miércoles, 20 de marzo de 2013
171-186
CANTO XX
Cuando aquel que da luz al mundo entero del hemisferio nuestro así desciende que el día en todas
partes se consuma, el cielo, que aquél solo iluminaba, súbitamente vuelve a hacerse claro, con
muchas luces, que a una reflejan.
Recordé este fenómeno celeste, cuando calló aquel símbolo del mundo y de sus jefes su bendito
pico; pues que todas aquellas vivas luces entonaron, luciendo aún más, cantigas que se han borrado
ya de mi memoria.
¡Oh dulce amor que de risa te envuelves, qué ardiente en esos sistros te mostrabas, de santos
pensamientos inspirados! Cuando las caras y lucientes piedras de las que vi enjoyado el sexto cielo
sus angélicos sones terminaron, creí escuchar el murmurar de un río que claro baja de una roca en
otra, mostrando la abundancia de su fuente.
Y como el son del cuello de la cítara toma forma, y así del orificio de la zampoña por donde entra el
viento, de igual manera, sin tardanza alguna, por el cuello del águila el murmullo subió, cual si
estuviese perforado.
Allí se tornó voz, y por el pico salió en palabras, como lo esperaba mi corazón, en donde las retuve.
«La parte en mí que ve y que al sol resiste siendo águila mortal -me dijo entonces- ahora debes
mirar atentamente, pues de los fuegos que hacen mi figura, esos por los que brillan mis pupilas, son
los más excelentes de entre todos.
Ese que en medio luce como el iris, fue el gran cantor del Espíritu Santo, que el arca trasladó de
pueblo en pueblo: ahora sabe ya el mérito del canto, en cuanto efecto fue de su deseo, por el pago
que le ha correspondido.
De los cinco del arco de mis cejas, quien del pico se encuentra más cercano, consoló a aquella
viuda por su hijo: ahora sabe lo caro que resulta el no seguir a Cristo, conociendo esta vida tan dulce
y su contraria.
Y aquel que sigue en la circunferencia que te digo, en lo más alto del arco, con penitencias aplazó
su muerte: ahora sabe que el juicio sempiterno no cambia, aun cuando dignas oraciones de lo de hoy
abajo hace mañana.
El que sigue, conmigo y con las leyes, bajo buena intención que dio mal fruto, por ceder al pastor se
tornó griego: ahora sabe que el mal que ha derivado de aquel buen proceder, no le es dañoso aunq
ue por ello el mundo se destruya.
Y aquel que está donde el arco desciende, fue Guillermo, a quien llora aquella tierra que a Federico
y Carlos ahora sufre: ahora sabe en qué modo se enamora de un justo rey el cielo, y en el brillo de
su semblante así lo manifiesta.
¿Quién creería en el mundo en que se yerra que el troyano Rifeo en este arco fuese la quinta de las
santas luces? Ahora ya sabe más de eso que el mundo no puede ver de la divina gracia, aunque su
vista el fondo no discierna. » Como la alondra que vuela en el aire cantando, y luego calla satisfecha
de la última dulzura que la sacia, tal pareció la imagen del emblema del eterno poder, a cuyo gusto
todas las cosas adquieren su ser.
Y aunque yo con mis dudas casi fuese cristal con el color que le recubre, no pude estar callado
mucho tiempo, mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?» me impulsó a echar la fuerza de su peso:
por lo cual vi destellos de alegría.
Y luego, con la vista más ardiente, aquel bendito signo me repuso para que yo saliera de mi
asombro: «Ya veo que estas cosas has creído pues yo lo digo, mas no ves las causas; y te están,
aun creyéndolas, ocultas.
Haces como ése que sabe de nomb re las cosas, pero si otros no le explican su sustancia, él no
puede conocerla.
Regnum caelorum sufre la violencia de ardiente amor y de viva esperanza, que vencen la divina
voluntad: no como el hombre al hombre sobrepuja, mas la vencen pues quiere ser vencida, y con su
amor, así vencida, vence.
La primer alma y quinta de las cejas ha causado tu asombro, pues las ves pintando las angélicas
regiones.
No dejaron sus cuerpos, como piensas, gentiles, mas cristianos, con fe firme en los pies por clavar o
ya clavados.
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Pues una del infierno, donde nunca se vuelve al buen querer, tornó a los huesos; y esto fue en
premio de esperanza viva: de una viva esperanza que dio fuerzas a la súplica a Dios de revivirle,
para poder corregir su deseo.
El alma gloriosa de que hablo, vuelta a la carne, en la que estuvo un poco, creyó en aquel que podía
ayudarla; y creyendo encendióse en tanto fuego de verdadero amor, que en su segunda muerte, fue
digna de estas alegrías.
La otra, por gracia que de tan profunda fuente destila, que nadie ha podido ver su vena primera con
los ojos, puso todo su amor en la justicia: y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia la vista a la
futura redención; y él en ella creyó, y no toleraba la peste de su antiguo paganismo; y reprendía a las
gentes perversas.
Las tres mujeres que viste en la rueda derecha le sirvieron de bautismo, antes del bautizar más de
un milenio.
¡Oh predestinación, cuán alejada se encuentra tu raíz de aquellos ojos que la causa primera no ven
tota! Y vosotros mortales, sed prudentes juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos, aún no
sabemos todos los que elige; y nos es dulce ignorar estas cosas, y nuestro bien en este bien se
afina, pues lo que Dios desea, deseamos. » Por la divina imagen de este modo, para aclarar mi vista
tan escasa, me fue dada suave medicina.
Y como a un buen cantor buen citarista hace seguir el pulso de las cuerdas, por lo que aún más
placer adquiere el canto, así, mientras hablaba, yo recuerdo que vi a los dos benditos resplandores,
igual que el parpadeo se concuerda, llamear al compás de las palabras.
