miércoles, 20 de marzo de 2013
22-31
CANTO XI
Por el extremo de un acantilado, que en circulo formaban peñas rotas, llegamos a un gentío aún más
doliente; y allí, por el exceso tan horrible de la peste que sale del abismo, al abrigo detrás nos
colocamos de un gran sepulcro, donde vi un escrito «Aquí el papa Anastasio está encerrado que
Fotino apartó del buen camino. » «Conviene que bajemos lentamente, para que nuestro olfato se
acostumbre al triste aliento; y luego no moleste. » Así el Maestro, y yo: «Compensación -díjeleencuentra,
pues que el tiempo en balde no pase. » Y él: «Ya ves que en eso pienso.
Dentro, hijo mío, de estos pedregales -luego empezó a decir- tres son los círculos que van bajando,
como los que has visto.
Todos llenos están de condenados, mas porque luego baste que los mires, oye cómo y por qué se
les encierra: Toda maldad, que el odio causa al cielo, tiene por fin la injuria, y ese fin.
o con fuerza o con fraude a otros contrista; mas siendo el fraude un vicio sólo humano, más lo odia
Dios, por ello son al fondo los fraudulentos aún más castigados.
De los violentos es el primer círculo; mas como se hace fuerza a tres personas, en tres recintos está
dividido; a Dios, y a sí, y al prójimo se puede forzar; digo a ellos mismos y a sus cosas, como ya
claramente he de explicarte.
Muerte por fuerza y dolientes heridas al prójimo se dan, y a sus haberes ruinas, incendios y robos
dañosos; y así a homicidas y a los que mal hieren, ladrones e incendiarios, atormenta el recinto
primero en varios grupos.
Puede el hombre tener violenta mano contra él mismo y sus cosas; y es preciso que en el segundo
recinto lo purgue el que se priva a sí de vuestro mundo, juega y derrocha aquello que posee, y llora
allí donde debió alegrarse.
Puede hacer fuerza contra la deidad, blasfemando, negándola en su alma, despreciando el amor de
la natura; y el recinto menor lleva la marca del signo de Cahors y de Sodoma, y del que habla de
Dios con menosprecio.
El fraude, que cualquier conciencia muerde, se puede hacer a quien de uno se fía, o a aquel que la
confianza no ha mostrado.
Se diría que de esta forma matan el vínculo de amor que hace natura; y en el segundo círculo se
esconden hipocresía, adulación, quien hace falsedad, latrocinio y simonía, rufianes, barateros y otros
tales.
De la otra forma aquel amor se olvida de la naturaleza, y lo que crea, de donde se genera la
confianza; y al Círculo menor, donde está el centro del universo, donde asienta Dite, el que traiciona
por siempre es llevado. » Y yo: «Maestro, muy clara procede tu razón, y bastante bien distingue este
lugar y el pueblo que lo ocupa: pero ahora dime: aquellos de la ciénaga, que lleva el viento, y que
azota la lluvia, y que chocan con voces tan acerbas, ¿por qué no dentro de la ciudad roja son
castigados, si a Dios enojaron? y si no, ¿por qué están en tal suplicio?» Y entonces él: «¿Por qué se
aleja tanto -dijo- tu ingenio de lo que acostumbra?, ¿o es que tu mente mira hacia otra parte? ¿Ya no
te acuerdas de aquellas palabras que reflejan en tu ÉTICA las tres.
inclinaciones que no quiere el cielo, incontinencia, malicia y la loca bestialidad? ¿y cómo
incontinencia menos ofende y menos se castiga? Y si miras atento esta sentencia, y a la mente
preguntas quién son esos que allí fuera reciben su castigo, comprenderás por qué de estos felones
están aparte, y a menos crudeza la divina venganza les somete. » «Oh sol que curas la vista
turbada, tú me contentas tanto resolviendo, que no sólo el saber, dudar me gusta.
Un poco más atrás vuélvete ahora -díjele--, allí donde que usura ofende a Dios dijiste, y quítame el
enredo. » «A quien la entiende, la Filosofía hace notar, no sólo en un pasaje cómo natura su carrera
toma del divino intelecto y de su arte; y si tu FÍSICA miras despacio, encontrarás, sin mucho que lo
busques, que el arte vuestro a aquélla, cuanto pueda, sigue como al maestro su discípulo, tal que
vuestro arte es como de Dios nieto.
Con estas dos premisas, si recuerdas el principio del Génesis, debemos ganarnos el sustento con
trabajo.
