En ese momento, se instala en nosotros uno de los peores enemigos del ser humano: la obsesión.
La obsesión llega y dice:
«Tu destino a partir de ahora me pertenece. Haré que busques cosas que no existen.
»Tu alegría de vivir también me pertenece. Porque tu corazón ya no tendrá paz, porque estoy
expulsando el entusiasmo y ocupando su lugar.
»Dejaré que el miedo se esparza por el mundo y estarás siempre aterrado, sin saber por qué. No
necesitas saberlo: tienes que estar aterrado, y así alimentar cada vez más el miedo.
»Tu trabajo, que antes era una Ofrenda, ahora es mío. Los demás dirán que eres un ejemplo
porque te esfuerzas más allá de tus límites, y les sonreirás y agradecerás el cumplido.
»Pero en tu corazón yo diré que tu trabajo ahora es mío y eso hará que te alejes de todo y de
todos: de tus amigos, de tu hijo, de ti mismo.
»Trabaja más para conseguir no pensar. Trabaja más de la cuenta para dejar de vivir totalmente.
»Tu Amor, que antes era la manifestación de la Energía Divina, también me pertenece. Y esa
persona a la que amas no podrá alejarse ni un momento siquiera, porque yo estoy en su alma y le digo:
“Cuidado, puede que se marche y no vuelva.”
»Tu hijo, que antes debía seguir su propio camino en el mundo, ahora va a ser mío. Así, haré que
lo rodees de atenciones innecesarias, que acabes con su gusto por la aventura y por el riesgo, que lo
hagas sufrir cada vez que te desagrade y se sienta culpable por no haberse comportado tal y como
esperabas de él.»
Por tanto, aunque la ansiedad forme parte de la vida, no dejes nunca que sea ella la que controle
tus movimientos.
Si se acerca demasiado, dile: «No me preocupa el día de mañana, porque Dios ya está allí,
esperándome.»
Si intenta convencerte de que ocuparse de muchas cosas es disfrutar de una vida productiva, di:
«Necesito ver las estrellas para inspirarme y poder hacer bien mi trabajo.»
Si te amenaza con el fantasma del hambre, di: «No sólo de pan vive el hombre, sino también de la
palabra que viene del Cielo.»
Si te dice que tu amor tal vez no regrese, di: «Mi amada es mía, y yo soy suyo. En este momento,
está apacentando los rebaños entre los ríos, y puedo escuchar su canto, incluso en la distancia. Cuando
vuelva, estará cansada y feliz. Y yo le daré de comer y velaré su sueño.»
Si te dice que tu hijo, al que has dedicado todo tu amor, no te corresponde, contesta: «El exceso
de cuidado destruye el alma y el corazón, porque vivir es un acto de coraje. Y un acto de coraje es
siempre un acto de amor.»
De ese modo, mantendrás la ansiedad a distancia.
Ella no va a desaparecer nunca. Pero la verdadera sabiduría de la vida es entender que podemos
ser señores de aquellas cosas que pretendían esclavizarnos.
Y un joven le pidió:
«Háblanos de lo que nos depara el futuro.»
Y él respondió:
Todos sabemos lo que nos espera en el futuro: la Dama de la Guadaña. Ésta puede llegar en
cualquier momento, sin avisar, y decir: «Vamos, tienes que acompañarme.»
Y aunque no queramos, no tenemos elección. En ese momento, nuestra mayor alegría, o nuestra
mayor tristeza, será mirar al pasado.
Y contestar a la pregunta: «¿Habré amado lo suficiente?»
Ama. No me refiero tan sólo al amor hacia otra persona. Amar significa estar disponible para los
milagros, para las victorias y las derrotas, para todo lo que pasa durante cada día que se nos permite
caminar sobre la faz de la Tierra.
Nuestra alma está gobernada por cuatro fuerzas invisibles: amor, muerte, poder y tiempo.
Hay que amar, porque Dios nos ama.
Hay que recordar la existencia de la Dama de la Guadaña para entender bien la vida.
Hay que luchar para crecer, pero sin caer en la trampa del poder que obtenemos con ello, porque
sabemos que no vale nada.
Finalmente, hay que aceptar que nuestra alma —aunque sea eterna— en este momento está
atrapada en la tela del tiempo, con sus oportunidades y limitaciones.