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CANTO XXI
Volví a fijar mis ojos en el rostro de mi dama, y mi espíritu con ellos, de cualquier otro asunto retirado.
No se reía; mas «Si me riese -dijo- te ocurriría como cuando fue Semele en cenizas convertida:
pues mi belleza, que en los escalones del eterno palacio más se acrece, como has podido ver, cuanto
más sube, si no la templo, tanto brillaría que tu fuerza mortal, a sus fulgores, rama sería que el rayo
desgaja.
Al séptimo esplendor hemos subido, que bajo el pecho del León ardiente con él irradia abajo su
potencia.
Fija tu mente en pos de tu mirada, y haz de aquélla un espejo a la figura que te ha de aparecer en
este espejo. » Quien supiese cuál era la delicia de mi vista mirando el santo rostro, al poner mi
atención en otro asunto, sabría de qué forma me era grato obedecer a rrú celeste escolta, si un placer
con el otro parangono.
En el cristal que tiene como nombre, rodeando el mundo, el de su rey querido bajo el que estuvo
muerta la malicia, de color de oro que el rayo refleja contemplé una escalera que subía tanto, que no
alcanzaba con la vista.
Vi también que bajaba los peldaños tanto fulgor, que pensé que la luz toda del cielo allí se
difundiera.
Y como, por su natural costumbre, juntos los grajos, al romper del día, se mueven calentando su
plumaje; después unos se van y ya no vuelven; otros toman al sitio que dejaron, y los demás se
quedan dando vueltas; me parecio que igual aconteciese en aquel destellar que junto vino, al llegar y
pararse en cierto tramo.
Y aquel que más cercano se detuvo, era tan luminoso, que me dije: «Bien conozco el amor que me
demuestras.
Mas aquella en que espero el cómo y cuándo callar o hablar, estáse quieta; y yo bien hago y,
aunque quiero, no pregunto. » Por lo cual ella, viendo en mi silencio, con el ver de quien puede verlo
todo, me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo. » Y yo comencé así.
«Mis propios méritos de tu respuesta digno no me hacen; mas por aquella que hablar me permite,
alma santa que te hallas escondida dentro de tu alegría, haz que yo sepa por qué de mí te has puesto
tan cercana; y por qué en esta rueda se ha callado.
la dulce sinfonía de los cielos, que tan piadosa en las de abajo suena. » «Mortal tienes la vista y el
oído, por eso no se canta aquí –repuso- al igual que Beatriz no tiene risa.
Por la santa escalera he descendido únicamente para recrearte con la voz y la luz que me rodea;
mayor amor más presta no me hizo, que tanto o más amor hierve allá arriba, tal como el flamear te
manifiesta.
Mas la alta caridad, que nos convierte en siervas de aquel que el mundo gobierna aquí nos destinó,
como estás viendo. » «Bien veo, sacra lámpara, que un libre amor -le dije basta en esta corte para
seguir la eterna providencia; mas no puedo entender tan fácilmente por qué predestinada sola fuiste
tú a este encargo entre todas las restantes. » Aun antes de acabar estas palabras, hizo la luz un eje
de su centro, dando vueltas veloz como una rueda; luego dijo el amor que estaba dentro: «Desciende
sobre mí la luz divina, en ésta en que me envientro penetrando, la cual virtud, unida a mi intelecto,
tanto me eleva sobre mí, que veo la suma esencia de la cual procede.
De allí viene esta dicha en la que ardo; puesto que a mi visión, que es ya tan clara, la claridad de la
llama se añade.
Pero el alma en el cielo más radiante, el serafín que más a Dios contempla, no podrá responder a tu
pregunta, porque se oculta tanto en el abismo del eterno decreto lo que quieres, que al creado
intelecto se le esconde.
Y al mundo de los hombres, cuando vuelvas, contarás esto, a fin que no pretenda a una tan alta
meta dirigirse.
La mente, que aquí luce, en tierra humea; así que piensa cómo allí podrá lo que no puede aun quien
acoge el cielo. » Tan terminantes fueron sus palabras que dejé aquel asunto, y solamente humilde
pregunté por su persona.
«Álzanse entre las costas italianas montes no muy lejanos de tu tierra, tanto que el trueno suena
más abajo, y un alto forman que se llama Catria, bajo el cual hay un yermo consagrado para adorar
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dispuesto únicamente. » Por vez tercera dijo de este modo; y, siguiendo, después me dijo: «Allí tan
firme servidor de Dios me hice, que sólo con verduras aliñadas soportaba los fríos y calores, alegre
en el pensar contemplativo.
Dar solía a estos cielos aquel claustro muchos frutos; mas ahora está vacío, y pronto se pondrá de
manifiesto.
Yo fui Pedro Damián en aquel sitio, y Pedro Pecador en la morada de nuestra Reina junto al mar
Adriático.
Cuando ya me quedaba poca vida, a la fuerza me dieron el capelo, que de malo a peor ya se
transmite.
Vino Cefas y vino el Santo Vaso del Espíritu, flacos y descalzos, tomando en cualquier sitio la
comida.
Los modernos pastores ahora quieren que les alcen la cola y que les lleven, tan gordos son, sujetos
a los lados.
Con mantos cubren sus cabalgaduras, tal que bajo una piel marchan dos bestias: ¡Oh paciencia que
tanto soportas! Al decir esto vi de grada en grada muchas llamas bajando y dando vueltas, y a cada
giro estaban más hermosas.
Se detuvieron al lado de ésta, y prorrumpieron en clamor tan alto, que aquí nada podría asemejarse;
ni yo lo oí; tan grande fue aquel trueno.