Y al seguir el avaro otro camino, por éste, a la natura y a sus frutos, desprecia, y pone en lo otro su
esperanza.
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Mas sígueme, porque avanzar me place; que Piscis ya remonta el horizonte y todo el Carro yace
sobre el Coro, y el barranco a otro sitio se despeña.
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CANTO XII
Era el lugar por el que descendimos alpestre y, por aquel que lo habitaba, cualquier mirada hubiéralo
esquivado.
Como son esas ruinas que al costado de acá de Trento azota el río Adigio, por terremoto o sin tener
cimientos, que de lo alto del monte, del que bajan al llano, tan hendida está la roca que ningún paso
ofrece a quien la sube; de aquel barranco igual era el descenso; y allí en el borde de la abierta sima,
el oprobio de Creta estaba echado que concebido fue en la falsa vaca; cuando nos vio, a sí mismo se
mordía, tal como aquel que en ira se consume.
Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte piensas que viene aquí el duque de Atenas, que allí en el
mundo la muerte te trajo? Aparta, bestia, porque éste no viene siguiendo los consejos de tu
hermana, sino por contemplar vuestros pesares. » Y como el toro se deslaza cuando ha recibido ya
el golpe de muerte, y huir no puede, mas de aquí a allí salta, así yo vi que hacía el Minotauro; y aquel
prudente gr itó: «Corre al paso; bueno es que bajes mientras se enfurece. » Descendimos así por el
derrumbe de las piedras, que a veces se movían bajo mis pies con esta nueva carga.
Iba pensando y díjome: «Tú piensas tal vez en esta ruina, que vigila la ira bestial que ahora he
derrotado.
Has de saber que en la otra ocasión que descendí a lo hondo del infierno, esta roca no estaba aún
desgarrada; pero sí un poco antes, si bien juzgo, de que viniese Aquel que la gran presa quitó a Dite
del círculo primero, tembló el infecto valle de tal modo que pensé que sintiese el universo amor, por
el que alguno cree que el mundo muchas veces en caos vuelve a trocarse; y fue entonces cuando
esta vieja roca se partió por aquí y por otros lados.
Mas mira el valle, pues que se aproxima aquel río sangriento, en el cual hierve aquel que con
violencia al otro daña. » ¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia, que así nos mueves en la corta vida, y
tan mal en la eterna nos sumerges! Vi una amplia fosa que torcía en arco, y que abrazaba toda la
llanura, según lo que mi guía había dicho.
Y por su pie corrían los centauros, en hilera y armados de saetas, como cazar solían en el mundo.
Viéndonos descender, se detuvieron, y de la fila tres se separaron con los arcos y flechas
preparadas.
Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena venís vosotros bajando la cuesta? Decidlo desde allí, o si no
disparo. » «La respuesta - le dijo mi maestro- daremos a Quirón cuando esté cerca: tu voluntad fue
siempre impetuosa. » Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso, que murió por la bella Deyanira,
contra sí mismo tomó la venganza.
Y aquel del medio que al pecho se mira, el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles; y el otro es Folo,
el que habló tan airado.
Van a millares rodeando el foso, flechando a aquellas almas que abandonan la sangre, más que su
culpa permite. » Nos acercamos a las raudas fieras: Quirón cogió una flecha, y con la punta, de la
mejilla retiró la barba.
Cuando hubo descubierto la gran boca, dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta que el de
detrás remueve lo que pisa? No lo suelen hacer los pies que han muerto. » Y mi buen guía,
llegándole al pecho, donde sus dos naturas se entremezclan, respondió: «Está bien vivo, y a él tan
sólo debo enseñarle el tenebroso valle: necesidad le trae, no complacencia.
Alguien cesó de cantar Aleluya, y ésta nueva tarea me ha encargado: él no es ladrón ni yo alma
condenada.
Mas por esta virtud por la cual muevo los pasos por camino tan salvaje, danos alguno que nos
acompañe, que nos muestre por dónde se vadea, y que a éste lleve encima de su grupa, pues no es
alma que viaje por el aire. » Quirón se volvió atrás a la derecha, y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,
y hazles pasar si otro grupo se encuentran. » Y nos marchamos con tan fiel escolta por la ribera del
bullir rojizo, donde mucho gritaban los que hervían.
Gente vi sumergida hasta las cejas, y el gran centauro dijo: « Son tiranos que vivieron de sangre y
de rapiña: lloran aquí sus daños despiadados; está Alejandro, y el feroz Dionisio que a Sicilia causó
tiempos penosos.