Nuestro sueño, el deseo que está en nuestra alma, no vino de la nada. Alguien lo puso allí. Y ese
Alguien, que es puro amor y sólo quiere nuestra felicidad, lo hizo porque nos dio, además del deseo,
las herramientas para hacerlo realidad.
Al pasar por un período difícil, recuerda: aunque hayas perdido grandes batallas, has sobrevivido
y estás aquí.
Eso es una victoria. Demuestra tu alegría y celebra tu capacidad para seguir adelante.
Derrama generosamente tu amor por los campos y pastos, por las calles de la ciudad grande y por
las dunas del desierto.
Demuestra que te importan los pobres, porque están ahí para que tú puedas manifestar la virtud
de la caridad.
Y también que te importan los ricos, que desconfían de todo y de todos, mantienen sus graneros
abarrotados y sus cofres llenos, pero a pesar de todo eso no son capaces de alejar la soledad.
Nunca pierdas una oportunidad para demostrar tu amor. Sobre todo hacia aquellos que están
cerca, porque con ellos somos más cuidadosos, por miedo a que nos hagan daño.
Ama. Porque serás el primero en beneficiarte de ello. El mundo a tu alrededor te recompensará,
aunque en un primer momento pienses: «No entienden mi amor.»
El amor no hay que entenderlo. Sólo hay que demostrarlo.
Por tanto, lo que te reserva el futuro depende totalmente de tu capacidad de amar.
Y para eso debes tener absoluta y total confianza en lo que haces. No dejes que otros digan
«Aquel camino es mejor» o «Este trayecto es más fácil».
El mayor don que Dios nos ha dado es el poder de nuestras decisiones.
Todos escuchamos desde niños que aquello que deseamos vivir es imposible. A medida que
acumulamos años, acumulamos también las arenas de los prejuicios, los miedos, las culpas.
Libérate de eso. No mañana, ni hoy por la noche, sino en este momento.
Ya he dicho: muchos de nosotros creemos que herimos a las personas que amamos cuando lo
dejamos todo en nombre de los sueños.
Pero aquellos que realmente nos desean el bien anhelan vernos felices, aunque no comprendan lo
que hacemos y aunque, en un primer momento, utilicen amenazas, promesas o lágrimas para
impedirnos seguir adelante.
La aventura de los días que vendrán ha de estar llena de romanticismo, porque el mundo lo
necesita; por tanto, cuando estés montado en tu caballo, siente el viento en la cara y alégrate por la
sensación de libertad.
Pero no olvides que tienes un largo viaje por delante. Si te entregas demasiado al romanticismo,
puedes caer. Si no te paras a descansar, el caballo puede morir de sed o de cansancio.
Escucha el viento, pero no te olvides del caballo.
Y justo en el momento en el que todo está saliendo bien y tienes tu sueño casi al alcance de la
mano, hay que estar más atento que nunca. Porque, cuando casi lo hayas conseguido, vas a tener un
enorme sentimiento de culpa.
Verás que estás a punto de llegar a donde muchos otros no pudieron, y pensarás que no mereces
lo que la vida te da.
Olvidarás todo lo que has superado, todo lo que has sufrido, todas las cosas a las que has tenido
que renunciar. Y, debido a la culpa, puedes destruir inconscientemente lo que tanto te ha costado
construir.
Éste es el más peligroso de los obstáculos, porque tiene en sí mismo cierta aura de santidad:
renunciar a la conquista.
Pero si el hombre entiende que es digno de eso por lo que tanto ha luchado, entonces se da cuenta
de que en realidad no ha llegado solo. Y debe respetar la Mano que lo condujo.
Sólo entiende su propia dignidad aquel que ha sido capaz de honrar cada uno de sus pasos.
Y uno de aquellos que sabía escribir
y procuraba frenéticamente anotar
cada palabra que el Copto decía
paró para descansar y se sintió como
si estuviera en una especie de trance.
La plaza, los rostros cansados, los religiosos
que escuchaban en silencio,
todo aquello parecía parte de un sueño.
Y, para demostrarse a sí mismo
que aquello que estaba viviendo era real,
le pidió: «Háblanos de la lealtad.»
