miércoles, 20 de marzo de 2013

52-62


CANTO XXVI
¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande, que por mar y por tierra bate alas, y en el infierno se
expande tu nombre! Cinco nobles hallé entre los ladrones de tus vecinos, de donde me vino
vergüenza, y para ti no mucha honra.
Mas si el soñar al alba es verdadero, conocerás, de aquí a no mucho tiempo, lo que Prato, no ya
otras, te aborrece.
No fuera prematuro, si ya fuese: ¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe! que más me pesará, cuanto
envejezco.
Nos marchamos de allí, y por los peldaños que en la bajada nos sirvieron antes, subió mi guía y
tiraba de mí.
Y siguiendo el camino solitario, por los picos y rocas del escollo, sin las manos, el pie no se valía.
Entonces me dolió, y me duele ahora, cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo, y el ingenio refreno más
que nunca, porque sin guía de virtud no corra; tal que, si buena estrella, o mejor cosa, me ha dado el
bien, yo mismo no lo enturbie.
Cuantas el campesino que descansa en la colina, cuando aquel que alumbra el mundo, oculto
menos tiene el rostro, cuando a las moscas siguen los mosquitos, luciérnagas contempla allá en el
valle, en el lugar tal vez que ara y vendimia; toda resplandecía en llamaradas la bolsa octava, tal
como advirtiera desde el sitio en que el fondo se veía.
Y como aquel que se vengó con osos, vio de Elías el carro al remontarse, y erguidos los caballos a
los cielos, que con los ojos seguir no podia, ni alguna cosa ver salvo la llama, como una nubecilla
que subiese; tal se mueven aquéllas por la boca del foso, mas ninguna enseña el hurto, y encierra un
pecador cada centella.
Yo estaba tan absorto sobre el puente, que si una roca no hubiese agarrado, sin empujarme
hubiérame caído.
Y viéndome mi guía tan atento dijo: « Dentro del fuego están las almas, todas se ocultan en donde
se queman. » «Maestro - le repuse-, al escucharte estoy más cierto, pero ya he notado que así
fuese, y decírtelo quería: ¿quién viene en aquel fuego dividido, que parece surgido de la pira donde
Eteocles fue puesto con su hermano?» Me respondió: «Allí dentro se tortura a Ulises y a Diomedes, y
así juntos en la venganza van como en la ira; y dentro de su llama se lamenta del caballo el ardid,
que abrió la puerta que fue gentil semilla a los romanos.
Se llora la traición por la que, muerta, aún Daidamia se duele por Aquiles, y por el Paladión se halla
el castigo. » «Si pueden dentro de aquellas antorchas hablar - le dije- pídote, maestro, y te suplico, y
valga mil mi súplica, que no me impidas que aguardar yo pueda a que la llama cornuda aquí llegue;
mira cómo a ellos lleva mi deseo. » Y él me repuso: «Es digno lo que pides de mucha loa, y yo te lo
concedo; pero procura reprimir tu lengua.
Déjame hablar a mí, pues que comprendo lo que quieres; ya que serán esquivos por ser griegos, tal
vez, a tus palabras. » Cuando la llama hubo llegado a donde lugar y tiempo pareció a mi guía, yo le
escuc hé decir de esta manera: «¡Oh vosotros que sois dos en un fuego, si os merecí, mientras que
estaba vivo, si os merecí, bien fuera poco o mucho, cuando altos versos escribí en el mundo, no os
alejéis; mas que alguno me diga dónde, por él perdido, halló la muerte. » El mayor cuerno de la
antigua llama empezó a retorcerse murmurando, tal como aquella que el viento fatiga; luego la punta
aquí y acá moviendo, cual si fuese una lengua la que hablara, fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando me
separé de Circe, que sustrajó- me más de un año allí junto a Gaeta, antes de que así Eneas la
llamase, ni la filial dulzura, ni el cariño del viejo padre, ni el amor debido, que debiera alegrar a
Penélope, vencer pudieron el ardor interno que tuve yo de conocer el mundo, y el vicio y la virtud de
los humanos; mas me arrojé al profundo mar abierto, con un leño tan sólo, y la pequeña tripulación
que nunca me dejaba.