Y aquella frente de tan negro pelo, es Azolino; y aquel otro rubio, es Opizzo de Este, que de veras
fue muerto por su hijastro allá en el mundo. » Me volví hacia el poeta y él me dijo: «Ahora éste es el
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primero, y yo el segundo. » Al poco rato se fijó el Centauro en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero.
Díjonos de una sombra ya apartada: «En la casa de Dios aquél hirió - el corazón que al Támesis
chorrea. » Luego vi gentes que sacaban fuera del río la cabeza, y hasta el pecho; y yo reconocí a
bastantes de ellos.
Asi iba descendiendo poco a poco aquella sangre que los pies cocía, y por allí pasamos aquel foso.
«Así como tú ves que de esta parte.
el hervidero siempre va bajando, -dijo el centauro- quiero que conozcas que por la otra más y más
aumenta su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio en donde están gimiendo los tiranos.
La diving justicia aquí castiga a aquel Atila azote de la tierra y a Pirro y Sexto; y para siempre
ordeña las lágrimas, que arrancan los hervores, a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo qué en los
caminos tanta guerra hicieron. » Volvióse luego y franqueó aquel vado.
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CANTO XIII
Neso no había aún vuelto al otro lado, cuando entramos nosotros por un bosque al que ningún
sendero señalaba.
No era verde su fronda, sino oscura; ni sus ramas derechas, mas torcidas; sin frutas, mas con púas
venenosas.
Tan tupidos, tan ásperos matojos no conocen las fieras que aborrecen entre Corneto y Cécina los
campos.
Hacen allí su nido las arpías, que de Estrófane echaron al Troyano con triste anuncio de futuras
cuitas.
Alas muy grandes, cuello y rostro humanos y garras tienen, y el vientre con plumas; en árboles tan
raros se lamentan.
Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte, sabrás que este recinto es el segundo -me comenzó a
decir- y estarás hasta que puedas ver el horrible arenal; mas mira atentamente; así verás cosas que
si te digo no creerías. » Yo escuchaba por todas partes ayes, y no vela a nadie que los diese, por lo
que me detuve muy asustado.
Yo creí que él creyó que yo creía que tanta voz salía del follaje, de gente que a nosotros se ocultaba.
Y por ello me dijo: «Si tronchases cualquier manojo de una de estas plantas, tus pensamientos
también romperias. » Entonces extendí un poco la mano, y corté una ramita a un gran endrino; y su
tronco gritó: «¿Por qué me hieres? Y haciéndose después de sangre oscuro volvió a decir: «Por qué
así me desgarras? ¿es que no tienes compasión alguna? Hombres fuimos, y ahora matorrales; más
piadosa debiera ser tu mano, aunque fuéramos almas de serpientes. » Como.
una astilla verde que encendida por un lado, gotea por el otro, y chirría el vapor que sale de ella, así
del roto esqueje salen juntas sangre y palabras: y dejé la rama caer y me quedé como quien teme.
«Si él hubiese creído de antemano -le respondió mi sabio-, ánima herida, aquello que en mis rimas
ha leído, no hubiera puesto sobre ti la mano: mas me ha llevado la increible cosa a inducirle a hacer
algo que me pesa: mas dile quién has sido, y de este modo algún aumento renueve tu fama alli en el
mundo, al que volver él puede. » Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas que no puedo callar; y no
os moleste si en hablaros un poco me entretengo: Yo soy aquel que tuvo las dos llaves que el
corazón de Federico abrían y cerraban, de forma tan suave, que a casi todos les negó el secreto;
tanta fidelidad puse en servirle que mis noches y días perdí en ello.
La meretriz que jamás del palacio del César quita la mirada impúdica, muerte común y vicio de las
cortes, encendió a todos en mi contra; y tanto encendieron a Augusto esos incendios que el gozo y el
honor trocóse en lutos; mi ánimo, al sentirse despreciado, creyendo con morir huir del desprecio,
culpable me hizo contra mí inocente.
Por las raras raíces de este leño, os juro que jamás rompí la fe a mi señor, que fue de honor tan
digno.