Y él respondió:
La lealtad se puede comparar con una tienda de valiosísimos jarrones de porcelana cuya llave nos
ha confiado el Amor.
Cada uno de esos jarrones es bello porque es diferente. De la misma manera que son diferentes
entre sí los hombres, las gotas de lluvia o las rocas que duermen en las montañas.
A veces, por culpa del tiempo o de un defecto inesperado, una estantería se suelta y cae. Y el
dueño de la tienda dice: «He invertido mi tiempo y mi amor en esta colección durante todos estos
años, pero los jarrones me han traicionado y se han roto.»
El hombre vende su tienda y se marcha. Se vuelve solitario y amargado, y piensa que nunca más
va a poder confiar en nadie.
Es verdad que hay jarrones que se rompen: el pacto de lealtad se ha destruido. En ese caso, es
mejor barrer los trozos y echarlos a la basura, porque lo que se rompió nunca más volverá a ser como
era.
Pero la estantería otras veces se suelta a causa de cosas que están más allá de los designios
humanos: puede ser un terremoto, una invasión enemiga, un descuido de alguien que entró en la tienda
sin fijarse.
Hombres y mujeres se culpan unos a otros por el desastre. Dicen: «Alguien tenía que haber visto
que esto iba a suceder.» O bien: «Si fuera yo el responsable, habría evitado esos problemas.»
Nada más falso. Todos nosotros estamos atrapados en las arenas del tiempo, y no tenemos ningún
control sobre eso.
El tiempo pasa, el nuevo dueño de la tienda arregla esa estantería.
Pone en ella otros jarrones que luchaban para encontrar su lugar en el mundo. El dueño, que
entiende que todo es pasajero, sonríe y dice: «La tragedia me ha dado una oportunidad y procuraré
aprovecharla. Descubriré obras de arte que nunca pensé que existían».
La belleza de una tienda de jarrones de porcelana está en el hecho de que cada pieza es única.
Pero, al ponerlas una al lado de la otra, muestran armonía y reflejan juntas el sudor del alfarero y el
arte del pintor.
Cada una de esas obras de arte no puede decir: «Quiero que me pongan en un lugar destacado
para salir de aquí.» Porque, en el momento preciso en el que eso suceda, se convertirá en un montón
de trozos sin ningún valor.
Y así son los jarrones, y así son los hombres, y así son las mujeres.
Y así son las tribus, y así son los barcos, y así son los árboles y las estrellas.
Cuando lo entendamos, podremos sentarnos al final de la tarde al lado de nuestro vecino,
escuchar con respeto lo que tiene que contar y decirle lo que necesita escuchar. Y ninguno de los dos
intentará imponerle sus ideas al otro.
Además de las montañas que separan a las tribus, además de la distancia que separa los cuerpos,
está la comunidad de los espíritus. Formamos parte de ella, y en ella no hay calles pobladas de
palabras inútiles, sino grandes avenidas que unen lo que está distante, aunque de vez en cuando hay
que reparar los daños que el tiempo ha provocado en ellas.
Así, la mujer nunca mirará al amante que regresa con desconfianza, porque la lealtad ha
acompañado sus pasos.
Y el hombre que ayer era un enemigo, porque había una guerra, hoy podrá volver a ser un amigo,
porque la guerra se acabó y la vida continúa.
El hijo que se marchó regresará a su debido tiempo y será rico por la experiencia adquirida en el
camino. El padre lo recibirá con los brazos abiertos y les dirá a sus siervos: «Traed de prisa la mejor
ropa; y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y alpargatas en los pies, porque este hijo mío estaba
muerto y revivió, se había perdido y fue hallado.»
Y un hombre, que tenía la frente
marcada por el tiempo
y el cuerpo lleno de cicatrices
que contaban las historias
de los combates en los que participó,
le pidió: «Háblanos de las armas
que debemos usar cuando todo
está perdido.»
Y él respondió:
Cuando hay lealtad, las armas son inútiles.
Porque todas las armas son instrumentos del mal, no son instrumentos del sabio.
La lealtad se basa en el respeto, y el respeto es fruto del Amor. El Amor que ahuyenta los
demonios de la imaginación que desconfían de todo y de todos, y que devuelve la pureza a los ojos.
