lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Quién se ha llevado mi Queso? 16.30

Mientras Hem y Haw seguían tratando de decidir que hacer, Fisgón y
Escurridizo ya hacia tiempo que se habían puesto patas a la obra. Llegaron más lejos
que nunca en los recovecos del laberinto, recorrieron nuevos pasadizos y buscaron el
queso en todos los depósitos de Queso que encontraron.
No pensaban en ninguna otra cosa que no fuese encontrar Queso Nuevo.
No encontraron nada durante algún tiempo, hasta que finalmente llegaron a
una zona del laberinto en la que nunca habían estado con anterioridad: el depósito de
Queso N.
Lanzaron grititos de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una
gran reserva de Queso Nuevo.
Apenas podían creer lo que veían sus ojos. Era la mayor provisión de queso
que jamas hubieran visto los ratones.
Mientras tanto, Hem y Haw seguían en el depósito de Queso Q, evaluando la
situación. Empezaban a sufrir ahora los efectos de no tener Queso. Se sentían
frustrados y coléricos, y se acusaban el uno al otro por la situación en que se hallaban.
De vez en cuando, Haw pensaba en sus amigos los ratones, en Fisgón y
Escurridizo, y se preguntaba si acaso habrían encontrado ya algo de queso. Estaba
convencido de que debían de estar pasándolo muy mal, puesto que recorrer el
laberinto de un lado a otro siempre suponía un tanto de incertidumbre. Pero también
sabia que, muy probablemente, esa incertidumbre no les duraría mucho.
A veces, Haw imaginaba que Fisgón y Escurridizo habían encontrado Queso
Nuevo, del que ya disfrutaban. Penso en lo bueno que sería para él emprender una
aventura por el laberinto y encontrar Queso Nuevo. Casi lo saboreaba ya.
Cuanto mayor era la claridad con la que veía su propia imagen descubriendo y
disfrutando del Queso Nuevo, tanto más se imaginaba a sí mismo en el acto de
abandonar el despósito de Queso Q.
–¡Vámonos! –exclamó entonces, de repente.
–No –se apresuró a responder Hem–. Me gusta estar aquí. Es un sitio cómodo.
Esto es lo que conozco. Además, salir por ahí fuera es peligroso.
–No, no lo es –le replicó Haw–. En otras ocasiones anteriores ya hemos
recorrido muchas partes del laberinto y podemos hacerlo de nuevo.
–Empiezo a sentirme demasiado viejo para eso –dijo Hem–. Y creo que no me
interesa la perspectiva de perderme y hacer el ridículo. ¿Acaso a ti te interesa eso?
Y, con ello, Haw volvió a experimentar el temor al fracaso y se desvaneció su
esperanza de encontrar Queso Nuevo.
Así que los liliputienses siguieron haciendo cada día lo mismo que habían
hecho hasta entonces. Acudían al depósito de Queso Q, no encontraban Queso
alguno y regresaban a casa cargados únicamente con sus preocupaciones y
frustraciones.
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Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada noche les resultaba más
difícil dormir, y al día siguiente les quedaba menos energía y se sentían más irritables.
Sus hogares ya no eran los lugares acogedores y reconfortantes que habían
sido en otros tiempos. Los liliputienses tenían dificultades para dormir y sufrían
pesadillas por no encontrar ningún Queso.
Pero Hem y Haw seguían regresando cada día al depósito de Queso Q, donde
se limitaban a esperar.
–¿Sabes? –dijo un día Hem–, si nos esforzásemos un poco más quizá
descubriríamos que las cosas no han cambiado tanto. Probablemente, el Queso esta
cerca. Es posible que lo escondieran detrás de la pared.
Al día siguiente, Hem y Haw regresaron provistos de herramientas. Hem
sostenía el cincel que Haw golpeaba con el martillo, hasta que, tras no poco esfuerzo,
lograron abrir un agujero en la pared del depósito de Queso Q. Se asomaron al otro
lado, pero no encontraron Queso alguno.