Un litoral y el otro vi hasta España, y Marruecos, y la isla de los sardos, y las otras que aquel mar
baña en torno.
Viejos y tardos ya nos encontrábamos, al arribar a aquella boca estrecha donde Hércules plantara
sus columnas, para que el hombre más allá no fuera: a mano diestra ya dejé Sevilla, y la otra mano
se quedaba Ceuta. » «Oh hermanos -dije-, que tras de cien mil peligros a occidente habéis llegado,
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ahora que ya es tan breve la vigilia de los pocos sentidos que aún nos quedan, negaros no queráis a
la experiencia, siguiendo al sol, del mundo inhabitado.
Considerar cuál es vuestra progenie: hechos no estáis a vivir como brutos, mas para conseguir
virtud y ciencia. » A mis hombres les hice tan ansiosos del camino con esta breve arenga, que no
hubiera podido detenerlos; y vuelta nuestra proa a la mañana, alas locas hicimos de los remos,
inclinándose siempre hacia la izquierda.
Del otro polo todas las estrellas vio ya la noche, y el nuestro tan bajo que del suelo marino no surgía.
Cinco veces ardiendo y apagada era la luz debajo de la luna, desde que al alto paso penetramos,
cuando vimos una montaña, oscura por la distancia, y pareció tan alta cual nunca hubiera visto monte
alguno.
Nos alegramos, mas se volvió llanto: pues de la nueva tierra un torbellino nació, y le golpeó la proa
al leño.
Le hizo girar tres veces en las aguas; a la cuarta la popa alzó a lo alto, bajó la proa -como Aquél lo
quiso- hasta que el mar cerró sobre nosotros.
CANTO XXVII
Quieta estaba la llama ya y derecha para no decir más, y se alejaba con la licencia del dulce poeta,
cuando otra, que detrás de ella venía, hizo volver los ojos a su punta, porque salía de ella un son co
nfuso.
Como mugía el toro siciliano que primero mugió, y eso fue justo, con el llanto de aquel que con su
lima lo templó, con la voz del afligido, que, aunque estuviese forjado de bronce, de dolor parecía
traspasado; así, por no existir hueco ni vía para salir del fuego, en su lenguaje las palabras amargas
se tornaban.
Mas luego al encontrar ya su camino por el extremo, con el movimiento que la lengua le diera con su
paso, escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo la voz y que has hablado cual lombardo, diciendo: “Vete
ya; más no te incito”, aunque he llegado acaso un poco tarde, no te pese el quedarte a hablar
conmigo: ¡Mira que no me pesa a mí, que ardo! Si tú también en este mundo ciego has oído de
aquella dulce tierra latina, en que yo fui culpable, dime si tiene la Romaña paz o guerra; pues yo naci
en los montes entre Urbino y el yugo del que el Tiber se desata. » Inclinado y atento aún me
encontraba, cuando al costado me tocó mi guía, diciéndome: «Habla tú, que éste es latino. » Yo, que
tenía la respuesta pronta, comencé a hablarle sin demora alguna: «Oh alma que te escondes allá
abajo, tu Romaña no está, no estuvo nunca, sin guerra en el afán de sus tiranos; mas palpable
ninguna dejé ahora.
Rávena está como está ha muchos años: le los Polenta el águila allí anida, al que a Cervia recubre
con sus alas.
La tierra que sufrió la larga prueba hizo de francos un montón sangriento, bajo las garras verdes
permanece.
El mastín viejo y joven de Verruchio, que mala guardia dieron a Montaña, clavan, donde solían, sus
colmillos.
Las villas del Santerno y del Camone manda el leoncito que campea en blanco, que de verano a
invierno el bando muda; y aquella cuyo flanco el Savio baña, como entre llano y monte se sitúa, vive
entre estado libre y tiranía.
Ahora quién eres, pido que me cuentes: no seas más duro que lo fueron otros; tu nombre así en el
mundo tenga fama. » Después que el fuego crepitó un momento a su modo, movió la aguda punta de
aquí, de allí, y después lanzó este soplo: «Si creyera que diese mi respuesta a persona que al
mundo regresara, dejaría esta llama de agitarse; pero, como jamás desde este fondo nadie vivo
volvió, si bien escucho, sin temer a la infamia, te contestó: Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda, y hubiera mi deseo realizado, si a las primeras culpas, el gran
Preste, que mal haya, tornado no me hubiese; y el cómo y el porqué, quiero que escuches: Mientras
que forma fui de carne y huesos que mi madre me dio, fueron mis obras no leoninas sino de vulpeja;
las acechanzas, las ocultas sendas todas las supe, y tal llevé su arte, que iba su fama hasta el confín
del mundo.