Un sabio, cuando desea debilitar a alguien, primero hace que la persona crea que es fuerte. Así
desafiará a alguien aún más fuerte que caerá en la trampa y será destruido.
Un sabio, cuando desea reducir a alguien, primero hace que la persona suba la montaña más alta
del mundo y que piense que tiene mucho poder. Así, creerá que puede llegar aún más alto y se
despeñará en el abismo.
Un sabio, cuando desea obtener lo que otro posee, todo lo que hace es colmarlo de regalos. Así, el
otro tendrá que cuidar de lo inútil y perderá todo lo demás, porque estará ocupado cuidando de aquello
que piensa que posee.
Un sabio, cuando no puede saber lo que planea su adversario, finge un ataque. Todo el mundo
está siempre preparado para defenderse, porque vive con el miedo y la paranoia de que a los demás no
les gusta.
Y el adversario —por muy brillante que sea— se siente inseguro y reacciona con violencia
desorbitada a la provocación. Al hacerlo, muestra todas las armas que tiene, y el sabio descubre sus
puntos fuertes y sus puntos débiles.
Entonces, una vez que sabe exactamente el tipo de confrontación que le espera, el sabio ataca o
retrocede.
De esa manera, los que parecen sumisos y débiles conquistan y derrotan a los duros y fuertes.
Por tanto, muchas veces los sabios derrotan a los guerreros, aunque los guerreros también
derroten a los sabios. Para evitarlo, lo mejor es buscar la paz y el reposo que hay en las diferencias
entre los seres humanos.
Aquel al que un día hirieron debe preguntarse: «¿Vale la pena llenarme el corazón de odio y
arrastrar ese peso conmigo?»
En este momento echa mano de una de las cualidades del Amor llamada Perdón, que lo hace
volar por encima de las ofensas dichas en el calor de la batalla, ya que el tiempo pronto se encargará
de borrarlas, igual que el viento borra las huellas en la arena del desierto.
Y cuando el perdón se manifiesta, el que ofendió se siente humillado por su error y se vuelve leal.
Seamos, por tanto, conscientes de las fuerzas que nos mueven.
El verdadero héroe no es el que nació para vivir grandes hechos, sino el que consiguió —por
medio de pequeñas cosas— construir un escudo de lealtad a su alrededor.
Así, cuando el héroe salva al adversario de la muerte segura o de la traición, nadie olvidará jamás
su gesto.
El verdadero amante no es el que dice: «Tú tienes que estar a mi lado y yo debo cuidarte porque
somos leales el uno al otro.»
El verdadero amante es el que entiende que la lealtad sólo se puede demostrar cuando hay
libertad. Y, sin miedo a la traición, acepta y respeta el sueño del otro confiando en la fuerza suprema
del Amor.
El verdadero amigo no es el que dice: «Hoy me has hecho daño, y estoy triste.»
Dice: «Hoy me has hecho daño por razones que desconozco y que tal vez tú mismo ignoras, pero
mañana sé que podré contar con tu ayuda, y no me voy a poner triste.»
Y el amigo contesta: «Eres leal, porque has dicho lo que sentías. No hay nada peor que aquellos
que confunden la lealtad con la aceptación de todos los errores.»
La más destructora de las armas no es la lanza ni el cañón, que pueden causar heridas en el
cuerpo y destruir la muralla. La más terrible de todas las armas es la palabra, que arruina una vida sin
dejar rastro de sangre y cuyas heridas jamás cicatrizan.
Seamos, por tanto, señores de nuestra lengua para no ser esclavos de nuestras palabras. Aunque se
utilicen en contra de nosotros, no entremos en un combate que jamás tendrá un vencedor. En el
momento en el que nos pongamos a la altura del adversario vil, estaremos luchando en las tinieblas, y
el único que saldrá ganando es el Señor de las Tinieblas.
La lealtad es una perla entre los granos de arena que sólo aquellos que realmente entienden su
significado pueden ver.
Así, quien siembra la Discordia puede pasar mil veces por el mismo lugar, pero nunca verá esa
pequeña joya que mantiene unidos a los que necesitan seguir unidos.
La lealtad no se puede imponer nunca por la fuerza, por el miedo, por la inseguridad o por la
intimidación.