Se sintieron decepcionados, pero convencidos de poder solucionar el
problema. Así que, a partir de entonces, empezaron a trabajar más pronto y más duro
y se quedaron hasta más tarde. Pero, al cabo de un tiempo, lo único que habían
conseguido era hacer un gran agujero en la pared.
Haw empezaba a comprender la diferencia entre actividad y productividad.
–Quizá debamos limitarnos a permanecer sentados aquí y ver que sucede –
sugirió Hem–. Tarde o temprano tendrán que devolver el Queso a su sitio.
Haw deseaba creerlo así, de modo que cada día regresaba a casa para
descansar y luego volvía de mala gana al depósito de Queso Q, en compañía de Hem.
Pero el queso no reapareció nunca.
A estas alturas, los liliputienses ya comenzaban a sentirse débiles a causa del
hambre y del estrés. Haw estaba cansado de esperar, pues su situación no mejoraba
lo más mínimo. Empezó a comprender que, cuanto más tiempo permanecieran sin
Queso, tanto más difícil sería la situación para ellos.
Haw sabía muy bien que estaban perdiendo su ventaja.
Finalmente, un buen día, Haw se echo a reír de si mismo.
–Fíjate. Seguimos haciendo lo mismo de siempre, una y otra vez, y encima nos
preguntamos por que no mejoran las cosas. Si esto no fuera tan ridículo, hasta
resultaría divertido.
A Haw no le gustaba la idea de tener que lanzarse de nuevo a explorar el
laberinto, porque sabía que se perdería y no tenía ni la menor idea de donde podría
encontrar Queso. Pero no pudo evitar reír de su estupidez, al comprender lo que le
estaba haciendo su temor.
–¿Dónde dejamos las zapatillas de correr? –le preguntó a Hem.
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Tardaron bastante en encontrarlas, porque cuando habían encontrado Queso
en el depósito de Queso Q, las habían arrinconado en cualquier parte creyendo que ya
no volverían a necesitarlas.
Cuando Hem vio a su amigo calzándose las zapatillas, le preguntó:
–No pensarás en serio en volver a internarte en ese laberinto ¿verdad? ¿Por
qué no te limitas a esperar aquí conmigo hasta que nos devuelvan el Queso?
–Veo que no entiendes nada –contestó Haw–. Yo tampoco quise verlo así, pero
ahora me doy cuenta de que nadie nos va a devolver el Queso de ayer. Ya es hora de
encontrar Queso Nuevo.
–Pero ¿y si resulta que ahí fuera no hay ningún Queso? –replicó Hem–. Y
aunque lo hubiera, ¿y si no lo encuentras?
–Pues no sé –contestó Haw.
El también se había hecho esas mismas preguntas muchas veces y
experimentó de nuevo los temores que le mantenían donde estaba.
“¿Dónde tengo más probabilidades de encontrar Queso, aquí o en el
laberinto?”, se preguntó a sí mismo.
Se hizo una imagen mental. Se vio a sí mismo aventurándose por el laberinto,
con una sonrisa en la cara.
Aunque esta imagen le sorprendió, lo cierto es que le hizo sentirse bien. Se
imaginó perdiéndose de vez en cuando en el laberinto, pero experimentaba la
suficiente seguridad en sí mismo de que encontraría finalmente Queso Nuevo y todas
las cosas buenas que lo acompañaban. Así que, finalmente, hizo acopio de todo su
valor.
Luego, utilizó su imaginación para hacerse la imagen más verosímil que
pudiera concebir, acompañada por los detalles más realistas, de sí mismo al encontrar
y disfrutar con el sabor del Queso Nuevo.
Se imaginó comiendo sabroso queso suizo con agujeros, queso cheddar de
brillante color anaranjado, quesos estadounidenses, mozzarella italiana, y el
maravillosamente pastoso camembert francés, y…
Entonces oyó a Hem decir algo y tomó conciencia de hallarse todavía en el
depósito de Queso Q.
