de aquel hombre, que sin duda debía tener spiritu de profecía, y me pesa de los
sinsabores que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día
me dijo salirme tan verdadero como adelante V.M. oirá.
Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en
todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego
que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir
limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y
andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos
mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:
“Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia.
Acojámonos a la posada con tiempo.”
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le
dije:
“Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más
aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie
enjuto.”
Parecióle buen consejo y dijo:
“Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se
ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies
mojados.”
Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho
de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros
cargaban saledizos de aquellas casas, y digole:
“Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay.”
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del
agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora
el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo:
“Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.”
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y pongome detrás del
poste como quien espera tope de toro, y díjele:
“!Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.”
Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como
cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para
hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera
con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la
cabeza.
“¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? !Ole! !Ole! -le dije yo.
Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de
la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos.
No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.
Tratado Segundo: Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas
que con él pasó.
Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda,
adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me
preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque
maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue
ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. Escapé del trueno y di en el
relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la
mesma avaricia, como he contado. No digo más sino que toda la lacería del
mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado
con el hábito de clerecía.
Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del
paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí
lanzado, y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de
comer, como suele estar en otras: algún tocino colgado al humero, algún queso
puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de
pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que aunque dello no me
aprovechara, con la vista dello me consolara. Solamente había una horca de
cebollas, y tras la llave en una cámara en lo alto de la casa. Destas tenía yo de
ración una para cada cuatro días; y cuando le pedía la llave para ir por ella, si
alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con gran continencia la
desataba y me la daba diciendo: “Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino
golosinar”, como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con
no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas
colgadas de un clavo, las cuales él tenía tan bien por cuenta, que si por malos de
mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo
me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba
más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que
partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y
¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas
de carnero, y envíabame por una que costaba tres maravedís. Aquella le cocía y
comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía,
y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo:
“Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa.”
“¡Tal te la de Dios!”, decía yo paso entre mí.
A cabo de tres semanas que estuve con él, vine a tanta flaqueza que no me podía
tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y
mi saber no me remediaran. Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no
tener en que dalle salto; y aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al
que Dios perdone, si de aquella calabazada feneció, que todavía, aunque astuto,
con faltalle aquel preciado sentido no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan
aguda vista tuviese como él tenía. Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca
en la concha caía que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en
mis manos. Bailábanle los ojos en el caxco como si fueran de azogue. Cuantas
blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la
concheta y la ponía sobre el altar. No era yo señor de asirle una blanca todo el
tiempo que con el viví o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una
blanca de vino, mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz
compasaba de tal forma que le turaba toda la semana, y por ocultar su gran
mezquindad decíame:
“Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por
esto yo no me desmando como otros.”
Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que
rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía mas que un saludador. Y porque
dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza
humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba
y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento
a los enfermos, especialmente la extrema unción, como manda el clérigo rezar a
los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y
buena voluntad rogaba al Señor, no que la echase a la parte que más servido
fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando
alguno de estos escapaba, !Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo, y
el que se moría otras tantas bendiciones llevaba de mi dichas. Porque en todo el
tiempo que allí estuve, que sería cuasi seis meses, solas veinte personas
fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo o, por mejor decir, murieron a mi
recuesta; porque viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que
holgaba de matarlos por darme a mí vida. Mas de lo que al presente padecía,
remedio no hallaba, que si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había
muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre,
más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que
yo también para mí como para los otros deseaba algunas veces; mas no la vía,
aunque estaba siempre en mí.
Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba:
la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura
hambre me venía; y la otra, consideraba y decía:
“Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, tope
con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura. Pues si deste desisto y doy
en otro mas bajo, ¿que será sino fenecer?”
Con esto no me osaba menear, porque tenía por fe que todos los grados había de
hallar mas ruines; y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.
Pues, estando en tal aflicción, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y
sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado ruin y
lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un
calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel
hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.
“En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco si me remediásedes”, dije
paso, que no me oyó; mas como no era tiempo de gastarlo en decir gracias,
alumbrado por el Spiritu Santo, le dije:
“Tío, una llave de este arca he perdido, y temo mi señor me azote. Por vuestra
vida, veáis si en esas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.”
Comenzó a probar el angelico caldedero una y otra de un gran sartal que dellas
traía, y yo ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de
panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz; y, abierto, díjele:
“Yo no tengo dineros que os dar por la llave, mas tomad de ahí el pago.”
