miércoles, 20 de marzo de 2013
187-fin
CANTO XXVIII
Luego que contra la vida presente de los ruines mortales, me mostró la verdad quien mi mente
emparaísa, cual la llama de un hacha en un espejo ve quien con ella por detrás se alumbra, antes de
que la vea o la imagine, y atrás se vuelve para ver si el vidrio le dice la verdad, y ve que casa con ella
cual la música y su texto; de igual forma recuerda mi memoria que hice mirando a los hermosos ojos
donde hizo Amor su cuerda para herirme.
Y al volverme y al golpear los míos lo que en aquellos cielos aparece, cada vez que en sus giros se
repara, vi un punto que irradiaba tan aguda luz, que la vista que enfocaba en ella por tan grande
agudeza se cerraba; y la estrella que aquí menor parece, luna parecería junto a ella, si se pusieran
una junto a otra.
Acaso tanto cuanto cerca vemos de su halo la luz que lo desprende cuando son más espesos sus
vapores, distante de ese punto un círculo ígneo giraba tan veloz, que vencería el curso que más
raudo el mundo ciñe; y aquél era por otro rodeado, y de un tercero aquél, y éste de un cuarto, de un
quinto el cuarto, y por un sexto el quinto.
El séptimo seguía tan extenso sobre ellos, que de Juno el emisario abarcarlo del todo no podría.
Y el octavo, y el nono; y cada uno más lento se movía, cuanto estaba en número del uno más
distante; y una más clara llama desprendía el más cercano de la lumbre pura, pues más, yo creo, de
ella participa.
Al verme preocupado mi señora y sorprendido, dijo: «De ese punto depende el cielo y toda la natura.
Ve el círculo que está de él más cercano; y sabrás que tan rápido se mueve por el amor ardiente
que le impulsa. » «Si estuviera dispuesto --dije el mundo con el orden que veo en estas ruedas,
satisfecho me habría lo que dices; mas el mundo sensible nos enseña que las vueltas son tanto más
veloces, cuanto del centro se hallan más lejanas.
Por lo cual, si debiera terminarse mi desear en este templo angélico que sólo amor y luz lo delimitan,
aún debiera escuchar cómo el ejemplo y su copia no marchan de igual modo, que en vano por mí
mismo pienso en ello. » «Si tus dedos no son para tal nudo suficientes, no debes extrañarte, ¡tan
difícil lo ha hecho el no intentarlo!» Dijo así mi señora; y luego: «Atiende.
si es que quieres saciarte, a lo que digo; y sobre estas cuestiones sutiliza.
Las esferas corpóreas son más amplias o estrechas según sea la virtud que se difunde por todas
sus partes.
Da una bondad mayor mayores bienes; y a un bien mayor contiene un mayor cuerpo, siendo sus
partes igual de perfectas.
Así pues este círculo que arrastra todo el otro universo, corresponde con aquel que más ama y que
más sabe: y si aplicaras pues a la virtud tus medidas, y no a las apariencias de los seres que en
círculo se muestran, la proporción perfecta admirarías de más con más, y de menor con menos, cada
cielo, con cada inteligencia. » Como se queda espléndido y sereno el aéreo hemisferio cuando sopla
Bóreas con su mejilla más suave, y se disuelven y limpian las brumas que le turbaban, y sonríe el
cielo con las bellezas todas de su corte; así hice yo, después que mi señora tan claro respondió, y
como en el cielo brilla una estrella supe la verdad.
Y cuando terminaron sus palabras, no de otro modo el hierro centellea candente, cual los círculos
hicieron.
Su incendio cada chispa propagaba; y tantas eran, que el número de ellas más que el doblar del
ajedrez subía.
Yo escuchaba hosanar de coro en coro al punto fijo que los tiene ubi y siempre los tendrá, en que
siempre fueron.
Y aquella que las dudas de mi mente sabía, dijo: «Los primeros círculos te muestran Serafines y
Querubes.
Tras sus vínculos siguen tan aprisa por parecerse al punto cuanto puedan; y tanto pueden cuanto
están más altos.
Esos amores que en torno se encuentran, llámanse Tronos del poder divino, y acaba en ellos el
primer ternario; y deberás saber que todos gozan cuando se profundiza su mirada en la verdad que
aquieta el intelecto.