–A veces, las cosas cambian y ya nunca más vuelven a ser como antes –dijo
Haw–. Y ésta parece ser una de esas ocasiones. ¡Así es la vida! Sigue adelante, y
nosotros deberíamos hacer lo mismo.
Haw miró a su demacrado compañero y trató de infundirle sentido común, pero
el temor de Hem se transformó en cólera y no quiso escucharle.
Haw no tenía la intención de ser grosero con su amigo, pero no pudo evitar
echarse a reír ante la estupidez de ambos.
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Mientras se preparaba para marcharse, empezó a sentirse más animado,
sabiendo que finalmente había logrado reírse de sí mismo, dejar atrás el pasado y
seguir adelante.
Haw se echo a reír con fuerza y exclamó:
–¡Es hora de explorar el laberinto!
Hem no se rió ni dijo nada.
Antes de partir, Haw tomo una piedra pequeña y afilada y escribió un
pensamiento muy serio en la pared, para darle a Hem algo en lo que pensar. Tal como
era su costumbre, trazó incluso un dibujo de queso alrededor, confiando en que eso le
ayudara a Hem a sonreír, a tomarse la situación más a la ligera y seguirle en la
búsqueda de Queso Nuevo. Pero Hem no quiso mirar lo escrito, que decía:
Luego, Haw asomó la cabeza por el agujero que habían abierto y miró ansioso
hacia el laberinto. Pensó en como habían llegado a esta situación sin Queso.
Durante un tiempo había creído que bien podría no haber nada de Queso en el
laberinto, o que quizá no lo encontrara. Esas temerosas convicciones no hicieron sino
inmovilizarlo y anularlo.
Sonrió. Sabía que, interiormente, Hem seguía preguntándose “¿Quién se ha
llevado mi queso?”, pero Haw, en cambio, se preguntaba: “¿Por qué no me levanté
antes y me moví con el Queso?”
Al empezar a internarse en el laberinto, miró hacia atrás, en dirección al lugar
donde había venido y donde tantas satisfacciones había encontrado. Casi notaba
como si una parte de sí mismo se sintiera atraída hacia atrás, el territorio que le
resultaba familiar, a pesar de que ya hacía tiempo que no encontraba allí nada de
Queso.
Haw se sintió más ansioso y se preguntó si realmente deseaba internarse en el
laberinto. Escribió una frase en la pared, por delante de él, y se quedó mirándola
fijamente durante un tiempo:
Si no cambias,
te puedes extinguir.
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Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de temor puede ser bueno. Cuando se teme que
las cosas empeoren si no se hace algo, puede sentirse uno impulsado a la acción.
Pero no es bueno sentir tanto miedo que le impida a uno hacer nada.
Miró a la derecha, hacia la parte del laberinto donde nunca había estado, y
sintió temor.
Luego, inspiró profundamente, giró hacia la derecha y empezó a internarse en
el laberinto, caminando lentamente en dirección a lo desconocido.
Mientras trataba de encontrar su camino, Haw pensó que quizá había esperado
demasiado tiempo en el depósito de Queso Q. Hacia ya tantos días que no comía
Queso que ahora se sentía débil. Como consecuencia de ello, le resultó más laborioso
y complicado de lo habitual el abrirse paso por el laberinto. Decidió que, si volvía a
tener la oportunidad, abandonaría antes su zona de comodidad y se adaptaría con
mayor rapidez al cambio. Eso le facilitaría las cosas en el futuro.
Luego, esbozó una suave sonrisa al tiempo que pensaba: “Más vale tarde que
nunca”.
Durante algunos días fue encontrando un poco de Queso aquí y allá, pero nada
que durase mucho tiempo. Había confiado en encontrar Queso suficiente para llevarle
algo a Hem y animarlo a que lo acompañara en su exploración del laberinto.
Pero Haw todavía no se sentía bastante seguro de sí mismo. Tenía que admitir
que experimentaba confusión en el laberinto. Las cosas parecían haber cambiado
desde la última vez que estuvo por allí fuera.