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Cuando vi que llegaba a aquella parte de mi vida, en la que cualquiera debe arriar las velas y lanzar
amarras, lo que antes me plació, me pesó entonces, y arrepentido me volví y confeso, ¡ah
miserable!, y me hubiera salvado.
El príncipe de nuevos fariseos, haciendo guerra cerca de Letrán, y no con sarracenos ni judíos, que
su enemigo todo era cristiano, y en la toma de Acre nadie estuvo ni comerciando en tierras del
Sultán; ni el sumo oficio ni las sacras órdenes en sí guardó, ni en mí el cordón aquel que suele hacer
delgado a quien lo ciñe.
Pero, como a Silvestre Constantino, allí en Sirati a curarle de lepra, así como doctor me llamó éste
para curarle la soberbia fiebre: pidióme mi consejo, y yo callaba, pues sus palabras ebrias parecían.
Luego volvió a decir: «Tu alma no tema; de antemano te absuelvo; enséñame la forma de abatir a
Penestrino.
El cielo puedo abrir y cerrar puedo, porque son dos las llaves, como sabes, que mi predecesor no
tuvo aprecio. » Los graves argumentos me punzaron y, pues callar peor me parecia, le dije: “Padre,
ya que tú me lavas de aquel pecado en el que caigo ahora, larga promesa de cumplir escaso hará
que triunfes en el alto solio.
” Luego cuando morí, vino Francisco, mas uno de los negros querubines le dijo: “No lo lleves: no me
enfades.
Ha de venirse con mis condenados, puesto que dio un consejo fraudulento, y le agarro del pelo
desde entonces; que a quien no se arrepiente no se absuelve, ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente.
” ¡Oh miserable, cómo me aterraba al agarrarme diciéndome: “¿Acaso no pensabas que lógico yo
fuese?” A Minos me condujo, y ocho veces al duro lomo se ciñó la cola, y después de morderse
enfurecido, dijo: “Este es reo de rabiosa llama”, por lo cual donde ves estoy perdido y, así vestido,
andando me lamento. » Cuando hubo terminado su relato, se retiró la llama dolorida, torciendo y
debatiendo el cuerno agudo.
A otro lado pasamos, yo y mi guía, por cima del escollo al otro arco que cubre el foso, donde se
castiga a los que, discordiando, adquieren pena.
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CANTO XXVIII
Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría de tanta sangre y plagas como vi hablar, aunque contase
mochas veces? En verdad toda lengua fuera escasa porque nuestro lenguaje y nuestra mente no
tienen juicio para abarcar tanto.
Aunque reuniesen a todo aquel gentío que allí sobre la tierra infortunada de Apulia, foe de su
sangre doliente por los troyanos y la larga guerra que tan grande despojo hizo de anillos, cual Livio
escribe, y nunca se equivoca; y quien sufrió los daños de los golpes por oponerse a Roberto
Guiscardo; y la otra cuyos huesos aún se encuentran en Caperano, donde fue traidor todo el pullés;
y la de Tegliacozzo, que venció desarmado el viejo Alardo, y cuál cortado y cuál roto su miembro
mostrase, vanamente imitaría de la novena bolsa el modo inmundo.
Una cuba, que duela o fondo pierde, como a uno yo vi, no se vacía, de la barbilla abierto al bajo
vientre; por las piernas las tripas le colgaban, vela la asadura, el triste saco que hace mierda de todo
lo que engulle.
Mientras que en verlo todo me ocupaba, me miró y con la mano se abrió el pecho diciendo: «¡Mira
cómo me desgarro! imira qué tan maltrecho está Mahoma! Delante de mí Alí llorando marcha, rota la
cara del cuello al copete.
Todos los otros que tú ves aquí, sembradores de escándalo y de cisma vivos fueron, y así son
desgarrados.