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De aquí se puede ver cómo se funda la beatitud en el acto de ver, no en el de amar, que detrás de
aquél viene; y del ver son los méritos medida, que genera la gracia y buen deseo: así es como
sucede grado a grado.
El siguiente ternario que florece en esta sempiterna primavera que nocturno carnero no despoja,
perpetuamente «Hosanna» jubilea en triple melodía, por los tres órdenes de alegría en que se
enterna.
En esa jerarquía hay otras diosas: Dominaciones, y después Virtudes; de Potestades es el tercer
orden.
Luego en los dos penúltimos festejos Principados y Arcángeles dan vueltas; todo el último de
ángeles dichosos.
Estos órdenes miran a lo alto, y abajo tanto influyen, que hacia Dios son arrastrados y de todo
arrastran.
Y Dionisio con tanto deseo a contemplar se dedicó estos órdenes que como yo, los nombra y los
distingue.
Pero de él se apartó luego Gregorio; y en cuanto abrió los ojos en el cielo de sí mismo por esto se
reía.
Y si mostrado fue tanto secreto por un mortal, no quiero que te admires: porque se lo enseñó quien
vio aquí arriba, y otras muchas verdades de este mundo!»
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CANTO XXIX
Cuando uno y otro hijo de Latona, por debajo de Libra y del Carnero, son límites los dos de un
horizonte, cuanto hay desde el momento de equilibrio hasta que el uno u otro de aquel cinto,
cambiando de hemisferio, se desata, tanto, la risa pintada en su rostro, muda estuvo Beatriz mirando
fijo el punto que me había derrotado.
Dijo después: «Diré, sin que preguntes, lo que quieres oír, porque lo he visto donde convergen todo
quando y ubi.
No por acrecentar sus propios bienes, que es imposible, mas porque su luz pudiese, en su
esplendor decir "Subsisto", allí en su eternidad, fuera de toda comprens ión y de tiempo, libremente,
se abrió en nuevos amores el eterno.
No es porque antes ocioso estuviera; pues ni después ni antes precedió el discurrir de Dios sobre
estas aguas.
Forma y materia, ya puras o juntas, salieron a existir sin fallo alguno, como de arco tricorde tres
saetas.
Y como en vidrio, en ámbar o en cristales el rayo resplandece, de tal modo que el llegar y el lucir es
todo en uno, de igual forma irradió el triforme efecto de su Sir a su ser a un tiempo mismo sin que
hubiese ninguna diferencia.
Concreado fue el orden y dispuesto a las sustancias; y del mundo cima fueron aquellas hechas acto
puro; a la potencia pura puso abajo; la potencia y el acto, en medio, atadas tal nudo que jamás se
desanuda.
Jerónimo escribió que muchos siglos antes fueron los ángeles creados de que el resto del mundo
fuera hecho; mas en muchos parajes que escribieron los inspirados, se halla esta verdad; y si bien
juzgas te avendrás a ello; y en parte la razón también lo prueba, pues no admite motores que
estuviesen sin su perfecto estado mucho tiempo.
Ya sabes dónde y cuándo estos amores y cómo fueron hechos: ya apagados tres ardores ya están
en tu deseo.
Hasta veinte, contando, no se llega tan pronto, como parte de los ángeles turbó el más bajo de los
elementos.
La otra quedóse, y dio comienzo el arte que puedes ver, y con tanto deleite, que de sus giros nunca
se ha apartado.
La ocasión de caer fue la maldita soberbia de quien viste que oprimían las pesadumbres todas de
este mundo.
Esos que ves aquí fueron humildes, admitiendo existir por la bondad que a tanto conocer hizo
capaces: por lo que fue su vista acrecentada por méritos y gracia iluminante, y tienen voluntad
constante y plena; y no quiero que dudes, mas que sepas, que recibir la gracia es meritorio según
como el afecto la recibe.
Por lo que a este colegio se refiere ya comprendes bastante, si entendiste.
lo que te dije, ya sin otra ayuda.
Mas como en las escuelas de la tierra se enseña que la angélica natura es tal que entiende, que
recuerda y quiere, aún te diré, para que pura sepas la verdad, que allí abajo se confunde, porque
equivocan los significados.