Justo cuando creía estar haciendo progresos, se encontraba perdido en los
pasadizos. Parecía como si efectuara su progreso a base de avanzar dos pasos y
retroceder uno. Era un verdadero desafío, pero debía reconocer que hallarse de nuevo
¿Qué harías
si no tuvieras miedo?
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en el laberinto, a la búsqueda del Queso, no era tan malo como en un principio le
había parecido.
A medida que transcurría el tiempo, empezó a preguntarse si era realista por su
parte confiar en encontrar Queso Nuevo. Se preguntó si acaso no abrigaba
demasiadas esperanzas. Pero luego se echó a reír, al darse cuenta de que, por el
momento, no tenía nada que perder.
Cada vez que se notaba desanimado, se recordaba a sí mismo que, en
realidad, lo que estaba haciendo, por incómodo que fuese en ese momento, era
mucho mejor que seguir en una situación sin Queso. Al menos ahora controlaba la
situación, en lugar de dejarse llevar por las cosas que sucedían.
Entonces, se dijo a sí mismo que si Fisgón y Escurridizo habían sido capaces
de seguir adelante, ¡también podía hacerlo él!
Más tarde, al considerar todo lo ocurrido, comprendió que el Queso del
depósito de Queso Q no había desaparecido de la noche a la mañana, como en otro
tiempo creyera. Hacia el final, la cantidad de Queso que encontraban había ido
disminuyendo y lo que quedaba se había vuelto rancio. Su sabor ya no era tan bueno.
Hasta era posible que en el Queso Viejo hubiera empezado a aparecer moho,
aunque él no se hubiera dado cuenta. Debía admitir, no obstante, que si hubiese
querido, probablemente habría podido imaginar lo que se le venía encima. Pero no lo
había hecho.
Ahora se daba cuenta de que, probablemente, el cambio no le habría pillado
por sorpresa si se hubiese mantenido vigilante ante lo que ocurría y se hubiese
anticipado al cambio. Quizá fuera eso lo que hicieron Fisgón y Escurridizo.
Decidió que, a partir de ahora, se mantendría mucho más alerta. Esperaría a
que se produjese el cambio y saldría a su encuentro. Confiaría en su instinto básico
para percibir cuando se iba a producir el cambio y estaría preparado para adaptarse a
él. Se detuvo para descansar y escribió en la pared del laberinto:
Olfatea el Queso con
frecuencia para saber
cuando comienza a
enmohecerse.
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Algo más tarde, después de no haber encontrado Queso alguno durante lo que
le parecía mucho tiempo, Haw se encontró finalmente con un enorme depósito de
Queso que le pareció prometedor. Al entrar en él, sin embargo, se sintió muy
decepcionado al descubrir que se hallaba completamente vacío.
“Esta sensación de vacío me ha ocurrido con demasiada frecuencia”, pensó. Y
sintió deseos de abandonar la búsqueda.
Poco a poco, perdía su fortaleza física. Sabía que estaba perdido y temía no
poder sobrevivir. Pensó en darse media vuelta y regresar hacia el depósito de Queso
Q. Al menos, si lograba llegar hasta él y Hem seguía allí, no se sentiría tan solo.
Entonces se hizo de nuevo la misma pregunta: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”.
Haw creía haber dejado el miedo atrás, pero en realidad experimentaba miedo
con mucha mayor frecuencia de lo que le gustaba tener que admitir, incluso para sus
adentros. No siempre estaba seguro de saber de qué tenia miedo, pero, en el
debilitado estado en que se hallaba, ahora ya sabía que se trataba, simplemente, de
miedo a seguir solo. Haw no lo sabía, pero se retrasaba debido a que sus temerosas
convicciones todavía pesaban demasiado sobre él.
Se preguntó si Hem se habría movido de donde estaba o continuaba paralizado
por sus propios temores. Entonces, recordó las ocasiones en que se sintió en su mejor
forma en el laberinto. Eran precisamente aquellas en las que avanzaba.