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CANTO XXII
Presa del estupor, hacia mi guía me volví, como el niño que se acoge siempre en aquella en que más
se confía; y aquélla, como madre que socorre rápido al hijo pálido y ansioso con esa voz que suele
confortarlo, dijo: «¿No sabes que estás en el cielo? y ¿no sabes que el cielo es todo él santo, y de
buen celo viene lo que hacemos? Cómo te habría el canto trastornado, y mi sonrisa, puedes ver
ahora, puesto que tanto el gritar te conmueve; y si hubieses su ruego comprendido, en él conocerías
la venganza que podrás ver aún antes de que mueras.
La espada de aquí arriba ni deprisa ni tarde corta, y sólo lo parece a quien teme o desea su llegada.
Mas dirígete ahora hacia otro lado; que verás muchas almas excelentes, si vuelves la mirada como
digo. » Como ella me indicó, volví los ojos, y vi cien esferitas, que se hacían aún más hermosas con
sus mutuos rayos.
Yo estaba como aquel que se reprime.
la punta del deseo, y no se atreve a preguntar, porque teme excederse; y la mayor y la más
encendida de aquellas perlas vino hacia adelante, para dejar satisfechas mis ganas.
Dentro de ella escuché luego: «Si vieses la caridad que entre nosotras arde, lo que piensas habrías
expresado.
Mas para que, esperando, no demores el alto fin, habré de responderte al pensamiento sólo que así
guardas.
El monte en cuya falda está Cassino estuvo ya en su cima frecuentado por la gente engañada y mal
dispuesta; y yo soy quien primero llevó arriba el nombre de quien trajo hasta la tierra esta verdad que
tanto nos ensalza; y brilló tanta gracia sobre mí, que retraje a los pueblos circundantes del culto
impío que sedujo al mundo.
Los otros fuegos fueron todos hombres contemplativos, de ese ardor quemados del que flores y
frutos santos nacen.
Está Macario aquí, y está Romualdo, y aquí están mis hermanos que en los claustros detuvieron
sus almas sosegadas.
Y yo a él: «El afecto que al hablarme demuestras y el benévolo semblante que en todos vuestros
fuegos veo y noto, de igual modo acrecientan mi confianza, como hace al sol la rosa cuando se abre
tanto como permite su potenc ia.
Te ruego pues, y tú, padre, concédeme si merezco gracia semejante, que pueda ver tu imagen
descubierta. » Y aquél: «Hermano, tu alto deseo ha de cumplirse allí en la última esfera, donde se
cumplirán todos y el mío.
Allí perfectos, maduros y enteros son los deseos todos; sólo en ella cada parte está siempre donde
estaba, pues no tiene lugar, ni tiene polos, y hasta aquella conduce esta escalera, por lo cual se te
borra de la vista.
Hasta allá arriba cont empló el patriarca Jacob que ella alcanzaba con su extremo, cuando la vio de
ángeles colmada.
Mas, por subirla, nadie aparta ahora de la tierra los pies, y se ha quedado mi regla para gasto de
papel.
Los muros que eran antes abadías espeluncas se han hecho, y las cogullas de mala harina son
talegos llenos.
Pero la usura tanto no se alza contra el placer de Dios, cuanto aquel fruto que hace tan loco el
pecho de los monjes; que aquello que la Iglesia guarda, todo es de la gente que por Dios lo pierde;
no de parientes ni otros más indignos.
Es tan blanda la carne en los mortales, que allá abajo no basta un buen principio para que den
bellotas las encinas.
Sin el oro y la plata empezó Pedro, y con ayunos yo y con oraciones, y su orden Francisco
humildemente; y si el principio ves de cada uno, y miras luego el sitio al que han llegado, podrás ver
que del blanco han hecho negro.
En verdad el Jordán retrocediendo, más fue, y el mar huyendo, al Dios mandarlo, admirable de ver,
que aquí el remedio. » Así me dijo, y luego fue a reunirse con su grupo, y el grupo se juntó; después,
como un turbión, voló hacia arriba.
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Mi dulce dama me impulsó tras ellos por la escalera sólo con un gesto, venciendo su virtud a mi
natura; y nunca aquí donde se baja y sube por medios naturales, hubo un vuelo tan raudo que a mis
alas se igualase.
Así vuelva, lector, a aquel devoto triunfo por el cual lloro con frecuencia mis pecados y el pecho me
golpeo, puesto y quitado en tanto tú no habrías del fuego el dedo, en cuanto vi aquel signo que al
Toro sigue y dentro de él estuve.
Oh gloriosas estrellas, luz preñada de gran poder, al cual yo reconozco todo, cual sea, que mi
ingenio debo, nacía y se escondía con vosotras de la vida mortal el padre, cuando sentí primero el
aire de Toscana; y luego, al otorgarme la merced de entrar en la alta esfera en que girais, vuestra
misma region me cupo en suerte.
Con devoción mi alma ahora os suspira, para adquirir la fuerza suficiente en este fuerte paso que la
espera.
«Ya de la salvación están tan cerca -me dijo Beatriz-- que deberías tener los ojos claros y aguzados;
por lo tanto, antes que tú más te enelles, vuelve hacia abajo, y mira cuántos mundos debajo de tus
pies ya he colocado; tal que tu corazón, gozoso cuanto pueda, ante las legiones se presente que
alegres van por el redondo éter. » Recorrí con la vista aquellas siete esferas, y este globo vi en tal
forma que su vil apariencia me dio risa; y por mejor el parecer apruebo que lo tiene por menos; y el
que piensa en el otro, de cierto es virtuoso.
Vi encendida a la hija de Latona sin esa sombra que me dio motivo de que rara o que densa la
creyera.
El rostro de tu hijo, Hiperïón, aquí afronté, y vi cómo se mueven, cerca y en su redor Maya y Dïone.
