miércoles, 20 de marzo de 2013

44-51 cant


CANTO XXII
Caballeros he visto alzar el campo, comenzar el combate, o la revista, y alguna vez huir para
salvarse; en vuestra tierra he visto exploradores, ¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas, hacer
torneos y correr las justas, ora con trompas, y ora con campanas, con tambores, y hogueras en
castillos, con cosas propias y también ajenas; mas nunca con tan rara cornamusa, moverse
caballeros ni pendones, ni nave al ver una estrella o la tierra.
Caminábamos con los diez demonios, ¡fiera compaña!, mas en la taberna con borrachos, con santos
en la iglesia.
Mas a la pez volvía la mirada, por ver lo que la bolsa contenía y a la gente que adentro estaba
ardiendo.
Cual los delfines hacen sus señales con el arco del lomo al marinero, que le preparan a que el leño
salve, por aliviar su pena, de este modo enseñaban la espalda algunos de ellos, escondiéndose en
menos que hace el rayo.
Y como al borde del agua de un charco hay renacuajos con el morro fuera, con el tronco y las ancas
escondidas, se encontraban así los pecadores; mas, como se acercaba Barbatiesa, bajo el hervor
volvieron a meterse.
Yo vi, y el corazón se me acongoja, que uno esperaba, así como sucede que una rana se queda y
otra salta; Y Arañaperros, que a su lado estaba, le agarró por el pelo empegotado.
y le sacó cual si fuese una nutria.
Ya de todos el nombre conocía, pues lo aprendí cuando fueron nombrados, y atento estuve cuando
se llamaban.
«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle los garfios en la espalda y desollarlo» gritaban todos juntos
los malditos.
Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes, saber quién es aquel desventurado, llegado a manos de
sus enemigos. » Y junto a él se aproximó mi guía; preguntó de dónde era, y él repuso: «Fui nacido
en el reino de Navarra.
Criado de un señor me hizo mi madre, que me había engendrado de un bellaco, destructor de si
mismo y de sus cosas.
Después fui de la corte de Teobaldo: allí me puse a hacer baratertas; y en este caldo estoy
rindiendo cuentas. » Y Colmilludo a cuya boca asoman, tal jabalí, un colmillo a cada lado, le hizo
sentir cómo uno descosía.
Cayó el ratón entre malvados gatos; mas le agarró en sus brazos Barbatiesa, y dijo: « Estaros
quietos un momento. » Y volviendo la cara a mi maestro «Pregunta -dijo- aún, si más deseas de él
saber, antes que esos lo destrocen».
El guía entonces: «De los otros reos, di ahora si de algún latino sabes que esté bajo la pez. » Y él:
«Hace poco a uno dejé que fue de allí vecino.
¡Si estuviese con él aún recubierto no temería tridentes ni garras!» Y el Salido: «Esperamos ya
bastante», dijo, y cogióle el brazo con el gancho, tal que se llevó un trozo desgarrado.
También quiso agarrarle Ponzoñoso piernas abajo; mas el decurión miró a su alrededor con mala
cara.
Cuando estuvieron algo más calmados, a aquel que aún contemplaba sus heridas le preguntó mi
guía sin tardanza: «¿Y quién es ése a quien enhoramala dejaste, has dicho, por salir a flote?» Y
aquél repuso: «Fue el fraile Gomita, el de Gallura, vaso de mil fraudes; que apresó a los rivales de su
amo, consiguiendo que todos lo alabasen.
Cogió el dinero, y soltóles de plano, como dice; y fue en otros menesteres, no chico, mas eximio
baratero.
Trata con él maese Miguel Zanque de Logodoro; y hablan Cerdeña sin que sus lenguas nunca se
fatiguen.
¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente: más te diría pero tengo miedo que a rascarme la tiña se
aparezcan. » Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste, cuyos ojos herirle amenazaban, dijo: « Hazte
a un lado, pájaro malvado. » «Si queréis conocerles o escucharles -volvió a empezar el preso
temeroso- haré venir toscanos o lombardos; pero quietos estén los Malasgarras para que éstos no
teman su venganza, y yo, siguiendo en este mismo sitio, por uno que soy yo, haré venir siete cuando
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les silbe, como acostumbramos hacer cuando del fondo sale alguno. » Malchucho en ese instante
alzó el hocico, moviendo la cabeza, y dijo: «Ved qué malicia pensó para escaparse. » Mas él, que
muchos trucos conocía respondió: «¿Malicioso soy acaso, cuando busco a los míos más tristeza?»
No se aguantó Aligacho, y, al contrario de los otros, le dijo: «Si te tiras, yo no iré tras de ti con buen
galope, mas batiré sobre la pez las alas; deja la orilla y corre tras la roca; ya veremos si tú nos
aventajas. » Oh tú que lees, oirás un nuevo juego: todos al otro lado se volvieron, y el primero aquel
que era más contrario.
Aprovechó su tiempo el de Navarra; fijó la planta en tierra, y en un punto dio un salto y se escapó de
su preboste.
Y por esto, culpables se sintieron, más aquel que fue causa del desastre, que se marchó gritando:
«Ya te tengo. » Mas de poco valió, pues que al miedoso no alcanzaron las alas: se hundió éste, y
aquél alzó volando arriba el pecho.
No de otro modo el ánade de golpe, cuando el halcón se acerca, se sumerge, y éste, roto y
cansado, se remonta.
Airado Patasfrías por la broma, volando atrás, lo cogió, deseando que aquél huyese para armar
camorra; y al desaparecer el baratero, volvió las garras a su camarada, tal que con él se enzarzó
sobre el foso.
Fue el otro gavilán bien amaestrado, sujetándole bien, y ambos cayeron en la mitad de aquel
pantano hirviente.
Los separó el calor a toda prisa, pero era muy difícil remontarse, pues tenían las alas pegajosas.
Barbatiesa, enfadado cual los otros, a cuatro hizo volar a la otra parte, todos con grafios y muy
prestamente.
Por un lado y por otro descendieron: echaron garfios a los atrapados, que cocidos estaban en la
costra, y asi enredados los abandonamos.
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CANTO XXIII
Callados, solos y sin compañía caminábamos uno tras del otro, lo mismo que los frailes franciscanos.
Vuelto había a la fábula de Esopo mi pensamiento la presente riña, donde él habló del ratón y la
rana, porque igual que «enseguida» y «al instante», se parecen las dos si se compara el principio y
el fin atentamente.
Y, cual de un pensamiento el otro sale, así nació de aquel otro después, que mi primer espanto
redoblaba.
Yo así pensaba: «Si estos por nosotros quedan burlados con daño y con befa, supongo que estarán
muy resentidos.
Si sobre el mal la ira se acrecienta, ellos vendrán detrás con más crueldad que el can lleva una
liebre con los dientes. » Ya sentía erizados los cabellos por el miedo y atrás atento estaba cuando
dije: «Maestro, si escondite no encuentras enseguida, me amedrentan los Malasgarras: vienen tras
nosotros: tanto los imagino que los siento. » Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio, tu imagen exterior
no copiaría tan pronto en mí, cual la de dentro veo; tras mi pensar el tuyo ahora venía, con igual acto
y con la misma cara, que un único consejo hago de entrambos.
Si hacia el lado derecho hay una cuesta, para poder bajar a la otra bolsa, huiremos de la caza
imaginada. » Este consejo apenas proferido, los vi venir con las alas extendidas, no muy de lejos,
para capturarnos.
De súbito mi guía me cogió cual la madre que al ruido se despierta y ve cerca de sí la llama
ardiente, que coge al hijo y huye y no se para, teniendo, más que de ella, de él cuidado, aunque tan
sólo vista una camisa.
Y desde lo alto de la dura margen, de espaldas resbaló por la pendiente, que cierra la otra bolsa por
un lado.
No corre por la aceña agua tan rauda, para mover la rueda del molino, cuando más a los palos se
aproxima, cual mi maestro por aquel barranco, sosteniéndome encima de su pecho, como a su hijo, y
no cual compañero.