Y si uno de los dos regresa al mundo, rehabilite el recuerdo que se duele aún de ese golpe que
asesta la envidia. » Paró un poco, y después: «Ya que se calla, no pierdas tiempo -dijome el poetahabla
y pregúntale si más deseas. » Yo respondí: «Pregúntale tú entonces lo que tú pienses que
pueda gustarme; pues, con tant a aflicción, yo no podría. » Y así volvió a empezar: «Para que te
haga de buena gana aquello que pediste, encarcelado espíritu, aún te plazca decirnos cómo el alma
se encadena en estos troncos; dinos, si es que puedes, si alguna se despega de estos miembros. »
Sopló entonces el tronco fuememente trocándose aquel viento en estas voces: «Brevemente yo
quiero responderos; cuando un alma feroz ha abandonado el cuerpo que ella misma ha desunido
Minos la manda a la séptima fosa.
Cae a la selva en parte no elegida;.
mas donde la fortuna la dispara, como un grano de espelta allí germina; surge en retoño y en planta
silvestre: y al converse sus hojas las Arpías, dolor le causan y al dolor ventana.
Como las otras, por nuestros despojos, vendremos, sin que vistan a ninguna; pues no es justo tener
lo que se tira.
A rastras los traeremos, y en la triste selva serán los cuerpos suspendidos, del endrino en que sufre
cada sombra. » Aún pendientes estábamos del tronco creyendo que quisiera más contarnos, cuando
de un ruido fuimos sorprendidos, Igual que aquel que venir desde el puesto escucha al jabalí y a la
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jauría y oye a las bestias y un ruido de frondas; Y miro a dos que vienen por la izquierda, desnudos
y arañados, que en la huida, de la selva rompían toda mata.
Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!» Y el otro, que más lento parecía, gritaba: «Lano, no
fueron tan raudas en la batalla de Toppo tus piernas. » Y cuando ya el aliento le faltaba, de él mismo
y de un arbusto formó un nudo.
La selva estaba llena detrás de ellos de negros canes, corriendo y ladrando cual lebreles soltados
de traílla.
El diente echaron al que estaba oculto y lo despedazaron trozo a trozo; luego llevaron los miembros
dolientes.
Cogióme entonces de la mano el guía, y me llevó al arbusto que lloraba, por los sangrantes rotos,
vanamente.
Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea, ¿qué te ha valido de mí hacer refugio?.
¿qué culpa tengo de tu mala vida?» Cuando el maestro se paró a su lado, dijo: «¿Quién fuiste, que
por tantas puntas con sangre exhalas tu habla dolorosa?» Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago, que mis frondas así me ha desunido, recogedlas al pie del triste
arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista cambió el primer patrón: el cual, por esto con sus artes por
siempre la hará triste; y de no ser porque en el puente de Arno aún permanece de él algún vestigio,
esas gentes que la reedificaron sobre las ruinas que Atila dejó, habrían trabajado vanamente.
Yo de mi casa hice mi cadalso. »
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CANTO XIV
Y como el gran amor del lugar patrio me conmovió, reuní la rota fronda, y se la devolví a quien ya
callaba.
Al límite llegamos que divide el segundo recinto del tercero, y vi de la justicia horrible modo.
Por bien manifestar las nuevas cosas, he de decir que a un páramo llegamos, que de su seno
cualquier planta ahuyenta.
La dolorosa selva es su guirnalda, como para ésta lo es el triste foso; justo al borde los pasos
detuvimos.
Era el sitio una arena espesa y seca, hecha de igual manera que esa otra que oprimiera Catón con
su pisada.
¡Oh venganza divina, cuánto debes ser temida de todo aquel que lea cuanto a mis ojos fuera
manifiesto! De almas desnudas vi muchos rebaños, todas llorando llenas de miseria, y en diversas
posturas colocadas: unas gentes yacían boca arriba; encogidas algunas se sentaban, y otras
andaban incesantemente.
Eran las más las que iban dando vueltas, menos las que yacían en tormento, pero más se quejaban
de sus males.
Por todo el arenal, muy lentamente, llueven copos de fuego dilatados, como nieve en los Alpes si no
hay viento.
Como Alejandro en la caliente zona de la India vio llamas que caían hasta la tierra sobre sus
ejércitos; por lo cual ordenó pisar el suelo a sus soldados, puesto que ese fuego se apagaba mejor si
estaba aislado, así bajaba aquel ardor eterno; y encendía la arena, tal la yesca bajo eslabón, y el
tormento doblaba.
Nunca reposo hallaba el movimiento de las míseras manos, repeliendo aquí o allá de sí las nuevas
llamas.