Consciente de que se trataba más de un recordatorio para sí mismo, antes que
de un mensaje para Hem, escribió esperanzado lo siguiente en la pared:
Haw miró hacia el oscuro pasadizo y percibió el temor que sentía. ¿Qué habría
allá delante? ¿Estaría vacío? O, lo que era peor, ¿le acechaban peligros ignotos?
Empezó a imaginar todas las cosas aterradoras que podían ocurrirle. El mismo se
infundía un miedo mortal.
Entonces, se echó a reír de sí mismo. Se dio cuenta de que sus temores no
hacían sino empeorar las cosas. Así pues, hizo lo que haría si no tuviera miedo. Echó
a caminar en una nueva dirección.
El movimiento hacia
una nueva dirección
te ayuda a encontrar
Queso Nuevo.
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Al iniciar el descenso por el oscuro pasadizo, sonrió. Todavía no se daba
cuenta, pero empezaba a descubrir que era lo que nutría su alma. Se dejaba llevar y
confiaba en lo que le esperaba más adelante, aunque no supiera exactamente qué
era.
Ante su sorpresa, Haw empezó a disfrutar cada vez más. “¿Cómo es posible
que me sienta tan bien? –se preguntó–. No tengo Queso alguno y no sé a donde voy”
Al cabo de poco tiempo, supo por que se sentía bien.
Se detuvo para escribir de nuevo sobre la pared:
Haw se dio cuenta de que había permanecido prisionero de su propio temor. El
hecho de moverse en una nueva dirección lo había liberado.
Ahora notó la brisa fría que soplaba en esta parte del laberinto y que le
refrescaba. Respiró profundamente y se sintió vigorizado por el movimiento. Una vez
superado el miedo, resultó que podía disfrutar mucho más de lo que hubiera creído
posible.
Haw no se sentía tan bien desde hacia mucho tiempo. Casi se le había
olvidado lo muy divertido que podía ser lanzarse a la búsqueda de algo.
Para mejorar aún más las cosas, empezó a formarse de nuevo una imagen en
su mente. Se vio a sí mismo con gran detalle realista, sentado en medio de un motón
de sus quesos favoritos, desde el cheddar hasta el brie. Se imaginó comiendo tanto
queso como quisiera y se regodeó con esa imagen. Luego, pensó en lo mucho que
disfrutaría con estos exquisitos sabores.
Cuanto más claramente concebía la imagen de sí mismo disfrutando con
Queso Nuevo, tanto más real y verosímil se hacía ésta. Estaba seguro de que
terminaría por encontrarlo.
Cuando dejas
atrás tus temores,
te sientes libre.
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Escribió entonces:
Haw siguió pensando en lo que podía ganar, en lugar de detenerse a pensar en
lo que perdía.
Se preguntó por que siempre le había parecido que un cambio le conduciría a
algo peor. Ahora se daba cuenta de que el cambio podía conducir a algo mejor.
“¿Por qué no me di cuenta antes?”, se preguntó a sí mismo.
Luego, siguió caminando presuroso por el laberinto, infundido de nueva
fortaleza y agilidad. Al cabo de poco tiempo distinguió un depósito de Queso y se sintió
muy animado al observar pequeños trozos de Queso Nuevo cerca de la entrada.
Encontró tipo de Queso que nunca había visto con anterioridad, pero que
ofrecían un aspecto magnífico. Los probó y le parecieron deliciosos. Se comió la
mayor parte de los trozos de Queso Nuevo que encontró y se guardó unos pocos para
comerlos más tarde y quizás compartirlos con Hem. Empezó a recuperar su fortaleza.
Entró en el depósito de Queso sintiéndose muy animado. Pero, para su
consternación, descubrió que estaba vacía. Alguien más había estado ya allí, dejando
sólo unos pocos trozos de Queso Nuevo.
Llegó a la conclusión de que, si hubiera llegado antes, muy probablemente
habría encontrado una buena provisión de Queso Nuevo.
Decidió regresar para comprobar si Hem se animaba a unirse a él en la
búsqueda de Queso Nuevo.