Y llegaron sus pies al lecho apenas del fondo, cuando aquéllos a la cima sobre nosotros; pero no
temíamos, pues la alta providencia que los quiere hacer ministros de la quinta fosa, poder salir de allí
no les permite.
Allí encontramos a gente pintada que alrededor marchaba a lentos pasos, llorando fatigados y
abatidos.
Tenían capas con capuchas bajas hasta los ojos, hechas del tamaño que se hacen en Cluní para los
monjes: por fuera son de oro y deslumbrantes, mas por dentro de plomo, y tan pesadas que Federico
de paja las puso.
¡Oh eternamente fatigoso manto! Nosotros aún seguimos por la izquierda a su lado, escuchando el
triste lloro; mas cansados aquéllos por el peso, venían tan despacio, que con nuevos compañeros a
cada paso estábamos.
Por lo que dije al guía: «Ve si encuentras a quien de nombre o de hechos se conozca, y los ojos,
andando, mueve entorno. » Uno entonces que oyó mi hablar toscano, de detrás nos gritó: « Parad
los pasos, los que corréis por entre el aire oscuro.
Tal vez tendrás de mí lo que buscabas. » Y el guía se volvió y me dijo: «Espera, y luego anda
conforme con sus pasos. » Me detuve, y vi a dos que una gran ansia mostraban, en el rostro, de ir
conmigo, mas la carga pesaba y el sendero.
Cuando estuvieron cerca, torvamente, me remiraron sin decir palabra; luego a sí se volvieron y
decían: «Ése parece vivo en la garganta; y, si están muertos ¿por qué privilegio van descubiertos de
la gran estola?» Dijéronme: «Oh Toscano, que al colegio de los tristes hipócritas viniste, dinos quién
eres sin tener reparo. » «He nacido y crecido - les repuse- en la gran villa sobre el Arno bello, y con
el cuerpo estoy que siempre tuve.
¿Quién sois vosotros, que tanto os destila el dolor, que así veo por el rostro, y cuál es vuestra pena
que reluce?» «Estas doradas capas -uno dijo- son de plomo, tan gruesas, que los pesos hacen así
chirriar a sus balanzas.
Frailes gozosos fuimos, boloñeses; yo Catalano y éste Loderingo llamados, y elegidos en tu tierra,
como suele nombrarse a un imparcial por conservar la paz; y fuimos tales que en torno del Gardingo
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aún puede verse. » Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males » No dije más, porque vi por el
suelo a uno crucificado con tres palos.
Al verme, por entero se agitaba, soplándose en la barba con suspiros; y el fraile Catalán que lo
advirtió, me dijo: «El condenado que tú miras, dijo a los fariseos que era justo ajusticiar a un hombre
por el pueblo.
Desnudo está y clavado en el camino como ves, y que sienta es necesario el peso del que pasa por
encima; y en tal modo se encuentra aquí su suegro en este foso, y los de aquel concilio que a los
judíos fue mala semilla. » Vi que Virgilio entonces se asombraba por quien se hallaba allí
crucificado, en el eterno exilio tan vilmente.
Después dirigió al fraile estas palabras: «No os desagrade, si podéis, decirnos si existe alguna
trocha a la derecha, por la cual ambos dos salir podamos, sin obligar a los ángeles negros, a que nos
saquen de este triste foso. » Repuso entonces: «Antes que lo esperes, hay un peñasco, que de la
gran roca sale, y que cruza los terribles valles, salvo aquí que está roto y no lo salva.
Subir podréis arriba por la ruina que yace al lado y el fondo recubre. » El guía inclinó un poco la
cabeza: dijo después: « Contaba mal el caso.
quien a los pecadores allí ensarta. » Y el fraile: « Ya en Bolonia oí contar muchos vicios del diablo, y
entre otros que es mentiroso y padre del embuste. » Rápidamente el guía se marchó, con el rostro
turbado por la ira; y yo me separé de los cargados, detrás siguiendo las queridas plantas.