Hay detrás un demonio que nos abre, tan crudamente, al tajo de la espada, cada cual de esta fila
sometiendo, cuando la vuelta damos al camino; porque nuestras heridas se nos cierran antes que
otros delante de él se pongan.
Mas ¿quién eres, que husmeas en la roca, tal vez por retrasar ir a la pena, con que son castigadas
tus acciones?» «Ni le alcanza aún la muerte, ni el castigo -respondió mi maestro- le atormenta; mas,
por darle conocimiento pleno, yo, que estoy muerto, debo conducirlo por el infierno abajo vuelta a
vuelta: y esto es tan cierto como que te hablo. » Mas de cien hubo que, cuando lo oyeron, en el foso
a mirarme se pararon llenos de asombro, olvidando el martirio.
« Pues bien, di a Fray Dolcín que se abastezca, tú que tal vez verás el sol en breve, si es que no
quiere aquí seguirme pronto, tanto, que, rodeado por la nieve, no deje la victoria al de Novara, que
no sería fácil de otro modo. » Después de alzar un pie para girarse, estas palabras díjome Mahoma;
luego al marcharse lo fijó en la tierra.
Otro, con la garganta perforada, cortada la nariz hasta las cejas, que una oreja tenía solamente, con
los otros quedó, maravillado, y antes que los demás, abrió el gaznate, que era por fuera rojo por
completo; y dijo: «Oh tú a quien culpa no condena y a quien yo he visto en la tierra latina, si mucha
semejanza no me engaña, acuérdate de Pier de Medicina, si es que vuelves a ver el dulce llano, que
de Vercelli a Marcabó desciende.
Y haz saber a los dos grandes de Fano, a maese Guido y a maese Angiolello, que, si no es vana
aquí la profecía, arrojados serán de su bajel, y agarrotados cerca de Cattolica, por traición de tirano
fementido.
Entre la isla de Chipre y de Mallorca no vio nunca Neptuno tal engaño, no de piratas, no de gente
argólica.
Aquel traidor que ve con sólo uno, y manda en el país que uno a mi lado quisiera estar ayuno de
haber visto, ha de hacerles venir a una entrevista; luego hará tal, que al viento de Focara no
necesitarán preces ni votos. » Y yo le dije: «Muéstrame y declara, si quieres que yo lleve tus noticias,
quién es el de visita tan amarga. » Puso entonces la mano en la mejilla de un compañero, y abrióle la
boca, gritando: «Es éste, pero ya no habla; éste, exiliado, sembraba la duda, diciendo a César que
el que está ya listo siempre con daño el esperar soporta. » ¡Oh cuán acobardado parecía, con la
lengua cortada en la garganta, Curión que en el hablar fue tan osado! Y uno, con una y otra mano
mochas, que alzaba al aire oscuro los muñones, tal que la sangre le ensuciaba el rostro, gritó: «Te
acordarás también del Mosca, que dijo: “Lo empezado fin requiere”, que fue mala simiente a los
toscanos. » Y yo le dije: «Y muerte de tu raza. » Y él, dolor a dolor acumulado, se fue como persona
triste y loca.
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Mas yo quedé para mirar el grupo, y vi una cosa que me diera miedo, sin más pruebas, contarla
solamente, si no me asegurase la conciencia, esa amiga que al hombre fortifica en la confianza de
sentirse pura.
Yo vi de cierto, y parece que aún vea, un busto sin cabeza andar lo mismo que iban los otros del
rebaño triste; la testa trunca agarraba del pelo, cual un farol llevándola en la mano; y nos miraba, y
«¡Ay de mí!» decía.
De sí se hacía a sí mismo lucerna, y había dos en uno y uno en dos: cómo es posible sabe Quien tal
manda.
Cuando llegado hubo al pie del puente, alzó el brazo con toda la cabeza, para decir de cerca sus
palabras, que fueron: «Mira mi pena tan cruda tú que, inspirando vas viendo a los muertos; mira si
alguna hay grande como es ésta.
Y para que de mí noticia lleves sabrás que soy Bertrand de Born, aquel que diera al joven rey malos
consejos.
Yo hice al padre y al hijo enemistarse: Aquitael no hizo más de Absalón y de David con perversas
punzadas: Y como gente unida así he partido, partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!, de su principio que
está en este tronco.