Mientras volvía sobre sus pasos, se detuvo y escribió en la pared:
Imaginarme
disfrutando de Queso
nuevo antes incluso
de encontrarlo me
conduce hacia él.
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Al cabo de un rato, Haw inició el regreso al depósito de Queso Q y encontró a
Hem, a quien ofreció unos trozos de Queso Nuevo, que éste rechazó.
Hem aprecio el gesto de su amigo, pero le dijo:
-No creo que me vaya a gustar el Queso Nuevo. No es a lo que estoy
acostumbrado. Quiero que me devuelvan mi propio Queso, y no voy a cambiar hasta
que no consiga lo que deseo.
Haw se limitó a sacudir la cabeza con pesar, decepcionado. Algo más tarde, de
mala gana, volvió a marcharse solo. Mientras regresaba hasta el punto más alejado
que había alcanzado en el laberinto, echó de menos a su amigo, pero esos
pensamientos desaparecieron en cuanto se dio cuenta de lo mucho que le agradaba lo
que estaba descubriendo. Antes incluso de encontrar lo que confiaba fuese una gran
provisión de Queso Nuevo, si es que la encontraba alguna vez, ya sabía que no era
únicamente el tener Queso lo que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz por el simple hecho de no permitir que el temor dictaminara sus
decisiones. Le gustaba lo que estaba haciendo ahora.
Consciente de ello, Haw no se sintió tan débil como cuando estaba en el
depósito de Queso Q, sin Queso. Experimentó la sensación de tener nuevas fuerzas
por el simple hecho de saber que no iba a permitir que su temor le detuviera, y que
había tomado una nueva dirección, alimentado por ese conocimiento.
Ahora, estaba convencido de que encontrar lo que necesitaba sólo era cuestión
de tiempo. De hecho, tuvo la impresión de haber descubierto ya lo que andaba
buscando.
Sonrió al darse cuenta:
Cuanto más
rápidamente te
olvides del Queso
Viejo, antes
encontrarás el
Queso Nuevo
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Tal como le sucediera antes, comprendió que aquello de lo que se tiene miedo
nunca es tan malo como lo que uno se imagina. El temor que se acumula en la mente
es mucho peor que la situación que existe en realidad.
Al principio de su nueva búsqueda experimentó tanto miedo de no encontrar
nunca Queso Nuevo que ni siquiera deseó empezar a buscarlo. Pero lo cierto es que,
desde que iniciara su viaje, había encontrado en los pasadizos Queso suficiente para
continuar la búsqueda. Ahora, esperaba con ilusión encontrar más. El simple hecho de
mirar hacia delante ya resultaba estimulante.
Su antigua forma de pensar se había visto nublada por sus preocupaciones y
temores. Antes solía pensar en no tener Queso suficiente o en que éste no durase
tanto como deseaba. Pensaba más en lo que pudiera salir mal que en lo que podía
salir bien.
Pero eso cambio por completo desde que saliera por primera vez del depósito
de Queso Q.
Antes pensaba que nunca deberían haberles cambiado el Queso de sitio y que
ese cambio no era justo.
Ahora se daba cuenta de que era natural que el cambio se produjese
continuamente, tanto si uno lo esperaba como si no. El cambio sólo le sorprende a uno
si no lo espera ni cuenta con él.
Al comprender repentinamente que habían cambiado sus convicciones, se
detuvo para escribir en la pared:
Es más seguro buscar
en el laberinto que
permanecer en una
situación sin Queso.
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Haw no había encontrado aún Queso, pero mientras recorría el laberinto pensó
en todo lo aprendido hasta entonces.
Ahora comprendía que sus nuevas convicciones estaban favoreciendo la
adopción de nuevos comportamientos. Se comportaba de modo muy diferente a como
lo hacía cuando regresó al depósito sin Queso, en busca de Hem.
Sabía que, al cambiar las convicciones, también se cambia lo que se hace.