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CANTO XXIV
En ese tiempo en el que el año es joven y el sol sus crines bajo Acuario templa, y las noches se
igualan con los días, cuando la escarcha en tierra se asemeja a aquella imagen de su blanca
hermana, mas poco dura el temple de su pluma; el campesino falto de forraje, se levanta y
contempla la campiña toda blanca, y el muslo se golpea, vuelve a casa, y aquí y allá se duele, tal
mezquino que no sabe qué hacerse; sale de nuevo, y cobra la esperanza, viendo que al monte ya le
cambió el rostro en pocas horas, toma su cayado, y a pacer fuera saca las ovejas.
De igual manera me asustó el maestro cuando vi que su frente se turbaba, mas pronto al mal siguió
la medicina; pues, al llegar al derruido puente, el guía se volvió a mí con el rostro dulce que vi al
principio al pie del monte; abrió los brazos, tras de haber tomado una resolución, mirando antes la
ruina bien, y se acercó a empinarme.
Y como el que trabaja y que calcula, que parece que todo lo prevea, igual, encaramándome a la
cima de un peñasco, otra roca examinaba, diciendo: «Agárrate luego de aquélla; pero antes ve si
puede sostenerte. » No era un camino para alguien con capa, pues apenas, él leve, yo sujeto,
podíamos subir de piedra en piedra.
Y si no fuese que en aquel recinto más corto era el camino que en los otros, no sé de él, pero yo
vencido fuera.
Mas como hacia la boca Malasbolsas del pozo más profundo toda pende, la situación de cada valle
hace que se eleve un costado y otro baje; y así llegamos a la punta extrema, donde la última piedra
se destaca.
Tan ordeñado del pulmón estaba mi aliento en la subida, que sin fuerzas busqué un asiento en
cuanto que llegamos.
«Ahora es preciso que te despereces -dijo el maestro-, pues que andando en plumas no se consigue
fama, ni entre colchas; el que la vida sin ella malgasta tal vestigio en la tierra de sí deja, cual humo
en aire o en agua la espuma.
Así que arriba: vence la pereza con ánimo que vence cualquier lucha, si con el cuerpo grave no lo
impide.
Hay que subir una escala aún más larga; haber huido de éstos no es bastante: si me entiendes,
procura que te sirva. » Alcé entonces, mostrándome provisto de un ánimo mayor del que tenía, «
Vamos -dije-.
Estoy fuerte y animoso. » Por el derrumbe empezamos a andar, que era escarpado y rocoso y
estrecho, y mucho más pendiente que el de antes.
Hablando andaba para hacerme el fuerte;.
cuando una voz salió del otro foso, que incomprensibles voces profería.
No le entendí, por más que sobre el lomo ya estuviese del arco que cruzaba: mas el que hablaba
parecía airado.
Miraba al fondo, mas mis ojos vivos, por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban, por lo que yo:
«Maestro alcanza el otro recinto, y descendamos por el muro; pues, como escucho a alguno que no
entiendo, miro así al fondo y nada reconozco.
«Otra respuesta -dijo- no he de darte más que hacerlo; pues que demanda justa se ha de cumplir
con obras, y callando. » Desde lo alto del puente descendimos donde se cruza con la octava orilla,
luego me fue la bolsa manifiesta; y yo vi dentro terrible maleza de serpientes, de especies tan
distintas, que la sangre aún me hiela el recordarlo.
Más no se ufane Libia con su arena; que si quelidras, yáculos y faras produce, y cancros con
anfisibena s, ni tantas pestilencias, ni tan malas, mostró jamás con la Etiopía entera, ni con aquel que
está sobre el mar Rojo.
Entre el montón tristísimo corrían gentes desnudas y aterrorizadas, sin refugio esperar o heliotropía:
esposados con sierpes a la espalda; les hincaban la cola y la cabeza en los riñones, encima
montadas.
De pronto a uno que se hallaba cerca, se lanzó una serpiente y le mordió donde el cuello se anuda
con los hombros.
Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe, cual se encendió y ardió, y todo en cenizas.