Estas sustancias, desde que gozaron de la cara de Dios, no apartan de ella la mirada, a quien nada
está escondido: Así pues no interceptan su mirada nuevos objetos, y no necesitan recordar con
conceptos divididos; y así allá abajo, sin dormir, se sueña, creyendo y no creyendo en lo que dicen;
pero éstos tienen más vergüenza y culpa.
Vais por distintas rutas los que abajo filosofáis: pues que os empuja tanto el afán de que os tengan
como sabios.
Y aún esto es admitido aquí en lo alto con un rigor menor que si se olvida la sagrada escritura o se
confunde.
No meditáis en cuánta sangre cuesta sembrarla allá en el mundo, y cuánto agrada el que con ella
humilde se conforma.
Por la apariencia pruebas dan de ingenio y de imaginación; y quien predica dase a esto y se calla el
Evangelio.
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Que se volvió la luna, dice el uno, en la pasión de Cristo, y se interpuso para ocultar la luz del sol
abajo; y otro que por sí misma se escondió la luz, y que en la India y en España hubo eclipse lo
mismo que en Judea.
No hay en Florencia tantos Lapi y Bindi cuantas fábulas tales en un año, aquí y allá en los púlpitos
se gritan: y así las ovejuelas, que no saben, vuelven del prado pacidas de viento, y que el daño no
vean no es excusa.
No dijo a su primer convento Cristo: "Id y patrañas predicad al mundo"; sino les dio cimientos de
certeza; y ésta sonó en sus bocas solament e, de modo que luchando por la fe del Evangelio escudo
y lanza hicieron.
Y ahora con bufonadas y con trampas se predica, y con tal que cause risa, la capucha se hincha y
más no pide.
Mas tal pájaro anida en el capuz, que si lo viese el vulgo, allí vería qué indulgencias tendrá
confiando en ése: que en la tierra acrecientan la estulticia, de tal manera que, sin prueba alguna de
su certeza, corren tras de ellas.
Esto engorda al cebón de San Antonio, y a otros muchos más cerdos todavía, que pagan con
monedas no acuñadas.
Mas como es larga ya la digresión, vuelve los ojos a la recta vía, y se abrevien el tiempo y el camino.
Esta naturaleza tanto aumenta en número al subir, que no hay palabras ni conceptos mortales que
las sigan; y si recuerdas lo que se revela en Danïel, verás que en sus millares y millares su número
se esconde.
La luz primera que toda la alumbra, de tantas formas ella en sí recibe, cual son las llamas a las que
se une.
Y así, al igual que al acto que concibe sigue el afecto, de amor la dulzura ardiente o tibio en ella es
diferente.
Ve pues la excelsitud y la grandeza del eterno poder, puesto que tantos espejos hizo en que
multiplicarse, permaneciendo en sí uno como antes.
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CANTO XXX
Acaso a seis mil millas de distancia hierve aquí la hora sexta, y este mundo horizontal reclina ya la
sombra, cuando el centro del cielo, tan profundo, se pone d e tal forma, que en el fondo van
desapareciendo las estrellas; y cuando se adelanta la sirviente clarísima del sol, apaga el cielo una
por una hasta la más hermosa.
No de otro modo el triunfo que se goza en torno al punto que antes me cegara, creyéndolo incluido
en lo que incluye, se apagó poco a poco de mi vista; por lo cual el amor y el no ver nada me hicieron
que a Beatriz volviera el rostro.
Si cuanto de ella he dicho hasta el presente fuese encerrado todo en una loa, poco sería a conseguir
mi intento.
La belleza que vi no sobrepasa solamente a nosotros, mas yo creo que sólo su creador la goce
entera.
Vencido me confieso en este paso más que nunca en un punto de su obra fue superado el trágico o
el cómico: pues, como el sol la vista menos firme, así el recuerdo de su dulce risa a mí mismo me
priva de mi mente.
Desde el día primero que su rostro en esta vida vi, hasta esta visión, he podido seguirla con mi
canto; mas es forzoso que desista ahora de seguir su belleza, poetizando, cual todo artista que a su
extremo llega.
Y ella, cual yo la dejo a voz más digna que la de mi trompeta, que se acerca a dar fin a materia tan
difícil, con ademán y voz de guía experto «Hemos salido ya -volvió a decirme- del mayor cuerpo al
cielo que es luz pura: luz intelectüal, plena de amor; amor del cierto bien, pleno de dicha; dicha que
es más que todas las dulzuras.