Él tomó un bodigo de aquellos, el que mejor le pareció, y dándome mi llave se fue
muy contento, dejándome más a mí. Mas no toqué en nada por el presente,
porque no fuese la falta sentida, y aun, porque me vi de tanto bien señor,
parecióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y
quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.
Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal, y tomo entre las manos y
dientes un bodigo, y en dos credos le hice invisible, no se me olvidando el arca
abierta; y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel
remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día
y otro gozoso. Mas no estaba en mi dicha que me durase mucho aquel descanso,
porque luego al tercero día me vino la terciana derecha, y fue que veo a deshora al
que me mataba de hambre sobre nuestro arcaz volviendo y revolviendo, contando
y tornando a contar los panes.
Yo disimulaba, y en mi secreta oración y devociones y plegarias decía: “¡Sant Juan
y ciégale!”
Después que estuvo un gran rato echando la cuenta, por días y dedos contando,
dijo:
“Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me habían tomado della
panes; pero de hoy más, solo por cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener
buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo.”
“¡Nuevas malas te dé Dios!”, dijo yo entre mí.
Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con saeta de montero, y
comenzóme el estomago a escarbar de hambre, viéndose puesto en la dieta
pasada. Fue fuera de casa; yo, por consolarme, abro el arca, y como vi el pan,
comencelo de adorar, no osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se
errara, y hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera. Lo más que yo pude
hacer fue dar en ellos mil besos y, lo más delicado que yo pude, del partido partí
un poco al pelo que él estaba; y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el
pasado.
Mas como la hambre creciese, mayormente que tenía el estomago hecho a más
pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no
hacía en viéndome solo sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de
Dios, que ansí dicen los niños. Mas el mesmo Dios, que socorre a los afligidos,
viéndome en tal estrecho, trujo a mi memoria un pequeño remedio; que,
considerando entre mi, dije:
“Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños
agujeros. Puédese pensar que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan.
Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque vera la falta el que en tanta me
hace vivir. Esto bien se sufre.”
Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que allí
estaban; y tomo uno y dejo otro, de manera que en cada cual de tres o cuatro
desmigaje su poco; después, como quien toma gragea, lo comí, y algo me
consolé. Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar, y sin
dubda creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al
propio contrahecho de cómo ellos lo suelen hacer. Miro todo el arcaz de un cabo a
otro y vióle ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamóme,
diciendo:
“¡Lázaro! !Mira, mira que persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan!”
Yo híceme muy maravillado, preguntándole que sería.
“¡Que ha de ser! -dijo él-. Ratones, que no dejan cosa a vida.”
Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien, que me cupo más
pan que la lacería que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó
ser ratonado, diciendo:
“Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.”
Y así aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas, por
mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba. Y luego me vino
otro sobresalto, que fue verle andar solicito, quitando clavos de las paredes y
buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca.
“!Oh, Señor mío! -dije yo entonces-, ¡A cuánta miseria y fortuna y desastres
estamos puestos los nacidos, y cuan poco turan los placeres de esta nuestra
trabajosa vida! Heme aquí que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y
pasar mi lacería, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura; mas no quiso
mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y poniéndole más diligencia
de la que él de suyo se tenía (pues los míseros por la mayor parte nunca de
aquella carecen), agora, cerrando los agujeros del arca, ciérrase la puerta a mi
consuelo y la abriese a mis trabajos.”
Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito carpintero con muchos clavos y tablillas
dio fin a sus obras, diciendo: “Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar
propósito, que en esta casa mala medra tenéis.”
De que salió de su casa, voy a ver la obra y hallé que no dejó en la triste y vieja
arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi
desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes
comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y dellos todavía saque alguna
lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgremidor diestro. Como la
necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta, siempre, noche y día, estaba
pensando la manera que ternía en sustentar el vivir; y pienso, para hallar estos
negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se
avisa y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.
Pues estando una noche desvelado en este pensamiento, pensando cómo me
podría valer y aprovecharme del arcaz, sentí que mi amo dormía, porque lo
mostraba con roncar y en unos resoplidos grandes que daba cuando estaba
durmiendo. Levantéme muy quedito y, habiendo en el día pensado lo que había de
hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voyme
al triste arcaz, y por do había mirado tener menos defensa le acometí con el
cuchillo, que a manera de barreno dél usé. Y como la antiquísima arca, por ser de
tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego
se me rindió, y consintió en su costado por mi remedio un buen agujero. Esto
hecho, abro muy paso la llagada arca y, al tiento, del pan que halle partido hice
según deyuso está escrito. Y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar,
me volví a mis pajas, en las cuales repose y dormí un poco, lo cual yo hacía mal, y
echábalo al no comer; y ansí sería, porque cierto en aquel tiempo no me debían de
quitar el sueño los cuidados del rey de Francia.