Y en mí se cumple la contrapartida. »
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CANTO XXIX
La mucha gente y las diversas plagas, tanto habian mis ojos embriagado, que quedarse llorando
deseaban; mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas? ¿Por qué tu vista se detiene ahora tras de las
tristes sombras mutiladas? Tú no lo hiciste así en las otras bolsas; piensa, si enumerar las crees
posible, que millas veintidós el valle abarca.
Y bajo nuestros pies ya está la luna: Del tiempo concedido queda poco, y aún nos falta por ver lo
que no has visto. » «Si tú hubieras sabido - le repuse- la razón por la cual miraba, acaso me
hubieses permitido detenerme. » Ya se marchaba, y yo detrás de él, mi guía, respondiendo a su
pregunta y añadiéndole: «Dentro de la cueva, donde los ojos tan atento puse, creo que un alma de
mi sangre llora la culpa que tan caro allí se paga. » Dijo el maestro entonces: «No entretengas de
aquí adelante en ello el pensamiento: piensa otra cosa, y él allá se quede; que yo le he visto al pie
del puentecillo señalarte, con dedo amenazante, y llamarlo escuché Geri del Bello.
Tan distraído tú estabas entonces con el que tuvo Altaforte a su mando, que se fue porque tú no le
atendías. » «Oh guía mío, la violenta muerte que aún no le ha vengado -yo repuse- ninguno que
comparta su vergüenza, hácele desdeñoso; y sin hablarme se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso. » Conversamos así hasta el primer sitio que desde el risco el
otro valle muestra, si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.
Cuando estuvimos ya en el postrer claustro de Malasbolsas, y que sus profesos a nuestra vista
aparecer podían, lamentos saeteáronme diversos, que herrados de piedad dardos tenían; y me tapé
por ello los oídos.
Como el dolor, si con los hospitales de Valdiquiana entre junio y septiembre, los males de Maremma
y de Cerdeña, en una fosa juntos estuvieran, tal era aquí; y tal hedor desprendía, como suele venir
de miembros muertos.
Descendimos por la última ribera del largo escollo, a la siniestra mano; y entonces pude ver más
claramente allí hacia el fondo, donde la ministra del alto Sir, infafble justicia, castiga al falseador que
aquí condena.
Yo no creo que ver mayor tristeza en Egina pudiera el pueblo enfermo, cuando se llenó el aire de
ponzoña, pues, hasta el gusanillo, perecieron los animales; y la antigua gente, según que los poeta
aseguran, se engendró de la estirpe de la hormiga; como era viendo por el valle oscuro languidecer
las almas a montones.
Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda, yacía uno del otro, y como a gatas, por el triste
sendero caminaban.
Muy lentamente, sin hablar, marchábamos, mirando y escuchando a los enfermos, que levantar sus
cuerpos no podían.
Vi sentados a dos que se apoyaban, como al cocer se apoyan teja y teja, de la cabeza al pie llenos
de pústulas.
Y nunca vi moviendo la almohaza a muchacho esperado por su amo, ni a aquel que con desgana
está aún en vela, como éstos se mordían con las uñas a ellos mismos a causa de la saña del gran
picor, que no tiene remedio; y arrancaban la sarna con las uñas, como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes.
«Oh tú que con los dedos te desuellas -se dirigió mi guía a uno de aquéllos- y que a veces tenazas
de ellos haces, dime si algún latino hay entre éstos que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea. » «Latinos somos quienes tan gastados aquí nos ves - llorando uno
repuso-; ¿y quién tú, que preguntas por nosotros?» Y el guía dijo: «Soy uno que baja con este vivo
aquí, de grada en grada, y enseñarle el infierno yo pretendo. » Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron con otros que lo oyeron de pasada.
El buen maestro a mí se volvió entonces, diciendo: «Diles todo lo que quieras»; y yo empecé, pues
que él así quería: «Así vuestra memoria no se borre de las humanas mentes en el mundo, mas que
perviva bajo muchos soles, decidme quiénes sois y de qué gente: vuestra asquerosa y fastidiosa
pena.
el confesarlo espanto no os produzca. » «Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena -repuso unopúsome
en el fuego, pero no me condena aquella muerte.