Aquí verás a una y otra milicia del paraíso, y una de igual modo que en el juicio final habrás de verla.
» Como un súbito rayo que nos ciega los visivos espíritus, e impide que vea el ojo aun cosas muy
brillantes, así circumbrillóme una luz viva, y cubrióme la cara con tal velo de su fulgor, que nada
pude ver.
«El amor que este cielo tiene inmóvil siempre recibe en él de igual manera, por disponer una vela a
su llama. » Apenas penetraron dentro de mí estas breves palabras, comprendí que sobre mi virtud
estaba alzado; y de una vista nueva disfrutaba tal, que ninguna luz es tan brillante, que con mis ojos
no la resistiera; y vi una luz que un río semejaba fulgiendo fuego, entre sus dos orillas pintadas de
admirable primavera.
Salían del torrente chispas vivas, que entre las flores se desparramaban, cual rubíes que el oro
circunscribe; después, como embriagadas del aroma, al raudal asombroso se arrojaban de nuevo, y
si una entraba otra salía.
«El gran deseo que ahora te urge y quema, de que te diga qué es esto que ves, más me complace
cuanto más intento; mas de este agua es preciso que bebas antes que tanta sed en ti se sacie. » De
este modo me habló el sol de mis ojos.
Y después: «Son el río y los topacios que entran y salen, y el prado riente, sólo de su verdad
velados prólogos.
No que de suyo estén aún inmaduros; más el defecto está de parte tuya, que aún no tienes visión
tan elevada. » No hay un chiquillo que corra tan raudo con la vista a la leche, si despierta mucho más
tarde de lo que acostumbra, como yo, para hacer mejor espejo mis ojos, agachándome a las ondas,
que para enmejorarnos van fluyendo; y en el momento que bebió de aquellas el borde de mis
párpados, creí que redonda se hacía su largura.
Después, como la gente enmascarada, que otra que antes parece, si se quita el semblante no suyo
que la esconde, así en mayores gozos se trocaron las chispas, y las flores, y ver pude las dos cortes
del cielo manifiestas.
¡Oh divino esplendor por quien yo vi el alto triunfo del reino veraz, ayúdame a decir cómo lo vi! Hay
arriba una luz que hace visible el Creador a aquellas crïaturas que en su visión tan sólo paz
encuentran.
Y en circular figura se derrama, tanto que al sol sería demasiado cinturón con su gran
circunferencia.
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De un rayo reflejado en lo más alto del Primer Móvil viene su apariencia, que de él recibe su poder y
vida.
Y cual loma en el agua de su base se espejea cual viéndose adornada, cuando de hierba y flores es
más rica, superando a la luz en torno suyo, vi espejearse en más de mil peldaños cuanto arriba
volvió de entre nosotros.
Y si el último grado luz tan grande abarca, ¡cuál la anchura no sería de esta rosa en las hojas más
lejanas! Mi vista ni en lo ancho ni en lo alto desfallecía, comprendiendo todo el cuánto y cómo de
aquella alegría.
Allí el cerca ni el lejos quita o pone: que donde Dios sin ministros gobierna, las leyes naturales nada
pueden.
A lo amarillo de la rosa eterna, que se degrada y se extiende y transmina loas al sol que siempre es
primavera, como a aquel que se calla y quiere hablar me llevó Beatriz y dijo: «¡Mira el gran convento
de las vestes blancas! Ve cómo abre su círculo este reino, mira nuestros escaños tan repletos, que
poca gente más aquí se espera.
Y en el gran trono en que pones los ojos, por la corona que está sobre él puesta, antes de que a
estas bodas te conviden, vendrá a sentarse el alma, abajo augusta, del gran Enrique, que a guiar a
Italia vendrá sin que a ésta encuentre preparada.
Esa ciega codicia que os enferma os ha vuelto lo mismo que al chiquillo que muere de hambre y
echa a la nodriza.
Y habrá un prefecto en el foro divino.
entonces tal, que oculto o manifiesto, no seguirá con él la misma ruta.
Mas Dios lo aguantará por poco tiempo en la santa tarea, y será echado donde Simón el mago el
premio tiene, y hará al de Anagni hundirse más abajo.