Es una elección que sólo los espíritus fuertes tienen el coraje de hacer.
Y, por ser una elección, nunca es tolerante con la traición, pero siempre es generosa con los
errores.
Y, por ser una elección, resiste al tiempo y a los conflictos pasajeros.
Y uno de los jóvenes,
viendo que el sol ya estaba
casi escondido en el horizonte
y que pronto el encuentro
con el Copto iba a llegar
a su fin, le preguntó:
«¿Y respecto a los enemigos?»
Y él respondió:
Los verdaderos sabios no se lamentan ni por los vivos ni por los muertos. Por lo tanto, acepta el
combate que te espera mañana, porque estamos hechos por el Espíritu Eterno, que muchas veces nos
pone ante situaciones que debemos afrontar.
En ese momento, hay que olvidar las preguntas inútiles, porque lo único que hacen es perturbar
los reflejos del guerrero.
Un guerrero en el campo de batalla está cumpliendo su destino, y a él debe entregarse. ¡Pobres
los que piensan que pueden matar o morir! La Energía Divina no puede destruirse, lo que hace es
cambiar de forma. Decían los sabios de la Antigüedad:
Acátalo como un designio superior y sigue adelante. No son las batallas terrenas las que definen al hombre, porque igual que
el viento cambia de dirección, también la suerte y la victoria soplan en todos los sentidos. El derrotado de hoy es el vencedor de
mañana, pero, para que eso suceda, debes aceptar el combate con honor.
Igual que alguien se pone ropa nueva y tira la vieja, el alma acepta nuevos cuerpos materiales y abandona los viejos e inútiles.
Sabiendo esto, no debes preocuparte por tu cuerpo.
Ése es el combate que afrontaremos esta noche o mañana por la mañana. La historia se encargará
de contar cómo fue.
Pero, como estamos llegando al final de nuestro encuentro, no podemos perder tiempo con eso.
Quiero, por tanto, hablaros de otros enemigos: los que se encuentran a nuestro lado.
Todos vamos a tener que enfrentarnos a muchos adversarios en la vida, sin embargo el más difícil
de derrotar será aquel al que tememos.
Todos nos vamos a encontrar con rivales en cualquier cosa que hagamos. Sin embargo, los más
peligrosos serán aquellos que creemos que son nuestros amigos.
Todos vamos a sufrir cuando nos ataquen y nos hieran en nuestra dignidad, pero el dolor más
grande será el provocado por aquellos que considerábamos un ejemplo para nuestra vida.
Nadie puede evitar cruzarse con aquellos que lo van a traicionar y a calumniar. Pero todos
podemos apartar el mal antes de que muestre su verdadera naturaleza, porque un comportamiento
excesivamente gentil es la prueba del puñal escondido y listo para que lo usen.
Los hombres y las mujeres leales no se sienten incómodos al mostrarse como son, porque otros
espíritus leales entienden sus cualidades y sus defectos.
Pero apártate de alguien que intenta agradarte todo el tiempo.
Y cuidado con el dolor que tú mismo puedes provocarte si dejas que un corazón cobarde y vil
forme parte de tu mundo. Una vez que el mal esté consumado, no vale de nada culpar a nadie: la
puerta la abrió el dueño de la casa.
Cuanto más débil es el calumniador, más peligrosas son sus acciones. No seas vulnerable a los
espíritus débiles que no soportan ver un espíritu fuerte.
Si alguien se enfrenta a ti por culpa de tus ideas o tus ideales, acércate y acepta la lucha, porque
no hay un momento en la vida en que el conflicto no esté presente, y a veces tiene que mostrarse a la
luz del día.
Pero no luches para demostrar que estás en lo cierto ni para imponer tus ideas e ideales. Acepta el
combate para mantener su espíritu limpio y tu voluntad impecable. Cuando la lucha acabe, ambas
partes serán vencedoras, porque han medido sus límites y sus habilidades.
Aunque en un primer momento uno de ellos diga: «He vencido.»
Y el otro se sienta triste y piense: «Me han derrotado.»
Como ambos respetan el coraje y la determinación del otro, llegará el día en el que volverán a
caminar de la mano, aunque para ello tengan que esperar mil años.