Uno puede estar convencido de que un cambio le causará daño y resistirse por
tanto al mismo; o bien puede creer que encontrar Queso Nuevo le ayudará, y entonces
acepta el cambio.
Todo depende de lo que uno prefiera creer. Así que escribió en la pared:
Las viejas
convicciones
no te conducen
al Queso Nuevo
Al comprender que
puedes encontrar
Queso Nuevo y
disfrutarlo, cambias el
curso que sigues.
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Haw sabía ahora que habría estado en mejor forma si hubiera afrontado el
cambio mucho más rápidamente y abandonado antes el depósito de Queso Q. Se
habría sentido más fuerte de cuerpo y espíritu y podría haber afrontado mucho mejor
el desafío de encontrar Queso Nuevo. De hecho, quizá ya lo habría encontrado a
estas alturas si hubiese esperado el cambio y permanecido atento, en lugar de
desperdiciar el tiempo negando que ese cambio ya se había producido.
Utilizó de nuevo su imaginación y se vio a sí mismo descubriendo y
saboreando el Queso Nuevo. Decidió continuar por las zonas más desconocidas del
laberinto y encontró pequeños trozos de queso aquí y allá. Haw empezó a recuperar
su fortaleza y seguridad en sí mismo.
Al pensar en el lugar del que procedía, se sintió contento de haber escrito
frases en la pared, en tantos lugares diferentes de su andadura. Confiaba en que eso
sirviera como una especie de sendero marcado que Hem pudiera seguir a través del
laberinto, si es que alguna vez se decidía a abandonar el depósito de Queso Q.
Haw sólo confiaba en estar dirigiéndose en la dirección correcta. Pensó en la
posibilidad de que Hem leyera las frases escritas en la pared y encontrara su camino.
Escribió en la pared lo que venía pensando desde hacia algún tiempo:
Para entonces, Haw ya se había desprendido del pasado y se estaba
adaptando con efectividad al presente.
Continuó por el laberinto con mayor fortaleza y velocidad. Y, entonces, no tardó
en suceder lo que tanto anhelaba.
Cuando ya tenía la impresión de estar perdido en el laberinto desde hacía una
eternidad, su viaje, o al menos esta parte del mismo, terminó felizmente y con
sorprendente rapidez.
Haw siguió por un pasadizo que le resultaba nuevo, dobló una esquina y allí
encontró el Queso Nuevo en el depósito de Queso N.
Observar pronto los
pequeños cambios te
ayuda a adaptarte a
los grandes cambios
por venir.
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Al entrar en él, quedó asombrado ante lo que vio. Allí amontonado estaba el
mayor surtido de Queso que hubiera visto jamás. No reconoció todos los que vio, ya
que algunas clases eran nuevas para él.
Por un momento, se preguntó si se trataba de algo real o sólo era el producto
de su imaginación, hasta que descubrió la presencia de sus viejos amigos Fisgón y
Escurridizo.
Fisgón le dio la bienvenida con un gesto de la cabeza, y Escurridizo hasta lo
saludó con una de sus patas. Sus pequeños y gruesos vientres demostraban que ya
llevaban allí desde hacía algún tiempo.
Haw los saludó con rapidez y pronto se dedicó a probar bocados de cada uno
de sus Quesos favoritos. Se quitó las zapatillas de correr, les ató los cordones y se las
colgó al cuello por si acaso las necesitaba de nuevo. Fisgón y Escurridizo se echaron
a reír. Asintieron con gestos de cabeza, como muestra de admiración. Luego, Haw se
lanzó hacia el Queso Nuevo. Una vez que se hartó, levantó un trozo de Queso fresco
e hizo un brindis.
–¡Viva el cambio!
Mientras disfrutaba del Queso nuevo, reflexionó sobre lo que había aprendido.
Comprendió que en aquellos momentos en los que temía cambiar, no había
hecho sino aferrarse a la ilusión de que el Queso Viejo ya no estaba allí.
Entonces, ¿qué le había hecho cambiar? ¿Acaso el temor de morir de hambre?