Yo comencé: «Maestro, tú que vences todas las cosas, salvo a los demonios que al entrar por la
puerta nos salieron, ¿Quién es el grande que no se preocupa del fuego y yace despectivo y fiero,
cual si la lluvia no le madurase?» Y él mismo, que se había dado cuenta que preguntaba por él a mi
guía, gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.
Aunque Jove cansara a su artesano de quien, fiero, tomó el fulgor agudo con que me golpeó el
último día, o a los demás cansase uno tras otro, de Mongibelo en esa negra fragua, clamando: “Buen
Vulcano, ayuda, ayuda” tal como él hizo en la lucha de Flegra, y me asaeteara con sus fuerzas, no
podría vengarse alegremente. » Mi guía entonces contestó con fuerza tanta, que nunca le hube así
escuchado: «Oh Capaneo, mientras no se calme tu soberbia, serás más afligido: ningún martirio,
aparte de tu rabia, a tu furor dolor será adecuado. » Después se volvió a mí con mejor tono, «Éste
fue de los siete que asediaron a Tebas; tuvo a Dios, y me parece que aún le tenga, desdén, y no le
implora; mas como yo le dije, sus despechos son en su pecho galardón bastante.
Sígueme ahora y cuida que tus pies no pisen esta arena tan ardiente, mas camina pegado siempre
al bosque. » En silencio llegamos donde corre fuera ya de la selva un arroyuelo, cuyo rojo color aún
me horripila: como del Bulicán sale el arroyo que reparten después las pecadoras, t al corrta a través
de aquella arena.
El fondo de éste y ambas dos paredes eran de piedra, igual que las orillas; y por ello pensé que ése
era el paso.
«Entre todo lo que yo te he enseñado, desde que atravesamos esa puerta cuyos umbrales a nadie
se niegan, ninguna cosa has visto más notable como el presente río que las llamas apaga antes que
lleguen a tocarle. » Esto dijo mi guía, por lo cual yo le rogué que acrecentase el pasto, del que
acrecido me había el deseo.
«Hay en medio del mar un devastado país - me dijo- que se llama Creta; bajo su rey fue el mundo
virtuoso.
Hubo allí una montaña que alegraban aguas y frondas, se llamaba Ida: cual cosa vieja se halla
ahora desierta.
La excelsa Rea la escogió por cuna para su hijo y, por mejor guardarlo, cuando lloraba, mandaba
dar gritos.
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Se alza un gran viejo dentro de aquel monte, que hacia Damiata vuelve las espaldas y al igual que
a un espejo a Roma mira.
Está hecha su cabeza de oro fino, y plata pura son brazos y pecho, se hace luego de cobre hasta
las ingles; y del hierro mejor de aquí hasta abajo, salvo el pie diestro que es barro cocido: y más en
éste que en el otro apoya.
Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas por una raja que gotea lágrimas, que horadan, al juntarse,
aquella gruta; su curso en este valle se derrama: forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte; corre
después por esta estrecha espita al fondo donde más no se desciende: forma Cocito; y cuál sea ese
pantano ya lo verás; y no te lo describo. » Yo contesté: «Si el presente riachuelo tiene así en nuestro
mundo su principio, ¿como puede encontrarse en este margen?» Respondió: «Sabes que es
redondo el sitio, y aunque hayas caminado un largo trecho hacia la izquierda descendiendo al fondo,
aún la vuelta completa no hemos dado; por lo que si aparecen cosas nuevas, no debes contemplarlas
con asombro. » Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras, y el
otro dices que lo hace esta lluvia. » «Me agradan ciertamente tus preguntas -dijo-, mas el bullir del
agua roja debía resolverte la primera.
Fuera de aquí podrás ver el Leteo, allí donde a lavarse van las almas, cuando la culpa purgada se
borra. » Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse del bosque; ven caminando detrás: dan paso las
orillas, pues no queman, y sobre ellas se extingue cualquier fuego. »
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CANTO XV
Caminamos por uno de los bordes, y tan denso es el humo del arroyo, que del fuego protege agua y
orillas.
Tal los flamencos entre Gante y Brujas, temiendo el viento que en invierno sopla, a fin de que huya
el mar hacen sus diques; y como junto al Brenta los paduanos por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor sienta; de igual manera estaban hechos éstos, sólo que ni tan altos ni
tan gruesos, fuese el que fuese quien los construyera.