Sin embargo, si aparece alguien sólo para provocarte, limpia el polvo de tus zapatos y sigue
adelante. Lucha sólo con quien lo merezca, y no con el que usa artimañas para prolongar una guerra
que ya ha terminado, como sucede con todas las guerras.
La crueldad no es la de los guerreros que se encuentran en un campo de batalla y saben lo que
hacen ahí, sino la de los que manejan la victoria y la derrota según sus intereses.
El enemigo no es el que tienes delante con la espada en la mano. Es el que está a tu lado con el
puñal en la espalda.
La más importante de las guerras no es la que se desencadena con el espíritu elevado mientras el
alma acepta su destino. Es la que está en curso en este momento en que hablamos, y el campo de
batalla es el Espíritu, donde se enfrentan el Bien y el Mal, el Coraje y la Cobardía, el Amor y el
Miedo.
No intentes pagar el odio con odio, sino con justicia.
El mundo no se divide entre enemigos y amigos, sino entre débiles y fuertes.
Los fuertes son generosos en la victoria.
Los débiles se unen y atacan a los que perdieron, sin saber que la derrota es transitoria. Entre los
perdedores, escogen a aquellos que parecen más vulnerables.
Si eso te sucede, pregúntate si te gustaría asumir el papel de víctima.
Si la respuesta es sí, no te librarás de ello el resto de tu vida. Y serás presa fácil cada vez que te
encuentres ante una decisión que exige coraje. Tu mirada de derrotado es siempre más fuerte que tus
palabras de vencedor, y lo notarán todos.
Si la respuesta es no, resiste. Mejor reaccionar ahora, cuando las heridas se pueden curar
fácilmente, aun cuando lleve tiempo y paciencia.
Pasarás algunas noches en vela pensando: «No merezco esto.»
O pensando que el mundo es injusto porque no te dio la acogida que esperabas. Muchas veces te
sentirás avergonzado por la humillación sufrida ante los demás compañeros, la amada, los padres.
Pero, si no desistes, la jauría de hienas se alejará e irá en busca de otras víctimas. Ésos tendrán
que aprender la misma lección por sí mismos, porque nadie podrá ayudarlos.
Por tanto, los enemigos no son los adversarios puestos ahí para comprobar tu coraje.
Son los cobardes, puestos ahí para comprobar tu debilidad.
Ya era totalmente de noche.
El Copto se volvió hacia los religiosos
que lo veían y lo escuchaban todo
y les preguntó si tenían algo que decir.
Los tres asintieron afirmativamente
con la cabeza.
Y el rabino dijo:
Un gran religioso, al ver que estaban maltratando a los judíos, fue al bosque, encendió un fuego
sagrado y rezó una oración especial con la que pedía a Dios que protegiera a su pueblo.
Y Dios envió un milagro.
Más tarde, su discípulo fue al mismo lugar del bosque y dijo: «Maestro del Universo, no sé cómo
encender el fuego sagrado, pero aún conozco la oración especial. ¡Escúchame, por favor!»
El milagro sucedió.
Pasó otra generación, y otro rabino, al ver las persecuciones que sufría su pueblo, fue al bosque y
dijo: «No sé encender el fuego sagrado ni conozco la oración especial, pero aún recuerdo el lugar.
¡Ayúdanos, Señor!»
Y el Señor los ayudó.
Cincuenta años después, el rabino Israel, que iba en muletas, habló con Dios: «No sé encender el
fuego sagrado, no conozco la oración y ni siquiera puedo encontrar el lugar en el bosque. Lo único que
puedo hacer es contar esta historia, y esperar que Dios me escuche.»
Y, una vez más, el milagro sucedió.
Así pues, id y contad la historia de esta tarde.
Y el imán que estaba a cargo de la mezquita de AlAqsa, después de esperar respetuosamente a
que su amigo el rabino acabase de hablar, comenzó:
Un hombre llamó a la puerta de un amigo beduino para pedirle un favor: «Necesito que me
prestes cuatro mil dinares porque tengo que pagar una deuda. ¿Es posible?»
El amigo le pidió a su mujer que reuniese todo lo que tenían de valor, pero aun así no era
suficiente. Tuvo que salir y pedirles dinero a los vecinos, hasta que consiguieron la cantidad necesaria.