Y se me apareció el templar de Júpiter entre el padre y el hijo: y vi allí claro las variaciones que
hacen de lugares; y de todos los siete puede ver cuán grandes son, y cuánto son veloces, y la
distancia que existe entre ellos.
La era que nos hace tan feroces, mientras con los Gemelos yo giraba, vi con sus montes y sus
mares; luego volví mis ojos a los ojos bellos.
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CANTO XXIII
Igual que el ave, entre la amada fronda, que reposa en el nido entre sus dulces hijos, la noche que las
cosas vela, que, por ver los objetos deseados y encontrar alimento que les nutra -una dura labor que
no disgusta-, al tiempo se adelanta en el follaje, y con ardiente afecto al sol espera, mirando fijo a
donde nace el alba; así erguida se hallaba mi señora y atenta, dirigiéndose hacia el sitio bajo el que
el sol camina más despacio: y viéndola suspensa, ensimismada, me puse como aquel que deseando
algo que quiere, se calma en la espera.
Mas poco fue del uno al otro instante de que esperara, digo, y de que viera.
que el cielo más y más resplandecía; Y Beatriz dijo: «¡Mira las legiones del tyiunfo de Cristo y todo el
fruto que recoge el girar de estas esferas!» Pareció que le ardiera todo el rostro, y tanta dicha llenaba
sus ojos, que es mejor que prosiga sin decirlo.
Igual que en los serenos plenilunios con las eternas ninfas Trivia ríe que coloran el cielo en todas
partes, vi sobre innumerables luminarias un sol que a todas ellas encendía, igual que el nuestro a las
altas estrellas; y por la viva luz transparecía la luciente sustancia, tan radiante a mi vista, que no la
soportaba.
¡Oh Beatriz, mi guía dulce y cara! Ella me dijo: «Aquello que te vence es virtud que ninguno la
resiste.
Allí están el poder y la sapiencia que abrieron el camino entre la tierra y el cielo, tanto tiempo
deseado. » Cual fuego de la nube se desprende por tanto dilatarse que no cabe, y contra su natura
cae a tierra, mi mente así, después de aquel manjar, hecha más grande salió de sí misma, y recordar
no sabe qué se hizo.
«Los ojos abre y mira cómo soy; has contemplado cosas, que te han hecho capaz de sostenerme la
sonrisa. » Yo estaba como aquel que se resiente de una visión que olvida y que se ingenia en vano a
que le vuelva a la memoria, cuando escuché esta invitación, tan digna de gratitud, que nunca ha de
borrarse del libro en que el pasado se consigna.
Si ahora sonasen todas esas lenguas que hicieron Polimnía y sus hermanas de su leche dulcísima
más llenas, en mi ayuda, ni un ápice dirían de la verdad, cantando la sonrisa santa y cuánto
alumbraba al santo rostro.
Y así al representar el Paraíso, debe saltar el sagrado poema, como el que halla cortado su camino.
Mas quien considerase el arduo tema y los humanos hombros que lo cargan, que no censure si
tiembla debajo: no es derrotero de barca pequeña el que surca la proa temeraria, ni para un timonel
que no se exponga.
«¿Por qué mi rostro te enamora tanto, que al hermoso jardín no te diriges que se enflorece a los
rayos de Cristo? Este es la rosa en que el verbo divino carne se hizo, están aquí los lirios con cuyo
olor se sigue el buen sendero. » Así Beatriz; y yo, que a sus consejos estaba pronto, me entregué de
nuevo a la batalla de mis pobres ojos.
Como a un rayo de sol, que puro escapa desgarrando una nube, ya un florido prado mis ojos, en la
sombra, vieron; vi así una muchedumbre de esplendores, desde arriba encendidos por ardientes
rayos, sin ver de dónde procedían.
¡Oh, benigna virtud que así los colmas, para darme ocasión a que te viesen mis impotentes ojos, te
elevaste! El nombre de la flor que siempre invoco mañana y noche, me empujó del todo a la
contemplación del mayor fuego; y cuando reflejaron mis dos ojos el cuál y el cuánto de la viva estrella
que vence arriba como vence abajo, por entre el cielo descendió una llama que en círculo formaba
una corona y la ciñó y dio vueltas sobre ella.
Cualquier canción que tenga más dulzura aquí abajo y que más atraiga al alma, semeja rota nube
que tronase, si al son de aquella lira lo comparo que al hermoso zafiro coronaba del que el más claro
cielo se enzafira.
«Soy el amor angélico, que esparzo la alta alegría que nace del vientre que fue el albergue de
nuestro deseo; y así lo haré, reina del cielo, mientras sigas tras de tu hijo, y hagas santa la esfera
soberana en donde habitas. » Así la melodía circular decía, y las restantes luminarias repetían el
nombre de María.
El real manto de todas las esferas del mundo, que más hierve y más se aviva al aliento de Dios y a
sus mandatos, tan encima tenía de nosotros el interno confín, que su apariencia desde el sitio en que
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estaba aún no veía: y por ello mis ojos no pudieron seguir tras de esa llama coronada que se elevó a
la par que su simiente.
Y como el chiquitín hacia la madre alarga, luego de mamar, los brazos por el amor que afuera se le
inflama, los fulgc>res arriba se extendieron con sus penachos, tal que el alto afecto que a María
tenían me mostraron.
Permanecieron luego ante mis ojos.
Regina caeli, cantando tan dulce que el deleite de mí no se partía.
¡Ah, cuánta es la abundancia que se encierra en las arcas riquísimas que fueron tan buenas
sembradoras aquí abajo! Allí se vive y goza del tesoro conseguido llorando en el destierro babilonio,
en que el oro desdeñaron.
Allí trïunfa, bajo el alto Hijo de María y de Dios, de su victoria, con el antiguo y el nuevo concilio el
que las llaves de esa gloria guarda.