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se convirtió cayendo todo entero; y luego estando así deshecho en tierra amontonóse el polvo por si
solo, y en aquel mismo se tornó de súbito.
Así los grandes sabios aseguran que muere el Fénix y después renace, cuando a los cinco siglos
ya se acerca: no pace en vida cebada ni hierba, sólo de incienso lágrimas y amomo, y nardo y mirra
son su último nido.
Y como aquel que cae sin saber cómo, porque fuerza diabólica lo tira, o de otra opilación que liga el
ánimo, que levantado mira alrededor, muy conturbado por la gran angustia que le ha ocurrido, y
suspira al mirar: igual el pecador al levantarse.
¡Oh divina potencia, cuán severa, que tales golpes das en tu venganza! El guía preguntó luego
quién era: y él respondió: «Lloví de la Toscana, no ha mucho tiempo, en este fiero abismo.
Vida de bestia me plació, no de hombre, como al mulo que fui: soy Vanni Fucci bestia, y Pistoya me
fue buena cuadra. » Y yo a mi guía: «Dile que no huya, y pregunta qué culpa aquí le arroja; que
hombre le vi de maldad y de sangre. » Y el pecador, que oyó, no se escondía, mas volvió contra mí
el ánimo y rostro, y de triste vergüenza enrojeció; y dijo: «Más me duele que me halles en la miseria
en la que me estás viendo, que cuando fui arrancado en la otra vida.
Yo no puedo ocultar lo que preguntas: aquí estoy porque fui en la sacristía ladrón de los hermosos
ornamentos, y acusaron a otro hombre falsamente; mas porque no disfrutes al mirarme, si del lugar
oscuro tal vez sales, abre el oído y este anuncio escucha: Pistoya de los negros enflaquece: luego
en Florencia cambian gente y modos.
De Val de Magra Marte manda un rayo rodeado de turbios nubarrones; y en agria tempestad
impetuosa, sobre el campo Piceno habrá un combate; y de repente rasgará la niebla, de modo que
herirá a todos los blancos.
¡Esto te digo para hacerte daño!»
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CANTO XXV
El ladrón al final de sus palabras, alzó las manos con un par de higas, gritando: «Toma, Dios, te las
dedico. » Desde entonces me agradan las serpientes, pues una le envolvió entonces el cuello, cual si
dijese: «No quiero que sigas»; y otra a los brazos, y le sujetó ciñéndose a sí misma por delante.
que no pudo con ella ni moverse.
¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas incinerarte, así que más no dures, pues superas en mal a tus
mayores! En todas las regiones del infierno no vi a Dios tan soberbio algún espíritu, ni el que cayó de
la muralla en Tebas.
Aquel huyó sin decir más palabra; y vi venir a un centauro rabioso, llamando: «¿Dónde, dónde está
el soberbio?» No creo que Maremma tantas tenga, cuantas bichas tenía por la grupa, hasta donde
comienzan nuestras formas.
Encima de los hombros, tras la nuca, con las alas abiertas, un dragón tenía; y éste quema cuanto
toca.
Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco, que, bajo el muro del monte Aventino, hizo un lago de sangre
muchas veces.
No va con sus hermanos por la senda, por el hurto que fraudulento hizo del rebaño que fue de su
vecino; hasta acabar sus obras tan inicuas bajo la herculea maza, que tal vez ciento le dio, mas no
sintió el deceno. » Mientras que así me hablaba, se marchó, y a nuestros pies llegaron tres espíritus,
sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos, hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»: por lo cual dimos
fin a nuestra charla, y entonces nos volvimos hacia ellos.
Yo no les conocí, pero ocurrió, como suele ocurrir en ocasiones, que tuvo el uno que llamar al otro,
diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?» Y yo, para que el guía se fijase, del mentón puse el dedo
a la nariz.
Si ahora fueras, lector, lento en creerte lo que diré, no será nada raro, pues yo lo vi, y apenas me lo
creo.
A ellos tenía alzada la mirada, y una serpiente con seis pies a uno, se le tira, y entera se le enrosca.