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CANTO XXXI
En forma pues de una cándida rosa se me mostraba la milicia santa desposada por Cristo con su
sangre; mas la otra que volando ve y celebra la gloria del señor que la enamora y la bondad que tan
alta la hizo, cual bandada de abejas que en las flores tan pronto liban y tan pronto vuelven donde
extraen el sabor de su trabajo, bajaba a la gran flor que está adornada de tantas hojas, y de aquí
subía donde su amor habita eternamente.
Sus caras eran todas llama viva, de oro las alas, y tan blanco el resto, que no es por nieve alguna
superado.
Al bajar a la flor de grada en grada, hablaban de la paz y del ardor que agitando las alas adquirían.
El que se interpusiera entre la altura y la flor tanta alada muchedumbre ni el ver nos impedía ni el
fulgor: pues la divina luz el universo penetra, según éste lo merece, de tal modo que nada se lo
impide.
Este seguro y jubiloso reino, que pueblan gentes antiguas y nuevas, vista y amor a un punto dirigía.
¡Oh llama trina que en sólo una estrella brillando ante sus ojos, las alegras! ¡Mira esta gran
tempestad en que estamos! Si viniendo los bárbaros de donde todos los días de Hélice se cubre,
girando con su hijo, en quien se goza, viendo Roma y sus arduos edificios, estupefactos se
quedaban cuando superaba Letrán toda obra humana; yo, que desde lo humano a lo divino, desde el
tiempo a lo eterno había llegado, y de Florencia a un pueblo sano y justo, ¡lleno de qué estupor no
me hallaría! En verdad que entre el gozo y el asombro prefería no oír ni decir nada.
Y como el peregrino que se goza viendo ya el templo al cual un voto hiciera, y espera referir lo que
haya visto, yo paseaba por la luz tan viva, llevando por las gradas mi mirada ahora abajo, ahora
arriba, ahora en redor, veía rostros que el amor pintaba, con su risa y la luz de otro encendidos, y de
decoro adornados sus gestos.
La forma general del Paraíso abarcaba mi vista enteramente, sin haberse fijado en parte alguna; y
me volví con ganas redobladas de poder preguntar a mi señora las cosas que a mi mente
sorprendían.
Una cosa quería y otra vino: creí ver a Beatriz y vi a un anciano vestido cual las gentes glorïosas.
Por su cara y sus ojos difundía una benigna dicha, y su semblante era como el de un padre
bondadoso.
«¿Dónde está ella?» Dije yo de pronto.
Y él: «Para que se acabe tu deseo me ha movido Beatriz desde mi Puesto: y si miras el círculo
tercero del sumo grado, volverás a verla en el trono que en suerte le ha cabido. » Sin responderle
levanté los ojos, y vi que ella formaba una corona con el reflejo de la luz eterna.
De la región aquella en que más truena el ojo del mortal no dista tanto en lo más hondo de la mar
hundido, como allí de Beatriz la vista mía; mas nada me importaba, pues su efigie sin intermedio
alguno me llegaba.
«Oh mujer que das fuerza a mi esperanza, y por mi salvación has soportado tu pisada dejar en el
infierno, de tantas cosas cuantas aquí he visto, de tu poder y tu misericordia la virtud y la gracia
reconozco.
La libertad me has dado siendo siervo por todas esas vías, y esos medios que estaba permitido que
siguieras.
En mí conserva tu magnificencia y así mi alma, que por ti ha sanado, te sea grata cuando deje el
cuerpo. » Así recé; y aquélla, tan lejana como la vi, me sonrió mirándome; luego volvió hacia la
fuente incesante.
Y el santo anciano: «A fin de que concluyas perfectamente -dijo,- tu camino, al que un ruego y un
santo amor me envían, vuelven tus ojos por estos jardines; que al mirarlos tu vista se prepara más a
subir por el rayo divino.
Y la reina del cielo, en el cual ardo por completo de amor, dará su gracia, pues soy Bernardo, de ella
tan devoto. » Igual que aquel que acaso de Croacia, viene por ver el paño de Verónica, a quien no
sacia un hambre tan antigua, mas va pensando mientras se la enseñan: «Mi señor Jesucristo, Dios
veraz, ¿de esta manera fue vuestro semblante?»; estaba yo mirando la ferviente caridad del que
aquí en el bajo mundo, de aquella paz gustó con sus visiones.