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CANTO XXIV
«Oh compañía electa a la gran cena del bendito Cordero, el cual os nutre de modo que dais siempre
saciadas, si por gracia de Dios éste disfruta de aquello que se cae de vuestra mesa, antes de que la
muerte el tiempo agote, estar atentos a su gran deseo y refrescarle un poco: pues bebéis de la
fuente en que mana lo que él piensa. » Así Beatriz; y las gozosas almas se hicieron una esfera en
polos fijos, llameando, al igual que los cometas.
Y cual giran las ruedas de un reloj así que, a quien lo mira, la primera parece quieta, y la última que
vuela; así aquellas coronas, diferente- mente danzando, lentas o veloces, me hacían apreciar sus
excelencias.
De aquella que noté más apreciada vi que salía un fuego tan dichoso, que de más claridad no hubo
ninguno; y tres veces en torno de Beatriz dio vueltas con un canto tan divino, que mi imaginación no
lo repite.
Y así salta mi pluma y no lo escribo: pues la imaginativa, a tales pliegues, no ya el lenguaje, tiene un
color burdo.
«¡Oh Santa hermana mía que nos ruegas devota, por tu afecto tan ardiente me he separado de esa
hermosa esfera. » Tras detenerse, aquel bendito fuego, dirigió a mi señora sus palabras, que
hablaron en la forma que ya he dicho.
Y ella: «Oh luz sempiterna del gran hombre a quien Nuestro Señor dejó las llaves, que él llevó abajo,
de esta ingente dicha, sobre cuestiones serias o menudas, a éste examina en torno de esa fe, por lo
cual sobre el mar tú caminaste.
Si él ama bien, y bien cree y bien espera, no se te oculta, pues la vista tienes donde se ve cualquier
cosa pintada, pero como este reino ha hecho vasallos por la fe verdadera, es oportuno que la gloríe
más, hablando de ella. » Tal como el bachiller se arma y no habla hasta que hace el maestro la
pregunta, argumentando, mas sin definirla, yo me armaba con todas mis razones, mientras ella le
hablaba, preparado a tal cuestionador y a tal examen.
«Di, buen cristiano, y hazlo sin rodeos: ¿qué es la fe?» Por lo cual alcé la frente hacia la luz que dijo
estas palabras; luego volví a Beatriz, y aquella un presto signo me hizo de que derramase afuera el
agua de mi fuente interna.
«La gracia que me otorga el confesarme -le dije con el alto primopilo, haga que bien exprese mis
conceptos. » Y luego: «Cual la pluma verdadera.
lo escribió, padre, de tu caro hermano que contigo fue guía para Roma, fe es la sustancia de lo que
esperamos, y el argumento de las invisibles; pienso que ésta es su esencia verdadera. » Entonces
escuché: «Bien lo has pensado, si comprendes por qué entre las sustancias, luego en los argumentos
la coloca. » Y respondí: «Las cosas tan profundas que aquí me han ofrecido su apariencia, están a
los de abajo tan ocultas, que sólo está su ser en la creencia, sobre la cual se funda la esperanza; y
por ello sustancia la llamamos.
Y de esto que creemos es preciso silogizar, sin más pruebas visibles: por ello la llamamos
argumento. » Escuché entonces: «Si cuanto se adquiere por la doctrina abajo, así entendierais, no
cabría el ingenio del sofista. » Así me dijo aquel amor ardiente; luego añadió: «Muy bien has
sopesado el peso y la aleación de esta moneda; mas dime si la llevas en la bolsa. » «Sí -dije , y tan
brillante y tan redonda, que en su cuño no cabe duda alguna. » Luego salió de la luz tan profunda
que allí brillaba: «Esta preciosa gema que de toda virtud es fundamento, ¿de dónde te ha venido?» Y
yo: «Es la lluvia del Espíritu Santo, difundida sobre viejos y nuevos pergaminos, el silogismo que esto
me confirma con agudeza tal, que frente a ella cualquier demostración parece obtusa. » Y después
escuché: «¿La antigua y nueva proposición que así te han convencido.
por qué las tienes por habla divina?» Y yo: «Me lo confirman esas obras que las siguieron, a las que
natura ni bate el yunque ni calienta el hierro. » «Dime -me respondió- ¿quién te confirma que hubiera
aquellas obras? Pues el mismo que lo quiere probar, sin más, lo jura. » Si el mundo al cristianismo se
ha inclinado, -le dije sin milagros, esto es uno aún cien veces más grande que los otros: pues tú
empezaste pobre y en ayunas en el campo a sembrar la planta buena que fue antes vid y que ahora
se ha hecho zarza. » Esto acabado, la alta y santa corte cantó por las esferas: «Dio Laudamo» con
esas notas que arriba se cantan.
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Y aquel varón que así de rama en rama, examinando, me había llevado, cerca ya de los últimos
frondajes, volvió a decir: «La Gracia que enamora tu mente, ha hecho que abrieras la boca hasta
aquí como abrirse convenía, de tal forma que apruebo lo que has dicho; mas explicar qué crees
debes ahora, y de dónde te vino la creencia. » «Santo padre, y espíritu que ves aquello en que
creíste, de tal modo, que al más joven venciste hacia el sepulcro, tú quieres --comencé- que
manifieste aquí la forma de mi fe tan presta, y también su motivo preguntaste.
Y te respondo: creo en un Dios solo y eterno, que los cielos todos mueve inmóvil, con amor y con
deseo; y a tal creer no tengo sólo prueba física o metafísica, también me la da la verdad, que aquí
nos llueve por Moisés, por profetas y por salmos, y por el Evangelio y por vosotros que con ardiente
espíritu escribisteis; y creo en tres personas sempiternas, y en una esencia que es tan una y trina,
que el "son" y el "es" admite a un mismo tiempo.