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Verdad es que le dije bromeando: “Yo sabré alzarme en vuelo por el aire” y aquél, que era curioso a
insensato, quiso que le enseñase el arte; y sólo porque no le hice Dédalo, me hizo arder así como lo
hizo su hijo.
Mas en la última bolsa de las diez, por la alquimia que yo en el mundo usaba, me echó Minos, que
nunca se equivoca. » Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto. » Como el otro leproso me escuchara, repuso a mis palabras:
«Quita a Stricca, que supo hacer tan moderados gastos; y a Niccolò, que el uso dispendioso del
clavo descubrió antes que ninguno, en el huerto en que tal simiento crece; y quita la pandilla en que
ha gastado Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque, y el Abbagliato ha perdido su juicio.
Mas por que sepas quién es quien te sigue contra el sienés, en mí la vista fija, que mi semblante
habrá de responderte: verás que soy la sombra de Capoccio, que falseé metales con la alquimia; y
debes recordar, si bien te miro, que por naturaleza fui una mona. »
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CANTO XXX
Cuando Juno por causa de Semele odio tenia a la estirpe tebana, como lo demostró en tantos
momentos, Atamante volvióse tan demente, que, viendo a su mujer con los dos hijos que en cada
mano a uno conducía, gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos a la leona al pasar y a los leoncitos!»; y
luego con sus garras despiadadas.
agarró al que Learco se llamaba, le volteó y le dio contra una piedra; y ella se ahogó cargada con el
otro.
Y cuando la fortuna echó por tierra la soberbia de Troya tan altiva, tal que el rey junto al reino fue
abatido, Hécuba triste, mísera y cautiva, luego de ver a Polixena muerta, y a Polidoro allí, junto a la
orilla del mar, pudo advertir con tanta pena, desgarrada ladró tal como un perro; tanto el dolor su
mente trastornaba.
Mas ni de Tebas furias ni troyanas se vieron nunca en nadie tan crueles, ni a las bestias hiriendo, ni
a los hombres, cuanto en dos almas pálidas, desnudas, que mordiendo corrían, vi, del modo que el
cerdo cuando deja la pocilga.
Una cogió a Capocchio, y en el nudo del cuello le mordió, y al empujarle, le hizo arañar el suelo con
el vientre.
Y el aretino, que quedó temblando, me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi, que rabioso a los
otros así ataca. » «Oh -le dije- así el otro no te hinque los dientes en la espalda, no te importe el
decirme quién es antes que escape. » Y él me repuso: «El alma antigua es ésa de la perversa Mirra,
que del padre lejos del recto amor, se hizo querida.
El pecar con aquél consiguió ésta.
falsificándose en forma de otra, igual que osó aquel otro que se marcha, por ganarse a la reina de las
yeguas, falsificar en sí a Buoso Donati, testando y dando norma al testamente. » Y cuando ya se
fueron los rabiosos, sobre los cuales puse yo la vista, la volví por mirar a otros malditos.
Vi a uno que un laúd parecería si le hubieran cortado por las ingles del sitio donde el hombre se
bifurca.
La grave hidropesía, que deforma los miembros con humores retenidos, no casado la cara con el
vientre, le obliga a que los labios tenga abiertos, tal como a causa de la sed el hético, que uno al
mentón, y el otro lleva arriba.
«Ah vosotros que andáis sin pena alguna, y yo no sé por qué, en el mundo bajo -él nos dijo-, mirad y
estad atentos a la miseria de maese Adamo: mientras viví yo tuve cuanto quise, y una gota de agua,
¡ay triste!, ansío.
Los arroyuelos que en las verdes lomas de Casentino bajan hasta el Arno, y hacen sus cauces fríos
y apacibles, siempre tengo delante, y no es en vano; porque su imagen aún más me reseca que el
mal con que mi rostro se descarna.
La rígida justicia que me hiere se sirve del lugar en que pequé para que ponga en fuga más
suspiros.
Está Romena allí, donde hice falsa la aleación sigilada del Bautista, por lo que el cuerpo quemado
dejé.
Pero si viese aquí el ánima triste de Guido o de Alejandro o de su hermano, Fuente Branda, por
verlos, no cambiase.