Ya estábamos tan lejos de la selva que no podría ver dónde me hallaba, aunque hacia atrás yo me
diera la vuelta, cuando encontramos un tropel de almas que andaban junto al dique, y todas ellas
nos miraban cual suele por la noche mirarse el uno al otro en luna nueva; y para vernos fruncían las
cejas como hace el sastre viejo con la aguja.
Examinado así por tal familia, de uno fui conocido, que agarró mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!» y
yo, al verme cogido por su mano fijé la vista en su quemado rostro, para que, aun abrasado, no
impidiera, su reconocimiento a mi memoria; e inclinando la mía hacia su cara respondí: «¿Estáis
aquí, señor Brunetto?» «Hijo, no te disguste -me repuso- si Brunetto Latino deja un rato a su grupo y
contigo se detiene. » Y yo le dije: «Os lo pido gustoso; y si queréis que yo, con vos me pare, lo haré
si place a aquel con el que ando. » «Hijo -repuso-, aquel de este rebaño que se para, después cien
años yace, sin defenderse cuando el fuego quema.
Camina pues: yo marcharé a tu lado; y alcanzaré más tarde a mi mesnada, que va llorando sus
eternos males. » Yo no osaba bajarme del camino y andar con él; mas gacha la cabeza tenía como
el hombre reverente.
Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino antes de postrer día aquí te trae? ¿y quién es éste que
muestra el camino?» Y yo: «Allá arriba, en la vida serena -le respondí- me perdí por un valle, antes
de que mi edad fuese perfecta.
Lo dejé atrás ayer por la mañana; éste se apareció cuando a él volvía, y me lleva al hogar por esta
ruta. » Y él me repuso: «Si sigues tu estrella glorioso puerto alcanzarás sin falta, si de la vida
hermosa bien me acuerdo; y si no hubiese muerto tan temprano, viendo que el cielo te es tan
favorable, dado te habría ayuda en la tarea.
Mas aquel pueblo ingrato y malicioso que desciende de Fiesole de antiguo, y aún tiene en él del
monte y del peñasco, si obras bien ha de hacerse tu contrario: y es con razón, que entre ásperos
serbales no debe madurar el dulce higo.
Vieja fama en el mundo llama ciegos, gente es avara, envidiosa y soberbia: líbrate siempre tú de sus
costumbres.
Tanto honor tu fortuna te reserva, que la una parte y la otra tendrán hambre de ti; mas lejos pon del
chivo el pasto.
Las bestias fiesolanas se apacienten de ellas mismas, y no toquen la planta, si alguna surge aún
entre su estiércol, en que reviva la simiente santa de los romanos que quedaron, cuando hecho fue
el nido de tan gran malicia. » «Si pudiera cumplirse mi deseo aún no estaríais vos - le repliqué- de la
humana natura separado; que en mi mente está fija y aún me apena, querida y buena, la paterna
imagen vuestra, cuando en el mundo hora tras hora me enseñabais que el hombre se hace eterno; y
cuánto os lo agradezco, mientras viva, conviene que en mi lengua se proclame.
Lo que narráis de mi carrera escribo, para hacerlo glosar, junto a otro texto, si hasta ella llego, a la
mujer que sabe.
Sólo quiero que os sea manifiesto que, con estar tranquila mi conciencia, me doy, sea cual sea, a la
Fortuna.
No es nuevo a mis oídos tal augurio: mas la Fortuna hace girar su rueda como gusta, y el labrador
su azada. » Entonces mi maestro la mejilla derecha volvió atrás, y me miró; dijo después: «Bien oye
el precavido. » Pero yo no dejé de hablar por eso con ser Brunetto, y pregunto quién son sus
compañeros de más alta fama.
Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno; de los demás será mejor que calle, que a tantos como son
el tiempo es corto.
Sabe, en suma, que todos fueron clérigos y literatos grandes y famosos, al mundo sucios de un igual
pecado.
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Prisciano va con esa turba mísera, y Francesco D'Accorso; y ver con éste, si de tal tiña tuvieses
deseo, podrás a quien el Siervo de los Siervos hizo mudar del Arno al Bachiglión, donde dejó los
nervios mal usados.
De otros diría, mas charla y camino no pueden alargarse, pues ya veo surgir del arenal un nuevo
humo.
Gente viene con la que estar no debo: mi “Tesoro” te dejo encomendado, en el que vivo aún, y más
no digo. » Luego se fue, y parecía de aquellos que el verde lienzo corren en Verona por el campo; y
entre éstos parecía de los que ganan, no de los que pierden.
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