No pudo evitar una sonrisa al pensar que, en efecto, eso le había ayudado.
Luego se echó a reír al darse cuenta de que había empezado a cambiar en
cuanto aprendió a reírse de sí mismo y de todo lo que hacia mal. Comprendió que la
forma más rápida de cambiar consistía en reírse de la propia estupidez, pues sólo así
puede uno desprenderse de ella y seguir rápidamente su camino.
Era consciente de haber aprendido algo útil de sus amigos ratones, Fisgón y
Escurridizo, algo importante sobre seguir adelante. Ellos procuraban que la vida fuese
simple. No analizaban en exceso ni supercomplicaban las cosas. En cuanto cambió la
situación y el Queso cambió de sitio, ellos también cambiaron y se trasladaron con el
Queso. Eso era algo que nunca olvidaría.
Haw también había utilizado su maravilloso cerebro para hacer aquello que los
liliputienses saben hacer mejor que los ratones.
Se imaginó a si mismo, con todo detalle realista, encontrando algo mejor…,
mucho mejor.
Reflexionó sobre los errores que había cometido en el pasado y los utilizó para
planificar para el futuro. Ahora sabía que se puede aprender a afrontar el cambio.
Se puede ser más consciente de la necesidad de procurar que las cosas sean
simples, de ser flexible y moverse con rapidez.
No hay necesidad alguna de supercomplicar las cosas o de confundirse uno
mismo con temerosas creencias.
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Hay que permanecer atento para detectar cuando empiezan los pequeños
cambios y estar así mejor preparado para el gran cambio que puede llegar a
producirse.
Conocía ahora la necesidad de adaptarse con mayor rapidez, pues si uno no
se adapta a tiempo, es muy posible que ya no pueda hacerlo.
Debía de admitir que el mayor inhibidor del cambio se encuentra dentro de uno
mismo, y que nada puede mejorar mientras no cambie uno mismo.
Y, quizá lo más importante, se dio cuenta de que siempre hay Queso nuevo ahí
fuera, tanto si uno sabe reconocerlo a tiempo como si no. Y que uno se ve
recompensado con él en cuanto se dejan atrás los temores y se disfruta con la
aventura.
También sabía que es necesario respetar algunos temores, capaces de evitarle
a uno el verdadero peligro. Pero ahora comprendía que la mayoría de sus temores
eran irracionales y que le habían impedido cambiar cuando más lo necesitaba.
En su momento no le gustó admitirlo, pero sabía que el cambio había resultado
ser una bendición disfrazada, puesto que le condujo a encontrar un Queso mejor.
Había descubierto incluso una mejor parte de sí mismo.
Al recordar todo lo aprendido, pensó en su amigo Hem. Se preguntó si habría
leído algunas de las frases escritas en la pared del depósito Q y a lo largo de todo el
camino seguido a través del laberinto.
¿Había tomado Hem la decisión de desprenderse del pasado y seguir
adelante? ¿Había entrado en el laberinto y descubierto que podía mejorar su vida?
¿O se encontraba todavía paralizado porque no quería cambiar?
Haw pensó en regresar al depósito de Queso Q, para ver si podía encontrar a
Hem, confiando en su capacidad para regresar de nuevo hasta aquí. Penso que si
hablaba con Hem podría mostrarle como salir de la difícil situación en que se hallaba.
Pero entonces comprendió que ya había intentado que su amigo cambiara.
Hem tendría que encontrar su propio camino, ir más allá de sus propias
comodidades y temores. Eso era algo que nadie podría hacer por él, de lo que nadie
podría convencerlo. De algún modo tenía que comprender la ventaja de cambiar por sí
mismo.
Haw sabía que había dejado atrás un rastro para Hem, y que si éste quería,
encontraría el camino limitándose a leer las frases escritas en la pared.
Se acercó ahora a la pared más grande del depósito de Queso N y escribió un
resumen de todo lo aprendido. Dibujó primero un gran trozo de queso y en su interior
escribió las frases. Luego, al repasar lo escrito, sonrió:

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