Una ya dentro está, si las rabiosas sombras que van en torno no se engañan, ¿mas de qué sirve a
mis miembros ligados? Si acaso fuese al menos tan ligero que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto, buscándole entre aquella gente infame, aunque once millas
abarque esta fosa, y no menos de media de través.
Por aquellos me encuentro en tal familia: pues me indujeron a acuñar florines con tres quilates de
oro solamente. » Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?» «Aquí los encontré, y no se han movido -me repuso- al llover yo
en este abismo ni eternamente creo que se muevan.
Una es la falsa que acusó a José; otro el falso Sinón, griego de Troya: por una fiebre aguda tanto
hieden. » Y uno de aquéllos, lleno de fastidio tal vez de ser nombrados con desprecio, le dio en la
dura panza con el puño.
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Ésta sonó cual si fuese un tambor; y maese Adamo le pegó en la cara con su brazo que no era
menos duro, diciéndole: «Aunque no pueda moverme, porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo. » Y aquél le respondió: « Al encaminarte al fuego, tan ve loz no lo
tuviste: pero sí, y más, cuando falsificabas. » Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto; mas tan veraz
testimonio no diste al requerirte la verdad en Troya. » «Si yo hablé en falso, el cuño falseaste -dijo
Sinón- y aquí estoy por un yerro, y tú por más que algún otro demonio. » «Acuérdate, perjuro, del
caballo -repuso aquel de la barriga hinchada-; y que el mundo lo sepa y lo castigue. » «Y te castigue
a ti la sed que agrieta -dijo el griego- la lengua, el agua inmunda que al vientre le hace valla ante tus
ojos. » Y el monedero dilo: «Así se abra la boca por tu mal, como acostumbra; que si sed tengo y me
hincha el humor, te duele la cabeza y tienes fiebre; y a lamer el espejo de Narciso, te invitarían muy
pocas palabras. » Yo me estaba muy quieto para oírles cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira! no
comprendo qué te hace tanta gracia. » Al oír que me hablaba con enojo, hacia él me volví con tal
vergüenza, que todavía gira en mi memoria.
Como ocurre a quien sueña su desgracia, que soñando aún desea que sea un sueño, tal como es,
como si no lo fuese, así yo estaba, sin poder hablar, deseando escusarme, y escusábame sin
embargo, y no pensaba hacerlo.
«Falta mayor menor vergüenza lava -dijo el maestro-, que ha sido la tuya; así es que ya descarga tu
tristeza.
Y piensa que estaré siempre a tu lado, si es que otra vez te lleva la fortuna donde haya gente en
pleitos semejantes: pues el querer oír eso es vil deseo. »
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CANTO XXXI
La misma lengua me mordió primero, haciéndome teñir las dos mejillas, y después me aplicó la
medicina: así escuché que solía la lanza de Aquiles y su padre ser causante primero de dolor,
después de alivio, Dimos la espalda a aquel mísero valle por la ribera que en torno le ciñe, y sin
ninguna charla lo cruzamos.
No era allí ni de día ni de noche, y poco penetraba con la vista; pero escuché sonar un alto cuerno,
tanto que habría a los truenos callado, y que hacia él su camino siguiendo, me dirigió la vista sólo a
un punto.
Tras la derrota dolorosa, cuando Carlomagno perdió la santa gesta, Orlando no tocó con tanta furia.
A poco de volver allí mi rostro, muchas torres muy altas creí ver; y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es
éste?» Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas demasiado a lo lejos, te sucede que en el imaginar
estás errado.
Bien lo verás, si llegas a su vera, cuánto el seso de lejos se confunde; así que marcha un poco más
aprisa. » Y con cariño cogióme la mano, y dijo: «Antes que hayamos avanzado, para que menos raro
te parezca, sabe que no son torres, mas gigantes, y en el pozo al que cerca esta ribera están
metidos, del ombligo abajo. » Como al irse la niebla disipando, la vista reconoce poco a poco lo que
esconde el vapor que arrastra el aire, así horadando el aura espesa y negra, más y más
acercándonos al borde, se iba el error y el miedo me crecía; pues como sobre la redonda cerca
Monterregión de torres se corona, así aquel margen que el pozo circunda con la mitad del cuerpo
torreaban los horribles gigantes, que amenaza aún desde el cielo Júpiter tronando.