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«Oh hijo de la gracia, el ser gozoso -empezó- no es posible que percibas, si no te fijas más que en lo
de abajo; pero mira hasta el último los círculos, hasta que veas sentada a la reina de quien el reino
es súbdito y devoto. » Alcé los ojos; y cual de mañana la porción oriental del horizonte, está más
encendida que la otra, así, cual quien del monte al valle observa, vi al extremo una parte que vencía
en claridad a todas las restantes.
Y como allí donde el timón se espera que mal guió Faetonte, más se enciende, y allá y aquí su luz
se debilita, así aquella pacífica oriflama se encendía en el medio, y lo restante de igual manera su
llama extinguía; y en aquel centro, con abiertas alas, la celebraban más de un millar de ángeles,
distintos arte y luz de cada uno.
Vi con sus juegos y con sus canciones reír a una belleza, que era el go zo en las pupilas de los
otros santos; y aunque si para hablar tan apto fuese cual soy imaginando, no osaría lo mínimo a
expresar de su deleite.
Cuando Bernardo vio mis ojos fijos y atentos en lo ardiente de su fuego, a ella con tanto amor volvió
los suyos, que los míos ansiaron ver de nuevo.
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CANTO XXXII
Absorto en su delicia, libremente hizo de guía aquel contemplativo, y comenzaron sus palabras
santas: «La herida que cerró y sanó María, quien tan bella a sus plantas se prosterna de abrirla y
enconarla es la culpable.
En el orden tercero de los puestos, Raquel está sentada bajo ésa, como bien puedes ver, junto a
Beatriz.
Judit y Sara, Rebeca y aquella del cantor bisabuela que expiando su culpa dijo: "Miserere mei", de
puesto en puesto pueden contemplarse ir degradando, mientras que al nombrarlas voy la rosa
bajando de hoja en hoja.
Y del séptimo grado a abajo, como hasta aquél, se suceden las hebreas, separando las hojas de la
rosa; porque, según la mirada pusiera su fe en Cristo, son esas la muralla que divide los santos
escalones.
En esa parte donde está colmada por completo de hojas, se acomodan los que creyeron que Cristo
vendría; por la otra parte por donde interrumpen huecos los semicírculos, se encuentran los que en
Cristo venido fe tuvieron.
Y como allí el escaño glorioso de la reina del cielo y los restantes tan gran muralla forman por
debajo, de igual manera enfrente está el de Juan que, santo siempre, desierto y martirio sufrió, y
luego el infierno por dos años; y bajo él separando de igual modo mira a Benito, a Agustín y a
Francisco y a otros de grada en grada hasta aquí abajo.
Ahora conoce el sabio obrar divino: pues uno y otro aspecto de la fe llenarán de igual modo estos
jardines.
Y desde el grado que divide al medio las dos separaciones, hasta abajo, nadie por propios méritos
se sienta, sino por los de otro, en ciertos casos: porque son todas almas desatadas antes de que
eligieran libremente.
Bien puedes darte cuenta por sus rostros y también por sus voces infantiles, si los miras atento y los
escuchas.
Dudas ahora y en tu duda callas; mas yo desataré tan fuerte nudo que te atan los sutiles
pensamientos.
Dentro de la grandeza de este reino no puede haber casualidad alguna, como no existen sed,
hambre o tristeza: y por eterna ley se ha establecido tan justamente todo cuanto miras, que
corresponde como anillo al dedo; y así esta gente que vino con prisa a la vida inmortal no sine causa
está aquí en excelencias desiguales.
El rey por quien reposan estos reinos en tanto amor y en tan grande deleite, que más no puede osar
la voluntad, todas las almas con su hermoso aspecto creando, a su placer de gracia dota
diversamente; y bástete el efecto.
Y esto claro y expreso se consigna en la Escritura santa, en los gemelos movidos por la ira ya en la
madre.
Mas según el color de los cabellos, de tanta gracia, la altísima luz dignamente conviene que les
cubra.
Así es que sin de suyo merecerlo puestos están en grados diferentes, distintos sólo en su mirar
primero.
Era bastante en los primeros siglos ser inocente para estar salvado, con la fe únicamente de los
padres; al completarse los primeros tiempos, para adquirir virtud, circuncidarse a más de la inocencia
era preciso; pero llegado el tiempo de la gracia, sin el perfecto bautismo de Cristo, tal inocencia allá
abajo se guarda.
Ahora contempla el rostro que al de Cristo más se parece, pues su brillo sólo a ver a Cristo puede
disponerte. » Yo vi que tanto gozo le llovía, llevada por aquellas santas mentes creadas a volar por
esa altura, que todo lo que había contemplado, no me colmó de tanta admiración, ni de Dios me
mostró tanto semblante; y aquel amor que allí bajara antes cantando: «Ave María, gratia plena» ante
ella sus alas desplegaba.
Respondió a la divina cancioncilla por todas partes la beata corte, y todos parecieron más radiantes.
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«Oh santo padre que por mí consientes estar aquí, dejando el dulce puesto que ocupas disfrutando
eterna suerte, ¿quién es el ángel que con tanto gozo a nuestra reina le mira los ojos, y que fuego
parece, enamorado?» A la enseñanza recurrí de nuevo.
de aquel a quien María hermoseaba, como el sol a la estrella matutina.
Y aquél: «Cuanta confianza y gallardía puede existir en ángeles o en almas, toda está en él; y así es
nuestro deseo, porque es aquel que le llevó la palma a María allá abajo, cuando el Hijo de Dios quiso
cargar con nuestro cuerpo.
Mas sigue con la vista mientras yo te voy hablando, y mira los patricios de este imperio justísimo y
piadoso.
Los dos que están arriba, más felices por sentarse tan cerca de la Augusta son casi dos raíces de
esta rosa: quien cerca de ella está del lado izq uierdo es el padre por cuyo osado gusto tanta
amargura gustan los humanos.
Contempla al otro lado al viejo padre de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves de esta venusta flor
ha confiado.
Y aquel que vio los tiempos dolorosos antes de muerto, de la bella esposa con lanzada y con clavos
conquistada, a su lado se sienta y junto al otro el guía bajo el cual comió el maná la gente ingrata,
necia y obstinada.
Mira a Ana sentada frente a Pedro, contemplando a su hija tan dichosa, que la vista no mueve en
sus hosannas; y frente al mayor padre de familia, Lucía, que moviera a tu Señora cuando a la ruina,
por no ver, corrías.
Mas como escapa el tiempo que te aduerme pararemos aquí, como el buen sastre que hace el traje
según que sea el paño; y alzaremos los ojos al primer amor, tal que, mirándole, penetres.
en su fulgor cuanto posible sea.
Mas para que al volar no retrocedas, creyendo adelantarte, con tus alas la gracia orando es preciso
que pidas: gracia de aquella que puede ayudarte; y tú me has de seguir con el afecto, y el corazón
no apartes de mis ruegos. » Y entonces dio comienzo a esta plegaria.
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CANTO XXXIII
«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo, alta y humilde más que otra criatura, término fijo de eterno
decreto, Tú eres quien hizo a la humana natura tan noble, que su autor no desdeñara convertirse a sí
mismo en su creación.
Dentro del viento tuyo ardió el amor, cuyo calor en esta paz eterna hizo que germinaran estas flores.
Aquí nos eres rostro meridiano de caridad, y abajo, a los mortales, de la esperanza eres fuente
vivaz.
Mujer, eres tan grande y vales tanto, que quien desea gracia y no te ruega quiere su desear volar sin
alas.
Mas tu benignidad no sólo ayuda a quien lo pide, y muchas ocasiones se adelanta al pedirlo
generosa.
En ti misericordia, en ti bondad, en ti magnificencia, en ti se encuentra todo cuanto hay de bueno en
las criaturas.
Ahora éste, que de la ínfima laguna del universo, ha visto paso a paso las formas de vivir
espirituales, solicita, por gracia, tal virtud, que pueda con los ojos elevarse, más alto a la divina
salvación.
Y yo que nunca ver he deseado más de lo que a él deseo, mis plegarias te dirijo, y te pido que te
basten, para que tú le quites cualquier nube de su mortalidad con tus plegarias, tal que el sumo
placer se le descubra.
También reina, te pido, tú que puedes lo que deseas, que conserves sanos, sus impulsos, después
de lo que ha visto.