Los pies de en medio cogiéronle el vientre, los de delante prendieron sus brazos, y después le
mordió las dos mejillas.
Los delanteros lanzóle a los muslos y le metió la cola entre los dos, y la trabó detrás de los riñones.
Hiedra tan arraigada no fue nunca a un árbol, como aquella horrible fiera.
por otros miembros enroscó los suyos.
Se juntan luego, tal si cera ardiente fueran, y mezclan así sus colores, no parecían ya lo que antes
eran, como se extiende a causa del ardor, por el papel, ese color oscuro, que aún no es negro y ya
deja de ser blanco.
Los otros dos miraban, cada cual gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando! ¡mira que ya no sois
ni dos ni uno! Las dos cabezas eran ya una sola, y mezcladas se vieron dos figuras en una cara,
donde se perdían.
Cuatro miembros hiciéronse dos brazos; los muslos con las piernas, vientre y tronco en miembros
nunca vistos se tornaron.
Ya no existian las antiguas formas: dos y ninguna la perversa imagen parecía; y se fue con paso
lento.
Como el lagarto bajo el gran azote de la canícula, al cambiar de seto, parece un rayo si cruza el
camino; tal parecía, yendo a las barrigas de los restantes, una sierpe airada, tal grano de pimienta
negra y livida; y en aquel sitio que primero toma nuestro alimento, a uno le golpea; luego al suelo
cayó a sus pies tendida.
El herido miró, mas nada dijo; antes, con los pies quietos, bostezaba, como si fiebre o sueño le
asaltase.
Él a la sierpe, y ella a él miraba; él por la llaga, la otra por la boca humeaban, el humo confundiendo.
Calle Lucano ahora donde habla del mísero Sabello y de Nasidio, y espere a oír aquello que
describo.
Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa; que si aquél en serpiente, en fuente a ésta convirtió,
poetizando, no le envidio; que frente a frente dos naturalezas no trasmutó, de modo que ambas
formas a cambiar dispusieran sus materias.
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Se respondieron juntos de tal modo, que en dos partió su cola la serpiente, y el herido juntaba las
dos hormas.
Las piernas con los muslos a sí mismos tal se unieron, que a poco la juntura de ninguna manera se
veía.
Tomó la cola hendida la figura que perdía aquel otro, y su pellejo se hacía blando y el de aquélla,
duro.
Vi los brazos entrar por las axilas, y los pies de la fiera, que eran cortos, tanto alargar como
acortarse aquéllos.
Luego los pies de atrás, torcidos juntos, el miembro hicieron que se oculta el hombre, y el misero
del suyo hizo dos patas.
Mientras el humo al uno y otro empaña de color nuevo, y pelo hace crecer por una parte y por la otra
depila, cayó el uno y el otro levantóse, sin desviarse la mirada impía, bajo la cual cambiaban sus
hocicos.
El que era en pie lo trajo hacia las sienes, y de mucha materia que allí había, salió la oreja del
carrillo liso; lo que no fue detrás y se retuvo de aquel sobrante, a la nariz dio forma, y engrosó los dos
labios, cual conviene.
El que yacía, el morro adelantaba, y escondió en la cabeza las orejas, como del caracol hacen los
cuernos.
Y la lengua, que estaba unida y presta para hablar antes, se partió; y la otra partida, se cerró; y cesó
ya el humo.
El alma que era en fiera convertida, se echó a correr silbando por el valle, y la otra, en pos de ella,
hablando escupe.
Luego volvióle las espaldas nuevas, y dijo al otro: «Quiero que ande Buso como hice yo, reptando,
su camino. » Así yo vi la séptima zahúrda mutar y trasmutar; y aquí me excuse la novedad, si oscura
fue la pluma.
Y sucedió que, aunque mi vista fuese algo confusa, y encogido el ánimo, no pudieron huir, tan a
escondidas que no les viese bien, Puccio Sciancato -de los tres compañeros era el único que no
cambió de aquellos que vinieron- era el otro a quien tú, Gaville, lloras.

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