Otro día fue por el señor mi amo visto el daño así del pan como del agujero que yo
había hecho, y comenzó a dar a los diablos los ratones y decir:
“¿Qué diremos a esto? ¡Nunca haber sentido ratones en esta casa sino agora!”
Y sin dubda debía de decir verdad; porque si casa había de haber en el reino
justamente de ellos privilegiada, aquella de razón había de ser, porque no suelen
morar donde no hay qué comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las
paredes y tablillas a atapársel os. Venida la noche y su reposo, luego era yo puesto
en pie con mi aparejo, y cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche. En tal
manera fue, y tal priesa nos dimos, que sin dubda por esto se debió decir: “Donde
una puerta se cierra, otra se abre.” Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela
de Penélope, pues cuanto el tejía de día, rompía yo de noche; ca en pocos días y
noches pusimos la pobre despensa de tal forma, que quien quisiera propiamente
della hablar, más corazas viejas de otro tiempo que no arcaz la llamara, según la
clavazón y tachuelas sobre sí tenía.
De que vio no le aprovechar nada su remedio, dijo:
“Este arcaz está tan maltratado y es de madera tan vieja y flaca, que no habrá ratón
a quien se defienda; y va ya tal que, si andamos más con él, nos dejará sin guarda;
y aun lo peor, que aunque hace poca, todavía hará falta faltando, y me pondrá en
costa de tres o cuatro reales. El mejor remedio que hallo, pues el de hasta aquí no
aprovecha, armaré por de dentro a estos ratones malditos.”
Luego busco prestada una ratonera, y con cortezas de queso que a los vecinos
pedía, contino el gato estaba armado dentro del arca, lo cual era para mi singular
auxilio; porque, puesto caso que yo no había menester muchas salsas para comer,
todavía me holgaba con las cortezas del queso que de la ratonera sacaba, y sin
esto no perdonaba el ratonar del bodigo.
Como hallase el pan ratonado y el queso comido y no cayese el ratón que lo
comía, dábase al diablo, preguntaba a los vecinos qué podría ser comer el queso y
sacarlo de la ratonera, y no caer ni quedar dentro el ratón, y hallar caída la
trampilla del gato. Acordaron los vecinos no ser el ratón el que este daño hacía,
porque no fuera menos de haber caído alguna vez. Díjole un vecino:
“En vuestra casa yo me acuerdo que solía andar una culebra, y esta debe ser sin
dubda. Y lleva razón que, como es larga, tiene lugar de tomar el cebo; y aunque la
coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tornase a salir.”
Cuadró a todos lo que aquel dijo, y alteró mucho a mi amo; y dende en adelante
no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche
sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con
un garrote que a la cabacera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la
pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los
vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a mí no me dejaba dormir. Íbase
a mis pajas y trastornábalas, y a mí con ellas, pensando que se iba para mí y se
envolvía en mis pajas o en mi sayo, porque le decían que de noche acaecía a
estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas y aun
mordellas y hacerles peligrar. Yo las más veces hacía dél dormido, y en las
mañanas decíame él:
“Esta noche, mozo, ¿no sentiste nada? Pues tras la culebra anduve, y aun pienso
se ha de ir para ti a la cama, que son muy frías y buscan calor.”
“Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que harto miedo le tengo.”
De esta manera andaba tan elevado y levantado del sueño, que, mi fe, la culebra
(o culebro, por mejor decir) no osaba roer de noche ni levantarse al arca; mas de
día, mientras estaba en la iglesia o por el lugar, hacia mis saltos: los cuales daños
viendo él y el poco remedio que les podía poner, andaba de noche, como digo,
hecho trasgo.
Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave que debajo
de las pajas tenía, y parecióme lo más seguro metella de noche en la boca.
Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció
tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me
estorbasen el comer; porque de otra manera no era señor de una blanca que el
maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me
buscaba muy a menudo. Pues ansí, como digo, metía cada noche la llave en la
boca, y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella; mas cuando la
desdicha ha de venir, por demás es diligencia.
Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que una noche que estaba
durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera
y postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la
llave, que de canuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal
manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó sin duda ser el silbo de la
culebra; y cierto lo debía parecer.
Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y al tiento y sonido de la culebra
se llegó a mi con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra; y como cerca se
vio, pensó que allí en las pajas do yo estaba echado, al calor mío se había venido.
Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la
matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe, que sin
ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó.
Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el
fiero golpe, contaba el que se había llegado a mí y dándome grandes voces,
llamándome, procuro recordarme. Mas como me tocase con las manos, tentó la
mucha sangre que se me iba, y conoció el daño que me había hecho, y con mucha
priesa fue a buscar lumbre. Y llegando con ella, hallome quejando, todavía con mi
llave en la boca, que nunca la desampare, la mitad fuera, bien de aquella manera
que debía estar al tiempo que silbaba con ella.
Espantado el matador de culebras que podría ser aquella llave, mirola,
sacándomela del todo de la boca, y vio lo que era, porque en las guardas nada de
la suya diferenciaba. Fue luego a proballa, y con ell a probo el maleficio. Debió de
decir el cruel cazador:
“El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado.”
De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes ninguna fe daré, porque los tuve
en el vientre de la ballena; mas de como esto que he contado oí, después que en
mi torne, decir a mi amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso.
A cabo de tres días yo torné en mi sentido y vine echado en mis pajas, la cabeza
toda emplastada y llena de aceites y ungüentos y, espantado, dije: “¿Que es esto?”
Respondióme el cruel sacerdote:
“A fe, que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.”
Y miré por mí, y víme tan maltratado que luego sospeché mi mal.
A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos, y comiénzanme a quitar
trapos de la cabeza y curar el garrotazo. Y como me hallaron vuelto en mi sentido,
holgáronse mucho y dijeron:
“Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada.”
Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con
todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me
pudieron remediar. Y ansí, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve
sin peligro, mas no sin hambre, y medio sano.
Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme
la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome:
Lázaro, de hoy mas eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no
quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido
mozo de ciego.”
Y santiguándose de mí como si yo estuviera endemoniado, tornase a meter en
casa y cierra su puerta.
Tratado Tercero: Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le
acaeció con él.
Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y, poco a poco, con ayuda
de las buenas gentes di comigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde con la
merced de Dios dende a quince días se me cerró la herida; y mientras estaba
malo, siempre me daban alguna limosna, mas después que estuve sano, todos
me decían:
“Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un amo a quien sirvas.”
“¿Y adónde se hallará ese -decía yo entre mí- si Dios agora de nuevo, como crió el
mundo, no le criase?
Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya
la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle con
razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y
díjome:
“Mochacho, ¿buscas amo?”
Yo le dije: “Sí, señor.”
“Pues vente tras mí -me respondió- que Dios te ha hecho merced en topar comigo.
Alguna buena oración rezaste hoy.”
Y seguile, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según
su hábito y continente, ser el que yo había menester.
Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la
ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo
pensaba y aun deseaba que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque esta
era propria hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso
pasaba por estas cosas. “Por ventura no lo vee aquí a su contento -decía yo- y
querrá que lo compremos en otro cabo.”
Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia
mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos,
hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia.
A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre
del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien
consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya
la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester.
En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa
ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y derribando el cabo de la capa sobre el
lado izquierdo, saco una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa;
la cual tenía la entrada obscura y lóbrega de tal manera que parece que ponía
22
temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y
razonables cámaras.
Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las
manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente soplando un poyo
que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, sentóse cabo della, preguntándome
muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad; y yo le di
más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de
mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo eso,
yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y
callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara.
Esto hecho, estuvo ansí un poco, y yo luego vi mala señal, por ser ya casi las dos y
no le ver mas aliento de comer que a un muerto. Después desto, consideraba
aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva
persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella
silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras: finalmente,
ella parecía casa encantada. Estando así, díjome:“Tú, mozo, ¿has comido?”
“No, señor -dije yo-, que aun no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced
encontré.”
“Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote
saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que
después cenaremos.
Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado,
no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa.
Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y torné a llorar mis trabajos; allí se
me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del
clérigo, diciendo que aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía
con otro peor: finalmente, allí llore mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte
venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude:
“Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me
podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado
della fasta hoy día de los amos que yo he tenido.”
“Virtud es esa -dijo él- y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los
puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien.”
“¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí- ¡maldita tanta medicina y bondad como
aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!”
Púseme a un cabo del portal y saque unos pedazos de pan del seno, que me
habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome:
“Ven acá, mozo. ¿Qué comes?”
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el
mejor y más grande, y díjome:
“Por mi vida, que parece este buen pan.”
“¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?”
“Sí, a fe -dijo él-. ¿Adonde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario