de aquella imagen.
Y entonces respondí.
«Oh perpetuas flores de la alegría eterna, que uno sólo me hacéis aparecer vuestros aromas,
aclaradme, espirando, el gran ayuno que largamente en hambre me ha tenido, pues ningún alimento
hallé en la tierra.
Bien sé que si en el cielo de otro reino la justicia divina hace su espejo veladamente el vuestro no la
mira.
Sabéis que atentamente me: dispongo a escucharos; sabéis cuál es la duda que en ayunas me tuvo
tanto tiempo. » Como halcón al que quitan la capucha, que mueve la cabeza y bate alas ganas
mostrando y haciéndose hermoso, contemplé a aquella imagen, que con loas a la divina gracia era
formada, con cantos que conoce el que lo goza.
Dijo después: «El que volvió el compás hasta el confín del mundo, y dentro de éste guardó lo
manifiesto y lo secreto, no podía imprimir su poderío en todo el universo, de tal modo que su verbo no
fuese aún infinito.
Y esto confirma que el primer soberbio, que de toda criatura fue la suma, por no esperar la luz cayó
inmaduro; mostrando que cualquier naturaleza menor, es sólo un corto receptáculo del bien que no
se acaba y no se mide.
Por lo cual nuestra vista, que tan sólo ha salido de un rayo de la mente de que todas las cosas están
llenas, no puede valer tanto por sí misma, que no sepa que está mucho más lejos su principio de lo
que se le muestra.
Por eso en la justicia sempiterna la vista que recibe vuestro mundo, igual que el ojo por el mar, se
adentra; que, aunque en la orilla puede ver el fondo, no lo ve en alta mar; y no está menos allí, pero
lo esconde el ser profundo.
No hay luz, si no procede de la calma imperturbable; y fuera es la tiniebla, o sombra de la carne, o su
veneno.
Bastante ya te he abierto el escondrijo que te escondía la justicia viva, que con tanta frecuencia
cuestionaste; diciendo: "Un hombre nace en la ribera del Indo, y no hay allí nadie que hable de Cristo
ni leyendo ni escribiendo; y todos sus deseos y actos buenos, por lo que entiende la razón del
hombre, están sin culpa en vida y en palabras.
Y muere sin la fe y sin el bautismo: ¿Dónde está la justicia al condenarle? ¿y dónde está su culpa si
él no cree?" ¿Quién eres tú para querer sentarte a juzgar a mil millas de distancia con tu vista que
sólo alcanza un palmo? Cierto que quien conmigo sutiliza, si sobre él no estuviera la Escritura, su
dudar llegaría hasta el asombro.
¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias! La voluntad primera, por sí buena, de sí, que es sumo bien,
nunca se mueve.
Sólo es justo lo que a ella se conforma: ningún creado bien puede atraerla, pero aquella,
espiendiendo, los produce. » Igual que sobre el nido vuela en círculos tras cebar a sus hijos la
cigüeña, y como la contempla el ya cebado; hizo así, y yo los ojos levanté, esa bendita imagen, que
las alas movió impulsada por tantos espíritus.
Dando vueltas cantaba, y me decía: «Lo mismo que mis notas, que no entiendes, tal es el juicio
eterno a los mortales. » Al aquietarse las lucientes llamas del Espíritu Santo, aún en el signo que a
Roma hizo temible en todo el mundo, volvió a decir aquél: «No sube a este reino, quien no creyera
en Cristo, antes o después de clavarle en el madero.
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Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!" y estarán en el juicio menos prope de aquel, que otros
que a Cristo no conocen; serán por el etíope afrentados cuando los dos colegios se separen, los para
siempre ricos y los pobres.
¿A vuestros reyes qué dirán los persas al contemplar abierto el libro donde escritos se hallan todos
sus pecados? La que muy pronto moverá las plumas y que devastará el reino de Praga, de Alberto
podrá verse entre las obras.
La pena podrá verse que en el Sena causará, la moneda falseando, quien por un jabalí hallará la
muerte.
La insaciable soberbia podrá verse, que al de Inglaterra y al de Escocia ciega, sin poder aguantarse
en sus fronteras.
Veráse la lujuria y vida muelle de aquel de España y del de la Bohemia, que ni supo ni quiso del
valor.
Veráse al cojo de Jerusalén su bondad señalada con la I, y con la M el contrario señalado.
Veráse la avaricia y la vileza de quien guardando está la isla del fuego, donde Anquises su larga
edad dejara; en abreviadas letras su escritura para dar a entender cuán poco vale, que mucho
anotarán en poco espacio.
Enseñará las obras indecentes.
de su tío y su hermano, que una estirpe tan egregia y dos tronos ensuciaron.
El que está en Portugal y el de Noruega allí se encontrarán, y aquel de Rascia que mal ha visto el
cuño de Venecia.
¡Dichosa Hungría, si es que no se deja mal conducir! ¡y dichosa Navarra, si se armase del monte
que la cerca! Y creer se debiera como muestra de esto, que Nicosia y Famagusta se reprueban y
duelen de su bestia, que del lado de aquéllas no se aparta.
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