Venza al impulso humano tu custodia: ve que Beatriz con tantos elegidos por mi plegaria te junta las
manos!» Los ojos que venera y ama Dios, fijos en el que hablaba, demostraron cuánto el devoto
ruego le placía; luego a la eterna luz se dirigieron, en la que es impensable que penetre tan
claramente el ojo de ninguno.
Y yo que al final de todas mis ansias me aproximaba, tal como debía, puse fin al ardor de mi deseo.
Bernardo me animaba, sonriendo a que mirara abajo, mas yo estaba ya por mí mismo como aquél
quería: pues mi mirada, volviéndose pura, más y más penetraba por el rayo de la alta luz que es
cierta por sí misma.
Fue mi visión mayor en adelante de lo que puede el habla, que a tal vista, cede y a tanto exceso la
memoria.
Como aquel que en el sueño ha visto algo, que tras el sueño la pasión impresa permanece, y el
resto no recuerda, así estoy yo, que casi se ha extinguido mi visión, mas destila todavía en mi pecho
el dulzor que nace de ella.
Así la nieve con el sol se funde;.
así al viento en las hojas tan livianas se perdía el saber de la Sibila.
¡Oh suma luz que tanto sobrepasas los conceptos mortales, a mi mente di otro poco, de cómo
apareciste, y haz que mi lengua sea tan potente, que una chispa tan sólo de tu gloria legar pueda a
los hombres del futuro; pues, si devuelves algo a mi memoria y resuenas un poco en estos versos, tu
victoria mejor será entendida.
Creo, por la agudeza que sufrí del rayo, que si hubiera retirado la vista de él, hubiéseme perdido.
Y esto, recuerdo, me hizo más osado sosteniéndola, tanto que junté con el valor infinito mi vista.
¡Oh gracia tan copiosa, que me dio valor para mirar la luz eterna, tanto como la vista consentía! En
su profundidad vi que se ahonda, atado con amor en un volumen, lo que en el mundo se
desencuaderna: sustancias y accidentes casi atados junto a sus cualidades, de tal modo que es sólo
débil luz esto que digo.
Creo que vi la forma universal de este nudo, pues siento, mientras hablo, que más largo se me hace
mi deleite.
Me causa un solo instante más olvido que veinticinco siglos a la hazaña que hizo a Neptuno de
Argos asombrarse.
Así mi mente, toda suspendida, miraba fijamente, atenta, inmóvil, y siempre de mirar sentía anhelo.
Quien ve esa luz de tal modo se vuelve, que por ver otra cosa es imposible.
La Divina Comedia Dante Alighieri
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que de ella le dejara separarse; Pues el bien, al que va la voluntad, en ella todo está, y fuera de ella
lo que es perfecto allí, es defectuoso.
Han de ser mis palabras desde ahora, más cortas, y esto sólo a mi recuerdo, que las de un niño
que aún la leche mama.
No porque más que un solo aspecto hubiera en la radiante luz que yo veía, que es siempre igual que
como era primero; mas por mi vista que se enriquecía cuando miraba su sola apariencia, cambiando
yo, ante mí se transformaba.
En la profunda y clara subsistencia de la alta luz tres círculos veía de una misma medida y tres
colores; Y reflejo del uno el otro era, como el iris del iris, y otro un fuego que de éste y de ése
igualmente viniera.
¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino a mi concepto! y éste a lo que vi, lo es tanto que no basta
el decir «poco».
¡Oh luz eterna que sola en ti existes, sola te entiendes, y por ti entendida y entendiente, te amas y
recreas! El círculo que había aparecido en ti como una luz que se refleja, examinado un poco por
mis ojos, en su interior, de igual color pintada, me pareció que estaba nuestra efigie: y por ello mi
vista en él ponía.
Cual el geómetra todo entregado al cuadrado del círculo, y no encuentra, pensando, ese principio
que precisa, estaba yo con esta visión nueva: quería ver el modo en que se unía al círculo la imagen
y en qué sitio; pero mis alas no eran para ello: si en mi mente no hubiera golpeado un fulgor que sus
ansias satisfizo.
Faltan fuerzas a la alta fantasía; mas ya mi voluntad y mi deseo giraban como ruedas que impulsaba
Aquel que mueve el sol y las estrellas.
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