Con la profunda condición divina que ahora toco, la mente me ha sellado la doctrina evangélica a
menudo.
Aquí comienza todo, esta es la chispa que en vivaz llama luego se dilata, y brilla en mí cual en el
cielo estrella. » Como el señor que escucha algo agradable, después abraza al siervo, complacido
por la noticia, cuando aquél se calla; de este modo, cantando, me bendijo, ciñéndome tres veces al
callarme, la apostólica luz, que me hizo hablar: ¡tanto le complacieron mis palabras!
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CANTO XXV
Si sucediera que el sacro poema en quien pusieron mano tierra y cielo, y me ha hecho enflaquecer
por muchos años, venciera la crueldad que me ha exiliado del bello aprisco en el que fui cordero, de
los hostiles lobos enemigo; con otra voz entonces y cabellos, poeta volveré, y sobre la fuente de mi
bautismo habrán de coronarme; porque en la fe, que hace que conozcan a Dios las almas, aquí vine,
y luego Pedro mi frente rodeó por ella.
Después vino una luz hacia nosotros de aquella esfera de la que salió el primer sucesor que dejó
Cristo; y mi Señora llena de alegría.
me dijo: «Mira, mira ahí al barón por quien abajo visitan Galicia. » Tal como cuando el palomo se
pone junto al amigo, y uno y otro muestra su amistad, al girar y al arrullarse; así yo vi que el uno al
otro grande príncipe glorïoso recibía, loando el pasto que allí se apacienta.
Mas concluyendo ya los parabienes, callados coram me se detuvieron, tan ígneos que la vista me
vencían.
Entonces dijo Beatriz riendo: «Oh ínclita alma por quien se escribiera la generosidad de esta
basílica, haz que resuene en lo alto la esperanza: puedes, pues tantas veces la has mostrado,
cuantas jesús os prefirió a los tres. » «Alza el rostro y sosiega, pues quien viene desde el mundo
mortal hasta aquí arriba, en nuestros rayos debe madurarse. » Este consuelo del fuego segundo me
vino; y yo miré a aquellos dos montes que me abatieron antes con su peso.
«Pues nuestro emperador te ha concedido que antes de muerto puedas con sus condes avistarte en
la sala más secreta, y viendo la verdad de este palacio, la esperanza, que abajo os enamora, a ti y a
otros pueda consolaros, dime qué es, y di cómo florece en tu mente: y de dónde te ha venido. » Así
continuó la luz segunda.
Y la piadosa que guió las plumas de mis alas a vuelo tan cimero, previno de este modo mi
respuesta: «La iglesia militante hijo ninguno tiene que más espere, como escrito.
está en el sol que alumbra nuestro ejército: por eso le otorgaron que de Egipto venga a Jerusalén
para que vea, antes de concluir en su milicia.
Los otros puntos, que no por saber le preguntaste, mas para que muestre lo mucho que te place
esta virtud, a él se los dejo, pues que son sencillos y no se jactará; que él os responda, y esto
merezca la divina gracia. » Como el alumno que al doctor secunda pronto y con gusto en eso que es
experto, para que se demuestre su valía.
«La esperanza -repuse es cierta espera de la gloria futura, que produce la gracia con el mérito
adquirido.
Muchas estrellas me han dado esta luz; mas quien primero la infundió en mi pecho fue el supremo
cantor del rey supremo.
"Que esperen en ti --dice en su divino cántico- los que saben de tu nombre": ¿quién que tenga mi fe
no lo conoce? Y con su inspiración tú me inspiraste con tu carta después; y ahora estoy lleno, y en
los otros revierto vuestra lluvia. » Dentro del vivo seno, cuando hablaba, de aquel incendio tremolaba
un fuego raudo y súbito a modo de relámpago.
Luego dijo: «El amor en que me inflamo aún por la virtud que me ha seguido hasta el fin del combate
y el martirio, aún quiere que te hable, pues te gozas con ella, y me complace que me digas qué es lo
que la esperanza te promete. » Y yo: «Los nuevos y los viejos textos fijan la meta, y esto me lo
indica, de quien desea ser de Dios amigo.
Dice Isaías que todos vestidos en su patria estarán con dobles vestes: ¿y es que esta dulce vida no
es su patria? Y tu hermano de forma aún más patente, al hablar de las blancas vestiduras, esta
revelación nos manifiesta.
Y primero, después de estas palabras, «Sperent in te» se oyó sobre nosotros; y replicaron todos los
benditos.
Luego tras esto se encendió una luz tal que, si en Cáncer tal fulgor hubiese, sólo un día sería el
mes de invierno.
Y como se alza y va y entra en el baile una cándida virgen, para honrar a la novicia, y no por
vanagloria, así vi yo al encendido esplendor acercarse a los dos que daban vueltas al ritmo que su
ardiente amor marcaba.
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Se ajustó allí a su canto y a su rueda; y atenta los miraba mi señora, como una esposa inmóvil y
callada.
«Es éste quien yaciera sobre el pecho de nuestro pelicano, y éste fue desde la cruz propuesto al
gran oficio. » Dijo así mi señora; mas por esto su vista no dejó de estar atenta despues como antes
de que hubiera hablado.
Como es aquel que mira y que pretende ver eclipsarse el sol por un momento, y que, por ver, no
vidente se vuelve con el último fuego hice lo mismo hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas para ver
una cosa que no existe? Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será con todos los demás, hasta que el
número al eterno propósito se iguale.
Con las dos vestes en el santo claustro sólo están las dos luces que ascendieron; y esto habrás de
decir en vuestro mundo. » Con esta voz el inflamado giro se detuvo y con él la mezcolanza que se
formaba del sonido triple, como para evitar riesgo o fatiga, los remos que en el agua golpeaban,
todos se aquietan al sonar de un silbo.