Cuando el hombre se fue, la mujer se dio cuenta de que su marido estaba llorando.
«¿Por qué estás triste? Ahora que nos hemos endeudado con nuestros vecinos, ¿tienes miedo a no
poder pagar lo que debes?»
«Nada de eso. Lloro porque es un amigo al que quiero mucho y, sin embargo, no sabía qué era de
su vida. No me acordé de él hasta que necesitó llamar a mi puerta para pedirme dinero prestado.»
Así pues, id y contadles a todos lo que habéis oído esta tarde, de modo que podamos ayudar a
nuestro hermano antes incluso de que lo necesite.
Y en cuanto el imán acabó de hablar, el sacerdote cristiano comenzó:
El sembrador salió a sembrar. Y sucedió que una parte de las semillas cayeron junto al camino, y vinieron las aves del cielo y
se las comieron.
Y otras cayeron sobre un pedregal, donde no había mucha tierra, y nacieron en seguida, porque la tierra no era profunda.
Pero, al salir el sol, se quemaron y, como no tenían raíz, se secaron.
Y otras cayeron entre espinos que, al crecer, las ahogaron, de modo que no dieron fruto.
Y otras cayeron en buena tierra y dieron fruto, que se desarrolló y creció; y de uno salieron treinta, de otro sesenta y de otro
cien.
Así pues, echad vuestras semillas por todos los lugares que visitéis, porque no sabemos las que van a florecer para iluminar a
la próxima generación.
La noche ahora cubría la ciudad de Jerusalén, y el Copto les pidió a todos que volviesen a sus
casas y anotasen todo lo que habían oído, y a aquellos que no sabían escribir les indicó que procurasen
recordar sus palabras. Pero, antes de que la multitud se marchase, les dijo:
No penséis que os estoy entregando un tratado de paz. En realidad, a partir de ahora
diseminaremos por el mundo una espada invisible con la que lucharemos contra los demonios de la
intolerancia y de la incomprensión. Procurad llevarla hasta donde vuestras piernas aguanten. Y,
cuando las piernas ya no os sostengan, legad la palabra o el manuscrito a personas dignas de empuñar
esta espada.
Si alguna aldea o ciudad no os quiere recibir, no insistáis. Volved por el mismo camino por el que
llegasteis y sacudid el polvo del suelo que se haya pegado a vuestros zapatos. Porque ese lugar estará
condenado a repetir los mismos errores durante muchas generaciones.
Pero bienaventurados los que escuchen las palabras o lean el manuscrito, porque se descorrerá el
velo para siempre, y nada habrá oculto que no les sea revelado.
Id en paz.
El manuscrito encontrado en Accra
Paulo Coelho
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Título original: Manuscrito encontrado em Accra
Idea original del diseño de portada: © Labrand. Psicología de Marcas / Ramon Lombera Ilustración en 3D: © Curro Astorza
© Paulo Coelho, 2012
Publicado de acuerdo con Sant Jordi Asociados Agencia Literaria S.L.U., Barcelona (España)
© de la traducción, Ana Belén Costas, 2012
© Editorial Planeta, S. A., 2012
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com
Página web del autor: www.paulocoelho.com
Primera edición en libro electrónico (epub): noviembre de 2012
ISBN: 978-84-08-03946-4 (epub)
Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.
www.newcomlab.com
Table of Contents
Dedicatoria 4
Cita 5
Prefacio y Saludo 6
Me gustaría mucho... 9
Entonces mi vecino... 12
«Describe a los derrotados»... 15
«Háblanos sobre la soledad»... 17
Y un muchacho al que obligaban... 20
Y una mujer llamada Almira... 24
Y alguien le pidió... 28
Y dijo un muchacho... 31
Y una mujer ya entrada en años... 34
Pero un joven discrepó... 37
Y la esposa de un... 41
Y uno de los combatientes... 44
Y una chica que casi nunca salía de casa... 47
Y un hombre que siempre... 49
Y el mismo hombre... 52
Y Almira, que aún creía... 55
Y un hombre que escuchaba... 58
Y un joven le pidió... 61
Y uno de aquellos que sabía escribir... 64
Y un hombre, que tenía la frente... 67
Y uno de los jóvenes... 70
Ya era totalmente de noche... 73
Créditos 76
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