Y yo miraba ya de alguno el rostro, la espalda, el pecho y gran parte del vientre, y los brazos
cayendo a los costados.
Cuando dejó de hacer Naturaleza aquellos animales, muy bien hizo, porque tales ayudas quitó a
Marte; Y si ella de elefantes y ballenas no se arrepiente, quien atento mira, más justa y más discreta
ha de tenerla; pues donde el argumento de la mente al mal querer se junta y a la fuerza, el hombre
no podría defenderse.
Su cara parecía larga y gruesa como la Piña de San Pedro, en Roma, y en esta proporción los otros
huesos; y así la orilla, que les ocultaba del medio abajo, les mostraba tanto de arriba, que alcanzar
su cabellera tres frisones en vano pretendiesen; pues treinta grandes palmos les veía de abajo al
sitio en que se anuda el manto.
«Raphel may amech zabi almi», a gritar empezó la fiera boca, a quien más dulces salmos no
convienen.
Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata, coge tu cuerno, y desfoga con él cuanta ira o pasión así te
agita! Mirate al cuello, y hallarás la soga que amarrado lo tiene, alma turbada, mira cómo tu enorme
pecho aprieta. » Después me dijo: «A sí mismo se acusa.
Este es Nembrot, por cuya mala idea sólo un lengua je no existe en el mundo.
Dejémosle, y no hablemos vanamente, porque así es para él cualquier lenguaje, cual para otros el
suyo: nadie entiende. » Seguimos el viaje caminando a la izquierda, y a un tiro de ballesta, otro
encontramos más feroz y grande.
Para ceñirlo quién fuera el maestro, decir no sé, pero tenía atados delante el otro, atrás el brazo
diestro, una cadena que le rodeaba del cuello a abajo, y por lo descubierto le daba vueltas hasta
cinco veces.
«Este soberbio quiso demostrar contra el supremo Jove su potencia -dijo mi guía- y esto ha
merecido.
Se llama Efialte; y su intentona hizo al dar miedo a los dioses los gigantes: los brazos que movió, ya
más no mueve. » Y le dije: «Quisiera, si es posible, que del desmesurado Briareo puedan tener mis
ojos experiencia. » Y él me repuso: «A Anteo ya verás cerca de aquí, que habla y está libre, que nos
pondrá en el fondo del infierno.
Aquel que quieres ver, está muy lejos, y está amarrado y puesto de igual modo, salvo que aún más
feroz el rostro tiene. » No hubo nunca tan fuerte terremoto, que moviese una torre con tal fuerza,
como Efialte fue pronto en revolverse.
Más que nunca temí la muerte entonces, y el miedo solamente bastaría aunque no hubiese visto las
cadenas.
La Divina Comedia Dante Alighieri
Instituto Cultural Quetzalcoatl www.samaelgnosis.net
Seguimos caminando hacia adelante y llegamos a Anteo: cinco alas salían de la fosa, sin cabeza.
«Oh tú que en el afortunado valle que heredero a Escipión de gloria hizo, al escapar Aníbal con los
suyos, mil leones cazaste por botín, y que si hubieses ido a la alta lucha de tus hermanos, hay quien
ha pensado que vencieran los hijos de la Tierra; bájanos, sin por ello despreciarnos, donde al Cocito
encierra la friura.
A Ticio y a Tifeo no nos mandes; éste te puede dar lo que deseas; inclínate, y no tuerzas el
semblante.
Aún puede darte fama allá en el mundo, pues que está vivo y larga vida espera, si la Gracia a
destiempo no le llama. » Así dijo el maestro; y él deprisa tendió la mano, y agarró a mi guía, con la
que a Hércules diera el fuerte abrazo.
Virgilio, cuando se sintió cogido, me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»; luego hizo tal que un haz
éramos ambos.
Cual parece al mirar la Garisenda donde se inclina, cuando va una nube sobre ella, que se venga
toda abajo; tal parecióme Anteo al observarle y ver que se inclinaba, y fue en tal hora que hubiera
preferido otro camino.
Mas levemente al fondo que se traga a Lucifer con Judas, nos condujo; y así inclinado no hizo más
demora, y se alzó como el mástil en la nave.

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