¡Qué grande fue mi turbación entonces, al volverme a Beatriz para mirarla, y no la pude ver, aunque
estuviese en el mundo feliz, y junto a ella!
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CANTO XXVI
Mientras yo deslumbrado vacilaba, de la fúlgida llama deslumbrante salió una voz a la que me hice
atento.
«En tanto que retorna a ti la vista que por mirarme -dijo,--- has consumido, bueno será que hablando
la compenses.
Empieza pues; y di a dónde diriges tu alma, y date cuenta que tu vista está en ti desmayada y no
difunta: porque la dama que por la sagrada región te lleva, en la mirada tiene la virtud de la mano de
Ananías. » «A su gusto -repuse pronto o tarde venga el remedio, pues que fueron puertas que ella
cruzó con fuego en que ardo siempre El bien que hace la dicha de esta corte, es Alfa y es O de
cuanta escritura lee en mí el Amor o fuerte o levemente. » Aquella misma voz que los temores del
súbito cegar me hubo quitado, a que siguiese hablando me animaba; y dijo: «Por aún más angosta
criba te conviene cerner; decirnos debes.
quién a tal blanco dirigió tu arco. » Y yo: «Por filosóficas razones y por la autoridad que de ellas baja
tal amor ha debido en mí imprimirse: que el bien en cuanto bien, al conocerse, nos enciende el
amor, tanto más grande cuanta mayor bondad en sí retiene.
Y así a una esencia que es tan ventajosa, que todo bien que esté fuera de ella no es nada más que
un brillo de su rayo, más que a otra es preciso que se mueva la mente, amando, de los que conocen
la verdad que esta prueba fundamenta.
Tal verdad demostró a mi entendimiento aquel que me enseñó el amor primero de todas las
sustancias sempiternas.
Lo demostró la voz del Creador que a Moisés dijo hablando de sí mismo: «Yo haré que veas el
poder supremo. » Y tú lo demostraste, al comenzar el alto pregón que grita el arcano de aquí allá
abajo más que cualquier otro.
Y escuché: «Por la humana inteligencia y por la autoridad con él concorde, de t u amor tiende a
Dios lo soberano.
Mas dime aún si sientes otras cuerdas que a él te atraigan, de modo que me digas con cuántos
dientes este amor te muerde. » No estaba oculta la santa intención del Águila de Cristo, y me di
cuenta a qué tema quería conducirme.
Por eso repliqué: «Cuantos mordiscos pueden volver a Dios un corazón, juntos mi caridad han
fomentado: que el que yo exista y el que exista el mundo, la muerte que Él sufrió y por la que vivo, y
lo que esperan como yo los fieles, con el conocimiento que antes dije, me han sacado del mar del
falso amor, y del derecho me han puesto en la orilla.
Las frondas que enfrondecen todo el huerto del eterno hortelano, yo amo tanto, cuanto es el bien
que de Él desciende a ellas. » Cuando callé, un dulcísimo canto resonó por el cielo, y mi señora
«Santo, santo», decía con los otros.
Y como ahuyenta el sueño una luz viva, pues la vista se acerca al resplandor que atraviesa
membrana tras membrana, y al despertado aturde lo que mira, pues tan torpe es la súbita vigilia
mientras la estimativa no le ayuda; lo mismo de mis ojos cualquier mota me quitaron los ojos de
Beatriz, con rayos que mil millas refulgían: y vi después mucho mejor que antes; y casi estupefacto
pregunté por una cuarta luz tras de nosotros.
Y mi señora: «Dentro de ese rayo goza de su hacedor la primer alma que hubo creado la primer
potencia. » Como la fronda que inclina su copa del viento atravesada, y la levanta por la misma virtud
que la endereza, hice yo mientras ella estaba hablando, asombrado, y después me recobré con las
ganas de hablar en las que ardía.
«Oh fruto que maduro únicamente fuiste creado --dije , antiguo padre de quien cualquier esposa es
hija y nuera, con la más grande devoción te pido que me hables: advierte mi deseo, que no lo
expreso para oírte antes. » Un animal a veces en un saco se revuelve de modo que sus ansias se
advierten al mirar lo que le cubre; y de igual forma el ánima primera escondida en su luz manifestaba
cuán gustosa quería complacerme.
Y dijo: «Sin que lo hayas proferido, mejor he comprendido tu deseo que tú cualquiera cosa
verdadera; porque la veo en el veraz espejo que hace de sí reflejo en otras cosas, mas las otras en
él no se reflejan.
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Quieres oír cuánto hace que me puso Dios en el bello Edén, desde donde ésta a tan larga subida te
dispuso, y cuánto fue el deleite de mis ojos, y la cierta razón de la gran ira, y el idioma que usé y que
inventé.
Ahora, hijo mío, no el probar del árbol fue en sí misma ocasión de tanto exilio, mas sólo el que
infringiese lo ordenado.
Donde tu dama sacara a Virgilio, cuatro mil y tres cientas y dos vueltas de sol tuve deseos de este
sitio; y le vi que volvía novecientas treinta veces a todas las estrellas de su camino, cuando en tierra
estaba.
La lengua que yo hablaba se extingió aun antes que a la obra inconsumable la gente de Nembrot se
dedicara: que nunca los efectos racionales, por el placer humano que los muda siguiendo al cielo,
duran para siempre.
Es obra natural que el hombre hable; pero en el cómo la naturaleza os deja que sigáis el gusto
propio.
Antes que yo bajase a los infiernos, I se llamaba en tierra el bien supremo de quien viene la dicha
que me embarga; Y Él después se llamó: y así conviene, que es el humano uso como fronda en la
rama, que cae y que otra brota.
En el monte que más del mar se alza, con vida pura y deshonesta estuve, desde la hora primera a la
que sigue a la sexta en que el sol cambia el cuadrante. »
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CANTO XXVII
«Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo -empezó- Gloria» -todo el Paraíso, de tal modo que el canto me
embriagaba.
Lo que vi parecía una sonrisa del universo; y mi embriaguez por esto me entraba por la vista y el
oído.
¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo! ¡Oh de amor y de paz vida completa! ¡Oh sin deseo riqueza
segura! Delante de mis ojos encendidas las cuatro antorchas vi, y la que primero vino, empezó a
avivarse de repente, y su aspecto cambió de tal manera, cual cambiaría jove si él y Marte cambiaran
su plumaje siendo pájaros.
La providencia, que allí distribuye cargas y oficios, al dichoso coro puesto había silencio en todas
partes, cuando escuché: «Si mudo de color no debes asombrarte, pues a todos éstos verás
cambiarlo mientras hablo.
Quien en la tierra mi lugar usurpa, mi lugar, mi lugar que está vacante en la presencia del Hijo de
Dios, en cloaca mi tumba ha convertido de sangre y podredumbre; así el perverso que cayó desde
aquí, se goza abajo. » Del color con que el sol contrario pinta por la mañana y la tarde las nubes,
entonces vi cubrirse todo el cielo.
Y cual mujer honrada que está siempre segura de sí misma, y culpas de otras, sólo con escucharlas,
ruborizan, así cambió el semblante de Beatriz; y así creo que el cielo se eclipsara cuando sufrió la
suprema potencia.
Luego continuaron sus palabras con una voz cambiada de tal forma, que más no había cambiado el
semblante: «No fue nutrida la Esposa de Cristo con mi sangre, de Lino, o la de Cleto, para ser en el
logro de oro usada; mas por lograr este vivir gozoso Sixto y Urbano y Pío y Calixto tras muchos
sufrimientos la vertieron.
No fue nuestra intención que a la derecha de nuestros sucesores, se sentara parte del pueblo, y
parte al otro lado; ni que las llaves que me confiaron, se volvieran escudo en los pendones que
combatieran contra bautizados; ni que yo fuera imagen en los sellos, de privilegios vendidos y falsos,
que tanto me avergüenzan y me irritan.
En traje de pastor lobos rapaces desde aquí pueden verse prado a prado: Oh protección divina, ¿por
qué duerme? Cahorsinos y Gascones se apresuran a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio, a
qué vil fin has venido a parar! Pero la providencia, que de Roma con Escipión guardar la gloria pudo,
pronto nos salvará, según lo pienso; y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves por tu peso mortal, abre la
boca, y tú no escondas lo que yo no escondo. » Cual vapores helados nos envía abajo el aire
nuestro, cuando el cuerno de la cabra del cielo el sol tropieza, así yo vi que el éter adornado subía
despidiendo los vapores triunfantes, que estuvieron con nosotros.
Con mis ojos seguia sus semblantes, hasta que la distancia, al ser ya mucha, les impidió seguir
detrás de ellos.
Por ello mi señora, al verme libre de mirar hacia arriba, dijo: «Baja la vista y mira cuánta vuelta has
dado. » Desde el momento en que mire primero vi que había corrido todo el arco que hace del medio
al fin el primer clima; viendo, pasado Cádiz, la insensata ruta de Ulises, y la playa donde fue dulce
carga Europa al otro lado.
Y hubiera descubierto aú n más lugares de aquella terrezuela, pero el sol bajo mis pies distaba más
de un signo.
La mente enamorada, que requiebra siempre a mi dama, más que nunca ardía por dirigir de nuevo a
ella mis ojos; y si es el cebo el arte o la natura que atrae los ojos, y la mente atrapan ya con la carne
viva o ya pintada, juntas nada serían comparadas al divino placer que me alumbró, al dirigirme a sus
ojos rientes.
Y el vigor que me dio aquella mirada, me dio impulso hasta el cielo más veloz al separarme del nido
de Leda.
Sus partes mas cercanas o distantes.
son tan iguales, que decir no puedo la que escogió Beatriz para mi entrada.
Mas ella que veía mis deseos, empezó con sonrisa tan alegre, cual si Dios en su rostro se gozase:
«El ser del mundo, que detiene el centro y hace girar en torno a lo restante, tiene aquí su principio
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como meta; y este cielo no tiene más comienzo que la mente divina, donde prende la influencia y
amor que él llueve y gira.
El amor y la luz, a éste rodean como a los otros éste; y solamente a este círculo entiende quien lo
ciñe.
Su movimiento no mide con otro, pero los otros se miden con éste, cual se divide el diez por dos o
cinco; y cómo el tiempo tenga en este vaso su raíz y en los otros la enramada, ahora podrás saberlo
claramente.
¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno los mortales ahogas, sin que puedan sacar los ojos fuera de
tus ondas! La voluntad florece en los humanos; mas la lluvia constante hace volverse endrinas las
ciruelas verdaderas.
La inocencia y la fe sólo en los niños se encuentran repartidas; luego escapan antes de que se
cubran las mejillas.
Tal, aún balbuciente, guarda ayuno, y luego traga, con la lengua suelta, cualquier comida bajo
cualquier luna; y tal, aún balbuciente, ama y escucha a su madre, y teniendo el habla entera, verla en
la sepultura desearía.
Así se vuelve negra la piel blanca en el rostro de aquella hermosa hija.
de quien lleva la noche y trae el día.
Y tú, para que de esto no te asombres, piensa que no hay quien en la tierra mande; y así se pierde
la humana familia.
Mas antes de que enero desinvierne, por la centésima parte olvidada, de tal manera rugirán los
cielos, que la tormenta que tanto se espera, donde la popa está pondrá la proa, y así la flota
marchará derecha; y tras las flores vendrán buenos frutos.
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